San Vicente de Paúl y los Gondi: Capítulo 15

Francisco Javier Fernández ChentoVicente de PaúlLeave a Comment

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Author: Régis de Chantelauze · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1882.
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Capítulo XV

El cardenal de Retz e Inocencio X. – Muerte del arzobispo de París, Juan Francisco de Gondi, y toma de posesión del arzobispado por Retz. – Exilio del P. de Gondi en sus tierras de Villepreux. – Vana tentativa de Vicente de Paúl en su favor. – Retz revoca su dimisión. – Exilio del P. de Gondi en Clermont, Auvergne. – Elocuente protesta de Retz contra esta medida de rigor. – Préstamo de trescientos doblones por Vicente para ofrecérselos al cardenal de Retz. – Noble negativa de éste. – Benévola acogida que hace a Retz Inocencio X, dándole el capelo de cardenal. – Hospitalidad otorgada a Retz por los Padres de la Misión en Roma. – Muerte de Inocencio X. – Huges de Lionne. Expulsión de Roma de los sacerdotes franceses de la Misión, por orden de Luis XIV, por haber dado asilo al cardenal de Retz. – Cartas inéditas de Luis XIV, de Brienne, de Lionne, y de Vicente de Paúl, sobre este asunto. – Sumisión pública de Vicente a las órdenes del Rey.

A la noticia del arresto del cardenal de Retz, el papa Inocencio X, quien había perdido en él al hombre más capaz para oponerse a los planes de Mazarino contra la Santa Sede, se mostró irritado en un principio y dirigió a Luis XIV las más vivas protestas. El cardenal de Retz, con el fin de mantenerle en estas disposiciones favorables y de haber sido devuelto a la libertad por su protección, le envió a uno de sus más hábiles y más incondicionales agentes, al abate Charrier. Pero la fortuna, durante tanto tiempo contraria a Mazarino, se había aliado de nuevo con él para no traicionarla más hasta su muerte. La corte de Francia acababa de ganarse al Pontífice por las cinco proposiciones extraídas del Augustinus de Jansenio, y proseguía ante él su condena. Inocente, tomando a pecho detener el nuevo cisma en su nacimiento, tenía que tratar con consideración al cardenal Mazarino, para que la bula que preparaba contra las cinco proposiciones no fuera suprimida por sus órdenes. El cardenal, por su parte, para que el papa se mostrara menos urgente en reclamar la liberación de Retz, hizo insinuar por el cardenal Chigi y por los jesuitas que su prisionero era partidario de la nueva secta, aunque supiera a qué atenerse sobre el escaso fundamento de su acusación. A decir verdad, era cosa de pura política si el cardenal se había mostrado favorable a los solitarios de Port-Royal, cuyas doctrinas le eran totalmente indiferentes. «En el fondo, decía su confidente Guy Joly, él no fue ni jansenista ni molinista, y se mezclaba muy poco en las disputas del momento». Otro contemporáneo, hablando de él, iba todavía más lejos y decía con toda justicia que «para ser jansenista, convenía ser antes cristiano». Pero esta acusación de jansenismo, tan poco verosímil en realidad, lo único que perseguía era producir un gran efecto en el ánimo del Papa, y Mazarino no iba a perder la ocasión de utilizarla.

Tras la condena de las cinco proposiciones (18 de agosto de 1653), Mazarino, cada vez más irritado por las demostraciones de los jansenistas en favor de su cautivo, acogió favorablemente y sin discusión la bula del Papa, y ordenó al punto su ejecución en todo el reino. Al propio tiempo, para que el Pontífice no hiciera una nueva tentativa en favor de la libertad de Retz, dio misión al doctor Hallier, que había sido enviado a Roma con el fin de proseguir la condena de las cinco proposiciones, de llevar contra él la acusación de jansenismo y acusarle además de haber recibido enormes sumas de dinero de los partidarios de esta secta. Hallier cumplió esta misión ante el Papa, en presencia del embajador de Francia, el abogado de Valençay, y pretendió incluso que Retz «había sido ayudado con más de setecientas mil libras por personas enharinadas de jansenismo[1]«.

