La prioridad de los pobres en el Nuevo Testamento, principio de otro mundo posible II: Mateo y Lucas

Francisco Javier Fernández ChentoFormación Cristiana1 Comments

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Autor: José Cervantes Gabarón · Año publicación original: 2014 · Fuente: Foro Ignacio Ellacuría.
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1. La terminología de la pobreza en el Nuevo Testamento

Continuando el estudio de la prioridad de los pobres en el Nuevo Testamento, iniciado en el anterior cuaderno de estudio de Contraste, en el que desarrollamos particularmente el profundo sentido cristológico del pensamiento paulino sobre la pobreza, basándonos en la presentación de Cristo que se hizo pobre (2 Cor 8,9) y en los textos de Marcos sobre la pobreza, en este otro cua­derno nos dedicamos al estudio de la evolución de la reflexión cristiana sobre la pobreza en los textos posteriores a Pablo y Marcos, fijándonos especialmente en los evangelios de Mateo y Lucas. Recordamos que en el NT el término πτωχός (pobre) apa­rece 34 veces1, de las cuales 24 en los evangelios, siendo significa­tivo el de Lc donde aparece diez veces, de las cuales seis en sec­ciones propias lucanas. El sustantivo πτωχέια (pobreza) aparece tres veces (en 2 Cor 8,2.9;Apo 2,9) y πτωχεύω (hacerse pobre) una vez en 2 Cor 8,9.

También recordamos que el término griego utilizado para designar al pobre en el Nuevo Testamento es πτωχός, que etimológicamente se refiere al encorvado, al que se oculta con temor, al que se agacha. Designa a quien no posee absolutamente nada y tiene que proporcionarse mendigando lo indispensable para vivir2. Es el mendigo que carece de lo necesario para vivir y depende de los demás para sobrevivir. Por tanto, designa al pobre de solemni­dad. Los materialmente pobres desde el punto de vista socioeco­nómico, y sólo por ser tales, sin ningún otra especificación, son los destinatarios del Reino de Dios.

2. El tema de los «pobres» en la Fuente Q

La Fuente Q es el documento de los dichos y enseñanzas de Jesús, anterior a los evangelios, utilizado como fuente (Q= Quelle en alemán significa Fuente) por los Evangelios de Mateo y de Lucas, pero no por Marcos. Entre los textos de Q sobre el tema de los pobres podemos distinguir los dos en que aparece el térmi­no πτωχός, y otros donde, sin referirse a los pobres directamen­te, sin embargo están también en el trasfondo. Los dos primeros son los de la bienaventuranza de los pobres (Q 6,20-21; Lc 6,20; Mt 5,3) y el dicho de «los pobres son evangelizados» (Q 7,18­19.22-23; Lc 7,22; Mt 1 1,5). Los otros textos relacionados son el de las preocupaciones y el Reino (Q 12,22b-31; Lc 12,22-31; Mt 6,25-34), el de los invitados al banquete (Q 14,16-18.¿ 19-20?21.23; Lc 14,16-24; Mt 22,1-14), la sentencia de Jesús:»no podéis servir a Dios y al dinero» (Q 16,13; Lc 16,13; Mt 6,24) y la parábola de la responsabilidad ante las minas y los talentos recibidos (Q 19,12­13.15-24.26; Lc 19,11 -28; Mt 25:14-30).

La bienaventuranza de los pobres presente en las dos ver­siones sinópticas de Mateo y Lucas procede de la fuente de los logia (Q 6,20), siendo el texto mateano de las bienaventuranzas (Mt 5,3-12) más amplio y desarrollado que la versión lucana (Lc 6,20-23). Es la primera bienaventuranza en los dos evangelios y en realidad es el punto de referencia de todas las restantes. Además, independientemente de la interpretación que se haga de la forma­ción de las dos redacciones evangélicas de las bienaventuranzas y utilizando los criterios de historicidad que se aplican a los evange­lios, es comúnmente admitido por los exégetas el valor indiscutiblemente histórico de la primera bienaventuranza en labios de Jesús, con una formulación probablemente más simplificada que las dos de que disponemos3: «Dichosos los pobres porque de ellos es el Reino de Dios».

Los pobres en sentido evangélico son los que carecen de medios para una subsistencia humana y digna. Para Jesús el πτωχός es el indigente que no puede satisfacer las necesidades básicas humanas. A estos pobres es a quienes Jesús dirige en primer lugar su mensaje de liberación y su buena noticia de la salvación. Los pobres socioeconómicos son los destinatarios prioritarios del Reino de Dios. J. Sobrino considera que los pobres son aquellos que sufren algún tipo de necesidad básica en la línea de Is 61,1 ss. y que Jesús interpreta como opresión, así como aquellos que son despreciados por la sociedad, pecadores, publicanos, prostitutas, etc., son los marginados o los pobres sociológicos4.

La fuente Q desarrolla un poco más la bienaventuranza de los pobres, ampliándola con dos bienaventuranzas nuevas relativas a la pobreza, que muestran el sentido en que la comunidad cristia­na primitiva comprende la primera bienaventuranza. Para ello recu­rren a dos claves de interpretación de las palabras de Jesús, tanto la situación social de indigencia de la provincia romana de Palestina como a los textos bíblicos del Antiguo Testamento que sirven los términos de su formulación y cuyos motivos son el hambre y la aflicción en una reconstrucción que sería5: «Dichosos los hambrien­tos porque ellos serán saciados», (Sal 107, 9 -LXX: 106, 9) y «Dichosos los que gimen porque ellos serán consolados» (Is 61, 2; Eclo 48,24). El hambre y una aflicción que a duras penas se expresa son los aspectos más concretos que resalta la fuente Q en la interpretación de la bienaventuranza de la pobreza.

Por otra parte el texto del dicho de «los pobres son evan­gelizados» (Lc 7,22; Mt 1 1,5). también procede de la fuente Q y se recoge en un sumario de la actividad de Jesús, puesto en sus mis­mos labios como respuesta a la embajada de los discípulos de Juan Bautista. El punto culminante de este dicho del Señor se refiere a los pobres como destinatarios de la Buena Noticia. He aquí el texto de Lc 7,22: Y respondiendo les dijo: Marchaos y contad a Juan lo que visteis y oísteis: Ciegos ven, cojos andan, leprosos quedan limpios y sordos oyen, muertos resucitan, pobres son evangelizados (cf. también Mt 1 1,5).

Los discípulos de Juan Bautista, enviados por éste desde la cárcel, plantean la cuestión de la identidad de Jesús. La respuesta de Jesús remite a las obras ya realizadas por él así como a su pre­dicación. La actividad y la predicación de Jesús no responden exac­tamente a las expectativas que Juan bautista había suscitado ante­riormente (cf. Mt 3,1 1-12).Jesús es el Mesías, pero no es un Mesías con los rasgos apocalípticos externos apuntados por Juan. Es el que tenía que venir, pero no lleva un bieldo en su mano para aven­tar la parva y quemar la paja con fuego inextinguible. Jesús es, más bien, el Mesías del amor, que se dirige a los pobres y a los que sufren para traerles el consuelo y la liberación. Es el Mesías de la justicia, pero no el justiciero, sino el humilde y misericordioso.

