El 28 de octubre de 1645, una muchachita muy joven llega a la Casa Madre en el arrabal San Dionisio, de París. Bárbara Bailly (a la que la Señorita llamará «Bárbara la pequeña») tiene diecisiete años y medio. Desea consagrarse a Dios para servir a los Pobres.
Su tierra natal
Nacida el 1 de julio de 1628 cerca de Vitry le Francois, pasa desde muy niña por los horrores de la guerra. Los diferentes ejércitos implicados en la Guerra de los Treinta Años atravesaban sin cesar las tierras de Champaña. Escenas de pillaje, de violencia se multiplicaban al paso de los soldados. Los graneros quedaban vacíos y las mieses destrozadas, los campesinos tenían que pagar rescate por su libertad y si oponían cualquier tipo de resistencia, eran exterminados. Por todas partes se iba extendiendo el hambre con su cortejo de enfermedades y epidemias de todas clases.
Cuando el Señor Vicente tuvo conocimiento del estado de Champaña, se conmovió, reunió a las Señoras de la Caridad y, gracias a sus donativos, pudo enviar misioneros a aquellas regiones devastadas.
Desde Troyes, donde tenían su residencia fija, los misioneros recorren los campos, descubren la increíble miseria, distribuyen socorros, asisten a los enfermos y moribundos. El mismo Señor Vicente va personalmente a Troyes a fines del año 1636 y en julio de 1639.
Bárbara ve la caridad de esos misioneros. Es posible que su familia se haya beneficiado de la ayuda dada por ellos. O acaso Bárbara ha colaborado con los misioneros de Troyes en su ayuda a los campesinos de la región… Sea como quiera, la cuestión es que se entera de que en París existe una Comunidad en la que muchachas campesinas pueden consagrarse a Dios para servir a los que sufren. Siente que Dios la llama y decide marchar con el consentimiento de sus padres.
El tiempo de formación
Luisa de Marillac acoge a esta joven madura ya por el sufrimiento y las pruebas. Después de unos breves Ejercicios espirituales, Bárbara empezará a iniciarse en la vida de las Hijas de la Caridad. No existe todavía el Seminario: las nuevas que llegan aprenden de las antiguas a cuidar a los enfermos que acuden al pequeño dispensario de la Casa Madre; también las acompañan en sus visitas a domicilio.
Con la Señorita Le Gras o con Juana Lepintre, estudian el catecismo, descubren lo que es la oración, «tiempo de intimidad con Dios»; participan activamente en las conferencias del Señor Vicente y se van impregnando del espíritu de la Compañía.
El 25 de noviembre de 1645, Bárbara Bailly queda oficialmente admitida en la Compañía de las Hijas de la Caridad de la que reviste el hábito, y es «enviada a misión» al servicio de los Niños Expósitos.
Con los Niños Expósitos
Se trata de un servicio difícil. Algunas Hermanas, influidas por la mentalidad de la época, sienten repugnancia de trabajar en él. Llega hasta correr el rumor de que cuan do una Hermana no es apta para una parroquia u otro lugar, se la lleva allí como a tina cárcel (Conf. esp. n. 1 597). Ante tal rumor que va extendiéndose por la Comunidad, el Señor Vicente se indigna más de una vez; pero cuesta trabajo desarraigar el pi eitiiCi0
En 1699, en la conferencia sobre las virtudes de Bárbara Bailly, se podrá escuchar a una Hermana decir:
«¿Hay algo más espantoso para una joven que la casa de Bicétre, en la que había tantos niños que gobernar y donde no se estaba a salvo de las alarmas de la guerra?»
Pero Bárbara no se detiene ante tales críticas. Según las palabras del Señor Vicente, se complace en servir a aquellos niñitos, poniendo en su servicio todo su corazón, su afecto, su entusiasmo juvenil.
«Esos niños pertenecen a Dios de una manera especial/sima, ya que están abandonados por su padre y su madre y, sin embargo, tienen almas racionales creadas por la omnipotencia de Dios. Solamente le pertenecen a Dios que les hace de padre y de madre y vela por sus necesidades» (Conf. esp. n. 220).
