Discurso leído por el presidente en la Junta general celebrada en Córdoba el domingo 51 de Agosto de 1856
Necesidad y bellezas de la limosna
Mis muy amados hermanos en N. S. J. C.:
Yo me dirijo a un auditorio cristiano y piadoso, a una Asociación de Caridad, por esto bien puedo dispensarme de enaltecer la limosna; pero si quisiera buscar el Divino Modelo, que presente está en vuestras almas, no tendría más que recordaros el ejemplo sublime, único, del Salvador. Dios se hizo hombre abatiéndose hasta nuestra humilde condición, para dársenos Él mismo. ¡Qué portento de largueza!
Pudiera también buscar las bellezas de la limosna en Ios nobles instintos del corazón humano: ¿quién no siente el fuerte estímulo, la propensión a dar? ¿quién no experimenta esa fuerte conmoción que inspira la vista de un desgraciado? ¿Qué placer es comparable, qué sensación puede igualar al de haberle aliviado! La razón y el sentimiento salen garantes de esta verdad. Si el hombre es egoísta muchas veces, si en diversas ocasiones parece insensible a los gritos de la humanidad doliente, si alguna vez cierra sus puertas al indigente, si vuelve los ojos para no verle, todo esto prueba la propensión irresistible que tiene el corazón humano hacia el desgraciado. Extraviada la razón: humana en estas ocasiones por el excesivo amor de nosotros mismos, creemos que podrá faltarnos lo necesario para nuestros gustos y aficiones, y por eso es la repulsa que damos a nuestro hermano; pero repulsa que casi siempre es con rubor, y no pocas veces con grandes remordimientos: y ¿quién no ve en esto la mano de la Providencia, que ha escrito en el corazón del hombre con caracteres indelebles el sentimiento de comunicarse a los desgraciados?
La limosna no tiene precio: lo dice la Sagrada Escritura. Dispersit, dedit pauperibus: justitia ejus manet in saeculum saeculi. Derramó, distribuyó a los pobres, y su justicia permanecerá por los siglos de los siglos. ¡Hombres ávidos de inmortalidad, dad limosna, aliviad al desgraciado, sed generosos con el menesteroso, y vuestro nombre pasará de generación en generación! ¡Los que deseáis gloria, dad limosna, y vuestra memoria no se olvidará, viviréis después del sepulcro! La limosna es el caudal más precioso que el hombre puede atesorar, porque lo que da lo recibe multiplicado en la tierra y en el cielo: en la tierra, porque su memoria no perece, y en el cielo, porque su justicia permanece por los siglos de los siglos. Dios lo ha dicho, y primero faltarán los cielos que su palabra no tenga cumplimiento; La limosna no tiene precio, sobre todo cuando se dirige a aliviar no sólo las necesidades perecederas del cuerpo, sino las del espíritu y las morales; las propias necesidades del hombre, que consisten en mejorar su condición moral, disponiéndole .para que sea obediente y sumiso para con Dios, llenando todos los deberes que le impone la Religión; sobrio- consigo mismo, sin dejarse arrastrar del amor propio y las demás pasiones, para no encenagarse en el vicio; modesto, en fin, prudente y caritativo con los demás, para llenar bien los deberes del individuo, de la familia y de la sociedad. ¡Cuánto pudiera deciros yo sobre esto! pero no es el objeto de este discurso, y además podría seros molesto. La limosna es del hombre para el hombre; por lo mismo debe ser del espíritu y del cuerpo para el espíritu y el cuerpo: non in solo pane vivit homo, sed in omni verbo quod procedit de ore Dei. Así habla el Evangelio. No de sólo pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de Dios. Oídlo, hombres encarnados en los placeres y en los goces materiales; no de sólo pan vive el hombre: la vida animal no es la condición del género humano. Hecho el hombre a la imagen y semejanza de Dios, participa de su espíritu: esta es su vida: el cuerpo perece; pero el espíritu no acaba: es inmortal, como Dios, de quien emana. ¡Qué cuadro tan magnífico se presenta aquí, hermanos míos, a nuestro entendimiento, elevado en alas de la revelación y del sentimiento! Más es preciso andar un paso y cambiar de perspectiva.
