San Vicente de Paúl, un perfecto realizador de la voluntad de Dios (III)

Mitxel OlabuénagaSantiago MasarnauLeave a Comment

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  1. ¿COMO REALIZA SAN VICENTE LA VOLUNTAD DE Dios?

Buena parte de lo dicho hasta ahora ya es realización de la voluntad de Dios por parte de san Vicente. Y es que el cumpli­miento no se ciñe tan sólo a las acciones concretas que marcan un proceder, sino que incluye todo el proceso del conocer y del proyectar. La mirada a Cristo y la mirada a los pobres, así como toda esa formación que permitió a san Vicente saber de la volun­tad de Dios, eran realización concreta de ese querer divino. Por­que era precisamente el ver a Jesús evangelizando lo que le hacía comprender a san Vicente que evangelizar es la voluntad de Dios. Era el ver a los pobres tan necesitados de pan y de Evan­gelio lo que le llevaba a entender que compadecerse de ellos y servirles es la voluntad de Dios. Y era la reflexión y el estudio de los maestros espirituales lo que le ayudaba a fijarse en los distin­tos acentos que nos alertan de la voluntad de Dios. Vivir en esa actitud de contemplación y de apertura era, pues, para nuestro Fundador realización de la voluntad de Dios.

No se agota ahí, sin embargo, esa vivencia en san Vicente. Realizar la voluntad de Dios es algo que ocupa toda su existen­cia y llena toda su persona. Por eso nos damos cuenta de que pro­fundizó en el cumplimiento de la voluntad de Dios revistiéndo­se de unas actitudes, entregándose al proyecto salvador de Dios y asumiendo su querer en el día a día.

  1. a) Revistiéndose de unas actitudes

Nuestro pensar y nuestro sentir, nuestro proyectar y nuestro obrar no responden tan sólo a nuestra naturaleza o a un análisis de la realidad. Todo eso depende en buena medida de las actitu­des que nos identifican y que configuran nuestra personalidad. Son actitudes que vamos adquiriendo en todo nuestro crecimien­to por las influencias familiares, la formación que recibimos, la espiritualidad que cultivamos y las experiencias que vivimos. Las actitudes condicionan después fuertemente nuestros plante­amientos y nuestras opciones. De ahí que sea tan importante el conocerlas para saber qué nos ha interesado, qué nos sostiene y qué nos mueve. Contemplar ahora algunas de esas actitudes en san Vicente nos permitirá identificar cuál era el sustrato de su realización de la voluntad de Dios. ¿Qué actitudes sostenían y animaban a nuestro Fundador?

— La humildad. Este es el primer punto de referencia, a decir del P. Ibáñez Burgos, para descubrir la trayectoria vicenciana de la experiencia de la voluntad de Dios. Sabido es el aprecio de esta virtud por parte de nuestro santo y cómo la consideraba la puerta de las demás virtudes. Por eso cuando mira al Hijo de Dios y su encarnación en cumplimiento de la voluntad del Padre, ve que es la humildad lo que hace posible ese misterio. Y entien­de entonces que es la humildad la virtud que, descentrándonos de nosotros mismos, nos adentrará en el ser de Dios abrazando su voluntad. «¿Qué otra cosa fue la vida de Jesucristo sino una serie de ejercicios de humildad? Es una humillación continua, activa y pasiva; él la amó tanto que no se apartó nunca de ella en la tierra… pidámosle con toda humildad que nos conceda la gracia de participar en esa humildad suya y de practicarla como él lo hizo durante toda su vida».

— La sencillez. Se trata del segundo espacio que mueve a san Vicente a abrirse al «buen querer» de Dios. Ve en Cristo cómo vive la sencillez de manera absoluta, siendo transparente y veraz. Y entiende desde ahí que esa es la virtud que Dios quiere para los misioneros. «¡Qué agradable a Dios es la sencillez!, les dice a los misioneros. ¿Queréis encontrar a Dios? Está con los sen­cillos… Hemos de entregarnos a Dios para hacernos agradables a sus ojos por medio de esta virtud de la sencillez».

— La indiferencia. Es para san Vicente el estado propio de quien busca someterse perfectamente a las órdenes de la Provi­dencia. Contempla ese estado en el Hijo Jesucristo, que se some­te en todo, hasta la muerte, a la voluntad de su Padre. «¡Qué her­moso ornamento es para un misionero la santa indiferencia!, le escribe a un sacerdote de la Misión. Si alguna vez nos despoja­mos totalmente de nuestra propia voluntad estaremos entonces en situación de hacer con seguridad la voluntad de Dios, en la que los ángeles encuentran toda su felicidad y los hombres toda su dicha» .

