Nacimiento. Luisa estaba convencida de que Dios había decretado que el sufrimiento comenzara a realizarse en ella desde su mismo nacimiento. Recordando su infancia, le fue fácil concluir que su nacimiento concreto fue la causa y el comienzo de una vida de dolor según estaba designado en el plan eterno de la divinidad.
En el siglo XVII, y más aún en Santa Luisa, el designio de Dios sonaba un tanto determinista. Para comprenderlo, tenemos que examinar su nacimiento. La cuna marcó su vida. La marca que le dejó, como un hierro candente, fue la marginación: marginada por las leyes, por la sociedad y por la familia. La soledad borró toda su adolescencia y envolvió, como un vaho, su juventud.
Luisa de Marillac nació el 12 de agosto de 1591, parece que en París. ¿Quién fue esa mujer? ¿Quiénes fueron sus padres? ¿A qué familia perteneció? Aún hoy día, casi no podemos responder.
Pero sí pidió respuesta a estas preguntas el Promotor de la Fe en Roma, durante el proceso de beatificación de Santa Luisa. En el archivo de la Casa Madre de las Hijas de la Caridad en París, hay un sobre con una indicación tentadora para ser abierto: «Processus Informativi de Sanctitate Vitae et Virtutibus Servae Dei Ludovicae de Marillac, Viduae Le Gras. Pars Secreta. Non aperienda nisi de mandato R.P. Promotoris Fidei Urbis». Es decir: «Del Proceso informativo sobre la santidad de vida y sobre las virtudes de la sierva de Dios Luisa de Marillac, viuda Le Gras. Parte secreta. No debe abrirse sin la autorización del R.P. Promotor de la Fe de Roma». Lacrado con cinco sellos, contiene una carta en la que se insta a los Superiores de las Hijas de la Caridad a que investiguen el nacimiento de Luisa de Marillac. Contiene también las respuestas; todas ellas, con raras divergencias, afirman que Luisa de Marillac es hija legítima de Luis de Marillac y de su legítima esposa Margarita Camus.
Gobillon la clasificó en la familia Marillac y dio nombre y apellidos de sus padres: Luis de Marillac y Margarita Camus. Cuando se introdujo la causa de beatificación, se dudó de la identidad de su madre; Coste cautelosamente indicó en una nota que era hija natural; Blochard lo dijo con claridad, pero de paso, en 1938; ANNALES lo sabía, pero lo ocultó en 1941; y quedó divulgado en 1960, cuando Calvet publicó en una edición popular que Luisa era hija del noble Luis de Marillac y de madre desconocidas.
Sin embargo, examinando y razonando los documentos que hoy poseemos, no se puede admitir sin más que Luis de Marillac fuera el padre de Luisa. Los argumentos sobre los que se apoya la paternidad de Luis son: el contrato matrimonial de Luisa, en el que se dice: «Señorita Luisa de Marillac, hija natural del difunto Luis de Marillac»; algunos documentos sobre donaciones hechas por Luis a Luisa en los que se declara: «mi hija natural», «hija natural de Luis de Marillac». En su testamento, Luisa llama a Luis de Marillac «mi difunto padre» (E 112). A pesar de todo, estas afirmaciones no convencen. A no ser por motivo de herencia, títulos o dinero, en el siglo XVII no eran muy delicados en la aplicación del parentesco. Ciertamente, es una Marillac. Hay cinco inconvenientes, difíciles de superar, que nos impiden aceptar así, sin más, esta paternidad.
La herencia que recibió.
Luis de Marillac había dicho de Luisa que «había sido su mayor consuelo en este mundo, y que creía que Dios se la había dado para que fuera el reposo de su espíritu en las aflicciones de la vida». ¿Por qué entonces, no la legitimó con vistas a la herencia? Luisa nació el doce de agosto de 1591, estando Luis viudo; éste casó en segundas nupcias el 12 de enero de 1595. Son casi cuatro años de viudez en los que no la legitimó. Su segunda esposa, Antonieta Camus, huyó de casa en enero de 1600, después de serios disgustos y vivió separada de él casi dos años. Con estos dos, llegan a diez los años en los que Luisa es hija única y amadísima, pero sin legitimar.
