En 1697, entre los alumnos del colegio de la Propaganda en Roma se hallaba un joven alumno, alemán de nación, de nombre Sr. Jean Mullener. Se ofrecía para la expedición apostólica que el Soberano Pontífice organizaba entonces con vistas a extender la religión cristiana en China. El Sr. Mullener debía un poco más tarde entrar en la Congregación de la Misión, llegar a ser uno de los obreros mejores del Evangelio en China y recibir la dignidad de obispo y el cargo de vicario apostólico de la vasta provincia del Su-Tchuen.
Veamos en qué circunstancias se decidieron estos acontecimientos.
El papa Inocencio XII, no menos celoso que sus predecesores por la propagación de la fe, trabajó en enviar misioneros a China y en distribuir las diferentes partes de esta vasta porción de la viña del Señor a vicarios apostólicos y a obreros dignos de su confianza.
A partir del tiempo de la conquista de las Indias por los portugueses, se habían establecido varios obispados en estas regiones. El rey de Portugal los había tomado bajo su protección y les había asegurado rentas. Estos obispados eran : 1° l’évêché de Macao renfermant la province portugaise de ce nom, le Kouan-toung et le Kouan-Si, deux vastes provinces de la Chine, et tout le royaume de Tonkin ; – 2° l’évêché de Nankin renfermant la province de ce nom ou Kiang-Nam, le Tché-Kiang, le Fo-Kien, le Kiang-Si, le Hou-Kouang, le Kouei-Tcheou, le Hou-Nan, et les îles de la côte de Nankin ; – 3° l’évêché de Pékin embrassant le Pe-Tchely, le Chantong, avec le Léao-Tong, le Honan, le Chensi, le Su-Tchuen, con las islas de la costa y regiones adyacentes. Todos estos obispados de los que los dos últimos no databan más que del 1690, dependían del arzobispo de Goa. Era evidente que estos obispados eran de una extensión desmesurada, y no eran suficientes para para la administración conveniente de las cristiandades que se multiplicaban en China. Por ello los papas Inocencio XII e Inocencio XIII repartieron estos obispados en vicariatos apostólicos confiados a obispos in partibus tomados de diferentes comunidades. Aquin va est division Tal y combo exista en 1696 : 1° Le vicariat du Fou-Kien confié à Mgr Maigriot, du séminaire des Missions étrangères de Paris, avec le titre d’évêque de Conon ; 2° le Tchö-Kiang, au P. d’Alcala, dominicain ; 3° le Kiang-Si, à Mgr Alvarez Benavente, des Ermites de Saint-Augustin, évêque d’Ascalon ; 4° le Hou-Kouban au P. Jean-François de Leo, franciscain ; 5° le Chan-Si au P. Antoine Pontes, jésuite ; 6° le Su-Tchen, à Mgr Artiste de Lynne, évêque de Rosalie, du séminaire des Missions étrangères ; 7° le Chenis au P. Basile de Génome, franciscain ; 8° le Yun-Nan à M. Philibert Leblanc, des Missions étrangères ; 9° le Kouei-Tcheou au P. Charles Turcotte, jésuite ; 10° le Tonkin à Mgr Raymond Lez olé, coadjuteur de Mgr Edmond Bellot, évêque d’Aura, tous deux des Missions étrangères.
En 1697, el Papa Inocencio XII, después de llenar los vacíos de estos vicariatos apostólicos, pensó en dotarlos de buenos obreros y por sus órdenes la sagrada Congregación de la Propaganda preparó una expedición apostólica para la China ; esta expedición se compuso de cuatro dominicos, tres agustinos, trece francisanos reformados, y doce hermanos menores de la observancia. Formaban también parte de ella: El Sr. Louis Appiani, sacerdote de la Congregación de la Misión, entonces director espiritual en el colegio de la Propaganda en Roma, y otros dos sacerdotes, el Sr. Donato Mezzafalce de Bitono, en el reino de Nápoles, y el Sr. Jean Mullener, de veintiocho años y que era en Roma alumno de la Propaganda.
I
Es del Sr. Mullener, como miembro de la Congregación de la Misión, cuya vida queremos recorrer brevemente
El Soberano Pontífice dio al Sr Louis Appiani el título de vice visitador apostólico. Así se abría `para la familia religiosa de San Vicente de Paúl en China la vía a unos trabajos a los que el santo y su primeros discípulos habían aspirado.