Las cinco obras referidas en la respuesta de Jesús corres­ponden a hechos realizados por Jesús y narrados en el primer evangelio. Los ciegos ven (Mt 9,27-31), los cojos andan (Mt 15,30­31), los leprosos quedan limpios (Mt 8,1-4), los sordos oyen (Mt 9,32-34), los muertos resucitan (Mt 9,18-26). Destaca, sin embar­go, la actuación conclusiva de Jesús: Los pobres son evangelizados. Tanto en Mateo como en Lucas el acento de las palabras de Jesús recae sobre esta última afirmación destinada a los pobres. De este modo los evangelistas indican que las obras del Mesías (cf. Mt 1 1,2) realizadas y enumeradas por Jesús no se han de interpretar sola­mente como milagros de un simple profeta, sino como signos del carácter mesiánico de buena noticia que acontece con la presen­cia y la palabra de Jesús. El encargo que reciben los mensajeros de Juan consiste en anunciar la buena noticia, en dar el mensaje gozo­so de la salvación mesiánica. El alcance salvífico de las palabras de Jesús sobre los pobres alude al texto de Is 61,1, tal como aparece en el anuncio inicial de su misión en Nazaret (Lc 4,18) y como rati­fica solemnemente en las bienaventuranzas (Lc 6,20-21) prome­tiendo el reino a los pobres, el banquete escatológico a los ham­brientos y la risa triunfante a los que lloran. Omitiendo las palabras de venganza de Is 61,2, Jesús reinterpreta el texto de la Escritura atribuyendo a su misión un sentido liberador de las situaciones humanas y sociales de indigencia, de opresión y de aflicción. Pero si bien es verdad que así se hace patente el carácter salvífico de su mesianismo, al mismo tiempo se corrige la expectativa de un mesianismo apocalíptico de signo justiciero presente en la predica­ción de Juan el bautista.

De los otros textos no explícitos sobre los pobres pero importantes para captar el sentido del mensaje en torno a los pobres destaca el de la sentencia lapidaria de Jesús :»no podéis ser­vir a Dios y al dinero» (Lc 16,13; Mt 6,24), que en Lucas muestra el carácter profético de Jesús ilustrando la sentencia con la pará­bola del dinero injusto (Lc 16,1-15). Jesús descubre la trampa en la que el dinero, en cuanto aspiración idolátrica de la vida humana, tiene atrapada a la gente. En esa parábola se revela la injusticia de un sistema económico que utiliza el préstamo de dinero con inte­rés para agrandar el abismo existente entre pobres y ricos. El administrador era una persona de confianza, se trataba de un representante del amo, con la capacidad para hacer préstamos, arrendamientos, avales. Al hacer préstamos recibía una comisión en concepto de intereses. Esa comisión aparecía también normalmente en el total de la deuda. Jesús no alaba la injusticia del adminis­trador ni su falta de seriedad. No es la parábola del administrador injusto, sino del administrador listo, porque supo renunciar a los intereses que a él le correspondían. La cuestión central, motivo del elogio, es la renuncia al beneficio propio. Lo que elogia el amo es la sagacidad del administrador por detraer de la deuda total la comisión que le corresponde, ganándose así la amistad de los deu­dores.

El administrador sagaz de la parábola es elogiado porque utiliza su poder para cumplir la ley del Antiguo Testamento (cf. Éx 22.24-25; Dt 23,20; Lv 25,35-38), que prohibía cobrar los intereses de los préstamos, haciéndose eco de la crítica profética de Amós (Am 8,4-7) y corregir así el sistema económico vigente en la época de Jesús (y también en la nuestra). Aunque en principio fuera por interés personal, la conducta del administrador responde en el fondo a los intereses y planteamientos de una moral económica de los oprimidos, para la cual no los ricos sino los pobres son impor­tantes. Según la parábola, quien tiene dinero y bienes es en reali­dad sólo administrador de los mismos, no un propietario. La correcta administración de los bienes tiene que responder a las necesidades de los pobres. El dinero no es un fin en sí mismo y sólo ha de servir para hacer el bien, especialmente a los más pobres del mundo. Hacerse amigos apartándose del injusto dinero implica todo lo contrario al dinamismo de la esclavización, de la usura, del interés económico y del empobrecimiento de los deshe­redados. La parábola, pues, deja entrever un proyecto de economía alternativa orientado a atender las necesidades de los pobres, orientado a compartir y dar sin esperar nada a cambio. La alterna­tiva entre Dios y el dinero (denominado Mamon) se convierte en un absoluto. Jesús es consciente del atractivo seductor y corrup­tor de las riquezas y sabe que el dinero es un dios que exige plei­tesía y adoración. Cuando el dinero se convierte en dios, se pone en peligro la convivencia humana. Por eso Jesús declara abierta­mente que no se puede servir a Dios y al dinero (Mamon).

Finalmente de la parábola de la responsabilidad ante las minas y los talentos recibidos (Lc 19,11 -28; Mt 25:14-30) podemos decir que más que un elogio de la productividad, representa una llamada exigente a vivir con sentido de la responsabilidad, pues no importa tanto la cantidad resultante al saldar las cuentas cuanto el talante de trabajo, el valor del riesgo y el sentido de la actividad, como expresión de una mística de servicio y responsabilidad en la convicción de que todo lo que se recibe y de lo que se dispone es un don de Dios y que, al final, ante él hemos de responder. Por ello el premio es el mismo para todo aquel que sea fiel, un premio no cuantitativo ni compensatorio de la cantidad producida sino cuali­tativo y desbordante: entrar en la alegría del Señor.Y el gran talen­to por excelencia que hay que desarrollar en la Iglesia y del cual se pedirá cuenta en la comparecencia última ante el Hijo del Hombre es el amor liberador hacia los últimos, a los excluidos y margina­dos, a los hambrientos y emigrantes, a las víctimas de la injusticia social, de la desigualdad económica, de la explotación laboral, de la opresión política y de la pobreza estructural en la que está sumi­da la mayor parte de la humanidad.

3. La prioridad de los pobres en el Evangelio de Mateo

De los cinco textos de Mateo sobre los pobres hay dos en común con Lc y procedentes de Q (Mt 5,3: bienaventuranza; 1 1,5: los pobres son evangelizados), otros tres en común con Mc (19,21: lo que tienes dalo a los pobres; 26,9.1 1: a los pobres los tenéis siem­pre con vosotros) destacaremos sus aportaciones específicas en la bienaventuranza de los pobres, es decir, la evolución de la misma desde Q hasta la redacción de Mateo, con sus añadidos y retoques, así como la aportación de algunas parábolas vinculadas con el tema de los pobres y de los últimos, una procedente de Q (Mt 25,14-30: la parábola de los talentos) y otras propias y exclusivas de Mateo, a saber, la parábola de los trabajadores de la viña, contratados a distin­tas horas (Mt 19,30-20,16) y la comparecencia de todas las naciones ante el Hijo del Hombre (Mt 25,31-46). De este modo se puede per­cibir la profundización de la Iglesia primitiva de Mateo en torno al año ochenta, sobre el tema de la prioridad de los pobres.