Siete meses después, (el 21 de marzo de 1654) moría el arzobispo de París, Juan Francisco de Gondi. El cardenal de Retz, su coadjutor y sucesor designado, estaba todavía preso en Vincennes. En previsión de la muerte de su tío, había tenido la sabia precaución, antes de su prisión, de entregar a un miembro del capítulo de Nuestra Señora una procuración firmada de antemano, a fin de que pudiera tomar al punto en su nombre posesión del arzobispado. Esta formalidad tuvo lugar una hora después del fallecimiento de Francisco de Gondi, con la gran sorpresa y gran descontento de la corte y de Mazarino, que esperaban darle por sucesor a un hombre entera y ciegamente afecto a su causa, al sr de Marca, arzobispo de Toulouse.

Vicente de Paúl, que veía con toda justicia en la persona del cardenal de Retz a su pastor legítimo y que no habría visto más que con extrema repugnancia ascender a la sede de París al sr de Marca, de quien Bossuet, en su Défense des libertés de l’Église gallicane, ha trazado un retrato de una verdad tan espantosa, Vicente de Paúl fue de los primeros en alegrarse por la hábil previsión de Juan Pablo de Gondi.

Así se lo anunciaba al sr Ozenne, superior de la casa de Varsovia[2]:

«… Dios dispuso el último sábado de Mons. arzobispo de París y al mismo tiempo Mons cardenal de Retz tomó posesión de esta Iglesia por procurador y fue recibido por el capítulo, aunque siga en el bosque de Vincennes. La Providencia le había hecho preparar una procura a este fin, y nombrar a dos vicarios mayores unos días antes de ser arrestado a la vista del plan que tenía desde entonces de ir a hacer un viaje a Roma, y ello en caso de que Dios dispusiera del sr su tío durante su viaje; de suerte que sus vicarios mayores, que son dos canónigos de Nuestra Señora, hacen por ahora sus funciones, y tenemos ordenandos por orden suya. Todo el mundo admira esta previsión por haber tenido su realización tan acertada, o más bien la conducta de Dios que ni ha dejado a esta diócesis un solo día sin pastor, cuando se le quiere dar otro que el suyo». Para vengarse de Mazarino, que había hecho condenar las cinco proposiciones, los hombres más movidos del jansenismo aconsejaron al cardenal cautivo lanzar el entredicho sobre su diócesis durante la semana santa. Esta medida extrema, en una época en que la religión tenía todavía tan profundas raíces en las almas, habría esparcido la mayor confusión en todas las parroquias; las iglesias se habrían cerrado, los sacramentos suspendidos, y el pueblo entero vuelto a su antiguo guía, cuya cautividad le daba la prueba de que nunca había sido de Mazarino, el pueblo habría llegado a los últimos extremos, habría levantado nuevas barricadas o expulsado otra vez más al favorito. Es cierto que el capítulo de París y que la mayor parte de los párrocos no esperaban más que la señal; el Papa, que no tenía ya que andarse con consideraciones con Mazarino, desde la publicación de su bula en Francia, habría aprobado el entredicho, como lo anunciaba desde Roma el abate Charrier; y Mazarino, en presencia de este levantamiento general, se habría visto forzado a abrir a su cautivo las puertas de Vincennes. Pero bien porque la prisión hubiera rebajado la audacia habitual de Retz, bien porque esperara ser devuelto a la libertad fingiendo entrar en negociaciones con la corte para tratar del cambio de su arzobispado, prestó oídos sordos a la propuesta de sus partidarios. Corrió la voz, y no sin motivo, de que había entrado ya en conversaciones para dimitir de su sede. Esta noticia llenó a los jansenistas de consternación, pues no era sin razón si temían el nombramiento del sr de Marca, arzobispo de Toulouse, ardiente enemigo de sus personas y de su doctrina. Con este miedo, enviaron al sr d’Andilly y a algunos más de sus partidarios al P. de Gondi, entonces exiliado por Mazarino en su tierra de Villepreux, para que le llevaran vivas quejas por los proyectos de dimisión de su hijo: «Lo que le presentaron en términos tan fuertes, dice el P. Rapin en sus Memorias, que él no podía ya hablar de ello sino con lágrimas en los ojos, y diciendo en voz alta que habría preferido abrazar a su hijo muerto que verle sin arzobispado[3] «.