Aunque no era sencillo legitimar a una hija natural cuando era pequeña o había otros hijos legítimos, es extraño que no aparezca ningún intento por lograrlo. Los indicios son de que no quiso, ya que se esforzó por lograr como hija suya legitima a Inocencia, la hija adulterina de su segunda esposa3. Y si tanto amaba a Luisa y no la legitimó, es que no podía, porque era hija adulterina, sacrílega o de incesto, o sencillamente —y con más seguridad— porque no era hija suya.
En el siglo XVII, el niño pequeño no contaba; podía morir en cualquier momento dadas las calamidades y desgracias de los tiempos, y las innumerables enfermedades infantiles, incurables por entonces. A los bastardos, se los legitimaba cuando ya eran mayorcitos y podían sobrevivir y responder, ante la sociedad, de su apellido y de su casa. Una niña sólo comenzaba a serlo hacia los diez años. ¿Pensaba legitimarla Luis de Marillac y se le adelantaron los acontecimientos con el nacimiento de Inocencia?
Luisa tenía trece años a la muerte de su padre. Tenía edad suficiente para casarse y para ser legitimada, aunque el proceso fuera más costoso por haber otra hija legítima. ¿Sorprendió la muerte a Luis mientras pensaba en la legitimación? Nunca lo sabremos, aunque son muchos años pensándolo, y esto mismo nos induce a rechazar como hija suya a la hija que tanto quería.
Las actas de donaciones tampoco aclaran mucho, pero se inclinan hacia la negación de la paternidad. Los documentos hallados señalan: 100 libras de renta y un pequeño campo, por una parte, y en otras donaciones hay rentas por valor de 250 libras, de 50, 1200 y 300 libras. Son rentas conocidas, por valor de 1950 libras anuales5. Es poquísimo, si se compara con la fortuna de Luis de Marillac6. Cierto, los documentos aislados de entonces no suelen manifestar las fortunas; ni tampoco los contratos matrimoniales de la época aportan datos y cifras suficientes a la estimación de la dote, pero sí nos dicen que Luisa llevó al matrimonio 6.000 libras, de las cuales 2.000 en bienes comunes; ahora bien, su madrastra había llevado 18.000 libras a ese mismo título.
Los comentaristas de la coutume parisina indican que, cuando no hay otros hijos legítimos, los padres pueden otorgar a los hijos simplemente naturales cuanto quieran, como donación, y por testamento, los muebles, las adquisiciones y la quinta parte de la herencia antigua; si hay hijos legítimos, sólo la duodécima parte de la fortuna, pero si los hijos son bastardos, nacidos de incesto o de unión punible, sólo se les podrá dar para el alimento y, si son hijas, una dote moderada para que no caigan en la prostitución.
La exigüidad relativa de las donaciones de Luis de Marillac hacia una hija tan querida, robustecen la teoría de que Luisa no era hija de Luis.
Proceso de 1602.
Mayor dificultad aporta el proceso que, en 1602, mantuvo contra Luis de Marillac su segunda esposa, Antonieta Camus. En el proceso, se acusa a Antonieta de frecuentar la compañía de personas sospechosas, llevando con ellas una vida disoluta, de ausentarse de casa por largo tiempo, de dormir fuera de casa, cometiendo muchas insolencias y escándalos, así como de abandonar definitivamente a su esposo el 21 de enero de 1600, estando él gravemente enfermo. Aun viviendo con su marido, llevaba una vida tan vergonzosa que el hermano de Antonieta llegó a escribirle, diciéndole «que no era tiempo de reír, y que si ella no se portaba como debía, que él era hombre para, en defecto de su marido de Marillac, hacerla encerrar entre cuatro paredes, antes que sufrir deshonor por su causa».
¿Hay en esta frase subrayada una insinuación velada de que Luis es impotente? Porque ella acusaba a su marido, además de tiranía y brutalidad, de incumplimiento del débito matrimonial. Y que lo grave era que Luis no podía cumplir como esposo, porque era impotente:
«Ella sabe bien que el dicho Marillac tiene un defecto y que no puede ser como los demás ni lo ha sido, y que todo el mundo sabe bien esto, pues, si no se supiera, lo tendría en secreto y oculto, pero importa que se sepa la verdad por lo que pasó ya en el primer matrimonio. Y al instante, nos ha dicho que se necesita menos que nada para tener hijos. Y aclara que el dicho Marillac había sido mutilado del pequeño aparato… a saber: a la edad de siete y de catorce años, y aun desde los tres años está mutilado». (La frase subrayada ha sido tachada).