Mateo ha colocado la bienaventuranza de los pobres como primera palabra de Jesús en el Sermón de la Montaña que comien­za con la solemne obertura de las bienaventuranzas. En ellas Jesús proclama la dicha del Reino de Dios como una propuesta de alcan­ce universal, accesible a todas las gentes procedentes de los cuatro puntos cardinales, que presenta a los pobres de la tierra como los destinatarios primeros e inequívocos de la dicha propia del Reino. Mateo presenta un bloque de ocho macarismos homogéneos con la misma estructura tripartita y con el denominador común del anun­cio de la felicidad en toda la serie, según el esquema de composición: Felicitación, sujeto de la dicha, motivo de la dicha. El mensaje mara­villoso de las bienaventuranzas (Mt 5, 1-12) consiste en el anuncio del Dios que elige a los pobres, a lo que no cuenta en este mundo, para anular a lo que cuenta (1 Cor 1, 26-31). En Mateo las bienaven­turanzas constituyen la solemne obertura del sermón de la monta­ña, mientras que en Lucas lo es en el sermón de la llanura. Ambos presentan a Jesús y llaman dichosos, en primer lugar, a los pobres y a quienes están o pasan por una situación de negatividad extrema: los que gimen, los indigentes y los que tienen hambre y sed, también de justicia. En Lucas se llama dichosos a los pobres sin más especifi­cación, mientras que el complemento nominal relativo al espíritu en Mateo reinterpreta e interioriza el sentido dado al término pobres (πτωχοί). En Lucas se trata, por tanto, de los pobres e indigentes en su acepción material y socioeconómica tal como anteriormente se ha descrito. Lucas introduce además la variante de la segunda perso­na del plural al presentar el motivo de la dicha:»porque vuestro es el Reino de Dios». Con ello el estilo del lenguaje de Jesús se hace directo y convierte la sentencia en una auténtica felicitación dirigida especialmente a sus discípulos, pues a ellos ha orientado su mirada al empezar a hablar (Lc 6,20). Pero no es un mensaje exclusivo a los discípulos, sino también dirigido al gentío del pueblo (Lc 6,17). La perspectiva universalizadora del mensaje de la Buena Noticia sigue estando presente a lo largo de todo el evangelio de Lucas.

La fuerza de las bienaventuranzas radica en el hecho de que Dios hace llegar su Reino en el tiempo presente para los que ahora son pobres. Lo que Dios quiere es que, como seres humanos, aleje­mos de nosotros toda opresión y todo tipo de injusticia y desigual­dad, y que para ello compartamos el pan con el hambriento y ayu­demos a los indigentes. Sólo entonces los discípulos se convierten en luz del mundo. La única procesión que Dios quiere es aquélla en la que se abre paso la justicia (Sal 85,14) y resplandece el trono y la gloria de Dios, sostenidos por la justicia y el derecho (Sal 97,2).Y es que los pobres constituyen la prioridad del mensaje de Jesús (Mt 5,3; Lc 4,18).

4. Los pobres con espíritu y los pobres a conciencia (Mt 5,3)

Mateo interpretó el mensaje de la bienaventuranza de los pobres haciéndola extensiva a los que libremente entran en esa situación de indigencia por causa del Reino, o por solidaridad con los que se encuentran en ella forzosamente o por su fidelidad a Dios. Para ello incorporó en el macarismo la referencia una refe­rencia al «espíritu». El término πτωχοί de la primera bienaventu­ranza mateana va acompañado de un complemento nominal que determina de qué pobres se trata. Esa palabra griega es la relativa al «espíritu» y va en dativo con artículo y sin preposición (τω πνεύματι). Dada la imprecisión de la expresión πτωχοί τω πνεύματι es preciso discernir de qué tipo de dativo se trata y en qué sentido se interpreta la palabra polisémica «espíritu», cuya resonancia antropológica es evidente. Sea cual sea la traducción que se adopte siempre será una interpretación del traductor, pues en castellano y en las lenguas modernas es preciso introducir una preposición allí donde en el texto griego no existe. Este tema ya lo he desarrollado en otra publicación y a ella me remito6. Baste aquí recapitular mi interpretación.

Teniendo en cuenta el análisis filológico, semántico y sintag­mático de la primera bienaventuranza, y las múltiples posibilidades de traducción y de interpretación de la misma yo he traducido en mi edición sinóptica y bilingüe de los evangelios: «dichosos los pobres con espíritu», que además quiero interpretar como «dicho­sos los pobres a conciencia», pues se trata de aquellas personas que, en virtud del espíritu que poseen y dinamiza sus vidas, viven voluntariamente en la pobreza que otros están obligados a sufrir. Y quedan incluidos también en el destino de la dicha ofrecido por Jesús todos aquellos que estando en situación no buscada de pobreza se enfrentan a la misma con la fortaleza que Dios les infunde. La traducción de «dichosos los pobres a conciencia» es una formulación que, en primer lugar, expresa la interioridad humana mediante la palabra conciencia, en segundo lugar denota claramen­te la dimensión de la voluntad, pues la expresión es equivalente a «algo hecho adrede», y finalmente, desde el punto de vista sintác­tico, mediante la preposición «a», la expresión «a conciencia» se corresponde con la función de un complemento nominal agente que, en este caso, en griego va en dativo.

Según la interpretación mateana de las bienaventuranzas la propuesta de Jesús es que sus discípulos se hagan también pobres, como él mismo se hizo pobre (cf. 2 Cor 8,9), pero no porque la pobreza sea un bien, ni porque ésta traiga consigo y en sí misma la dicha, sino porque, mientras exista un pobre en nuestra tierra, hacerse pobre a conciencia, por solidaridad con los pobres, trae igualmente la dicha. El Reino es, por tanto, un don no sólo para los pobres de solemnidad, los indigentes desahuciados sino también para los pobres con espíritu, es decir, con la fuerza interior para afrontar la situación social injusta de desigualdad en que están y luchar con esperanza por su liberación y por la igualdad; asimismo el Reino pertenece también a los que se hacen pobres a concien­cia y a los que, por ser fieles a este plan de justicia de Dios, son incluso perseguidos.

5. Presencia del Hijo del Hombre en los pobres (Mt 25,31-46)

En el último discurso de Jesús en el Evangelio de Mateo no se menciona a los pobres explícitamente pero se describe la situa­ción de los últimos del mundo proclamando que los hambrientos y los enfermos, los inmigrantes y los presos, todos los indigentes y oprimidos del mundo son los herederos de la tierra y los benefi­ciarios con pleno derecho del Reino de Dios. La parábola de la comparecencia de todas las naciones ante el Hijo del Hombre (Mt 25,31-46) tiene como núcleo de su mensaje la relación de frater­nidad con los más pobres del mundo, los necesitados y los margi­nados. La justicia a la que apela el primer evangelio tiene su funda­mento en la identificación plena de Jesús con todo ser humano sumido en el sufrimiento por carecer de los bienes y derechos humanos más básicos y en la consideración como hermanos suyos de todos ellos sólo por el mero hecho de ser víctimas (Mt 25,40: «Y respondiendo el rey les dirá: De veras os digo, cuanto hicisteis a uno de éstos, mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis»).