En julio de 1647, tomó parte en la instalación de los niños en el castillo de Bicétre. Aquel vasto edificio había sido construido por orden de Luis XIII para recibir a los soldados inválidos. Pero desde su construcción, sin duda a causa de la muerte del Rey, había permanecido vacío. Las Señoras de la Caridad, preocupadas por alojar a los Niños Expósitos, cada vez más numerosos, habían conseguido de Luis XIV ocupar el castillo. Luisa de Marillac no era partidaria de instalar a los niños en Bicétre la finca se encontraba al otro extremo de París, en medio del campo, los locales no so habían concebido para alojar a niños de pecho y niños pequeñitos. Pero la insistencia de las Señoras fue grande y el traslado se hizo.
Pronto se presentaron las dificultades. Luisa de Marillac va con frecuencia a Bicétre: hay que prever la instalación de un panadero para hacer el pan, la instalación de una capilla, clases para los niños mayorcitos. Las relaciones con las Señoras son •a veces tensas y Luisa de Marillac se ve en la obligación de intervenir.
Llegan los disturbios de la Fronda y el aprovisionamiento de víveres se hace difícil. Una Hermana refiere:
«A causa de los disturbios de aquella guerra, teníamos mucha dificultad en sacar adelante a los niños, aunque la Divina Providencia, a través de la caridad de la Reina Madre, les fue proporcionando lo necesario. Teníamos como Hermana Sirviente en Bicétre a Sor Genoveva Poisson; pero como continuamente tenía que estar yendo y viniendo para consultar con los Superiores, toda la dirección de la obra recayó sobre Sor Bárbara. Había 12 Hermanas y 1.100 niños expósitos que gobernar, y no obstante supo llevar todo a cabo con mucha prudencia, a pesar de lo joven que era pues no tenía más que cuatro años de vocación.»
Otra de las dificultades fue la presencia casi constante de soldados en torno al castillo. Iban y venían, hacían la ronda intentando penetrar en el interior. Luisa de Ma rillac estaba muy inquieta tanto por los niños como por las Hermanas, que todas eran jóvenes. i Bárbara tenía veintiún años! Les recomendaba mucha prudencia, confianza en Dios, pero no les ocultaba que las estaba invitando al heroísmo, al martirio mismo si el caso se presentaba:
A mis queridas Hermanas Sor Genoveva y demás Hijas de la Caridad que sirven a los pobres Niños en el Castillo de Bicétre.
Mis queridas Hermanas:
«Demos a Dios la gloria que estamos obligadas a rendirle en e/ estado en que le place a su Bondad habernos puesto. Le suplico con todo mi corazón les dé a conocer cuán bueno es confiar en El y para ello, queridas Hermanas mírenle a menudo como hacen los niños con sus padres cuando necesitan algo.
Estoy segura de que les infunde valor y ánimo suficientes para morir antes que permitir que Dios sea ofendido en ustedes, y que su modestia da a conocer que pertenecen al Rey de reyes a quien todas las potencias están sometidas.
Cuide usted de que nuestras Hermanas estén siempre todas juntas, y tengan mucho cuidado con las niñas mayores, a las que deben tener siempre a la vista o encerradas en la escuela, aun cuando así no puedan prestarles a ustedes ningún servicio.
iAnimo, queridas Hermanas! ¿Y quién ha de tenerlo más que ustedes puesto que se hallan en la aflicción y en el ejercicio de la caridad? ¡Ah! iCómo se complace Nuestro Señor al ver los sentimientos de amor que parten de sus corazones, la sumisión a su santa voluntad que acepta todo lo que esa voluntad quiere en ustedes y de ustedes!
No dudo de que todas y cada una han pensado en hacer una buena confesión con todas las disposiciones necesarias, sobre todo, el propósito de ser en adelante sus fieles servidoras renunciando más que nunca a ustedes mismas.