San Vicente de Paúl, en efecto, había enviado, como se sabe, a misioneros a Madagascar y deseaba que su celo los llevara todavía más lejos, si tal era la disposición de la divina Providencia. Conocemos estos pensamientos por una carta del Sr. Etienne quien el 15 de enero de 1664, escribía de Madagascar al Sr. Alméras, entonces superior general para pedir que le consiguieran de Roma el poder de anunciar el Evangelio por toda la tierra. El añadía: «Si nos obtenéis esta gracia, después de haber recorrido todas las regiones de la isla Saint-Laurent, yo iré hasta China, a Japón y demás tierras infieles a abrir el camino a nuestra Congregación para entregar a Dios y a las almas el servicio que ahora presta en Europa: también era este el proyecto del difunto Sr Vicente, nuestro bienaventurado Padre, que yo pasase hasta China «. Dios recompensó a este celoso servidor con la palma del martirio en la tierra de Madagascar y se reservó introducir de un modo providencial la Congregación de la Misión en China, unos treinta años más tarde. Sin embargo si El Sr. Etienne no pasó él mismo a China fue él quien por sus liberalidades abrió este país a los primeros misioneros. Por una donación hecha a san Vicente y a la Compañía el 20 de septiembre de 1659, había asignado sobre su patrimonio una suma anual de 1 500 libras destinadas a las misiones de Madagascar y de las islas adyacentes, y en su defecto la suma debía ser empleada en otras misiones fuera del reino para la conversión de los infieles. Pues bien, habiendo quedado abandonada Madagascar en 1674, esta suma estaba sin empleo.
El Sr. Jolly, tercer superior general de la Congregación, pensó en cumplir en este asunto la obligación contraída por la casa de San Lázaro. En 1692, tomó la resolución de enviar a algunos misioneros a la China o al Tonkin, y en caso de imposibilidad de hacerlo, dar estas 1 500 libras del Sr. Etienne a los jesuitas de estas misiones. Entretanto, ordenaba al procurador de San Lázaro que apartara todos los años 1.000 escudos para satisfacer los atrasos de la renta, sobre dicho fondo se tomaría de vez en cuando lo que el superior general juzgara conveniente dar a los obreros de las regiones idólatras. Dios no tardó en realizar los deseos del sucesor de san Vicente y por la boca de su vicario en la tierra llamó, seis años después, a un misionero a cumplir en China un puesto honorable para el bien de la religión en ese país.
Fue el 10 de febrero de 1697 cuando el Sr. Appiani dejó Roma. Partió con el Sr. Mullener vía Venecia para llegar, atravesando Persia y las Indias, al término de su misión, China.
Ya hemos hablado anteriormente (p. 173) de la vida del Sr. Appiani.
II
El Sr. Jean Mullener nació en Brême, el 4 de octubre de 1673. Alumno de la Propaganda, colegio verdaderamente apostólico de Roma, del que era director espiritual el Sr. Appiani. Se apegó a los pasos de su maestro estimado.
Los viajeros debieron hacer una larga estación en Madrás, ciudad principal de las posesiones inglesas en las Indias. Los ejemplos de virtud del Sr. Appiani ejercieron sin duda una impresión de edificación en el Sr. Mullener, quien sintió también la necesidad del apoyo sólido que proporcionaba la vida de comunidad, sobre todo al entrar en el empleo difícil de las misiones; por eso el joven apóstol solicitó el favor de ser admitido en la familia religiosa de San Vicente de Paúl. Interpretando el consentimiento del Superior general, el Sr. Appiani recibió al fervoroso postulante en la Congregación. Siendo ratificado después este hecho por el Sr. Watel, y la S.C. de la Propaganda de la que dependía entonces el Sr. Mullener habiendo dado su consentimiento, pronunció los votos en 1704.
Fue en 1699, el mes de octubre, es decir casi tres años después de su partida de Roma, cuando el Sr. Mullener y el Sr. Appiani desembarcaron en China, y fue en Cantón. Su primer cuidado fue entregarse al estudio de la lengua china. Les era indispensable como a todo misionero, y además debían tener muy presente realizar el propósito principal que había tenido la Propaganda, el de formar un seminario indígena de sacerdotes chinos.