La perspectiva del final de la historia no desplaza la frater­nidad a una realidad sólo para el tiempo futuro sino que marca el comienzo de la realidad definitiva desde el hoy de nuestra historia humana. Jesús es, ya ahora, el pastor y el hermano de todos los necesitados. Los últimos, los más pequeños, podrán descubrir a Jesús como hermano a través de los discípulos que los atienden como tales. En virtud de su condición de marginados, paradójica­mente, los que son considerados los últimos y desechados por esta sociedad, son valorados como hermanos por el Señor y rey de la historia. La relación de fraternidad no se crea meramente por una acción esporádica de atención a los pobres, ni por el hecho de sentir lástima por ellos, sino que nace de la identificación con los marginados y del compartir con ellos su misma experiencia y su mismo destino. El destino del Hijo del Hombre es el mismo que el de todos los crucificados y de todas las víctimas de la injusticia humana. Es este profundo vínculo fraterno con los sufrientes del mundo, y no cualquier otra manifestación poderosa o espectacu­lar, el que hace posible todavía hoy la presencia del Señor resuci­tado en la historia humana.

El horizonte universal de la fraternidad proclamada por el evangelio constituye el auténtico sentido misionero de la iglesia, la cual partiendo de la fraternidad iniciada por Jesús y proyectada a través del verdadero discipulado de los hermanos y hermanas alcanza a los pobres y desheredados de toda la tierra. Esta frater­nidad universal trasciende toda raza, cultura, lengua o estrato social, tiene su centro de atención en los excluidos del mundo y constituye el gran proyecto en el que ha de trabajar permanente­mente una Iglesia que quiera renovarse según el mandato de su Señor.

6. El Dios de la igualdad en el reparto de los bienes producidos

Los dichos y parábolas del Evangelio de Mateo nos revelan que el Padre de Jesús es el Dios de los últimos. Si recordamos el Sermón de la Montaña, allí se nos invitaba a buscar el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendría por añadidura. La justi­cia de Dios vinculada a su Reino manifiesta una asimetría grande en la relación de Dios con los últimos y con los primeros, pues cuando se habla de los últimos y del lugar que éstos ocupan en el ámbito del Reino podemos entender que se trata de un Dios, cuyos caminos son muy distintos a los nuestros. Podría parecer que en la justicia de Dios hay una cierta preferencia, una debilidad, no exenta de cierta arbitrariedad. Sin embargo, lo que hay en la jus­ticia de Dios es una profunda visión de su amor misericordioso que cuando se dirige a los que no cuentan, según los parámetros de la vida humana, los considera sobre todo como víctimas y como objetivo prioritario de su amor.

El proverbio «Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos» aparece atestiguado en los tres evangelios sinópticos (Mt 19,30; 20,16; Mc 10,3; Lc 13,30). En todos ellos constituye el colofón magistral a dos escenas de contraste sobre el tema del seguimiento radical a Jesús: una, la del rico que, aunque deseoso de vida eterna, no quiso seguir a Jesús, por no despren­derse de sus bienes y no repartir a los pobres su dinero (Mt 19,16­26), y la otra, la de los discípulos que reciben de Jesús la promesa de esa vida y del céntuplo de bienes como recompensa por su renuncia a una familia y a sus legítimas pertenencias (Mt 19,27-29). La radicalidad de las palabras del Maestro sobre el Reino de Dios está orientada, por una parte, a los pobres, a los «últimos» de esta sociedad y, por otra, al establecimiento de una nueva relación entre los seres humanos caracterizada por la fraternidad. Esta fraterni­dad empieza especialmente a partir de los últimos de este mundo y de los que con ellos y por ellos estén dispuestos a hacerse pobres. Los discípulos, al renunciar a su hacienda y a vivir los vín­culos familiares más legítimos, dejando padres, hermanos, mujer e hijos, por la causa del Reino y por el Evangelio, se convierten tam­bién en «últimos» de esta tierra. Pobres y discípulos, unos y otros, los «últimos» en la sociedad son los primeros en la fraternidad.

El evangelista Mateo enmarca, además, con esta sentencia sobre los últimos, la parábola de los jornaleros contratados a dife­rentes horas del día por el dueño de una viña, el cual, al atardecer, dio lo mismo a todos por el trabajo realizado, suscitando con ello la queja de los que fueron a trabajar a primera hora (Mt 19,30­20,16). Sorprendentemente al final todos perciben el mismo sala­rio, aunque éste sólo había sido ajustado previamente con los pri­meros. En cambio los últimos, que sólo habían trabajado una hora, percibieron lo mismo. La parábola ilustra el aforismo. Los «últimos» en este relato son los que no habían ido a trabajar «porque nadie los había contratado» (Mt 20,7). La parábola apunta hacia el origen de la injusticia, el cual no está en la gratuidad y la bondad del señor de la viña que reparte un jornal igual a cada uno, sino en la falta de trabajo para todos y en la maldad de los «primeros», que no se conforman con el salario previamente ajustado. El dueño paga a cada uno según ve conveniente, probablemente, con el criterio de atender sus necesidades, no con arreglo a las horas trabajadas, ni a la eficiencia en el trabajo, sino según su justicia. Por tanto, la justi­cia de Dios, que beneficia a todos por igual, no coincide con los cri­terios de justicia retributiva e individualista del sistema vigente en el mundo económico al que pertenecemos y que destruye la dig­nidad de la persona al convertirla en una mera mercancía someti­da al poder del dinero, del capital y del mercado. Realmente los caminos y pensamientos del Señor no coinciden con los de los hombres (cf. Is 55,6-9).

Desde aquí se apunta en el Evangelio un criterio moral impresionante para la dirección del mundo económico: el trato de igualdad a los últimos y a los empobrecidos debe ser el criterio de redistribución de los bienes producidos en la tierra. Creo que para salir de la crisis en que estamos metidos es urgente una apelación a crear un organismo internacional, como una especie de ONU para el control de la economía del mundo, formada por una Asamblea de buenas personas, elegidas democráticamente en todas las naciones y etnias de la tierra, con el objetivo de hacer una recaudación y redistribución de las rentas y capitales de todos los seres humanos con impuestos proporcionales y universales, de modo que se garantice un salario base universal para todos los seres humanos hasta los dieciocho años, proporcional al nivel de vida de cada país,y para las personas mayores de dieciocho sin nin­gún otro tipo de renta.Todo esto en razón de la igualdad postula­da por Pablo a la comunidad cristiana de Corinto en su Segunda Carta (2 Cor 8,14).

7. La prioridad de los pobres en el Evangelio de Lucas

Lucas es el evangelio que más trata de los pobres en el NT. En él el término πτωχός aparece 10 veces sobre las 34 de todo el NuevoTestamento. De ellas, dos proceden de Q, como ocurre con Mateo (Lc 6,20: Dichosos los pobres, y Lc 7,22: Los pobres son evangelizados), otras dos están en común con Marcos (Lc 18,22: Cuanto tienes dalo a los pobres; y Lc 21,3: La viuda pobre) y las otras seis veces aparecen en cuatro textos propios de Lucas: Lc 4,18: Jesús evangeliza a los pobres; Lc 16,20.22: Lázaro y el rico; Lc 19,8: Zaqueo y los pobres; y Lc 14,13.21: Llamada a los pobres al banquete. Sin embargo estas dos últimas alusiones a los pobres se insertan en una perícopa (Lc 14,12-24) que contiene una parábola común con Mateo (Mt 22,1-14), procedente de Q (Q 14,16- 18.¿ 19-20?21.23), sin referencia a los pobres.Además de estos cua­tro relatos específicos de Lucas merece la pena fijarnos en la ver­sión lucana de la bienaventuranza de la pobreza con sus antítesis de contrapartida en las malaventuras así como la mención a los hambrientos y a los opulentos en el cántico del Magníficat, puesto en boca de María, la Virgen (Lc 1,46-55).