Suplico a la Santísima Virgen sea su protectora y les alcance de su Hijo la generosidad que necesitan; pido también a sus santos Angeles se pongan de acuerdo con los de los Señores que Dios les ha enviado, para que ayuden a éstos a vivir de tal suerte que puedan glorificar a Dios eternamente, y a ustedes, mis queridas Hermanas, a continuar sus santos ejercicios por su santo amor…»
Antes de enviar la carta, Luisa la vuelve a leer. ¿ No les habrá hablado demasiado de la muerte, con peligro de infundirles miedo? De ahí, que añada rápidamente una postdata con el fin de tranquilizarlas:
«Aunque les hablo de confesarse, no crean, queridas Hermanas que entiendo infundirles el temor de que van a morir. No, de ninguna manera; es para ayudarlas a que estén siempre en gracia de Dios, de tal suerte que El pueda mirarlas (complacido). Con toda mi alma querría estar con ustedes. Hagamos cuanto podamos para permanecer en paz» (Ed. fr. 1983; Carta 234, marzo-abril 1 649).
Después de haber alentado con tanta serenidad a las Hermanas en circunstancias tan difíciles en que la muerte y la violencia se hacen presentes en todo instante Luisa de Marillac comunica sus inquietudes al Señor Vicente que había tenido que salir de París. Este la contesta desde Angers, el 23 de marzo de 1 649:
«… mucho me ha afligido la noticia que da de que sus pobres hijas y los niños expósitos de Bicétre se ven asediados por todas partes por un gran ejército. Me consuelo con la esperanza de que Nuestro Señor, que los ha recibido bajo su especial protección, no permitirá que les pase nada malo» (C. III, 422; Síg. III, 385).
La enfermedad y muerte de varios niños vienen a añadirse al sufrimiento de las Hermanas. La mortalidad infantil de suyo tan elevada en el siglo XVII, se ve agravada por la miseria y el hambre. Bárbara y sus compañeras se entregan sin escatimar nada. Saben que en la Casa Madre, las’ Hermanas piden sin cesar por todas las que se encuentran en peligro. Ponen toda su confianza en Dios y en su única Madre, la Santísima Virgen.
Durante este período tan revuelto, el 8 de diciembre de 1648, en la fiesta de la Inmaculada Concepción, Bárbara Bailly hace sus primeros votos. ¿Fue la proximidad del peligro lo que indujo a los Fundadores a autorizar a esta Hermana a hacer los votos a los tres años de vocación, o bien es que habían comprobado en ella una madurez que permitía tomar sin vacilar la decisión de su entrega total a Dios?
Hacia mediados de 1649, finalizan las hostilidades. París recupera la paz, al menos por unos años. También de Bicétre se aleja el peligro y, por su parte, el Señor Vicente puede regresar a París.
En la Casa Madre
En estos momentos es cuando Bárbara es destinada a la Casa Madre. Allí sus ocupaciones serán múltiples: reemplazará a la secretaria en sus ausencias, visitará a los enfermos, recibirá a los refugiados. Con mucha bondad y paciencia, Bárbara acepta toda clase de trabajos; pero entre todos ellos tiene encomendada una tarea más especial: la enfermería de la Casa Madre. Su actitud va señalada por una gran calidad A través de atenciones muy sencillas, Bárbara deja traslucir la ternura de su corazón
«Tenía gran cuidado, en invierno, de calentar la ropa de las Hermanas enfermas, con fiebre, para evitar que se la pusieran húmeda y ello los fuma perjudicial.»
«Tenía tanta caridad con sus Hermanas enfermas, que se levantaba porlas noches para ver si necesitaban algo.»
«Ponía mucho cuidado en que no les faltara nada» (Observaciones de las Hermanas sobre sus virtudes).
Esta caridad iba acompañada de competencia profesional:
«Tenía un gran conocimiento de la medicina y se servía oportunamente de él para alivio de las enfermas.»
Sor Juana Beaulieu refiere cómo en dos ocasiones se vio aquejada por una enfermedad mortal de la que, si bien abandonada ya de los médicos, sanó y volvió como de la muerte a la vida gracias a los cuidados recibidos de Sor Bárbara, Otras Hermanas dieron testimonios semejantes.