— El abandono. Muy relacionado con la indiferencia, el abandono implica un acto de renuncia al juicio y a la voluntad propio: se les impone silencio con el fin de lograr que Dios obre a su manera. Uno se deja conducir por la acción divina, pero sin preocuparse de conocer explícitamente las razones y los fines que Dios tiene. Se trata, en suma, de una conformidad con el «buen querer» de Dios, pero una conformidad nacida del amor y llevada a un grado elevado. «Le ruego, padre, escribe san Vicente a un misionero, que le pida a Dios la gracia de abandonarnos por completo a sus divinos designios. Hemos de servirle según str gusto y renunciar a los nuestros. Lo necesario es que seamos (le Dios, y así estaremos en la mejor situación en que pueden estar sus mejores hijos».

— La conformidad. Es otro de los rasgos reveladores del alma entregada. Está el alma en conformidad con la voluntad divina cuando, aceptando las órdenes de Dios, se pone en dispo­sición de modelar sus juicios, sus tendencias voluntarias, todos sus sentimientos interiores y todos sus actos externos según aquello que se le presenta como voluntad de Dios. Da muestra san Vicente de esta actitud cuando «en ocasión en que cierta enfermedad amenazaba con arrebatarle a varios de sus sacerdo­tes, sobre todo a uno de los más preclaros de la compañía, dijo a su comunidad: Le pediremos a Dios que lo conserve, pero %metiéndonos por completo a su divina voluntad; pues hemos de creer, y es verdad, que no sólo su enfermedad, sino también las enfermedades de los demás, y todo lo que le pase a la Com­pañía, se debe a sus designios y es para provecho de la misma Compañía. Por eso, al pedir a Dios que dé la salud a los enfer­mos y que atienda a todas sus necesidades, que sea siempre con la condición de que sea ese su beneplácito y su mayor gloria».

— La confianza. La conformidad con la voluntad de Dios se asienta en la confianza en un Dios providente que lo dispone todo para nuestro bien. Porque nos sentimos envueltos por el amor de Dios, nuestra alma se abre a la caridad. De ese modo, el respeto y la confianza se hacen filiales y la conformidad de nues­tra voluntad a la voluntad de Dios se establece por un motivo de amor. San Vicente se lo recordaba de continuo a sus seguidores: «El verdadero misionero no tiene que preocuparse de los bienes de este mundo, sino poner toda su confianza en la providencia del Señor, seguro de que, mientras permanezca en la caridad y se apoye en esta confianza, estará siempre bajo la protección de Dios».

Todas estas disposiciones desde las que san Vicente quería vivir y ayudar a vivir a sus seguidores no eran otra cosa sino reflejo de las actitudes del mismo Cristo. Al fin y al cabo, lo que nuestro santo pretendía era revestirse del espíritu de Jesucristo para conformarse en todo a su ser y a su obrar. Ese espíritu no consiste, dice san Vicente, sino en una sola cosa: tener siempre una gran estima y un gran amor de Dios. «Jesucristo estaba tan lleno de él que no hacía nada por sí mismo ni por buscar su satisfacción: ‘hago siempre la voluntad de mi Padre, hago siempre las acciones y las obras que le agradan. Y lo mismo que el Hijo eterno despreciaba el mundo, los bienes, los placeres y los honores, por ser esta la voluntad del Padre, tam­bién nosotros entraremos en su espíritu despreciando todo eso como él».

  1. b) Entregándose al proyecto salvador de Dios

En Jesucristo ve san Vicente que las actitudes que lo distinguen son aquellas que le permiten adentrarse con la mayor confianza en la virtud de la obediencia y realizar con mayor garantía la voluntad del Padre: evangelizar a los pobres. Y es que de esto es de lo que se trata: de revestirse del espíritu de Jesucristo para participar con Él de la misión recibida de lo alto. En esa misión es donde san Vicente aprecia el sentido profundo de la voluntad de Dios, de ahí que se entregue a ella con admiración y responsabilidad. Es una misión, por otra parte, que nuestro fun­dador ve concentrada en cuatro acciones principales: la evangeIización de los pobres, el servicio a los pobres, la compasión para con los pobres y la búsqueda del Reino de Dios.