Igual que en el evangelio de Mateo, en Lucas la primera pala­bra que Jesús pronuncia al comienzo de su vida pública tiene como finalidad el anuncio de la Buena Noticia de Dios para los pobres. La escena evangélica lucana se sitúa en Nazaret, en el marco de la sinagoga y en el día del sábado (Lc 4,16-30). Allí Jesús abre la Escritura en el pasaje que proclama la misión profética de Isaías por encargo divino (Is 61,1-3). Pero Jesús no solamente lee la Escritura sino que al mismo tiempo la abre y la interpreta. La singularidad de su proclamación y lo asombroso de su interpretación contrasta con la reacción negativa de sus convecinos nazarenos. «El Espíritu del Señor está sobre mí porque él me ungió para evangelizar a los pobres, me ha enviado a anunciar a los cautivos liberación y a los ciegos visión, a poner a los oprimidos en libertad, a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).

Jesús hace suyas aquellas palabras de Isaías para presentar­se ante los suyos en Nazaret como portavoz de un año de gracia del Señor, consistente en el anuncio de la Buena Noticia a los pobres y de la liberación de los oprimidos. Éste fue el objetivo prioritario de su mensaje y de su actividad mesiánica y profética. Sin embargo, en el evangelio de Lucas, Jesús hace una lectura algo diferente del texto de Is 61,1-2. Al insertar la frase «libertar a los oprimidos» de Is 58,6 y eliminar la de «un día de venganza» está dando una orientación más precisa a su misión evangelizadora, acentuando el sentido liberador y profético de su unción divina. Los cuatro grupos de destinatarios y beneficiarios en primer lugar del año de gracia son personas con grandes sufrimientos, son aquellos cuya situación humana y social es de privación de algo esencial. Los pobres carecen de medios básicos para una vida digna, los cautivos son los endeudados carentes de recursos eco­nómicos para afrontar sus deudas y privados por ello también de libertad, los ciegos carecen de visión, y los oprimidos, de libertad. Con la combinación de textos del profeta resalta el marcado carácter liberador de la interpretación de Jesús. Su intervención profética liberadora a favor de los pobres, de los cautivos por endeudamiento y de los oprimidos, delata la situación opresora de la que son víctimas. Se trata de una opresión económica no acep­table para Dios, y a la que, por tanto, el profeta escatológico, Jesús, el último y definitivo, ha de enfrentarse.

Tras su lectura en la sinagoga Jesús afirma solemnemente: «Hoy se ha cumplido ante vosotros esta Escritura» (Lc 4,21). En su persona, en su interpretación de la Escritura, en su mensaje evangelizador se actualiza la intervención portentosa de Dios a favor de los empobrecidos de la tierra y en contra de los enriquecidos a costa de aquellos. La omisión evangélica del «día de venganza» anunciado en Is 61, 1-2 no elimina el sentido de juicio crítico del día del Señor ni del año de gracia en el Evangelio de Lucas, puesto que el juicio contra los poderosos, contra los ricos, los explotado­res y los tiranos está presente en este evangelio con un énfasis especial. En el cántico de María al comienzo del Evangelio (Lc 1,46­55) se hace patente la confianza en el Dios que da pan a los ham­brientos y despide de vacío a los ricos, que derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. Las bienaventuranzas lucanas a favor de los pobres (Lc 6,20-23) tienen la contrapartida y «el des­quite» de las malaventuranzas contra los ricos (Lc 6,24-26). El jui­cio último de Dios sobre la historia humana revela su justicia y se manifiesta en la inversión de la situación social imperante, tal como cuenta la parábola de Lázaro y el rico (Lc 16,19-34); y la auténtica conversión a Jesús implica un cambio radical de la persona en el aspecto económico, de lo cual es un paradigma la figura de Zaqueo (Lc 19,2-10).Así pues la cancelación de las palabras de venganza en el texto programático de Lucas no se ha de entender como una pérdida de radicalidad del sentido profético de la justicia social en el año de gracia, sino más bien con una orientación diferente del mismo.

Los oyentes de la sinagoga reaccionan extrañados al oír las palabras de Jesús sin hacer referencia alguna al desquite. En el diá­logo posterior con sus paisanos se pone en evidencia el rechazo de Jesús entre los nazarenos. Éstos se han sentido provocados en realidad por el alcance universal de la liberación proclamado por Jesús con la lectura y encarnación en su persona del texto de Is 61, 1-2. En el contexto político de dominación romana de Palestina en la época de Jesús las expectativas de los nazarenos se orientaban hacia un mesianismo más político que profético. Ellos se consideraban los destinatarios exclusivos de la liberación anunciada en el año de gracia por su pertenencia al pueblo judío, mientras que los destinatarios del desquite y la venganza de Dios serían los otros pueblos, sobre todo el imperio romano al que estaba sometido el país de Palestina. El anuncio universal de liberación del que Jesús es portavoz resultaba inaceptable para los judíos por su espíritu excluyente. Pero los ejemplos aducidos por Jesús y tomados del Antiguo Testamento muestran el carácter universal de la liberación proclamada por él en el año jubilar. Los beneficiarios del favor de Dios a los que Jesús se remite son dos extranjeros: una mujer, pobre y viuda, de Sarepta en el territorio de Sidón (1 Re 17,9) y Naamán el sirio leproso (2 Re 5,15). Jesús sorprende a sus oyen­tes al demostrar que los destinatarios de la liberación no son ellos por su pertenencia étnica o religiosa al pueblo de Israel, sino todos los necesitados, oprimidos y excluidos independientemente de su credo religioso y de su identidad cultural o étnica.

Cuando Jesús empezó a establecer estas prioridades en su misión evangelizadora, proclamando la primacía de los últimos, de los pobres y de los sometidos de toda la tierra en el único tiem­po aceptable de Dios, comenzó también su pasión, pues sus veci­nos de Nazaret quisieron ya tirarlo por el barranco del pueblo. Sin embargo, en la situación paradójica del rechazo de Jesús por parte de los nazarenos, empezó con él un tiempo de gracia que trascien­de los días y los años, y en el cual sus seguidores pueden vivir per­manentemente movidos por su mismo Espíritu haciendo resonar proféticamente su palabra liberadora y su justicia rehabilitadora para los empobrecidos y marginados de toda la tierra. Esta pers­pectiva universal de la prioridad de los pobres es también un aspecto esencial para la reconsideración de un nuevo sistema alternativo al mundo en que ahora vivimos. Desde el evangelio de Lucas y en un texto propio suyo se percibe el alcance universal de la Buena Noticia que Jesús anuncia a los pobres de toda la tierra.