El cardenal de Retz, con la firme intención de volverse atrás una vez que fuera libre, consintió verbalmente en entregar su dimisión de arzobispo a cambio de siete abadías de una renta de ciento veinte mil libras que le ofrecía Mazarino; y a la espera de que el Papa se pronunciara sobre la validez o nulidad de este acto, fue conducido al castillo de Nantes, bajo la guarda de su pariente, el mariscal de La Meilleraye. Como la dimisión del cardenal había tenido lugar durante su prisión y como el Papa temía al sucesor que la corte de Francia quería darle, no dudó en declarar que habiéndose visto obligada, era nula y no convenida. La cautividad de Retz amenazaba pues prolongarse indefinidamente, cuando, el 8 de agosto de 1654, esquivando la vigilancia de sus guardianes, logró evadirse del castillo de Nantes[4].

Hemos dicho anteriormente que tras su arresto, Mazarino había relegado a su padre, Manuel de Gondi, a su tierra de Villepreux, si bien el anciano no sólo no se mezcló nunca, de ninguna forma, en las intrigas de su hijo durante la Fronda, sino que incluso las condenó en voz alta. Desde que éste estuvo en la cárcel, el P. de Gondi tuvo suficiente valor y firmeza para preferir que siguiera allí a sacarlo de ella por cualquier bajeza, aceptando partidos contrarios a su deber y a su honor». En el momento que varios parientes del cardenal cautivo le habían aconsejado acomodarse a la corte y entregar su dimisión de arzobispo, «el P. de Gondi, como nos informa por su parte Guy de Joly en sus Memorias[5], era de opinión contraria, y hay que decir en su honor que no se le proponía nunca nada vigoroso a lo que él no se adelantara… Y estaba tan persuadido del daño que la prisión de su hijo hacía a la Iglesia, que no podía aceptar las razones contrarias, diciendo sin cesar que quería arriesgar toda la fortuna de su familia en una ocasión tan justa y tan santa». Esta fue sin duda la causa de esta noble firmeza, y no porque Mazarino le creyera cómplice de las intrigas de su hijo durante la Fronda, por la que le desterró a su tierra de Villepreux (enero de 1653).

El P. Batterel en sus Memorias inéditas[6], da los detalles más curiosos sobre la estancia del P. de Gondi en este lugar de destierro, y sobre un plan que intentó generosamente Vicente de Paúl ante la Reina y Mazarino, para que mitigasen sus rigores:

«Allí, dice, el P. de Gondi, retirado con el único P. Jerôme Viguier, que le había seguido para consolarle y hacerle compañía en su retiro, elevaba con frecuencia las manos al cielo, para apaciguar la cólera de Dios; lloraba en la amargura de su corazón todos los males que causaba la guerra civil y, tocado por los del público más todavía que por los suyos propios, llevaba una vida más pesada que la muerte misma. El sr Vicente salió una mañana de París, no sin correr algún riesgo durante los grandes alborotos de esta ciudad, y se presentó en Saint-Germain para hablar en favor del P. de Gondi a la Reina madre, ante la cual había tenido algún acceso cuando era del consejo de conciencia. Pero nada pudo conseguir del ánimo de esta princesa ni del cardenal Mazarino; y cuando vino a Villepreux a dar cuenta al P. de Gondi del escaso éxito de su negociación, edificado por las santas disposiciones con las que vio que el santo sacerdote soportaba todas sus desgracias, admiró la conducta de Dios sobre su alma, y exclamó varias veces: «¡Oh, qué terribles y admirables son a la vez los caminos de Dios con sus elegidos!»

Ya que, en efecto, añade el P. Batterel, no podemos hacer otra cosa que colocar el interesante relato a los ojos del lector, Dios, para hacer expiar al P. de Gondi la «complacencia excesiva que podía haber sentido por las buenas cualidades de su hijo, y el placer demasiado humano que había sentido al verle elevado a los más altos honores, y para castigarle por lo que quizás había pecado. Dios permitió que este mismo hijo fuera para su corazón paternal una fuente de amarguras y agobio. Cada día, le preparaba un motivo nuevo, y apenas el tiempo había suavizado la amargura de una mala noticia, cuando sobrevenía otra peor, que ponía a prueba su virtud y su valor. Así, en 1654, al cabo de un año de estar allí, se enteró que su hijo se había escapado, de la manera que todo el mundo sabe, del castillo de Nantes, a donde había sido transferido, y la corte le había declarado proscrito, sus bienes confiscados y su cabeza puesta a precio. Y, para colmo de aflicciones, a él se lo llevaron y transportaron desterrado a Clermont, en el fondo de la Auvergne. El P. de Saint-Pé, yendo a Toulouse por aquel entonces, pasó por Clermont para verlo. Había pues llegado ya antes del mes de octubre o de noviembre del año 1654.

