A los 17 años Pedro Opeka hizo su primera casa en Junil de los Andes, entre los indios mapuches, y desde entonces no ha parado por dar dignidad a los más pobres. Sobre todo desde que comenzó su trabajo en Akamasoa, que significa «buenos amigos».
Ingresó en la congregación de San Vicente de Paúl en Argentina. Estudió Filosofía en Eslovenia y Teología en Francia. A los 27 años se ordenó sacerdote y fue destinado a Madagascar.
Su primera experiencia en Madagascar transcurrió en Vangaindrano, al sureste del país. Estuvo 15 años animando la parroquia y allí comenzó a sentir la necesidad de estar junto a la gente. Cultivó arroz para sobrevivir, metiéndose en el barro como cualquier campesino malgache. Con ellos jugó al fútbol, llegando a ser una estrella del equipo local. Según cuenta él mismo, «el fútbol fue el camino para ganarme su confianza y sentirme entre ellos».