Fue hacia Su-Tchuen de donde Mons. de Lyonne, obispo de Rosalie, miembro de la Congregación de las Misiones extranjeras, era vicario apostólico, adonde se dirigieron. En esta época, los vicarios apostólicos eran tomados en las comunidades religiosas o en el clero secular, pero el vicariato no era por eso confiado a la comunidad a quien pertenecía del vicario apostólico. Todos los sacerdotes dependían directamente de la Propaganda, y hasta muy tarde no se introdujo el sistema más fácil y más fecundo en obreros apostólicos por el que Roma confía de una manera general un vicariato a tal o cual sociedad religiosa.
El Sr. Watel, superior general, escribía en 1705: «Acabamos de recibir cartas de China, con fecha del 15 de octubre de 1703, escritas por los Srs. Appiani el mayor y Mullener. El primero no está bien de salud, habiendo tenido una fiebre doble terciana. Siguen empleados en el vicariato de Mons. de Rosalie, que está todavía en Roma. Han sufrido diversas persecuciones por parte de los gobernadores, de los prefectos de milicia y de sus subdelegados. Dios no obstante los ha asistido, ha bendecido sus trabajos y coronado su paciencia. Tienen una casa en la ciudad de Chang-king-fû, de la que hacen su residencia ordinaria; tienen allí una iglesita u oratorio, dedicada la gran Emperador del cielo. Los campesinos de los lugares circunvecinos les han levantado otras dos en el campo con cañas o juncos, o de paja. Un ermitaño pagano se había colocado entre sus catecúmenos, y les ofrecía el templo que él dirigía para el culto de los ídolos, con el fin de hacer de él una iglesia consagrada al verdadero Dios. Esta nueva cristiandad estaba compuesta de unas cien personas tan solo, todas muy fervientes y pacientes; estos señores las educan en la sencillez y pureza de las costumbres de los primeros fieles. Han tenido el consuelo de ver morir a ocho pequeños, después de recibir el bautismo, y a un anciano en los sentimientos de una verdadera compunción, y en la detestación del culto de los ídolos que había adorado desde su infancia. Esto es en resumen cuanto han hecho de bueno para la gloria de Nuestro Señor, durante este año de su tribulación ; pero ahora están pacíficos en el ejercicio de su ministerio, y ven una gran puerta abierta a la publicación del Evangelio: Ostium enim mihi apertum magnum et evidens. Piden hombres virtuosos, capaces y celosos para tomar parte en sus trabajos».
En 1704, el superior general añadía » el Sr. Pedrini u nuestro hermano Jean Callière partieron de aquí, el 3 del mes pasado, para ir a embarcarse para China en Saint-Malo, de donde nos han escrito, la antevíspera de Navidad, que habían subido al barco, y que solo esperaban un viento favorable, que es el de la helada, que vino después, de manera que los creemos ya salidos. Si Dios les da la gracia de llegar a buen puerto, como lo esperamos, en siete u ocho meses, tendremos allí una pequeña comunidad formada, si estos dos misioneros se unen al Srs. Appiani y a Mullener, que trabajan ya allí útilmente, con progresos en la lengua del país desde hace cuatro años. Les recomiendo también, por favor Señores, a vuestras oraciones».
Las pruebas no tardaron en sobrevenir. Un hambre espantosa forzó a los misioneros a venderlo todo para no perecer de hambre. Una persecución persiguió al Sr. Mullener hasta Canton. El Sr. Appiani ya había ido y había sido detenido por el legado, Mons. de Tournon, como secretario intérprete. Lo que debía atraer sobre él terribles persecuciones y llevarle a prisión durante largos años.
IV
En 1707, el Sr. Mullener pudo regresar al Su-tchuen para recuperar sus trabajos de evangelización.
Una tentativa que hizo en Pekín para obtener más libertad religiosa y que no fue secundada por los partidarios de los ritos chinos que se hallaban en esta capital, no le desanimó. Pronto otra persecución, le expulsó a Cantón, luego a Macao y hasta Batavia. Pero con una perseverancia heroica, volvía sin cesar hacia sus fieles del Su-tchuen.
Una tentativa que hizo en Pekín para obtener más libertad religiosa y que no fue secundada por los partidarios de los ritos chinos, que se encontraban en esta capital, no le desanimó. Pronto otra persecución le arrojó a Cantón, después a Maco y hasta Batavia. Pero con una perseverancia heroica, volvía sin cesar a sus fieles del Su-tchuen.