«Esta violencia ejercida sobre un anciano tan respetable dio mucho que hablar al público contra el cardenal ministro, ya bastante desacreditado. Pues siendo notorio que en Villepreux el P. de Gondi no se ocupaba en otras cosas que en rezar a Dios[7], se encontraba extraño que ni su edad, ni su condición, ni su inocencia, hubieran podido preservarle de un exilio tan peligroso para sus días; y se decía públicamente del cardenal Mazarino que no debía gloriarse de no ser, como su predecesor Richelieu, hombre sanguinario, ya que, sin derramar la sangre, usaba de tales medios para hacer perder la vida a los hombres».

El cardenal de Retz, que se hallaba en Roma a finales de diciembre de 1654, y que acababa de saber los malos tratos de los que era objeto su padre por su culpa, no se olvidó de presentar una de sus mayores quejas contra Mazarino, en una carta de la más violenta elocuencia que dirigía en esta época a todos los arzobispos y obispos de Francia[8]. Esta carta estaba pensada en términos tan fuertes, estigmatizaba con tanta indignación y verdad las violencias de Mazarino, que éste, asustado y consternado, obtuvo del Parlamento un decreto que la condenó a ser quemada por la mano del verdugo.

Este es al bonito pasaje de esta carta en el que se trata del P. de Gondi y de su exilio en Auvergne:

«Se ha condenado a mis criados, dice el cardenal de Retz, sin ninguna forma de proceso, a un riguroso exilio. Se ha perseguido a todos los que se cree que son mis amigos. Se ha proscrito a unos, se ha encarcelado a los otros. Se han expuesto a la discreción de la gente de guerra las casas y las tierras de mis parientes. Y se ha tenido suficiente inhumanidad para extender el odio que se me profesa hasta contra la persona de aquel de quien he recibido la vida, habiendo pensado mis enemigos que no podían hacerme una herida más profunda y más dolorosa, que hiriéndome en la parte más tierna y más sensible de mi corazón. Ni la ley e Dios, que prohíbe maltratar a los padres por causa de sus hijos; ni su extrema ancianidad, que hubiera podido mover a bárbaros a compasión; ni los servicios pasados que prestó a Francia, en uno de los más ilustres cargos del reino; ni su vida presente y retirada, y ocupada en los ejercicios de piedad, que no le hace tomar otra parte en la desgracia de su hijo que la de la ternura de un padre y la caridad de un sacerdote para encomendarle a Dios en sus sacrificios, no han podido detenerlos de añadir a su último exilio de París otro nuevo, de enviar con guardias, y al entrar el invierno, a un anciano de setenta y tres años a cien leguas de su casa, a una región de montañas y de nieves, para cumplir en él lo que el patriarca Jacob decía en otro tiempo de sí mismo en la desgraciada conspiración de la envidia que le había arrebatado a su hijo José: «Que se haría descender sus cabellos blancos con dolor y amargura a la tumba».

Mazarino, que tenía sus panfletarios a sueldo, tanto después como durante la Fronda, no se contentó con mandar condenar esta carta al fuego, la hizo también atacar por sus bravi de pluma en dos libelos, tan voluminosos como mal escritos, tan pesados como groseros e injuriosos, de los cuales ni un solo pasaje estaba a la altura de la elocuente carta de Retz[9].

En un tercer libelo, intitulado: Deuxième Lettre d’un bon Français, etc[10], el panfletario anónimo de Mazarino, haciendo alusión a los malos tratos que había sufrido el P. de Gondi, añade cínicamente: «que no se ha hecho en todo esto sino lo que se practica ordinariamente»; «que el cardenal de Retz ha causado heridas más dolorosas en el alma de su padre con su mala conducta que la corte con sus tratos; que este sabio y virtuoso hombre (el P. de Gondi) ha sufrido con más paciencia su alejamiento de la corte que los libertinajes de un hijo que deshonraba su ministerio, y que llegaba con tanta frecuencia a perturbar la tranquilidad de su soledad; que las nieves y las montañas, que se supone que habita, no enfrían para nada su celo y no lo alejan del cielo; que no pensando, como así lo hace, más que en morir cristianamente, está tan cerca del cielo en Clermont como lo estaría en la vecindad de París o en Saint-Magloire y que, por otra parte, se espera que experimentará dentro de poco la clemencia de Su Majestad, una vez que sus asuntos le permitan usar de la dulzura de su natural».