Dura acusación que, de ser cierta, probaría claramente que Luisa no era hija de Luis de Marillac. Y tiene todos los visos de ser totalmente cierta. Sería ridículo lanzar en un juicio una acusación cuya falsedad podía demostrarse fácilmente. La operación parece totalmente cierta por los testigos que aporta: Todo el mundo sabe bien esto, lo que pasó en el primer matrimonio. Antes, había dicho que todo el mundo cree y tiene la impresión de que Luis de Marillac es incapaz de matrimonio y de tener hijos, y más adelante dirá que aún vivían quienes habían hecho la «operación».
Ciertamente, las razones de la parte contraria no son de fiar, y más cuando hay de por medio una gran suma de dinero, como en este caso: Antonieta había llevado al matrimonio, en calidad de bienes comunes, la suma de 6.000 escudos (18.000 libras), efectivas únicamente después de que el matrimonio hubiera sido consumado. Puesto que el nacimiento de Inocencia confirma la consumación del matrimonio, para hacerse efectivamente con la propiedad de la suma, Antonieta precisa demostrar, por un lado, que Luis no es el padre, porque es impotente, por otro, que ella no es adúltera, porque, por la misma razón, el matrimonio fue nulo. Si se la reconociera adúltera, sería condenada (authentiquée) por adulterio y privada de sus derechos matrimoniales y maternales. Pero las anteriores pruebas son muy fuertes y dan a la acusación sensación de veracidad9.
Refuerza el rechazo de la paternidad de Luis de Marillac sobre Luisa el hecho de que durante el proceso nadie argumentó que Luis era potente, porque ya había tenido una hija. Se concluye, pues, que todo el mundo sabía que Luisa no era su hija .
Una carta a Valence de Marillac.
Una tercera dificultad para admitir la paternidad de Luis es una carta que éste envió a su hermana Valence durante el proceso:
«Mi señora hermana:
Entre todas las contrariedades y aflicciones con que Dios ha querido visitarme, no he tenido más consuelo que la verdad y la justicia de mi causa, que a cualquiera haría murmurar de aquéllos que ya debieran haber terminado un proceso del que todo el mundo está ofendido, viendo que un crimen tan enorme queda impune tanto tiempo. Pues todos saben que yo no voy a juicio más que por defender el honor, la vida, los bienes, el cuerpo y la suposición de una niña contra una mujer de la que la justicia me había secuestrado dos años antes de que diera a luz, prohibiéndome molestarla o importunarla en modo alguno por mí o por otro durante el proceso. Y esto desde su primera acción judicial. Y a la que, por esta causa, no he hablado sino en el juicio y delante de todo el mundo. Y todo por las argucias e impías intenciones de los enemigos de Dios y de toda nuestra casa, ya en vida de nuestro difunto honorable padre, y que (ahora) han osado tocar al primer vástago».
Pero (han actuado) ocultos tras la rodela de la insolencia, sobre la que resalta un diablo disfrazado de mujer sin frente, con la boca y las manos todas llagadas, estropeadas y contrahechas por los daños que se hacía al intentar ofender de palabra y de obra la Religión, la Justicia y el Honor. ¡Cómo huía y miraba de través y con desdén por haberle querido servir de barrera en sus acciones y conducta!
La otra ayuda que también he recibido de la asistencia, buena voluntad y consejos de mis parientes y amigos, a los que toca el asunto, es lo mejor y más escogido de mis consuelos terrenos. Entre éstos, los del señor d’Attichy y los vuestros me han servido de gran apoyo.
Y como no basta pedir continuamente favores si no se agradecen, si deseáis que envíe alguna cosa en vuestro nombre, como si fuera de vuestra cacería, a algunos de vuestros amigos que tengan influencia sobre este asunto, enviadme cartas con sus direcciones y yo les enviaré algunas piezas de caza, que en la necesidad no me niegan mis amigos.
Con todo, tenedme siempre presente en vuestras gracias y oraciones. Y yo seré, mi señora hermana, después de besaros las manos, vuestro obediente y queridísimo hermano que está a vuestro servicio
De Marillac Farinvilliers.