En 1713, el Sr. Bonnet, superior general, escribía de París: «Hemos recibido cartas del Sr. Mullener del 23 de mayo de 1711. Ha salido de Cantón, donde estaba oculto, para ir a servir a los pobres fieles e infieles de las montañas de Su-tchuen, provincia de China, donde ha trabajado el Sr. Appiani, antes de su prisión, sucedida el 23 de noviembre de 1706». Y los años siguientes, el superior general decía también: «El Sr. Mullener nos ha escrito de Su-nan-fou, el 11 de agosto. Está allí en medio de cuarenta y seis pequeños Estados libres, aunque enclavados en el imperio, y allí hace, bastante oculto, las funciones de un hombre apostólico, in laboribus plurimis; a pesar de ello se atrevido y ha levantado una iglesita donde hace públicamente las funciones del culto divino». Y el año de 1716: » l Sr. Mullener continúa sus misiones en las montañas que ha escogido, para poder trabajar, más pacíficamente y sin peligro, por la salvación de los pobres infieles de estos lugares casi desérticos, enclavados en el imperio de China. Lleva una vida dura, laboriosa y parecida a la de los apóstoles: In solitudinibus errantes, in montibus et speluncis et in cavernis terræ».
El Sr. Bonnet, en su circular del 1º de enero de 1713, había dado a conocer el género de apostolado del Sr. Mullener en las líneas siguientes:
«El Sr. Mullener nos dice en su carta del 12 de abrí de 1713, escrita del Tung-ling-fu : 1º que se siente muy afligido, al entrar de Batavia en China, después de su destierro, por haber encontrado a su iglesia y su primera casa ocupadas por los infieles ; 2º que ha hecho construir otras tres en diferentes lugares de los Estados donde catequiza e instruye a estos nuevos Cristianos y a sus antiguos fieles ; 3º que Dios ha querido convertir a nuestra santa religión por su ministerio a quinientos infieles, y que entre estos nuevos cristianos hay un gran fervor, varias vírgenes incluso que abrazan el celibato con valor y cumplen exactamente los deberes de una profesión tan santa, lo que le da mucho consuelo. El Sr. Appiani nos escribe que este querido cohermano es un verdadero apóstol y que para entrar con seguridad en los lugares de su distrito, se ha vestido y disfrazado de portador, o más bien de pequeño comerciante para distribuir a los pobres idólatras los tesoros de la gracia y de la fe, más que para venderles estas pequeñas mercancías con las que parece traficar. El difunto Mons. obispo de Rosalie (Mons. de Lyonne) le tenía en mucha estima, y le comparaba a san Francisco de Sales, sobre todo por su gran mansedumbre «.
V
Como se ve entre líneas, el vicario apostólico del Su-tchuen, Mons. de Rosalie había muerto. Roma pensó honrar con el carácter episcopal al Sr. Appiani, para recompensar su fidelidad a la autoridad apostólica y por sus sufrimientos. Declinó este honor y señaló como muy digno del título de vicario apostólico por su experiencia, sus virtudes y su celo, al Sr. Mullener. Roma aceptó estas propuestas.
El 25 de octubre de 1716, el Sr. Appiani escribía a propósito del Sr. Mullener, anunciando los breves que le nombraban obispo:
» Hace ya más de dos meses que he enviado un expreso a Mons. Mullener con los despachos y los breves de Roma; yo creía tener sus cartas antes de la saludada de los dos navíos franceses, ya que no hace más de veinticinco días de marcha hasta nuestra primera iglesia. Probablemente sea que se haya metido en las montañas, donde un príncipe se dispone a abrazar la verdad. Por eso no tengo cosa que contaros sobre él, sino que espero que sea uno de aquellos buenos obispos de la primitiva iglesia».
Por fin, el 12 de diciembre de 1717, el Sr. Appiani anunciaba que Mons. Mullener había sido consagrado obispo el mes de diciembre de 1716.
