En el seminario de Renovación, dicho de otro modo, en la casa de Santa Cruz, el 1º de agosto de 1720, el Sr. Mayrice Faure, originario de Doucy-en-Beauge, diócesis de Ginebra, rindió dulcemente su alma en las manos del Creador a la edad de unos setenta y tres años de los que habíaq pasado cuarenta y dos en la Comgregación. Había vivido siempre en ella con paz, dulzura. Humildad, regularidad y edificación. Antes de ser misionero había estado muy unido con Mons. d’Arenthon d’Alex, su obispo en ls diócesis de Annecy. Cuando éste le vio marcharse de su parroquia para entrar en la Congregación, sintió un vivo dolor, pues tenía por él una alta estima a la vez que un afecto muy particular y muy paternal.
Fue admitido enn el seminario interno de San Lázaro, y como había traído consigo un tesoro de virtudes adquiridas ya en el siglo, no fue necesario tenerle largo tiempo en el seminario. El Sr. Superior general juzgó conveniente dedicarle al trabajo, y durante algún timepo fue encargado de enseñar la teología a nuestros eswtudiantes de la casa de los Inválidos, en París. Fue enviado a Sedan, luego a Sarlat (1684-1690) para la fundación del seminario y de las misiones.Por último, el Sr. Jolly, superior general, le encargó a pesaqr de sus repugnancias y las observaciones que hizo, de la parroquia de Fontainebleau. De allí salió para gobernar por algún tiempo toda la Congregación en calidad de vicario general. Ejerció este empleo de una manera muy santa, con una sabiduría y una prudencia extraordinarias. Fue luego nombrado asistente del superior general el Sr Pierron y, después de la asamblea general de 1703, párroco de los Inválidos en París, de donde pasó a su primera parroquia de Fontainebleau. Por último, en la última asamblea general, fue asignado asistente y admonitor al al Sr. Bonnet, superior general. En todos estos distinyos empleos fue siempre el mismo, perfectamente apartado del mundo, lleno del espíritu de la Congregación, muy unido a Dios por medio de la oración y del ejercicio de su divina presencia y también de una vida en común, sólidamente virtuosa y mortificada en todo. Por esto gozaba de alta estima, y era honrado y querido por todos sus cohermanos ; él por su parte los estimaba, los honraba y los amaba a todos perfectamente.
El seminario de Renovación era dirigido por él con mucha prudencia, bondad, regularidad ; precedía a todos por su buen ejemplo y practicaba él mismo lo que pedía de los demás para su adelanto espiritual. El Sr. Bonnet, que ha puesto la mano en esta breve relación que transcribimos, añade que su muerte le causó un vivo dolor, no sólo por el gran bien que el Sr. Faure hacía en la Congregación entera, sino también por haber perdido a un consejero que le era querido y un modelo de todas las virtudes, sobre todo de caridad ; que en su oficio de admonitor y en el de asistente, se le podía hacer la justicia de decir que nunca se le había visto obrar por capricho, ni por pasión, ni por consideración humana, sino tan sólo buscando agradar a Dios y sevir a su prójimo. «Mi aflicción es grande y profunda, dice este superior general, y no sé cómo he podido continuar hasta aquí con este relato sin que no hayan venido las lágrimas a interrumpirme. Terminó, con el corazón muy afectado y oprimido de dolor, para dar vía libre a mis lágrimas y a mis suspiros».
Estas expresiones tan vivas muestran qué impresionado estaba el Sr. Bonnet por esta muerte, qué estima y qué aflicción tenía este superior general por el llorado difunto.