Así es cómo, naturalmente, Sor Bárbara vino a ser la enfermera de Luisa de MariIlac. Se cuidaba, durante sus largos períodos de enfermedad, de que tomara alimento. La Señorita era muy mortificada y no quería singularidades para ella. Pero Bárbara se las ingeniaba y su prudencia a la par que su caridad encontraban medios para prepararle un caldo más sustancioso, hacerle tomar algo de carne, etc.
Durante su larga estancia en la Casa Madre, Bárbara pudo impregnarse de las enseñanzas del Señor Vicente y de la Señorita. Una Hermana refiere en la conferencia del 4 de octubre de 1699 sobre las virtudes de Bárbara Bailly:
«Estaba tan llena del espíritu de la Compañía, que nos dirigía con frecuencia preciosas instrucciones sobre la práctica de la obediencia, de la sencillez o de otras virtudes que componen nuestro espíritu, refiriéndonos siempre algo de lo que había visto en la conducta de la Señorita Le Gras, nuestra buena Madre, y de la regularidad de nuestras primeras Hermanas. Decía que la Señorita tenía el deseo de establecer la Comunidad en la práctica de la virtud de obediencia… Nos recomendaba también de una manera particular la pobreza y el ahorro de los bienes de los Pobres.»
En marzo de 1660, Bárbara continúa en la Casa Madre. Juntamente con Juliana Loret asiste a Luisa de Marillac en su última enfermedad y recoge sus últimas palabras, su testamento espiritual.
En los Archivos de la Casa Madre se conserva una carta de Bárbara refiriendo a las Hermanas de Brienne la muerte de la Señorita:
«Queridas Hermanas:
Les ruego me perdonen haber tardado tanto en escribirles; no ha sido por falta de buena voluntad, porque bien hubiera querido comunicar a todas nuestras queridas Hermanas la dicha que he tenido en haber estado presente en la última enfermedad de nuestra amada Madre: fueron seis semanas de intensos dolores que ella sobrellevó con gran paciencia y resignación a la voluntad de Dios. Les diré, queridas Hermanas, lo que me encargó dijera a todas, la noche antes de su muerte, y es el ser muy fieles a Dios en nuestra vocación, vivir en gran unión y caridad entre nosotras, con mucha tolerancia unas con otras y servir a los Pobres con gran afecto; y que las que así no hicieran… no dijo nada acerca de esto, lo que nos tiene que estimular a poner en práctica todos los buenos consejos e instrucciones que nos ha dado y los ejemplos de virtud que ella practicó en su vida. Podemos decir que su vida fue un continuo martirio.
Les diré también, queridas Hermanas, lo que ocurrió en su última comunión. Quiso tener ante la vista una estampa que representaba a Magdalena comulgando antes de morir. Tiene tres estrofas, de las que les diré sólo una, porque de otro modo sería demasiado largo, para demostrarles con qué amor recibió a Nuestro Señor viéndose cercana a la muerte:
«Llega el momento en que Magdalena expira, la muerte va a hacer presa en ella,
y el amor, lejos de sentirse ofendido,
viene por sí mismo a acabar el martirio
que tanto tiempo hacía había él comenzado.» ,
Regocijémonos, queridas Hermanas, de tener a tan buena Madre en el Cielo, trabajemos cuanto podamos por ser fieles a Dios para que nuestra muerte sea conforme con la de aquella de quien queremos seguir los ejemplos que nos ha dejado. Ha muerto con una gran estima por la Compañía y antes de morir nos dijo que se consideraba indigna de llevar el nombre de Hermana de la Caridad, tan bajos eran los sentimientos que tenía de sl misma.
Agradezcamos a Dios el habernos concedido la gracia de haber estado bajo su dirección y de haber escuchado de sus labios palabras tan excelentes para excitarnos al servicio de Dios, en cuyo amor soy, queridas Hermanas, su muy humilde y obediente Hermana y servidora,
Bárbara Bailly,
Hija de la Caridad, indigna.