De esta carta, se deducen dos puntos: que Luis confiesa que su mujer ha cometido adulterio y que, por lo mismo, Inocencia no es su hija, ya que precisa que no había tocado a su esposa desde dos años antes de dar a luz —justo desde el comienzo del proceso de separación—, y llama «crimen» a la acción que ha cometido Antonieta. Y segundo, que defiende la paternidad sobre Inocencia para defender «el honor, la vida, los bienes y el cuerpo y la suposición» de esta niña, pues si se la declara adulterina quedaría marginada totalmente.
Pero de la carta también se deduce un tercer punto: que al defender el honor, la vida, los bienes y el cuerpo y la suposición de Inocencia se priva de todo ello a Luisa, si verdaderamente era hija natural de Luis de Marillac. No se comprende que Luis prefiriera dar la herencia a una niña, Inocencia, que sabía era hija adulterina de su esposa, pero no hija suya, y se la quitara a otra hija suya, Luisa, aunque ésta fuera hija natural. No aparecen razones suficientes para desheredar a Luisa «su hija queridísima» para dárselo a la hija adulterina de la mujer que tanto daño le estaba haciendo. Sólo cabe una explicación: que Luisa no era hija, ni siquiera natural, de Luis de Marillac, y, por ello mismo, no podía ser su heredera.
La habladuría popular del adulterio se encuentra también en el encabezamiento de dos sonetos del mismo libro:
«Soneto acróstico del nombre de una mujer que encuentra la razón de su divorcio en el anagrama del nombre de su marido que pone por conclusión».
«Otro soneto acróstico enviado a la misma después de haber dado a luz por un adulterio en el convento donde había sido encerrada por la Justicia para que fuese su morada durante el proceso emprendido judicialmente por ella con falsedades contra su marido, quien fue obligado a seguir el proceso».
Los nombres que se sacan de los versos son: el de la mujer, Antoniete Camus, y el del hombre, Luys de Marillac.
Genealogía de la familia Marillac.
La cuarta dificultad la presenta la genealogía que el P. Anselme (1625-1694) da a Luisa en la familia Marillac. La pone como hija de René de Marillac y nieta del Guardasellos Miguel de Marillac. Y, aunque no podía ser hija de ese René, tan sólo cinco años mayor que ella, niega, por ello mismo, que sea hija de Luis de Marillac. Y el P. Anselme podía constatarlo, pues fue contemporáneo de la Santa. Aunque la primera edición es de 1674 —aún vivían el hijo y la nieta de Luisa, y el hijo de René—, no lo corrigió en las ediciones siguientes, por ejemplo la tercera de 1730. Lo cual parece suponer que los descendientes de Miguel de Marillac y de Luisa no protestaron, y hasta podían estar de acuerdo, en dar a Luisa, mujer muy admirada, un Marillac por padre.
Comportamiento de los Marillac
La última dificultad se saca del comportamiento de los Marillac. Parece como si quisieran ocultar la ascendencia de esta niña que molestaba y llenaba de vergüenza al devoto Miguel de Marillac y a su familia —varios obispos y religiosos entre ellos—, pero también parece como si tuvieran obligación de ayudarla por ser parte de la familia. Ningún Marillac fue tutor de Luisa, mientras que Miguel lo fue de todos los Marillac huérfanos y de la misma Inocencia. Un Tribunal de Justicia defendió los bienes de Luisa contra Miguel de Marillac en 1608, y puso a un tal Blondeau para que defendiera los bienes de esta joven desamparada.
Gobillon.
Algunas de estas dificultades debió sospecharlas, si no conoció la verdad entera, Gobillon. Al escribir la Vida de la Señorita Le Gras, advertía: «Sin embargo, los detalles de una vida tan santa no han sido puestos de relieve con el cuidado y la exactitud que merecían, y yo no he podido más que hacerme una idea general de sus virtudes a partir de los informes que me han facilitado. Me han proporcionado unos que se refieren a la institución de su Compañía y a los establecimientos que ella ha realizado. He leído algunas de sus cartas y de los apuntes que ella ha dejado de sus meditaciones y de sus conferencias: he consultado a las personas que han participado en sus proyectos, y cuya memoria ha podido ofrecer algún testimonio de sus acciones: y, basado en todo esto, he establecido el plan de esta historia, que habría podido ser de más consideración, si yo hubiera podido disponer de todo el material que pudiera entrar en su composición» (Advertencia).