Tales eran las perversas razones con las que Mazarino trataba de pagar al público, pero que no influían para nada en él, tanto había movido a compasión e indignación en toda Francia el cruel exilio del venerable P. de Gondi.

Desde la huida del cardenal de Retz, que se había preocupado por revocar la dimisión del arzobispado de París, Mazarino, exasperado al verse tan vergonzosamente engañado por su mortal enemigo, persiguió con sus implacable rigores a todo el que, de lejos o de cerca, se interesaba por su causa o le prestaba ayuda. A la noticia de su evasión, había visto cubrirse París de fogatas, y el ruido de los Te Deum cantado en las iglesias había llegado a inquietarle hasta en el fondo del Louvre. Varios párrocos fueron desterrados y, por ordenanzas reales, se prohibió a todos los amigos y servidores del cardenal proscrito, bajo pena de cárcel o destierro, tener alguna relación con él. A pesar de estas órdenes despiadadas, ningún amigo de Retz le falló ni se negó a socorrerle. Todas las rentas del arzobispado y de sus abadías habían sido puestas bajo el embargo, y se hallaba reducido a la más profunda indigencia. La presidenta de Herse, desafiando los rayos de Mazarino, hizo entre los jansenistas una fructuosa colecta cuyo producto le fue enviado a Roma, donde había encontrado un refugio; y varios de sus íntimos amigos, jansenistas en su mayor parte, el sr y señora de Liancourt, sr de Luynes, el obispo de Châlons, los Srs. de Caumartin, de Bagnols y de la Houssaye, le prestaron una suma de doscientas sesenta mil libras[11]. Vicente de Paúl, conmovido a piedad por la suerte de su antiguo alumno, de aquel a quien consideraba su legítimo pastor, pidió prestados, por su parte, trescientos doblones para ofrecérselos. Pero el cardenal de Retz, que no era hombre como para enriquecerse con los bienes de los pobres, rechazó la obra buena, no sin guardar hacia su venerable fundador un agradecimiento inmutable.

El papa Inocencio X había dado al cardenal fugitivo el más acogedor de los recibimientos. Se apresuró a darle cuatro mil escudos de oro para subvenir a sus primeras necesidades, y le había otorgado la pensión que la Santa Sede daba a los cardenales pobres, y que era de cien escudos al mes. Con el fin de evitarle los gastos considerables que llevaba consigo la reposición solemne del capelo, se lo dio en consistorio secreto (el 4 de diciembre de 1654), teniendo cuidado de que le introdujeran por una habitación trasera. Los cardenales Bichi y d’Este, protectores de los asuntos eclesiásticos en Francia, a quienes el Papa había hecho creer que Retz, estando enfermo, no asistiría, se sintieron extremadamente sorprendidos por su presencia, y no tuvieron apenas el tiempo de escabullirse para no asistir a esta ceremonia[12]. Inocencio X, no contento con todas estas señales de afecto dadas al ilustre proscrito, quiso incluso alojarle en el Vaticano[13]; pero le hicieron abandonar este plan, dándole a entender hasta qué punto chocaría a Luis XIV. El cardenal de Retz, a la espera de poder hallar una habitación conveniente a su dignidad y a su sangre, se había instalado de forma provisional en la residencia de su amigo y servidor, el abate Charrier.

Aquí debe caber el relato de un interesante episodio, que no se conocía hasta hoy más que de una manera imperfecta, de la que el cardenal de Retz mismo no dice ni palabra en sus Memorias[14], y cuya sustancia hemos extraído en documentos inéditos de los archivos de asuntos extranjeros.