Con gran emoción participó Bárbara Bailly, en julio de 1660, en las conferencias sobre las virtudes de la Señorita. Sólo tomó la palabra en la segunda, poniendo de relieve la vida de oración de Luisa de Marillac, su humildad, su gran caridad hacia todas las Hermanas y hacia los Pobres, su ternura y devoción al recibir la sagrada comunión. Refirió también las últimas palabras de la Señorita y terminó diciendo con los ojos llenos de lágrimas:
«Me dijo también otras muchas cosas; pero como yo no las practico, no las puedo decir. Padre, le pido perdón humildemente a Dios por ello» (Conf. esp. n. 2379).
El 27 de agosto siguiente, Bárbara, con las demás Hermanas reunidas en la Casa Madre, toma parte en la última conferencia del Señor Vicente. Margarita Chétif, según los deseos expresados por Luisa de Marillac, queda nombrada Superiora. Las Hermanas proceden a la elección de las tres «oficialas»: Juliana Loret, Asistenta; Luisa Cristina Rideau, Tesorera, y Felipa Bailly, Despensera (no parece que existiera lazo alguno de parentesco entre Sor Felipa Bailly y Sor Bárbara Bailly).
¿Sabía ya en aquel momento Bárbara que la obediencia iba a llevarla lejos de la Casa Madre, lejos de París?
En Polonia
Las tres primeras Hijas de la Caridad llegaron a Polonia en 1652. Como la Reina María de Gonzaga había pedido refuerzo, otras tres se disponían a marchar en agosto de 1655. Estaba previsto que embarcaran en Ruán; pero su viaje se vio detenido por la guerra que, según se supo, estaba destrozando el país de Polonia.
En 1660, el Señor Vicente pensó que había llegado el momento de dar cumplimiento, por fin, a «los deseos y mandatos» tantas veces reiterados de la Reina de Polonia. La elección recae en Bárbara Bailly, Catalina Baucher y Catalina Bouy. El Envío a misión (carta de obediencia), con fecha 16 de septiembre de 1660, va firmado por Tomás Berthe, secretario de la Congregación de la Misión, en nombre y por mandato del Señor Vicente.
El viaje es largo: se hace por barco, surcando el mar del Norte para llegar al mar Báltico, y luego, ya en tierra, tomar la diligencia hasta Varsovia. Qué alegría para Magdalena Drugeon y Francisca Douelle —que han tenido que pasar recientemente por la muerte de Margarita Moreau— acoger a las nuevas Compañeras’ Escuchan con avidez a Bárbara que les habla de la Señorita y del Señor Vicente, piden noticias de las Hermanas conocidas, preguntan detalles de la vida de la Comunidad, las nuevas fundaciones…, etc.
La estancia de Bárbara en Polonia fue de unos seis a siete años.
«No hubiera regresado tan pronto de no haber caído enferma de cuidado, a causa del gran frío del que no pensó en guardarse a tiempo. Creo que Dios lo permitió por el gran bien que había de hacer aquí a los Pobres», explica una Hermana.
Maturina Guérin, entonces Superiora General, la hace volver a París y, gracias a los cuidados de que es objeto en la Casa Madre, va recobrando poco a poco la salud.
Ecónoma General
Una vez repuesta, Bárbara va destinada a cuidar a los enfermos en la Parroquia de San Pablo, en París. Poco tiempo permanece allí, porque el 18 de mayo de 1671 es elegida Ecónoma, cargo que desempeña durante un trienio.
«No pueden decirse todos los actos de caridad que ejerció durante esos tres años con todas las Hermanas de la Comunidad.»
Y como antaño, también ejercerá su caridad con las Hermanas enfermas.
En los Inválidos
El Rey Luis XIV no había utilizado Bicétre, pero no obstante se preocupaba por los oficiales y soldados inválidos de guerra, y en 1670, mandó construir el edificio de los Inválidos para alojarlos y mantenerlos. En tal ocasión, pidieron Hijas de la Caridad para que atendieran a los enfermos.