Parece una ironía involuntaria las frases que escribe en la introducción: Al escribir la vida, «me he comprometido a satisfacer en esta ocasión lo que debo a la Compañía de las Hijas de la Caridad», y esta otra: escribo esta vida «a ruegos del señor Alméras».
Fue una Marillac.
Ciertamente, Luisa era una Marillac, aunque Luis no fuera su padre. ¿Había entre los descendientes de Marillac otro hijo que se llamara también René? Que dos parientes llevaran el mismo nombre no era raro en aquel siglo. Otro hermano de Luis, el padre de Luisa, también se llamaba Luis; y era bastante común dar a un hijo el nombre de otro hijo muerto. Una costumbre bastante extendida era poner los nombres a los hijos en la línea de los abuelos maternos. Pues bien, el hijo de Luisa se llamó Miguel y la nieta RenataLuisa. Luisa, después de enviudar, siempre firmará, con rarísima excepción, Luisa de Marillac, como una protesta a lo que se le había quitado17.
Hacia 1638, San Vicente le escribió una frase curiosa sobre Miguel de Marillac, hijo de René: «¿Qué hay de la enfermedad de ese buen señor y del embarazo de su señora esposa? No sé quién me da la curiosidad sobre esto, pero me parece que esta familia me toca el corazón con ternura». San Vicente tenía que conocer bien la historia del nacimiento de su dirigida y colaboradora más amada.
Una curiosidad natural nos empuja a interrogarnos sobre la familia Marillac. Cuatro Marillac entran continuamente en el paisaje de la vida de Luisa: Luis, Miguel y sus hijos, Luis el Mariscal y Valence y sus hijos, los Attichy. Aunque Luis, considerado padre de Luisa era el mayor de los cuatro, lo dejamos para el final.
Hacía años que los Marillac se habían trasladado a París desde Auvernia, entre las montañas del Macizo Central. Pertenecían a una nobleza media entre los príncipes de sangre y la alta burguesía. Se la reconocía como nobleza de espada, por ser nobles desde antiguo. A los Marillac, se los empezó a conocer en el siglo XIII, y en el XV ya tenían cargos importantes: embajadas, arzobispados, etc.
Cuando Luisa entra en la historia, el jefe de la familia es Miguel, hijo de Guillermo de Marillac y de su primera esposa Renata Alligret. Había nacido en París el 9 de octubre de 1563. Era por lo tanto 28 años mayor que Luisa. Católico ferviente se unió a la Liga Católica contra los Protestantes por convicción sincera y fue nombrado abogado del Parlamento. Cuando Enrique IV se convirtió al catolicismo, Miguel aconsejó a los partidarios de la Liga que lo aceptaran. Por ello, fue perdonado, quedando unido al nuevo rey como fiel servidor. Su adhesión a María de Médicis, esposa de Enrique IV y regente a la muerte del rey en 1610, lo ató enteramente a la política de la reina, que le encargará el establecimiento de las carmelitas descalzas en el arrabal de Saint-Jacques de París. Con el apoyo de María de Médicis y de Richelieu, llegará a ser un efectivo Superintendente de finanzas en 1624, que facilitará a Richelieu el dinero necesario para las primeras empresas militares; en 1626, fue nombrado Guardasellos del Reino [Ministro de Justicia] —fue entonces cuando unificó y reformó el Código Civil, 430 artículos, que el Parlamento, herido en sus atribuciones, llamó burlonamente Código Michau— y, aunque por un solo día, llegó a ser Canciller del Reino [Primer Ministro], del 10 al 11 de noviembre de 1630, en el llamado Día de los Engaños. Los historiadores modernos reconocen que, por su envergadura intelectual, su excepcional autoridad moral, por su política reformista en el interior y prudente en el exterior, es decir, por su personalidad fuerte y respetada, era la única solución creíble para reemplazar al Cardenal Richelieu en el poder.
Durante la regencia de María de Médicis, fue amigo de Richelieu, ligado igualmente a la regente. En 1624, Richelieu quedó al frente del gobierno y Miguel se convirtió en un colaborador fiel. A veces, discutía su política, pero secundaba y seguía sus proyectos; en 1629, sin embargo, se enfrentó abiertamente al poderoso ministro.