Los sacerdotes de la Misión poseían por entonces, cerca de la Trinité du Mont, una casa bastante importante donde residían doce de sus Padres, seis de los cuales Franceses y los otros Savoyanos, Loreneses e Italianos. El Papa, no pudiendo dar asilo en su palacio al cardenal de Retz, puso los ojos en esta casa. El superior, sr Berthe, fue llamado al Vaticano por Mons Scotti, mayordomo del palacio; y éste le ordenó en nombre del Papa tener que recibir en su casa al cardenal fugitivo. En vano trató el sr Berthe de revocar esta orden dando como pretextos la estrechez del alojamiento para recibir a tan gran señor, y lo que tendría que temer de la cólera del rey de Francia; Mons. Scotti le respondió que no había excusa alguna que oponer, «ya que el Papa lo quería así absolutamente[15]«. El sr Berthe, en el compromiso más extremo, se fue en busca del cardenal de l’Este y Gueffier, agente diplomático de Francia en Roma, y encargado de la dirección de los asuntos en ausencia de los embajadores, y éstos le aconsejaron resistir a las órdenes del Papa o, si había que ceder a la coacción, abandonar la casa de la Misón con todos los Padres franceses, amenazándole con la cólera del Rey, si no adoptaba uno de estos dos partidos. El superior, con la esperanza de que el pontífice desistiría, una vez que conociera tales exigencias, fue a comunicárselo a Mons. Scotti; pero éste resistió y le declaró que el Santo Padre «quería ser obedecido». Al volver a la casa de la Misión, el sr Barthe encontró a la gente del cardenal de Retz que habían traído ya parte del equipaje del cardenal a su vivienda y que comenzaban a tender tapicerías, lo que le obligó a ceder a esta violencia, sin poder hacer otra cosa sino dar aviso lo antes posible, al sr Vicente, su superior, para que se lo diera a conocer a la corte cómo había sucedido[16]«. Inocencio X se había pronunciado de una forma tan firme, para que sus órdenes fuesen ejecutadas inmediatamente, que el cardenal de Retz pudo instalarse en casa de los Padres de la Misión, sin encontrar ya resistencia por parte de los cardenales d’Este, Bichi y Antoine Barberini.

Durante la huida del castillo de Nantes, Retz, al caerse del caballo, se había dislocado el hombro; se había puesto en las manos de cirujanos torpes, quienes no habían logrado hacer entrar el hueso en su cavidad, y sufría desde entonces dolores insoportables. Se aprovechó de su estancia en los Lazaristas, para someterse a una nueva operación. Nicolo, el cirujano más famoso de Roma, le dislocó el hombro por segunda vez, causándole atroces sufrimientos, sin conseguir volver a ponérselo al igual que sus colegas[17] Entre tanto (7 de enero de 1655), murió Inocencio X, cuya pérdida fue tanto más sentida al cardenal de Retz cuanto la creía, por su parte, muy justamente irreparable. Mazarino, en previsión de la muerte próxima de Inocencio y con la esperanza de darle un sucesor menos hostil a su política y a su persona, había enviado a Roma, con el fin de dirigir la facción francesa en el cónclave, a Hugues de Lionne, en calidad de embajador extraordinario ante los príncipes de Italia. Éste tenía otra misión que cumplir, era obtener del nuevo Papa el nombramiento de comisarios eclesiásticos para juzgar al cardenal de Retz. Lionne era portador de un acta de acusación formidable contra el antiguo jefe de la Fronda, acta en la cual estaban numerados no solamente todos los crímenes de lesa majestad, verdaderos o supuestos, que había cometido o pudo cometer durante la guerra civil, sino también todos los pecadillos de juventud, sus duelos y sus galanterías.

Lionne había llegado a Romas pocos días después de la muerte de Inocencio X, y no había tardado en enterarse que el cardenal de Retz había encontrado un refugio en casa de los sacerdotes de la Misión. Luis XIV se había enterado, por su parte, de la noticia que el ilustre proscrito había recibido la hospitalidad en un convento francés, pero ignoraba aún en cuál, y envió a Lionne las instrucciones más rigurosas contra Retz y contra los que le hubieran dado asilo[18].

Al cabo de unos días, el conde de Brienne, secretario de estado de los negocios extranjeros, escribía, por su parte, a Lionne: «todo el mundo ha ido en contra de los Padres de la Misión, que han recibido al cardenal (de Retz) en su casa. El P… (sin nombre) Jesuita, quien le ha visitado, ha sido tratado de arrebatado, y los Padres de la Sociedad han sido los primeros en acusarle de ello. Juzgad por ahí cuál puede ser la disposición de nuestra corte hacia el cardenal[19]…»

Provisto con tales instrucciones, Lionne las ejecutó con tanto más rigor por tener que hacer olvidar a Mazarino, por un exceso de celo sus pequeñas perfidias mientras que éste se había visto forzado a refugiarse a orillas del Rin. Esto es lo que escribió a Brienne, el 31 de enero: «·Como todos los franceses me han hecho la gracia de venir a verme a mi llegada, supe por uno de los míos (el abate Charrier, servidor de Retz) que me esperaba en mi antecámara, de donde le mandé salir con energía como a los demás. Hice lo mismo con el superior de la Misión, quien había venido también e insistía en querer hablarme para, según decía, justificarse por la orden expresa que había recibido del Papa de alojar a dicho señor cardenal; pero le mandé a decir también que yo no podía verle, e hice acompañar a esta segunda respuesta de la más seca reprimenda que pude en semejante asunto[20]«.