«Volvamos ahora, decía él, al que, de hijo se ha convertido en padre; Mons. Jean Mullener, obispo de Myriophis y vicario apostólico del Su-tchuen y de las montañas, ha sido consagrado obispo, el año pasado, el día de la fiesta transferida de Santa Lucía, por el obispo de Pekín, reformado veneciano. La Providencia de Dios, que lo dispone todo fuerte y suavemente, ha permitido que se diera prisa, como yo de lo había recomendado, en recibir la consagración episcopal. Le había explicado las razones por mí sabidas. Se retrasó en el camino por varios accidentes; entre los cuales, estaba en peligro de encontrarse a dos comisarios imperiales que eran enviados a examinar y espantar el buen viejo obispo de Pekín. Una vez consagrado, Mons. Mullener se volvió a la cristiandad del Hou-Kouang que se halla en Tchan-te-Fou, donde él hizo las primeras funciones episcopales, con la mitra que le había construido su discípulo y el mío, Paul Sou, a quien le dio al mismo tiempo la tonsura. Este último bien merece este favor, sus trabajos para propagar el Evangelio harán que se le eleve al sacerdocio, cuando tenga la edad y la ciencia necesarias. Deseáis saber tal vez de qué báculo pastoral se sirve? Es propiamente del bastón del peregrino que recupera para las funciones episcopales de un tejido blanco, añadiéndole una cresta postiza en estaño que le ha hecho también el joven tonsurado. Últimamente, es decir el 10 de octubre, el padre del tonsurado, mi antiguo catequista, y fundador de una nueva cristiandad en las montañas, ha venido aquí a traerme una carta de Monseñor, con fecha de 14 de mayo y escrita del Su-tchuen».
Por su parte, el Superior general, el Sr. Bonnet, escribía el 1º de enero de 1718 : Estábamos muy apenados al no recibir noticias de nuestros Srs. cohermanos de China ; pero, gracias a Dios, el 13 del mes pasado, recibimos muy favorables, por la carta del Sr. L. Appiani, escrita de su parroquia de Cantón, el 1º de octubre de 1716, por la que nos señala : 1º que está en el mismo estado de cautividad, de debilidad, y siempre muy sumiso a Dios, y resignado a su voluntad, teniendo a menudo la fiebre y preparándose de cerca a la muerte ; 2º él debe de haber enviado a al Sr. Mullener sus bulas, rogándole que vaya lo antes posible al prelado más cercano, para obedecer a Nuestro Santo Padre el Papa, haciéndose consagrar obispo de Myriophis ; lo que no le impedirá llevar la maleta, como un correo, y seguir despacio para tener ocasión de predicar el Evangelio con toda humildad, siendo y debiendo ser un obispo de los primeros siglos. Hay en este cantón un príncipe que se dispone a abrazar nuestra santa fe, y que ha dado un terreno y materiales necesarios para construir públicamente una iglesia».
VI
Los cristianos se multiplicaban, gracias al celo del ferviente vicario apostólico. Pero una de sus más bellas obras fue haber trabajado, en medio de esta vida siempre inestable, en la empresa, al lado de la cual todas las demás no vienen sino en un segundo plano; formar un clero indígena. Es lo que el Superior general de París no se cansaba de alabar cuando, cada año, daba noticias de la misión de China y del vicario apostólico del Su-tchuen.
En 1727, el Sr. Bonnet escribía : «El Sr. Appiani, que disfruta ahora de una plena y entera libertad, debía reunirse con Mons. Mullener para encargarse de la dirección de su pequeño clero, entre los cuales de un sacerdote, llamado el Sr. Paul Su, ha sido admitido por nosotros en la Congregación. Es un sujeto bastante bueno, muy sabio y muy amable». –En 1731, decía del Sr. Mullener: «El prelado cultiva con gran cuidado sus siete u ocho iglesias en sus montañas y en sus desiertos. Hay dos sacerdotes, un diácono y jóvenes clérigos en proporción, todos nativos del país». –Por último, en 1733, repetía aún con una complacencia visible: Mons. Mullener nos indica que tiene un hermoso clero nativo, compuesto de tres sacerdotes, de un diácono y de varios clérigos menores a los que hace estudiar.
