- LA CORDIALIDAD COMPASIVA
En nuestras manos está hacer la caridad, pero con unos modales educados que envueltos en el amor se conviertan en cordialidad. Los hombres conservan unas relaciones cívicas correctas que llaman educación. Precisamente a los funcionarios y a otros empleados se les exige buenos modales y cordialidad, como la imagen de buen funcionamiento. A la sociedad actual le gusta la cordialidad, si es educación, pero le molesta si es compasiva. La llaman paternalismo. Sin embargo, la cordialidad en las familias, en las comunidades, en la sociedad, hace el papel de la seda o del terciopelo que recubre las paredes y los sillones para suavizar las aristas y amortiguar los encuentros.
Santa Luisa animaba a las Hermanas a ir a los pobres con dulzura, pues «son nuestros amos» a los que debemos amar con ternura y respetar profundamente», pero, ante todo les inculcaba la compasión. Sin embargo, para vivir en comunidad prefiere la tolerancia y la cordialidad. Y es que la vida comunitaria está tejida con encuentros, relaciones, conversaciones, risas y quejas de personas que a cada encuentro se miran a la cara y se saludan. Si la tolerancia y la cordialidad no empapan el aire que respiran, la frialdad las hiela y las aleja a unas de otras, mientras que, si el corazón de cada persona se apoya en la ternura y se refleja en la cara y en las expresiones, las relaciones se hacen más familiares, uniéndolos a todos en un solo corazón. La misericordia entre amigas facilita conocer mejor los valores y las virtudes de cada una y sentir el calor del amor. Al fin y al cabo, la cordialidad es el rostro que expresa el amor. y llamamos compasión al amor hacia el que sufre. y por el amor el perdón abraza a quien ofende. ¿La felicidad puede consistir en algo distinto del perdón, la compasión y la cordialidad entre todos los humanos?
La compasión es un sentimiento que brota del ser humano. el perdón es una virtud que se conquista a base de esfuerzo. pero la cordialidad, salida natural del corazón, es un arte que debemos aprender. Con todo, no debemos confundirla con una afabilidad estudiada o fingida. Cuando alguien aprende la cordialidad como un arte, sin más, puede llegar a ser una persona educada, pero ser vicenciano o simplemente cristiano requiere poseerla como virtud. El Espíritu Santo la convierte entonces en una actitud sobrenatural para dar el corazón y la vida a familiares, compañeros y a los pobres. Pero si no existe la compasión ante el que sufre y, sobre todo, el perdón hacia quien ofende, la cordialidad se ennegrece.
¡Qué poco se necesita para ser cordial!: un abrazo en la despedida, una sonrisa al que te ha ofendido, una pregunta amable a quien ves que sufre, interrumpir algo o dirigir la mirada ante una pregunta o simplemente comunicar una noticia. Una sonrisa o una frase amable de perdón pueden unir más fuerte que los consejos y las disculpas, decían tanto santa Luisa como san Vicente.
Y si tener misericordia significa suprimir o aliviar el dolor del que sufre con ternura del corazón, para ser misericordioso necesitamos disponibilidad y paciencia, acogida y escucha atenta para poder compadecernos, pero, sobre todo, cordialidad, que es el ropaje con que se viste la misericordia para no herir la sensibilidad de la persona que sufre.
Por ello, la cordialidad es el vestido predilecto que inculca la Señorita Le Gras a la Hermana que la sustituye en su ausencia como Superiora de la Casa Central, cuando va a fundar una comunidad en el hospital de Nantes, indicándole que comunique a sus compañeras cada quince días lo que haga «con mucha dulzura y cordialidad», ya que el director Vicente de Paúl ha mandado que visiten a las Hermanas que atienden a los pobres de la ciudad con humildad, imitando la dulzura del Hijo de Dios. Y concluye: «Sus visitas no parecerán nada más que cordialidad y su conversación afectuosa».
Es asombrosa la insistencia de santa Luisa, de genio pronto, en recalcar la necesidad de la cordialidad para vivir la armonía en comunidad con vistas a un mejor servicio a los pobres. Sor Bárbara Angiboust era seria y exigente; en su comunidad una Hermana cayó enferma y santa Luisa, mujer afectiva, escribe a Sor Bárbara: dígale que «no se desanime, que experimente en ella misma la necesidad que nuestros amos, los pobres enfermos, tienen de asistencia, de cordialidad y de dulzura». Y en otra ocasión le dirá, también a Sor Bárbara, que para reconciliarse con su compañera lo mejor es ejercitar la cordialidad.
Sin embargo, acaso la situación más conmovedora y, por ello, más impresionante es la que está sufriendo por amor a los pobres Sor Juana Francisca. Está sola en medio de la guerra, atendiendo a huérfanos y pobres. Santa Luisa, compadecida, sufre más que ella al verla sola sin poder enviarle una compañera. Le escribió muchas cartas para sostenerla, y en esa situación le recalca, como es lógico, que sea fiel a su vocación [pues no tiene más consejero que su Ángel de la Guardia] y que sea modesta y recatada [al estar continuamente entre seglares y soldados]. Pero también teme que su situación pueda amargarla o irritarla en detrimento del servicio a los pobres. Compadecida de su hija le recuerda que los pobres son sus Amos y los debe servir con cordialidad y dulzura.
La misericordia se ha vestido de dulzura. Es la luz y el aire fresco que hace agradable la estancia en una casa. Una misericordia sin cordialidad enrarece el aire y termina asfixiando. San Vicente se lo explica con todo detalle a las Hermanas: «Si tenéis amor a los pobres, demostraréis que os sentís muy gustosas de verlos. Cuando una hermana tiene amor a otra hermana, se lo demuestra en sus palabras… De forma que conviene que os demostréis unas a otras la alegría que se siente en el corazón y se refleja en la cara… Cuando se acerca una hermana, mostradle una cara que le haga ver vuestra amistad, que os sentís muy dichosas de volver a verla… Eso se llama cordialidad, que es un efecto de la caridad; de forma que si la caridad fuera una manzana, la cordialidad sería su color… También puede decirse que, si la caridad fuera un árbol, las hojas y el fruto serían la cordialidad; y si fuera un fuego, la llama sería la cordiali-dad»62.
Se puede afirmar sencillamente que la cordialidad que envuelve a la compasión y al perdón, lleva a poner buena cara, a compartir la alegría y a sanar el dolor de la persona que sufre, aunque nos haya ofendido y su carácter sea difícil o su comportamiento inaceptable.
Benito Martínez Betanzos, C.M.
CEME, 2015