8. La llamada a los pobres al banquete: Lc 14,12-14

En Lc 14,13.21 hay dos referencias a los pobres, que son invitados a una gran cena. Tanto la enseñanza de Jesús como la parábola de los invitados a la cena hablan de la instrucción que los discípulos deben aprender. Invitar a los pobres, lisiados, cojos y cie­gos es una lección esencial en el orden del Reino de Dios que ha sido introducida por Lucas en esta escena, con la cual subraya la exhortación directa a invitar a los pobres cuando se de un banque­te (Lc 14,13) y transforma la parábola, procedente de la fuente Q (Lc 14,21).Jesús enseña a los anfitriones a invitar a los pobres, lisia­dos, cojos y ciegos, porque ninguno de ellos puede recompensar nada, de modo que el gran valor destacado por Jesús al hablar del Reino de Dios es la gratuidad.

Poner a los pobres como objetivo prioritario de la mesa compartida de nuestra tierra sigue siendo el gran desafío de la economía de nuestro mundo globalizado. El carácter festivo y uni­versal de la mesa común es un rasgo que define la presencia salva­dora de Dios en el mundo. Sin embargo, los pobres, sólo por el hecho de ser tales, son, en la perspectiva del evangelio, los prime­ros en el Reino de Dios. El Dios de Jesús no quiere los protocolos de nuestros banquetes, porque para él los últimos serán los prime­ros, es decir, los que no cuentan en la sociedad, los marginados y excluidos, son sus predilectos. Por eso Jesús proclama dichosos a los que asuman esa nueva visión del panorama social y actúen de esa forma, y no deja de criticar abiertamente a los que pretenden copar los primeros puestos en los banquetes y sostienen ese sis­tema excluyente de relaciones humanas.

Una simple mirada a nuestro mundo nos sigue revelando las enormes desigualdades entre los enriquecidos y los empobreci­dos, ya sean éstos, países, pueblos o personas. Especialmente es clamorosa la injusticia imperante entre el primer y el tercer mundo. Dos mundos separados por un gran abismo, que no es ni la línea del Ecuador, ni la de los trópicos, ni la franja del Mediterráneo o la del Caribe, sino la del corazón de los seres humanos que tantas veces, insensatos y arrogantes, sigue antepo­niendo la soberbia, la codicia y la obstinación ciega (Si 3,17-33) del sistema económico reinante y mortal en toda la tierra, a la inver­sión de valores propuesta por Jesús, para el cual la humildad, la soli­daridad y la gratuidad son las características fundamentales de la mesa compartida. El mensaje de la prioridad de los últimos y de los pobres como propuesta alternativa al mundo injusto también ha sido y sigue siendo acogido con alegría por una muchedumbre innumerable de espíritus justos que han sido transformados (Heb 12,23) por la palabra y el Espíritu de Jesús. Esto se manifiesta de forma singular en la iglesia misionera que por doquier en toda la tierra se consagra al servicio de los últimos y anuncia al mundo el gran principio de otro mundo posible cuya base debe ser la prio­ridad de los últimos y de los pobres.

9. Crítica de Jesús al sistema económico

Uno de los temas de las parábolas presentes en la sección propia de Lucas (Lc 9,51-19,28) dedicada al «camino de Jesús hacia Jerusalén» es el mundo de las relaciones humanas desde la econo­mía. En el capítulo 16 hay dos parábolas sobre el tema, la primera, sobre el dinero injusto (Lc 16,1-15), y la segunda, sobre el hombre rico y Lázaro (Lc 16,19-31) y ambas están estrechamente relacio­nadas. En ellas Jesús descubre la trampa en la que el dinero, en cuanto aspiración idolátrica de la vida humana, tiene atrapada a la gente. Su mensaje central es la sentencia lapidaria de Jesús: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13).

En la parábola del administrador (Lc, 16,1-15) se revela la injusticia de un sistema económico que utiliza el préstamo de dine­ro con interés para agrandar el abismo existente entre pobres y ricos. El administrador era una persona de confianza, se trataba de un representante del amo, con la capacidad para hacer préstamos, arrendamientos, avales. Al hacer préstamos recibía una comisión en concepto de intereses. Esa comisión aparecía también normalmen­te en el total de la deuda. Jesús no alaba la injusticia del adminis­trador ni su falta de seriedad. No es la parábola del administrador injusto, sino del administrador listo, porque supo renunciar a los intereses que a él le correspondían. La cuestión central, motivo del elogio es la renuncia al beneficio propio. Lo que elogia el amo es la sagacidad del administrador por detraer de la deuda total la comi­sión que le corresponde, ganándose así la amistad de los deudores.

El administrador sagaz de la parábola es elogiado porque utiliza su poder para cumplir la ley del Antiguo Testamento (cf. Éx 22,24-25; Dt 23,20; Lv 25,35-38), que prohibía cobrar los intereses de los préstamos, haciéndose eco de la crítica profética de Amós (Am 8,4-7) y corregir así el sistema económico vigente en la época de Jesús (y también en la nuestra). Aunque en principio fuera por interés personal, la conducta del administrador responde en el fondo a los intereses y planteamientos de una moral económica de los oprimidos, para la cual no los ricos sino los pobres son impor­tantes. Según la parábola, quien tiene dinero y bienes es en reali­dad sólo administrador de los mismos, no un propietario. La correcta administración de los bienes tiene que responder a las necesidades de los pobres. El dinero (y el sistema económico, -incluido el crecimiento económico-) no es un fin en sí mismo y sólo ha de servir para hacer el bien, especialmente a los más pobres del mundo. Hacerse amigos apartándose del injusto dinero implica todo lo contrario al dinamismo de la esclavización, de la usura, del interés económico y del empobrecimiento de los deshe­redados. En el marco de las dos parábolas de Lc 16 se diseña, pues, un proyecto de economía alternativa orientado a atender las nece­sidades de los pobres, orientado a compartir y dar sin esperar nada a cambio.

La alternativa entre Dios y el dinero (denominado Mamon) se convierte en un absoluto. Jesús es consciente del atractivo seductor y corruptor de las riquezas y sabe que el dinero es un dios que exige pleitesía y adoración. Cuando el dinero se convier­te en dios, se pone en peligro la convivencia humana, se rompen las relaciones familiares, se olvida el perdón, se extorsiona, se roba, se traiciona, se llega hasta quitar la vida del otro. Por eso Jesús decla­ra abiertamente que no se puede servir a Dios y al dinero-Mamon (cf. Lc 16,13).