El Superior General, Padre Jolly, y la Superiora General, Sor Nicolasa Haran, se fijaron en Bárbara Bailly para poner en marcha el nuevo establecimiento. Con ella fueron 12 Hermanas. Todo estaba por organizar en aquella enorme casa: la ente/ me ría para los soldados enfermos, los locales para la Comunidad, las relaciones con Ion Administradores militares, etc… Bárbara Bailly, Hermana Sirviente, señala con humil dad y sencillez lo que le parece útil. Hace una clara distintición entre lo que ha de estar al servicio de los soldados enfermos y lo que será para uso de la Comunidad que habrá de tener un aspecto sencillo y pobre.
Habiéndose decidido la construcción de las enfermerías, el arquitecto, Mansart, se pone en contacto con la Hermana Sirviente para pedirle consejo. Bárbara se excusa alegando que no tiene preparación ni experiencia para ello. Mansart insiste:
«Hermana, el Señor Louvois (ministro de Luis XIV) me ha enviado a hablar con usted para recibir sus órdenes acerca del edificio de las enfermerías de que van ustedes a encargarse.»
Bárbara explica entonces sencillamente cuáles son las necesidades: salas para los enfermos, locales para los diversos oficios… El arquitecto aprecia en su interlocutora tanta inteligencia y buen juicio que levanta en colaboración con ella los planos de las enfermerías.
Bárbara Bailly trabajó después en el establecimiento del contrato entre la Compañía y el Ministerio de la Guerra. Las Hermanas se encargarán solas de las enfermerías y tendrán el gobierno de la botica. Se encargarán igualmente de la cocina para los enfermos de las enfermerías y para ellas, pero no en cambio para los demás soldados.
Queda previsto que lavativas y sangrías estarán reservadas al Boticario y Cirujano, que las Hermanas tendrán la ayuda de un criado (siempre un hombre) para los trabajos pesados como acarrear el agua y la leña, traer de nuevo a las enfermerías 1.1 rop.1 lavada en el río (en el Sena).
En lo temporal, las Hermanas dependerán del Administrador General, pero en lo espiritual permanecerán bajo la dirección del Superior General de la Congregación de la Misión.
El contrato está firmado el 7 de marzo de 1676 por el Señor Marqués de Louvois, Ministro de la Guerra, y Sor Nicolasa Haran y su Consejo, con la aprobación del Padre Edme Jolly, Superior General.
En Los Inválidos, Administradores, soldados, oficiales y enfermos aprecian a Sor Bárbara Bailly: su competencia, su buen carácter que se retrata siempre en su rostro, su humildad… Todos tienen de ella una alta estima. Por eso, al expirar su mandato de Hermana Sirviente, se hace difícil retirarla. Y menester es acudir al Ministro Louvois, quien comprende la importancia de observar las reglas establecidas. Es, pues, con sentimiento general como Sor Bárbara sale de los Inválidos en 1682.
En el Hospital de Alencon
Al dejar los Inválidos, Bárbara Bailly hace ejercicios en la Casa Madre y es enviada a Chartres, donde permanece poco tiempo. La Hermana Sirviente del Hospital de Alencon ha caído enferma, se juzga necesario su traslado a París y se escoge para
qr reemplazarla a Bárbara Bailly, cuya virtud y grandes cualidades son de todos conocidas. El Hospital de Alencon era por aquel entonces una «casa que se hallaba en lamentable estado, medio arruinada», con muy pocas salas para atender a los pobres.
Sor Bárbara llegó a Alencon en 1685. Tenía entonces cincuenta y siete años. In mediatamente puso manos a la obra, restableció rápidamente el orden, consiguió fon dos de la Sra. Duquesa de Guisa y en dos años pudo hacer construir salas en las que los Pobres quedaran bien instalados y cuidados. Con su estilo suave y cordial, pronto se ganó el corazón de los enfermos para llevarlos a Dios.