Algunos días después, Lionne recibió la orden de Luis XIV de expulsar de Roma a los Padres franceses de la Misión, y así es cómo cuenta a Brienne que ha puesto esta orden en ejecución:

«…Dejo los asuntos del cónclave para deciros que habiendo recibido vuestro comunicado del 9 (de enero), con la orden del Rey de mandar salir de Roma y remitir a Francia al superior de la Misión y a los demás Padres franceses que han alojado al sr cardenal de Retz, envié a buscar a dicho superior, a quien remití el original de la orden y mandé que me dieran un recibo. Hizo salir el mismo día a los demás Padres, que eran tres, y él, después de dar algunas órdenes para los papeles y los asuntos de la casa, en la que quedaron ocho sacerdotes italianos, salió también; pero comprendí, por su conversación conmigo, que podría muy bien esperar noticias del sr Vicente en el Estado de Florencia. Ello ha causado revuelo en esta corte, ventajoso al servicio del Rey[21] …»

No contento con esta hermosa hazaña contra pobres sacerdotes sin defensa, Lionne prohibió a los Franceses tener ningún comercio con el cardenal de Retz, y expulsó de Roma a todos sus amigos y servidores. En cuanto a Retz, gracias a la púrpura de que estaba revestido, pudo desafiar impunemente todas las cóleras y las amenazas del enviado de Mazarino, quien solicitó en vano su declaración de acusado ante el nuevo papa Alejandro VII.

De esta manera contaba Vicente de Paúl al sr Ozenne, superior de la Misión en Varsovia, lo que había pasado a propósito de la hospitalidad que sus padres de Roma habían dado a Retz:

«Es cierto que nuestra casa de Roma está en un estado de sufrimiento, como lo habéis sabido por la Gaceta de esa corte; es por haber recibido en ella a Monseñor el cardenal de Retz, por mandato del Papa, antes de conocer la prohibición que había hecho el Rey de comunicar con él, el cual habiendo encontrado malo este acto de obediencia hacia Su santidad y de agradecimiento hacia nuestro arzobispo y bienhechor, ha hecho saber al sr Berthe y a nuestros Padres franceses mandato de salir de Roma y regresar a Francia, lo que han hecho. De manera que el sr Berthe está ahora en Francia o a punto de llegar por pura obediencia».

Vicente de Paúl, antes de conocer las instrucciones del Rey, y cediendo a un primer movimiento de su gran corazón, había dado la orden al sr Berthe de recibir en su casa al ilustre proscrito. Podía pues por su parte aplaudirse por esta buena acción o por esta buena intención, que el sr Berthe, debido a las amenazas de los agentes de Luis XIV, no había podido cumplir sino a desgana.

Vicente de Paúl, con el fin de hacer claramente acto de sumisión a las órdenes del Rey, pronunció estas palabras ante la comunidad, reunida en San Lázaro, el domingo 5 de abril (de 1655):

«Tenemos razón para dar gracias a Dios por lo que ha sucedido con Mons. el cardenal de Retz, a quien ha recibido la Misión de Roma en su casa: 1º Por haber hecho en este caso un acto de agradecimiento, ordenando al superior de la Misión en Roma que debería recibir en la Misión a dicho señor cardenal; y finalmente, en segundo lugar, por haber puesto en práctica otro hermoso acto de obediencia, obedeciendo al mandato del Rey, el cual no sintiéndose satisfecho por las conductas de dicho monseñor cardenal de Retz ha visto mal que se le haya recibido en nuestra casa, en Roma, lo que le ha dado motivo de mandar al superior de dicha casa de la Misión de Roma y a todos los sacerdotes misioneros franceses que en ella había salir de Roma y regresar a Francia; y el superior ya está aquí».

 


[1] Carta del magistrado de Valençay a Mazarino (25 de agosto de 1653). (Archivos del ministerio de asuntos exteriores).

[2] París, 27 de marzo de 1654.

[3] Mémoires du P. Rapin, t. II, p. 224.

[4] Véase en el Port-Royal de Sainte-Beuve, edic. de 1867, t. V, en el Apéndice, nuestra memoria intitulada: le Cardinal de Retz et les Jansénistes, p. 526 a 605.

