El Sr. Renée Simón fue uno de los hombres más notables que fueron admitidos en la Congregación en tiempos de nuestro santo fundador. Nacido en Laval, diócesis de le Mans, fue recibido por san Vicente, el mes de agosto de 1650, a la edad de vente años, siendo clérigo.
Ordenado sacerdote en Polonia con el Sr. Durand, poco después de su regreso de Varsovia, san Vicente le envió a Italia, para hacer la clase a los estudiantes, que se encontraban entonces en la casa de Génova. Dos cartas de nuestro santo al superior de esta casa son un testimonio de su capacidad y de la estima muy particular que tenía de él. Como prueba traeremos aquí el hecho siguiente: aunque nuestro santo no lo aprobara, en sus cartas, que el Sr. Simon dictara a sus alumnos sus escritos, en lugar de limitarse a la explicación del autor que tenían en las manos; no obstante, se abstuvo de hacer una prohibición formal y le dejó continuar hasta el fin del año el curso tal como lo habían comenzado.
No sabemos los empleos que tuvo el Sr. Simon después de Génova. Nada, en los documentos que nos quedan, nos permite seguir su rastro. Pero le encontramos entre los miembros de la Compañía que formaron parte de la asamblea general convocada por el Sr. Alméras, y él asistía como secretario de la Congregación.
El acta más importante de esta asamblea fue la elección de los artículos de las constituciones, a propósito de nuestra forma de gobierno para someterla a la aprobación del Soberano Pontífice, y la asamblea designó para este efecto a los Srs. Jolly y Fournier, primero y segundo asistentes de la Congregación, y les añadió al Sr. Simon como tercer miembro de esta comisión; y con esta elección la asamblea demostró la alta consideración que tenía por el Sr. Simon. Terminado este trabajo, y cuando se trató de nombrar a un misionero dispuesto para tratar en Roma este asunto, que presentaba sus dificultades, la asamblea designó al Sr. Simon, a quien otorgó los poderes más extensos en esta circunstancia.
El Sr. Alméras al enviar al Sr Simon a Roma, le nombró superior de la casa de Monte Citorio, en el lugar del Sr. Martín, y visitador de la provincia de Italia, reemplazando al Sr. Jolly.
A su llegada a Roma, se ocupó con celo del asunto que le llevaba allí, y en su audiencia, se ganó de tal manera el afecto de Clemente IX, que logró que Su Santidad quisiera nombrar una comisión particular de seis prelados para examinar las constituciones que le presentaba. Y un año después, el Sr. Simon tuvo el consuelo de ver un escrito del Santo Padre, que decía que podían ser aprobadas con las modificaciones introducidas. La muerte del Soberano Pontífice, que sucedió poco después, retrasó la expedición del Breve, pero lo consiguió muy pronto después de su sucesor Clemente X, el 2 de junio de 1670.
Mientras que el Sr. Simon negociaba este asunto con la congregación señalada, de la que formaba parte el célebre Prosper Fagnani, se ocupaba también ante el prelado, secretario del Congregación del concilio, de otro asunto que no cedía al primero en importancia.
El Sr. Alméras le había encargado de obtener la indisolubilidad de nuestros votos; y sus negociaciones tuvieron tal éxito que, pocos días después del primer breve, apareció otro de Clemente X que declaraba que no podía verse uno desligado de los votos más que por el Papa o el Superior general, en el acto de la dimisión de la Congregación.
Obtuvo al año siguiente, del mismo Pontífice, otro Breve que no se puede considerar como el resultado particular de sus cuidados sino como un testimonio de la alta estima y de la gratitud de la que se encontraba animado para con la congregación el cardenal Spínola, obispo de Sutri y Nepi. Entre tanto, pasó por sus manos, ya que lleva la fecha del 10 de julio de 16712/ era para los misioneros la autorización de confesarse unos a otros en los viajes, y abrir las cartas de la Penitenciaría que exigieran un doctor en teología.
Algunos años después, el Sr. Simon obtuvo también del mismo papa Clemente X un cuarto breve más importante a petición del Superior general Jolly (para la elección del cual contribuyó en su calidad de visitador de la provincia de Italia a la asamblea general que tuvo lugar en 1673), por el que se concede a todos los misioneros de las casas existentes y que existan en lo futuro, en cualquier lugar en que estén establecidas, «omnium Christi fidelium etiam infirmorum confessiones (præviis tamen eorumdem presbyterorum ad audiendas confesiones examine et approbatione ordinariorum locorum respective) audiendi, eosque omnes ex omnibus censuris ecclesiasticis et peccatis eorum, etiam in casibus Sedi Apostolicæ reservatis (exceptis contentis in litteris apostolicis die cœna Domini legi solitis ) in foro conscienti duntaxat absolvendi, necnon vota quecimque (ultramarino etc. exceptis) in alia pietatis opera commutandi.» Este breve es del 26 de septiembre de 1674.
A comienzos de septiembre de 1677, cedió el lugar de superior de Monte Citorio al Sr. Martin, llevándose consigo la estima de todo el mundo y dejando los recuerdos más honrosos, sea por el feliz éxito de los asuntos que gestionó, sea por haber procurado a la casa, por la munificencia de Clemente IX, una suma de 7,180 libras, es decir de 715 al mes, por el decreto de julio de 1667, y ello cuando este Pontífice llevaba apenas un mes promovido.
¿Qué le pasó al Sr. Simon, cuando se encontraba en la fuerza de la edad, apenas cumplidos los cuarenta, para merecer dejar el cargo de visitador de Italia? No se sabe. Tan sólo, se lee en una carta del Sr. Pierron, procurador general, al Sr. Anselme, con fecha del 17 de octubre de 1701 que, hallándose en Roma en tiempos del cardenal Aldarone Cibo, tenía siempre las entradas libres en su casa, y que fue esto lo que ocasionó desgracias.
Luis XIV se creyó ofendido en su dignidad por la publicación de la Bula de Inocencio XI del 12 de mayo de 1687, contra las libertades de la Iglesia galicana, que infligía la pena de excomunión, incurrenda ipso facto, por todos aquellos que las sostenían. Para declarar su descontento, el cristianísimo rey, olvidándose del respeto debido al Soberano Pontífice, tuvo la debilidad de ordenar a su embajador, el conde Lavardin, que ocupara el palacio Farnesio con mil doscientos hombres de tropa, y lo ocupó en efecto durante diecisiete meses.
Este procedimiento excitó a los que habitaban los alrededores del palacio a burlarse de la excomunión y de la indignación de Roma entera. Este asunto, unido al de la Regale y de las famosas proposiciones de 1682 había provocado el mal humor del rey contra el Pontífice y su secretario de Estado, el cardenal Cibo. Bien, sucedió lamentablemente que en esta época se interceptó una carta del Sr. Simon en la que se trataba de su fidelidad cardenal Cibo, y esta carta fue denunciada al rey.
No se necesitó más para que el Sr. Jolly, superior general, fuera llamado, recibiera orden de llamar a Francia al Sr. Simon, y de mantenerle lejos de París. El Sr. Simon debió someterse, y fue enviado a Cahors donde murió sin haber podido digerir este bocado (expresión del Sr. Pierron). Este fue el final de un hombre digno de mejor suerte, y cuyos méritos, conocidos muy tempranamente, prometían a la Compañía los mayores servicios.