Con el cardenal Bérulle, Marillac fue jefe del partido católico, conocido como Partido Devoto. Contra Richelieu, defendían una alianza con España que venciera a los calvinistas franceses. Pensaban que la guerra entre las dos potencias era un escándalo y un peligro; la paz y una buena administración de justicia era preferible a las empresas militares. Vencido por el hábil Richelieu en el conocido Día de los Engaños, 11 de noviembre de 1630, fue encarcelado y murió en la cárcel de Cháteaudun el 7 de agosto de 1632.
Su caída arrastró también a todos sus parientes y amigos, desterrados o alejados de París; de una manera especial, arrastró a su hermano Luis de Marillac, el mariscal que había nacido en 1572. Luis se dedicó a las armas y tuvo una carrera brillante: a los catorce años, ya era lugarteniente de una compañía de infantería, a los ventiséis, Enrique IV lo nombró gentilhombre ordinario de la cámara del rey. En 1607, se casó con Catalina de Médicis, pariente lejana y Dama de Honor de la reina María de Médicis. Llegó a Mariscal de Campo y, después de la toma de la Rochelle, a Mariscal de Francia. Sus contemporáneos decían de él que tenía más valor que inteligencia. Le gustaba el lujo y el boato. Como su hermano Miguel, estaba unido a la causa de la reina María de Médicis. Cuando Richelieu mandó encarcelar a Miguel, Luis mandaba un ejército en el norte de Italia, y allí, por orden del rey, el mariscal Schomberg lo hizo prisionero.
Se le acusó de desviación de fondos reservados al pago del ejército, de malversación cometida con ocasión de la fortificación de la ciudadela de Verdun, y de abuso de autoridad. Cargos que en aquella época darían motivo para acusar y condenar a todos los oficiales y mariscales de Francia. El motivo real fue la enemistad del rencoroso Richelieu contra el hermano de su enemigo y querer demostrar, al mismo tiempo, a los díscolos nobles que él, Richelieu, tenía poder absoluto. Condenado a muerte por un tribunal escogido por el Cardenal y juzgado en su palacio, fue decapitado en la Plaza de Gréve el 10 de mayo de 1632.
Su hermana Valence, un año más joven que Luis, se había casado con Octavio Doni, señor, luego marqués, de Attichy, y había muerto hacía años. Octavio vino a Francia desde Italia llamado por Catalina de Médicis. Perspicaz y sagaz supo conservar su posición con Enrique IV y llegó a ser Jefe de la Casa de la reina María de Médicis, jefe de su Consejo y superintendente de sus finanzas. Logró llegar a consejero del rey e igualmente a superintendente de sus finanzas. Es decir, pertenecía a la familia de la regente. Por ello, y no sólo por su matrimonio estaba unido a la política y a la familia de los Marillac. Octavio murió el 10 de enero de 1614 y Valence, el 15 de enero de 1617.
Luis de Marillac, padre de Santa Luisa, no gozó el prestigio de sus hermanos y por ello tampoco sufrió su desgracia, pues murió el 24 de julio de 1604. Era el mayor de los cuatro hermanos. Sabemos que era caballero, es decir noble, que en distintas épocas fue señor de Villier-Adam, de Ferriéres-en-Brie y de Farinvilliers. Parece que se dedicó a las armas, pues en 1587 era lugarteniente de una compañía de gendarmes de las ordenanzas del rey. Su fortuna, que no era pequeña, cuando él murió pasó íntegramente a su hija según la ley, Inocencia de Marillac. Inocencia nació el 28 de diciembre de 1601, y en 1617 casó con Juan de Apremont, Barón de Vandy, mariscal de campo y gobernador de Toul. Con este matrimonio, la fortuna de Inocencia se acrecentó enormemente.
Es seguro que Luisa contemplaría a veces la situación de su hermanastra y sus dos hijos, en contraste con la situación de su entrañable hijo Miguel. El hijo de Inocencia fue Claudio Juan Bautista de Apremont, marqués de Vandy, lugarteniente de la armada del rey, mariscal de campo y gobernador de Montmédy. Murió en octubre de 1685. Su hermana Catalina, señorita de Vandy, famosa por su belleza y por su pureza fue amiga muy estimada por Mademoiselle de Montpensier, nieta de Enrique IV. Para ella, y dándole el papel de protagonista, la Gran Demoiselle escribió la novela La Princesa Pafagonia. Acompañó a la Gran Demoiselle por los Pirineos con ocasión de la boda del Delfín con la infanta María Teresa de Austria, hija de Felipe IV de España. Y fue una de las Damas de esta reina. Murió en 1685.