[5] Mémoires de Guy de Joly et Mémoires manuscrits du P. Batterel.

[6] Cloysault y el P. Batterel.

[7] El P. Batterel tomó parte de su relato de un canónigo jansenista, el sr Hermant, quien dejó una voluminosa Histoire du Jansénisme, manuscrita (primera parte, lib. III, cap. XXXVIII).

[8] Lettre de Mgr l’émnentissime cardinal de Retz, archevêque de Paris, à MM. Les archevêques et évêques de l’Église de France, in-4º de 25 páginas, sin nombre de impresor. La carta estaba fechada en Roma, el 14 de diciembre de 1654.

[9] Réflexions sur une lettre envoyée de Rome aux archevêques et évêques de France, sous le nom du cardinal de Retz, 1655, pequeño in-folio de 40 páginas, sin nombre de lugar, de impresor y de autor. Avis sincères d’un évêque pieux et désintéressé, envoyés au cardinal de Retz sur une Lettre publiée dans Paris sous le nom de ce cardinal, 1655, sin nombre de lugar, de autor y de impresor, pequeño in-folio de 126 páginas.

[10] Libelo citado por el P. Batterel, y que no hemos podido descubrir en ninguna parte.

[11] Véase mi Mémoire sur le cardinal et les Jansénistes, en el Apéndice del t. V, de Port-Royal, de Sainte-Beuve, edic. de 1867.

[12] El cardenal de Retz cuenta esta escena del modo más cómico en sus Mémoires, t. V de la edición Hachette, p. 12 a43.

[13] Gueffier, agente diplomático de Francia en Roma, dice que el cardenal de Retz rechazó esta oferta del Papa, para ir a residir a casa de los Padres de la Misión. (Carta de Gueffier a Brienne, Roma, 14 de diciembre de 1654.

[14] Retz dice simplemente en sus Memorias que recibió la hospitalidad en la casa de la Misión en Roma, pero no dice nada de las persecuciones que atrajo esta hospitalidad a los misioneros.

[15] Negociaciones del sr Gueffier, agente de Francia en Roma, t. VI, fondos Colbert, 361 de los Vc, Biblioteca nacional, manuscritos. Cartas de Gueffier a Brienne, 7 de diciembre de 1654.

[16] Carta de Gueffier a Brienne, del 7 de diciembre de 1654.

[17] Mémoires de Retz, t. V, p. 13.

[18] «Se me ha informado, escribía el Rey a Lionne, en fecha del 1º de enero de 1655, que el Papa había deseado que el cardenal de Retz fuera recibido en una casa de religiosos franceses. ¿De qué Orden se trata? Es lo que no está bien claro, pero la sospecha no recae ni sobre la Trinité du Mont (la casa de la Misión), ni sobre Saint-Antoine, ya que en la otra hay religiosos italianos y en mayor número que Franceses que, en ésta no los han permitido nunca de otra nación que la suya; y que el superior se inclinaba a obedecerlo -a la orden del Papa), excusándose por la queja -por la queja de Lionne por parte del Rey), de la que estaba sorprendido, de algunos malos tratos -de parte del Superior). Si había repugnancia en obedecer -en obedecer a las órdenes del Rey) y presentara resistencia, deseo que le informéis para hacerle entender que su tibieza en mi servicio me desagrada, y hacerle comprender que mi resentimiento no se extiende más allá de su persona, para en caso de que se haya defendido mejor de lo que parecía dispuesto, o si hubiera tenido la fortuna que el cardenal (de Retz) hubiera preferido otra residencia y la habría tomado, dejarle con la aprensión de un castigo seguro, si no ha tenido el valor de seguir el ejemplo del comandante de Saint-Antoine lo que no tardaréis en aclararme. No me resta sino recordaros que debéis hablar con la gravedad y la altura conveniente de un ministro del rey de Francia, sucesor de los que han engrandecido lo temporal de la Iglesia, y que le han dado la soberanía de Roma y los derechos reales, y haced, con una conducta uniforme, temerlo todo al Papa y esperarlo todo al Sagrado Colegio, para que se cambie de manera de obrar -archivos de los asuntos extranjeros)».

[19] Arcivos de los asuntos extranjeros. Correspondencia de Roma.

[20] Archivos del ministerio de asuntos extranjeros. Correspondencia de Roma.

[21] Archivo de los asuntos extranjeros. Lionne a Brienne, 8 de febrero de 1655.

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