– La evangelización de los pobres

Si alguna idea tiene clara san Vicente, y lo hemos leído todos ‘michas veces en sus escritos es que la evangelización de los pobres es la misión propia de Jesucristo, su vocación y lo que da sentido a su presencia en la tierra. «Evangelizar a los pobres es un oficio tan alto, les decía a los misioneros, que es por excelen­cia el oficio del Hijo de Dios». Evangelizando a los pobres es como Jesucristo cumplía la voluntad del Padre, ya que para eso había sido enviado a los hombres. En esa perspectiva compren­de Vicente la vocación del misionero: «A nosotros se nos dedica a la evangelización, dice, como instrumentos por los que el Hijo de Dios sigue haciendo desde el cielo lo que hizo en la tierra. ¡Qué gran motivo para alabar a Dios hermanos míos, y agradecerle incesantemente esta gracia!» Dice aún más en esa misma conferencia: «Lo especial del misionero es dedicarse como Jesucristo a los pobres. Por tanto, nuestra vocación es una continuación de la suya o, al menos, puede relacionarse con ella en las circunstancias.

Como en Jesucristo, lo esencial de la voluntad de Dios, es decir, la evangelización de los pobres, lo tuvo san Vicente claro. Lo que le costó más fue entender que era también voluntad de Dios la fundación de una Congregación nueva dentro de la Igle­sia. Sabemos de sus dudas e incertidumbres entre 1618 y 1625. Por dos veces hace Ejercicios en Valprofonde y Soissons en 1624 con el fin de discernir si ese apremio de fundación es deseo de Dios o sugestión del maligno. Pretende, ante todo, dotarse de una santa indiferencia que le ayude a mostrarse disponible al querer de Dios. Por fin, consulta a su director espiritual, el buen señor Duval, y oye de él una sentencia definitiva: «El siervo que cono­ce la voluntad del Señor y no la cumple recibirá muchos azotes». Es el golpe definitivo. Vicente siente que el Señor quiere que se dedique junto con quienes deseen acompañarlo a la evangeliza­ción de los pobres. La fundación de la Congregación de la Misión está decidida; no porque san Vicente lo desea, sino por­que es la voluntad de Dios.

Parecido proceso es el que se experimenta en el caso de las Hijas de la Caridad. También ellas han sido elegidas por Dios para «hacer lo que el Hijo de Dios hizo en la tierra. ¿Y qué es lo que hizo principalmente? Después de haber sometido su voluntad obedeciendo a la santísima Virgen y a san José, trabajó continuamente por el prójimo, visitando y curando a los enfermos, instruyendo a los ignorantes para su salvación. ¡Qué felices sois, hijas mías, por haber sido llamadas a una condición tan agradable a Dios!». Condición tan agradable que llegará a asombrar más adelante a nuestro santo: » ¡Hacer lo que Dios mismo hizo en la tierra! ¿Verdad que hay que ser perfectas? Sí, hermanas mías… Pedid a Dios la gracia de conocer bien la grandeza de vuestra ocupación y la santidad de vuestras acciones». Es una vez más a la vocación y misión de Jesucristo a la que se asocia en sus Hijas san Vicente. Y es el cumplimiento de su santa voluntad el que se impone.

Porque, como en el caso de los misioneros, no se atribuye san Vicente a sí mismo la fundación de la Compañía. «No se puede dudar, les dice a las hermanas varias veces, de que es Dios el que os ha fundado. No ha sido la señorita Le Gras; ella no había pensado nunca en eso. Tampoco yo había pensado… San Pablo dice que todo bien proviene de Dios; y san Agustín que toda obra buena que no tiene autor, proviene infaliblemente de Dios. Quién no estará seguro de que la vuestra tiene solamente a Dios como autor?». De hecho, la historia misma nos revela el cuidado con que san Vicente quiso ver la voluntad de Dios antes de decidirse a fundar la Compañía. La experiencia de las carida­des le iba descubriendo nuevas necesidades y planteando desafí­os. El encuentro con Margarita Naseau, a comienzos de 1630, le pone sobre la pista. Vienen después las dudas y las consultas con santa Luisa: «Le ruego, señorita, que no piense en ello hasta que nuestro Señor haga ver lo que Él quiere, ya que ahora le da sen­timientos contrarios». Serán de nuevo unos ejercicios espiri­tuales, en agosto o septiembre de 1633, los que abran a los Fun­dadores el camino para la creación de la comunidad.

Santiago Azcárate

CEME  2011

 

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