Esta era la familia, los personajes más afines, a los que veía frecuentemente o escuchaba conversaciones sobre ellos20. Todos con grandes fortunas y pertenecientes a las capas más altas de la sociedad. A esta posición de grandeza, comodidad y honor podía haber llegado Luisa de Marillac, pero tuvo que contentarse con luchar para no caer en la pobreza, por culpa de su nacimiento. De esa familia y de ese ambiente, la expulsó su misterioso nacimiento. La cuna fue una marca profunda en su sicología e injustamente sucia en su vida. Su nacimiento fue el origen, además, de una vida determinada y nos explica el sentido de su futuro. Conocido su nacimiento, nos parece que todo tenía que ser como sucedió; explica su educación y su situación económica y hasta su nacimiento; así como facilitó también el encuentro con San Vicente.
Nacida en la guerra.
Mientras Luisa pasaba la infancia recogida y tranquila en la abadía de Poissy, la familia Marillac se agitaba en una política alborotada, y la gente sin recursos sufría años continuos de hambre por culpa de las guerras de religión. Francia estaba en guerra consigo misma: franceses católicos contra franceses hugonotes21.
Desde la muerte de Enrique II en 1559, los hugonotes y los católicos buscaban la libertad, la imposición o el predominio de su religión, según la posición y la influencia que tuvieran en la corte y en la sociedad. Los católicos, dirigidos por la casa Guisa-Lorena y apoyados por España, formaban la Liga; los hugonotes, conducidos por los Borbón-Condé buscaban la protección de los protestantes europeos.
Durante los reinados de Francisco II y de Carlos IX, su madre, la regente Catalina de Médicis, prefirió una política de moderación; lo que no impidió que en la noche de San Bartolomé —24 de setiembre— de 1572, los católicos masacraran a los protestantes sin perdonar a los principales jefes hugonotes.
Desde 1584, con la muerte del duque de Anjou, hermano y heredero del rey Enrique III, sin hijos, las guerras de religión se mezclaron con odios y ambiciones personales y familiares, buscando influir en la sucesión al trono de Francia. Al morir el duque de Anjou, el heredero era el hugonote Enrique de Borbón, rey de Navarra. París, la Liga y los católicos lo rechazaron rotundamente.
Cuando nació Luisa de Marillac, el 12 de agosto de 1591, no había rey reconocido en Francia y París estaba cercada por las tropas hugonotes. El asedio lo dirigía Enrique de Navarra, empeñado en ser reconocido como Enrique IV, rey de Francia y de Navarra. De julio de 1589 a noviembre de 1591, la situación de París fue desesperada. Todo era hambre. Se cuentan casos de canibalismo; la única preocupación de la gente era sobrevivir. Cuentan que durante el asedio murieron de miseria 40.000 parisinos.
Miguel de Marillac ocupaba un puesto de importancia y un papel comprometedor en la Liga católica.
Convencido Enrique de Navarra de que nunca la Liga lo reconocería como rey, se resignó a abjurar del calvinismo y convertirse al catolicismo (25 de julio de 1593). Ante esta decisión, se formó dentro de la Liga un movimiento en favor de Enrique IV, del que formaban parte Miguel de Marillac y su hermano Carlos, arzobispo de Vienne. Miguel convenció a los otros miembros de que aceptasen al ya católico Enrique IV. Éste se lo agradecerá y los Marillac serán perdonados y quedarán unidos al nuevo rey.
El 22 de marzo de 1594, Enrique de Navarra entró en París; el 30 de agosto, el Papa Clemente VIII lo absolvió de herejía. En 1598, todo el reino quedó pacificado y se promulgó el Edicto de Nantes por el que los hugonotes podían vivir pacíficamente en su religión. Comenzó para Francia una nueva época: desde 1598 a 1610 —el reinado de Enrique IV— se da una época de prosperidad y paz aseguradas por las buenas cosechas y los precios bajos. Este bienestar contribuyó a que el rey ganara la sumisión de todos los franceses.
Fueron los años de la niñez y de la juventud de Luisa de Marillac.