Trasladémonos, pero sin detenernos en ese cuadro desgarrador que presenta la humanidad aquejada del vértigo de todas las pasiones. Ya conoceréis que tenemos delante a los novadores con todos sus sistemas, con sus paradojas y disolventes teorías. Ellos quisieran componer el mundo de nuevo, dando leyes al universo, y si posible fuese, al Criador mismo. No se habla más que del bien de la humanidad, de mejorar la condición del hombre por medio de la nivelación de fortunas, de la igualdad, de la confraternidad, de… pero ¿a qué me canso? Todos, por desgracia nuestra, hemos oído a los apóstoles de la mentira propagar por medio de la prensa, y en los círculos, y en la familia, sus hinchadas teorías: ¡vana fatiga! cisternas secas no pueden dar sino aguas impuras. Si queréis de verdad la perfección de la humanidad, separaos luego de vuestros tenebrosos sistemas, de ese caos con que amenazáis trastornar el mundo, y venid al Evangelio: oid a la Iglesia, que es la columna indefectible de la verdad: aprended lo que el Salvador nos enseña, lo que la Iglesia nos manda: todo se reduce a un sencillo precepto: «amaos unos a otros, como yo os amo: esto nos enseñó el Salvador, y nos lo enseñó con el ejemplo, practicándolo: Coepit facere et docere: el Salvador practicó siempre lo que enseñó, la caridad; solo ella puede salvar el mundo: todo lo demás es confusión, egoísmo, mentira.
Si la limosna necesitase de una especial recomendación, sería en los aciagos días que atravesamos. Nunca se ha debatido tanto el principio de la condición de fortunas: por esto los verdaderos discípulos del Evangelio, nunca, como ahora, han tenido necesidad de predicar y de hacer la limosna; la limosna dirigida al cuerpo y la limosna dirigida a aliviar las necesidades del alma.
Nada hay aislado en el orden de la Providencia; todo tiene sus admirables designios: si hay ricos en el mundo es porque hay pobres, y de este modo los unos parten las riquezas y el consuelo, y los otros la gratitud y la consideración. Las riquezas que la Providencia pone en manos de unos no son patrimonio suyo: son para que las distribuyan con el menesteroso. El hombre dando lo que Dios le ha dado, se asemeja al Creador que hace nacer el sol para el bueno y el malo. ¡Oh belleza incomparable de la limosna! El hombre franqueando los tesoros de la Providencia al pobre se hace semejante a Dios, es su ministro, el dispensador de sus gracias. ¡Oh, que grandeza! El pobre, recibiendo con gratitud y sin orgullo la limosna del rico, alivia sus necesidades sin haber tenido el cuidado de guardar las riquezas, y entra en esa condición dulce de estrechez, de benevolencia y de miramiento que establece el beneficio. ¡Oh caridad santa! ¿Quién podrá comprender tus dulzuras sino el que las ha gustado? «Amaos unos a otros, como yo os amo.» Ved aquí el mundo equilibrado: así no hay ricos ni pobres, sino hermanos.
Si referimos esta consideración a la limosna moral, ¡qué de encantos se agrupan a nuestro entendimiento! El rico, no precisamente en los bienes deleznables de la tierra, sino en los tesoros de sabiduría, consolando al afligido, aconsejando al extraviado, fortaleciendo al que está fatigado de penas, predicando la sobriedad y mansedumbre al rico y al poderoso, y enseñando más con el ejemplo que con la palabra, al que olvidado de sus deberes se ha descarriado de la senda del destino del hombre en la tierra y en el cielo; el rico, repito, en sabiduría, que con la limosna del cuerpo acompaña los alivios para las necesidades infinitas del espíritu, ejerce para con sus semejantes el ministerio, más sublime, el ministerio por excelencia de la humanidad: no de sólo pan vive el hombre, sino de la palabra de Dios, que fortifica su espíritu nutriéndole en la verdad. Ved aquí la primera necesidad del hombre.
Pero este ministerio es tan delicado en su origen, en sus tendencias, en su práctica. Los legos, los seglares no podemos ejercerlo, sino con sujeción a los preceptos de la Iglesia, porque ella sola es la depositaría de la fe y de la moral.
Y nosotros que reconocemos con gusto y llenos de docilidad esta verdad, queremos por lo mismo tener cerca de nosotros al sacerdocio. Él tiene el primer puesto, el puesto de honor entre nosotros, según la jerarquía de nuestra querida Asociación. Nuestra amada Conferencia reúne en su seno, a más del insigne Prelado de esta diócesis, dignos eclesiásticos, que bajo mil títulos pueden enseñarnos lo que hemos de decir y lo que hemos de practicar. Nosotros los socios activos, como católicos y como hijos de la Asociación de San Vicente de Paúl, no podemos menos de rendir el justo homenaje de nuestro afecto y docilidad a la Iglesia, a sus Prelados; a sus Ministros no queremos, verlos lejos de nosotros…son nuestros padres, nuestros maestros en la doctrina de la fe y de la moral; por lo mismo, queremos verlos cerca de nosotros, enseñándonos a ejercer la caridad bajo todas sus relaciones y sin alejarnos de nuestra práctica. Más acostumbrados qué nosotros a ejercer la caridad; más dedicados, por su ministerio, a repartir la limosna a los hombres, para aliviarlos en su condición material y moral esperamos de los dignos eclesiásticos que honran nuestra caritativa Asociación, que nos ayuden a ejercer la limosna, llenando así el espíritu de nuestra Sociedad y las disposiciones de nuestro Reglamento.