La MISERICORDIA como praxis de la vida y del apostolado del misionero (IV)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad, Espiritualidad vicencianaLeave a Comment

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. No hay fronteras para una Compañía misericordiosa.

Uno de los episodios más significativos, desde el punto de vista de la incipiente Congregación de la Misión, de lo que es la miseri­cordia corno praxis, lo tenemos en la ayuda que san Vicente y los Misioneros prestaron a la Lorena y a las Provincias de Francia devastadas por la guerra de los treinta años, sobre todo Picardía y Champaña.

La guerra de los Treinta Años fue librada en Europa Central (principalmente el Sacro Imperio Romano Germánico) entre los años 1618 y 1648. En ella intervinieron la mayoría de las grandes potencias europeas de la época. Francia, en el devenir de la Guerra, ocupó la Lorena y la devastación de este ducado fue terrible.

«La desolación llegó a tal extremo, que, después de que la mayor parte de los que quedaron en su tierra, se vieron obli­gados a alimentarse con la carroña medio podrida de los ani­males, también ellos se vieron reducidos a ser pasto de las fieras carniceras, y observaron cómo corrían por todos los lados los lobos hambrientos, que descuartizaban y devora­ban a mujeres y niños que encontraban un poco aislados, incluso en pleno día y a la vista de todo el mundo; y varias de esas pobres criaturas fueron arrancadas muy heridas de sus garras y medio muertas, y las llevaron a los Hospitales de las ciudades, en los que los Sacerdotes de la Misión las hicieron curar Los lobos estaban tan enviciados con los cuerpos humanos, que iban de día a los pueblos y las aldeas y entraban en las casas abiertas, y de noche en las ciudades por las brechas de las murallas, y se llevaban a mujeres, niños y todo lo que podían arrebatar».

Más tarde con la entrada en la guerra de los Tercios Españoles situados en Flandes, la desolación se apoderó también de la Picardía y alrededores:

«porque la permanencia bastante larga de los dos ejércitos sobre aquella frontera causó en ella una desolación extrema: y cuando se retiraron de los alrededores de Guisa, dejaron allí un grandísimo número de soldados muertos de hambre atacados de diferentes enfermedades; los cuales, queriendo esforzarse en andar para buscar algún alivio, caían de debi­lidad a lo largo de los caminos y morían miserablemente pri­vados de sacramentos y de todo consuelo humano».

Uno está tentado de seguir describiendo las miserias que las guerras traen consigo, pero volvamos a cómo la contemplación de estos desastres puso en pie la misericordia como praxis en la Congregación de la Misión.

«Algunos viandantes, al ver aquel espectáculo, llevaron la noticia a París, en el momento en que allí por aquellos días todo el mundo se alegraba de la retirada de los enemigos; pero muy pocas personas se apiadaron de aquellos pobres abandonados, que perecían tan miserablemente sin ninguna clase de socorro. … El Sr Vicente, especialmente sensible ante los sufrimientos del prójimo, se conmovió mucho al conocer el estado, digno de compasión» …

San Vicente movilizó a los Misioneros y a las Damas.

Cuando en una reunión con las Damas de la Cofradía en el Hótel-Dieu les lee los gastos en favor de los pobres, san Vicente sabe que cada cifra en favor de los pobres esconde sacrificios e incluso muertes de Misioneros, muchas jornadas de viajes peligrosas, muchas noches de vela y mucho dolor.

«El Señor Vicente leyó a continuación la nota de gastos hechos por la Compañía para los pobres de Champaña y de Picardía que comprende del 15 de julio de 1650 hasta el día de la última Asamblea General. Se han enviado y distribuido a los pobres trescientas cuarenta y ocho mil libras, y desde la última Asamblea general hasta hoy, diecinueve mil quinien­tas libras, que es poco, comparándolo con los años precedentes».

Pero era la Congregación de la Misión, la pequeña Compañía, la que se comprometió en la práctica de la misericordia con las poblaciones devastadas. Algunos Misioneros murieron de agota­miento y de enfermedades, siendo un verdadero ejemplo para quie­nes los veían. Otros, como el Hermano Mateo Regnard, ponían su vida en peligro varias veces en cada viaje de socorro. Los pintores­cos relatos y la suerte que tuvo el Hermano Mateo en sus viajes no deben ocultar los sacrificios y los peligros. Es necesario meditar con serenidad los relatos del Padre Pedro Coste sobre la asistencia a Lorena, a Picardía y a Champaña para darse cuenta de la ingente obra llevada a cabo por la Compañía, oculta a veces por las sumas de dinero que no dejan ver los corazones conmovidos, el esfuerzo de los brazos y el sudor de la frente de los misioneros. Veamos esta carta del Hermano Mateo que san Vicente leyó a la Comunidad de San Lázaro:

«Hace algunos días, nuestro hermano Mateo me escribía desde Lorena; y su carta, empapada en lágrimas, me indicaba las miserias de aquel país y especialmente el de más de seiscientas religiosas: Padre, el dolor de mi corazón es tan gran­de que no puedo decírselo sin llorar ante la enorme pobreza de esas buenas religiosas que manda socorrer su caridad. que es tan grande que no podría describirla en su mayor parte. Sus hábitos casi no pueden reconocerse… Están remen­dados por todas partes de verde, de gris, de rojo, de todo lo que pueden encontrar. Han tenido que ponerse zuecos».

La Congregación de la Misión escribió estas páginas de su his­toria con la mano emocionada de quien tiene el corazón conmovido por las miserias de sus hermanos. No escatimó esfuerzos, imagina­ción, sufrimientos vidas con tal de socorrer a esas tierras crucifica­das. Seguramente el mismo Jesucristo leyó con satisfacción el párrafo que Abelly dedicó a estos misioneros conmovidos que se tomaron en serio la misericordia como praxis:

«Las historias antiguas ciertamente nos facilitan ejemplos diversos de las miserias extremadas causadas por el azote de la guerra: nos representan las ruinas y la desolación de ciu­dades, de Provincias y de Monarquías enteras; pero no lee­mos en ninguna, que, entre el terror y los desórdenes de los ejércitos y en medio de las violencias y el bandidaje de los soldados, se haya encontrado el medio de practicar toda clase de obras de misericordia espirituales y corporales con una organización, una habilidad, un valor y hasta con una seguridad, no solamente con algunas personas particulares, sino también con pueblos enteros».

Juan Julián Díaz Catalán, C. M.

CEME 2015

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