Federico va a la escuela, al llamado Colegio Real, y allí muy pronto destacará por el interés y la capacidad que demuestra para los estudios clásicos. También vivirá una crisis de fe que superará gracias a un sacerdote profesor de filosofía, el abbé Noirot, el cual se convertirá en su consejero tanto en lo espiritual como intelectual, y le dará una gran solidez cristiana.
En 1829, con 16 años, conseguirá el bachillerato en letras, y manifestará ya su voluntad decidida que lo acompañará toda su vida: dedicarse totalmente al servicio de la verdad. En 1831 escribirá a su amigo Hipólito Fortoul: «Conocer una docena de lenguas para consultar las fuentes y los documentos, saber suficiente geología y astronomía como para poder discutir los sistemas cronológicos y cosmogónicos de los pueblos y de los sabios, estudiar finalmente la historia universal en toda su amplitud y la historia de las creencias religiosas en toda su profundidad, eso es todo lo que tengo que hacer para llevar a cabo mi idea:» Pero su padre no le apoya en absoluto en su deseo, sino que lo encamina a los estudios de derechos, de manera que, para empezar, lo coloca a trabajar en el despacho de un abogado. Y el 1 de Noviembre de 1931, sube a la diligencia que lo llevará hasta París para estudiar derecho en la Sorbona.
Ozanam, como muchos de sus compañeros de estudios, está muy atento a todas las novedades literarias del momento, de Lamartine a Víctor Hugo, y él mismo empieza a escribir y a publicar poemas y artículos en la revista de la escuela. Y está más atento aún a las corrientes del catolicismo francés que se plasman sobre todo en el diario L’Avenir, fundado en octubre de 1830, y que tenía como lema «Dieu et la liberte» («Dios y la libertad»). Ozanam no tiene bastante con los estudios de derecho. Y decide inscribirse en la facultad de letras y además a otros cursos en el Colegio de Francia: arqueología, lenguas orientales, economía, política… Participa en todas las actividades que se le presentan. Los domingos por la tarde, con otros estudiantes, va a unas tertulias que organiza Montalambert, en las que conoce a Víctor Hugo, entre otras personalidades. Y sobre todo participa los sábados en la llamada «Conferencia de Historia» que Emmanuel Bailly, editor que regentaba también una pensión de estudiantes, organizaba, y que era un espacio de debate y encuentro donde se reunían creyentes y no creyentes con inquietudes y ganas de diálogo.
En aquel ambiente, los católicos se sentían interpelados, sobre todo por los que decían que el cristianismo sí que tenía valor y sentido cuando empezó, pero que ahora no se veía que los cristianos pusieran en práctica su fe mediante obras al servicio de los pobres. Y un grupo de aquellos católicos recogerán la interpelación e iniciarán, en abril de 1833, con el mismo Bailly al frente, en el local de diario La tribune Catholique, en el número 38 de la calle Saint-Sulpice, una «Conferencia de Caridad», en la que Ozanam tendrá un papel clave.
De entrada, irán a visitar al párroco de Saint-Éntienne-du-Mont, el cual les propondrá dar catecismo a los niños pobres. Pero la propuesta no respondía a lo que ellos buscaban, de modo que optaron por ponerse en contacto con una religiosa de la Congregación de las Hijas de la Caridad, sor Rosalía Rendu, que trabajaba con los pobres en el barrio de Mouffetard, en la parroquia de Saint-Médard, en la zona más miserable del París de aquella época. Sor Rosalía –que ha sido beatificada también por Juan Pablo II en el año 2003- vivía con su comunidad en la calle Epée de Bois, y desde allí creó un dispensario, una farmacia, una guardería, un orfanato, una escuela, un centro juvenil y un asilo de ancianos.
Cuando aquellos jóvenes estudiantes fueron a verla, inmediatamente les dio una lista de pobres a visitar y de vales de pan a distribuir y, así empezará aquella asociación, que siempre se mantendrá laica, sin dependencia jerárquica y que crecerá de manera fulgurante: primero en París, después en otras ciudades francesas, luego en otros países, irán surgiendo grupos de cristianos que querrán vivir con intensidad su fe traduciéndola en atención a los pobres, llevándoles al mismo tiempo ayuda material y proximidad humana.
Acercarse a ellos como Ozanam y sus compañeros se les acercaban era afirmar muy claramente, otra manera de ver las cosas. Las Conferencias de la Caridad, que después recibirán el nombre general de Sociedad de San Vicente de Paúl, serán siempre par él una actividad prioritaria de entre la múltiples actividades que configuraron su vida.
En aquella Francia en constante conflicto entre clericales y anticlericales, entre liberales y absolutistas, entre burgueses y obreros, buscó la manera de mostrar cómo el cristianismo habría un camino diferente. Para ello, se presentará, empujado por sus amigos, a las elecciones para la asamblea constituyente que se celebraron el 23 y 24 de abril de 1848. No saldrá elegido, pero en su programa hablará de: salario mínimo (que él denomina «salario natural»), de subsidio de paro, de jubilación… Y afirmará muy claramente: «La revolución no es para mí una desgracia a la que sea preciso resignarse; es un progreso al que hay que apoyar. Reconozco en ella la realización temporal del Evangelio expresada con estas tres palabras: Libertad, Igualdad, Fraternidad» Y más tarde, ante los que añoraban un régimen que asegurase privilegios a la Iglesia, afirmó «La fe y la Iglesia no necesitan privilegios: Significa que tenemos muy poca fe si buscamos el restablecimiento de la religión por vías políticas… las conversiones no se hacen por leyes, sino por las maneras de actuar y por las conciencias».
Hombre extraordinariamente culto y profundamente cristiano, aprendió sánscrito y hebreo para estudiar la Biblia. Profesor de literatura extranjera en la Universidad de la Sorbona, Doctorado en Derecho, Historia, Lengua y Literatura. Su especialidad fue la Edad media, publicó estudios sobre Dante; «El purgatorio de Dante»; sobre los poetas franciscanos: «Los poetas franciscanos en Italia en los siglos XIII y XIV»; sobre la cristianización de los pueblos bárbaros: «Los germanos ante el cristianismo», (1847) y «La civilización cristiana entre los francos» (1849) e infinidad de artículos en defensa de los valores cristianos en diversos diarios y revistas, tales como: L’Avenir; La Tribune Catholique; Le Correspondant; L’Ére Nouvelle.
Estuvo en contacto con las grandes figuras intelectuales de su época y, fue un gran viajero, lo que en aquellos tiempos no era habitual: recorrió Francia e Italia y estuvo también en Alemania, Suiza, Bélgica, Inglaterra y España. En 1852 visitará San Sebastián y Burgos de donde saldrá el relato Una peregrinación al país del Cid.
Federico Ozanam está enterrado en París, en la cripta del antiguo convento dominico de Saint-Joseph-des-Carmes, en el número70 de la calle Vaugirad, bajo un fresco que representa la parábola del «buen samaritano», y junto al edificio en el que treinta años después de su muerte se crearía el Instituto Católico de París.