Más contundente aún es la otra parábola lucana dedicada en este capítulo a los pobres en la figura de Lázaro (Lc 16,19-31). Más inmenso que el abismo creciente que existe entre las gentes del capitalismo ultrarrico y las gentes del mundo empobrecido en nuestro planeta, será el abismo que separará a los ricos de los pobres en el definitivo Reino de Dios. Pero con una pequeña dife­rencia, a saber, que para entonces, según la perspectiva divina, cam­biarán radicalmente las tornas y mientras que los últimos serán los primeros, los primeros serán los últimos, mientras que los margi­nados serán consolados, los ricachones sufrirán tormento y, dicho con palabras lucanas de la Virgen María, a los hambrientos se les colmará de bienes y a los opulentos se les despedirá vacíos. Éste es el mensaje esencial de la parábola evangélica del pobre Lázaro, harapiento y llagado, y del rico que vestía de púrpura y de lino y sus respectivos destinos (Lc 16,19-31). La interpretación falsa e hipócrita de esta parábola, sumamente elocuente para describir la situación de la mesa global, ha legitimado, no pocas veces, el orde­namiento social del mundo, ha contribuido sobremanera a soste­ner las diferentes clases sociales determinadas por la posesión de los bienes de la tierra y de los medios de producción con prome­sas celestiales para los que sufren las consecuencias humanas de una economía explotadora y excluyente, y ha justificado de mane­ra conformista el sufrimiento de los empobrecidos en el aquí y ahora de la historia con el sueño de un más allá feliz.

Lejos de esa interpretación parcial y tergiversadora, la pará­bola revela la inversión futura de las situaciones para los pobres y para los ricos como resultado irreversible de la justicia de Dios, que no puede dejar impunes a quienes generan, promueven, sos­tienen y disfrutan la clamorosa injusticia y la creciente desigualdad social y económica de este mundo. Esta revelación de la justicia de Dios pretende interpelar a los enriquecidos, a los que viven cómo­damente, aprovechándose de los beneficios de este sistema injus­to aun a costa de otros, y suscitar la conversión y el cambio de mentalidad y de conducta.

10. Zaqueo, propuesta del Evangelio para los enriquecidos

Una de las escenas finales del itinerario de Jesús hacia Jerusalén en el evangelio de Lucas es la del encuentro de Jesús con Zaqueo (Lc 19,1-10), un hombre pequeño y rico que a partir de ese encuentro experimentó la salvación y sus consecuencias. Lucas recapitula en este momento singular de la trayectoria de Jesús, todos los elementos esenciales de su Evangelio: la prioridad de los pobres, de los marginados y excluidos, la misericordia entrañable de Dios, que, a través de Jesús, no da a nadie por perdido, el alcan­ce universal de la salvación, la llamada urgente de la conversión y la radicalidad de la experiencia de la salvación.

Después de la llamada frustrada al seguimiento realizada por Jesús a aquel rico que tenía muchas posesiones y tras reiterar la enorme dificultad de los enriquecidos para encontrar la salva­ción (Lc 18,18-26; cf. 16,19-31) Lucas presenta a Zaqueo como ejemplo positivo de actuación por parte de los ricos. En la escena mencionada de la vocación frustrada del rico que no quiso seguir a Jesús, quedaba claro que el motivo de su abandono a Jesús era la profunda interpelación realizada por Jesús cuando, tras conocer el buen comportamiento de aquel hombre le dijo que vendiera todo, lo diera a los pobres y siguiera a Jesús. En ese texto se pone de manifiesto que para Jesús el fin último de la llamada a la conversión y al seguimiento es la solidaridad con los pobres,y ésta está direc­tamente vinculada, en paralelismo sinonímico, al seguimiento de su persona. A pesar de mostrar la gran dificultad de los ricos para entrar en el Reino de Dios, con el evangelio en la mano se puede decir también que a ningún rico se le cierra la puerta de la salvación, pero ésta sólo se experimenta a través del cambio efectivo de comportamiento y de actitud por parte de los que acaparan las riquezas.

Esto es lo que sucede con Zaqueo. El verdadero encuentro personal con Jesús debe ser deseado, buscado y acogido con gozo por parte de los enriquecidos. A partir de ese encuentro se pro­duce ya en el tiempo presente la auténtica salvación. Está muy claro en el evangelio que lo que tienen que hacer los ricos es cam­biar radicalmente. La novedad evangélica, que no nace de ninguna norma previa, es lo que Zaqueo realiza al dar la mitad de los bien­es a los pobres y al poner en práctica lo prescrito en Ex 21,37 acerca de lo robado y devolver cuatro veces más a los que ha esta­fado en su gestión económica. Ese comportamiento de cambio radical en la atención a los pobres tiene el mismo efecto que la fe. De igual modo que la fe conduce a la salvación al leproso y al ciego (Lc 17,19; 18,42), el cambio de rumbo en la consideración de los pobres como destinatarios de los bienes de que carecen también condujo a Zaqueo a la salvación.Y es que los pobres son lugar de salvación, ellos son lugar teológico por antonomasia.

Esta orientación teológica constituye una dimensión esen­cial de la fe cristiana que está a la base de la «opción preferencial y evangélica por los pobres», vigente en la iglesia actual y ratificada por los últimos papas, Juan Pablo II, Benedicto XVI y el papa Francisco y ha sido impulsada, desarrollada y elaborada de manera singular por esa corriente extraordinaria de teólogos de la pobre­za injusta y de la esperanza liberadora, llamada a ser un mensaje de salvación en el mundo actual y de transformación de las estructu­ras sociales e injustas de la tierra.

11. El Magníficat, un auténtico himno de los pobres

La antológica composición lucana del Magníficat (Lc 1,46­55) es la exultante manifestación del credo mariano. Unirse a María en el canto de su profesión de fe permite a los creyentes identificarse con ella en el descubrimiento gozoso del Dios de los pobres, del Dios de la misericordia que actúa en la historia susci­tando, generación tras generación, la liberación de las personas y de los pueblos a través de los testigos primordiales de su justicia. María fue protagonista en Caná de Galilea anticipando la hora de la gloria de Dios.Jesús intervino allí a instancias de María, anuncian­do la transformación definitiva de la relación humana con Dios, mediante el cambio de la religión legal en una alianza nupcial de la humanidad con su Dios, e inauguró con sus signos el día de la nueva creación, mediante el amor consumado en su muerte y resu­rrección. En la espera de ese día siguen hoy los pobres, los que sufren, las víctimas de la injusticia humana y experimentan la gran esperanza que María infunde al afrontar al pie de la cruz, con fir­meza y resistencia, el sufrimiento ineludible de su hijo. Ella se abre en silencio sepulcral al Amor escondido y vivificador que sólo Dios con la resurrección rompió. El Magnificat es realmente el canto de la «revolución de Dios», como dice H. Schürmann, especialmente en el corazón de los pueblos crucificados de Latinoamérica,África y Asia, y de la multitud ingente de pobres o en proceso de paupe­rización progresiva en esta hora crítica del mundo, cuna del capi­talismo rico, donde muchas comunidades cristianas están sumidas en la lucha desde la fe centrada en Dios por el resurgir de una mujer y un hombre nuevos, con la esperanza de ver un día una humanidad liberada de los males estructurales que los ricos y potentados de la tierra, los arrogantes y descreídos, los déspotas y los tiranos, los potentados y «los mercados» han generado en tan­tos pueblos y rincones del planeta.

La alegría desbordante que rezuma el cántico de la Virgen María, la que va desde el interior del espíritu hasta la conmoción entusiasta del organismo humano, no está supeditada meramente a la vivencia de circunstancias favorables y halagüeñas de la vida, sino que es un don de la fe para afrontar también las dificultades, especialmente las asociadas a una vida de testimonio profético, particularmente en la hora de la crisis. Es la dicha propia de los que sufren algún tipo de tribulación por la causa de Jesús, y experimen­tan la exclusión, la difamación y el rechazo por ser fieles a los valo­res del Reino de Dios (cf. Lc 6,23).