«No es posible decir todo el bien que Sor Bárbara hizo y proporcionó al Hospital de Alencon, como tampoco todas las cruces y pruebas por que tuvo que pasar, ya que se vio perseguida entre otros por los Administra dores y algunas personas más… que no aprobaban su conducta, demostrando cuánto les costaba soportarla… pero no se desanimó por eso y prosiguió el cumplimiento de sus obligaciones con Dios y con el prójimo».
De dónde sacaba Sor Bárbara esa fortaleza que le permitía no desanimarse en medio de tantas dificultades?
Sus compañeras insisten en su profunda humildad, una humildad sencilla que la hacía no abatirse en las penas y humillaciones ni engreírse con las alabanzas.
«Cuando había recibido alguna humillación —pone de relieve su Asistenta, Sor Francisca Rohard— es cuando se mostraba más alegre.»
«Entraba en la conducta de Sor Bárbara el ocultarse cuanto podía no haciendo resaltar su inteligencia y buenas cualidades más que cuando era necesario», dice otra de sus compañeras.
Todas las Hermanas ponen de relieve su caridad que se ejercía hacia toda clase de personas: administradores, eclesiásticos, Señoras de la Caridad, enfermos, compañeras. Sabía acoger con alegría y mansedumbre aun cuando se la molestase en lo que estaba haciendo. Escuchaba sin dejar aparecer el menor fastidio.
Siempre estaba pronta para aliviar a sus compañeras en cualquier necesidad. Estaba pendiente, con gran atención, de las Hermanas a las que veía vacilar en la vocación. Sor Petra Guyot, compañera suya, explica:
«Cuando le enviaban alguna Hermana que no había adquirido todavía el espíritu de la Comunidad, ponía todo su empeño en seguirla para corregir lo defectuoso, lo que solía conseguir por su caridad y dulzura, de tal manera que, en vez de resultar molesta para tales Hermanas, llegaban a quererla mucho, reconociendo que le debían el haber conservado su vocación.»
Pero a veces no lo conseguía. Una Hermana fue a quejarse amargamente de ella al Cura Párroco, quien se presentó en la casa a hacerle duros reproches. Sor Bárbara los aceptó humildemente y no guardó resentimiento alguno ni hacia el Cura ni hacia la Hermana, que poco después salió de la Comunidad.
Su caridad se manifestaba en su forma de hacer las advertencias, cuando tenía que hacerlas:
«Tenía una práctica: cuando había hecho a alguna Hermana alguna advertencia que hubiera podido dolerle, le hablaba inmediatamente después con mayor cordialidad que antes, lo que hacía que la que estaba resentida por la advertencia se calmara viendo la amabilidad del trato de Sor Bárbara con ella.»
Esa bondad y dulzura eran reflejo de su vida de unión con Dios, de su oración diaria. Su vida espiritual radiante impresionaba a las jóvenes que la trataban,
«Aunque estaba yo todavía en el mundo, observé en Sor Bárbara tan gran modestia y recogimiento exterior, ya en la iglesia, ya cuando servía a los enfermos, que me edificaba mucho y lo mismo a mis compañeras, dándonos deseos y ánimos para dejar el mundo. Por las mañanas, solía llegar de las primeras a las salas para hacer las camas y las cosas más repugnantes a la naturaleza.»
Su muerte: el 21 de agosto de 1699
A medida que pasaban los años, Sor Bárbara veía aumentar sus achaques que ella superaba con igualdad de carácter, reconociéndose indigna de poder sufrir y ofrecer algo por Dios.
Durante su última enfermedad, sus compañeras quisieron escuchar de ella unas últimas recomendaciones. Con humildad y sencillez, como Luisa de Marillac, Bárbara insistió en lo que es esencial para toda Hija de la Caridad:
«Nos recomendó con todo el vigor que podía tener en aquellos momentos, el ser fieles a nuestras Reglas y al servicio a los Pobres.»
Después de pronunciadas estas palabras, Bárbara dio muestras de una gran unión con Dios y expiró con la sonrisa en los labios.