12. La prioridad de los pobres, principio de otro mundo posible

Para finalizar tenemos en cuenta las coordenadas económi­cas, políticas y sociales que dibujan el mapamundi contemporáneo, sumido en la gran crisis del sistema vigente. Este sistema está determinado por el dictado del gran capital económico del plane­ta y por los movimientos de la economía financiera con el poder omnímodo de los «mercados». Las consecuencias del mismo se ven desde hace tiempo pero no hacía falta ser profetas para adivinar su trayectoria última y ver cómo la situación de la gran mayoría de pobres del mundo sigue agravándose y cómo se van produciendo procesos de pauperización progresiva en áreas y regiones del pla­neta jamás imaginables.

Esta situación es estructural y no meramente coyuntural. Es la caducidad de un sistema que reclama ya una alternativa. Esta decadencia pertenece a las entrañas del sistema mismo y por eso requiere no sólo soluciones políticas y económicas coyunturales a corto plazo, sino la apertura de nuevos horizontes, la creación de nuevas ideas, la generación de nuevos modelos sociales y econó­micos para una distribución de los bienes y recursos del planeta con los criterios de una mayor igualdad y solidaridad de carácter internacional como medio de eliminación de la pobreza.

En la articulación de un sistema nuevo y alternativo la Palabra de Dios tiene mucho que aportar, pues ella es siempre cre­adora y regeneradora de una nueva realidad, ella contiene en sus entrañas la revelación del mundo de relaciones que Dios quiere para que todos los seres humanos vivamos en la verdadera frater­nidad, en el respeto a la libertad y a la dignidad de toda persona y en la igualdad que se deriva de la fraternidad y de la filiación divi­na.

Por eso en este momento de la historia contemporánea la Iglesia tiene una gran palabra que comunicar al mundo. Es el anun­cio de Jesucristo en una nueva Evangelización. Cristo Jesús, desde su identidad personal como pobre, desde su mensaje y sus ense­ñanzas a favor de los empobrecidos, ofrece unos principios mora­les y unos valores esenciales para la transformación de nuestro mundo en otro mundo posible.

Stefano Bitassi7 hace una propuesta para la elaboración del discernimiento social, tanto en la lectura del presente como en las decisiones políticas necesarias para ello. Él advierte que no se trata de caer en el riesgo del fundamentalismo bíblico que aplica al pre­sente el sentido literal del texto bíblico, ni de hacer un uso instru­mental de la Biblia únicamente a la medida de un compendio de textos o afirmaciones autosignificantes, frecuentemente sacados de su contexto, sino que se trata más bien de confrontarse con las estructuras dinámicas y los mecanismos de la experiencia humana y social presentadas en la Biblia. Considerar tales mecanismos como revelados, y «proféticamente» desvelados para nosotros, nos permite considerarlos como instrumentos útiles para la elabora­ción de un análisis social y para los posibles políticos sobre la realidad8. Para los contextos sociales y económicos de nuestro mundo actual, en medio de las cuestiones éticas de esta era ultra­moderna y científica no se encuentran soluciones en textos escri­tos hace dos mil años. Sin embargo, a partir de las estructuras diná­micas, de los mecanismos relacionales de Dios con la humanidad, entre los seres humanos, y entre la persona y lo creado es como los textos nos presentan que es posible trazar los horizontes en los que es posible moverse en el marco de una reflexión cristiana.

Desde esta perspectiva nos atrevemos a trazar el nuevo horizonte que se deriva del Nuevo Testamento en la consideración de los pobres del mundo. Y así creo que es posible encontrar un principio articulador del pensamiento de un nuevo sistema social. Partiendo de Cristo, y sólo de Cristo, considero que la prioridad de los pobres, formulada en la teología latinoamericana como «opción preferencial y evangélica por los pobres» es el principio de otro mundo posible, con nuevas relaciones sociales, económicas y políticas. El hondo calado de un principio así requiere que sea asu­mido en primer lugar por las iglesias en su tarea evangelizadora y misionera, que se integre en todas las actividades pastorales de las comunidades cristianas y que sea un criterio moral de primer nivel en la difusión de los valores operativos cristianos.

Por ello de la lectura del texto de 2 Cor 8,9,»Cristo se hizo pobre…», objeto de nuestro primer análisis, y de la presentación de todos los textos sobre los pobres en los evangelios sinópticos, no podemos pretender sacar sólo conclusiones operativas y efica­ces ni hacer ahora una colecta para los pobres de toda la tierra como hizo Pablo para la comunidad de Jerusalén, pero «en razón de la igualdad» (2 Cor 8,14) hemos de articular mecanismos de comunión y solidaridad en el interior de las estructuras económi­cas internacionales y sociales que permitan lograr los grandes objetivos que se presentan como cotas mínimas de igualdad en el planeta, de modo que el hambre quede absolutamente erradicada y los seres humanos alcancen la dignidad de vivir según la riqueza que Dios ha concedido para todos, es decir para compartirla entre todos, pues el gran soberano de toda la tierra es el único Dios vivo y verdadero.

  1. Éste es el elenco y la distribución de las 34 frecuencias de πτωχός en el NT: Mt 5,3; Mt 1 1,5; Mt 19,21; Mt 26,9; Mt 26,11; Mc 10,21; Mc 12,42; Mc 12,43; Mc 14,5; Mc 14,7; Lc 4,18; Lc 6,20; Lc 7,22; Lc 14,13; Lc 14,21; Lc 16,20; Lc 16,22; Lc 18,22; Lc 19,8; Lc 21,3 Jn 12,5; J n 12,6; Jn 12,8; Jn 13,29; Rom 15,26; 2 Cor 6,10; Gál 2,10; Gál 4,9 St 2,2; St 2,3; St 2,5; St 2,6 Apo 3,17;Apo 13,16.
  2. Cf. Helmut Merklein, Πτωχός en Balz, Horst – Schneider, Gerhard, Diccionario Exegético del Nuevo Testamento (II),Salamanca,Sígueme,2002, 1258-1266, p. 1260
  3. Cf. J. P. Meier, Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico. Tomo II/I. Juan y Jesús. El Reino de Dios. Estella,Verbo Divino, 1999,Tomo II/1 pp.385-409.
  4. Cf. J.M.Torres Serrano,»La opción por los pobres parece eclipsarse», Theologica Xaveriana 57 (2007) 107-125.
  5. Utilizo la traducción de mi libro Sinopsis bilingüe de los tres primeros evangelios con los paralelos del Evangelio de Juan, Verbo Divino, Estella, 1999.
  6. Esto ya lo he expuesto en otro lugar: Cfr.J. Cervantes Gabarrón, El evangelio y los pobres, Foro Ignacio Ellacuría, Murcia, 2008, pp. 15-18.
  7. S. Bitassi,»Usare la Bibbia nella riflessioni sociale: una proposta», Aggiornamenti Sociali 12 (2010) 755­764.
  8. Cf. Idem, p. 762.

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