Al precio de qué esfuerzos de paciencia y de perseverancia se obtenían estos resultados, Mons. Mullener lo ha dejado entrever él mismo en una carta dirigida a uno de sus cohermanos de Roma, donde describe sus solicitudes por los cristianos y los esfuerzos para formar a los jóvenes, esperanza del cristianismo en su país. La carta lleva como fecha el 22 de marzo de 1721. » Ya, decía él, por la gracia de Dios, ya tengo seis cristiandades en esta provincia, una en Chang-te-fou, en el Hou-Kouang, otra en los Estados de las montañas, mas como esta es muy pequeña, no encuentro modo alguno para detenerme por largo tiempo. La última persecución que ha habido fue muy fuerte en algunas provincia; por la gracia de Dios, no ha hecho grandes males a los nuestros No obstante, los paganos siguen intimidados, y en lugares apenas se atreven a escuchar la palabra de Dios; además, en la misma ocasión, una iglesia que yo tenía en esta provincia y que estaba situada en la alta montaña ha sido destruida por los bonzos quienes no estaban lejos de ella, y eso sin ninguna orden de los mandarines. Por lo demás, los cristianos han permanecido siempre firmes y conservan un gran fervor. La cristiandad de Ching-te-fu ha sido trabajada por los mandarines durante más de ocho meses, y al final todo se ha calmado por la ayuda de Dios solo. Los que más han sufrido han sido los neófitos de las montañas en el Estado de Yuen chung-fu, porque el Señor de este país ha destruido la iglesia que era bastante grande y extorsionado mucho dinero a los cristianos sus súbditos; había expulsado ya de sus Estados a los cristianos que no le pertenecían. Yo estuve en ese distrito, el año pasado, cuando la persecución se calmó. Los neófitos habían vuelto a su antigua residencia, y habían rehecho una iglesia pequeña. Me quedé allí unos veinte días para instruirlos y animarlos. Hace algunos días que me he enterado de que el señor del país se había dejado caer al río el escudo de su gobierno sin poderlo recobrar; es ha sido ocasión para extorsionar de nuevo dinero a los cristianos sus súbditos, con gran perjuicio para la religión».
Añadía al asunto de la obra que le era tan preciosa, la formación de un clero. «Aquí yo mantengo conmigo a ocho jóvenes a quienes enseño latín; tres de ellos hacen muchos progresos, y los otros son todavía pequeños uno de los tres primeros tiene veinticinco años; le he dado las órdenes menores; los otros dos recibirán bien pronto la tonsura, solo tienen diez años Todos estos jóvenes han sido ofrecidos a Dios por sus padres; en la provincia de nuestras demás misiones, tenemos también más de quince, pero aún son pequeños. No puedo recibir aquí a un número tan grande, mientras esté solo y sin cohermano. Ya veis pues la necesidad de tener a uno o a varios compañeros; pues para recorrer todas estas misiones, necesito un año entero, y durante ese tiempo, estos alumnos se quedan en la casa al cuidado del maestro chino, y se les olvida todo lo aprendido el año precedente; luego hay que volver a empezar como si no hubiera pasado nada y enseñarles de nuevo lo que se les ha olvidado». Pero, con todo ello Mons. Mullener no renunciaba a la obra de la formación del clero.
VII
Esta vida llena de labores gastaba las fuerzas del siervo de Dios y su edad avanzaba. El Sr. Conty, superior general, escribía de Paris el 1º de enero de 1743: «He recibido cartas de Mons. Mullener, obispo de Myriophis, del Sr. Pedrini y del Sr. Paul Su. El primero continúa así, con muy grandes fatigas y frecuentes peligros, su ministerio apostólico, y tiene el consuelo de mantener a los antiguos cristianos y de hacer unos nuevos. Dios perece manifiestamente velar por su conservación, habiéndole librado también, hace poco, delas manos que le buscaban para apresarle, y que se libró por una horas. Como este ferviente apóstol tiene ya casi setenta años y sus continuos trabajos no pueden por menos que abreviar sus días, la Sagrada Congregación le ha dado un coadjutor, es el P. Louis Maggi, florentino, y religioso de Santo Domingo. Mons. Mullener le ha consagrado, y le ha dado para al Sr. Etienne Siu, sacerdote chino. Este, que se ha formado durante varios años y recibido incluso en nuestra Congregación por el obispo de Myriophis, se cuidará de las cristiandades de dos Estados donde el nuevo prelado no podría penetrar sin ser primero descubierto. El Sr. Paul Su, que es el brazo derecho de Mons. Mullerner, trabaja con bendición, y acaba de lograr disipar persecuciones y vejaciones, que los gentiles hacían a nuevos cristianos»
En 1745, el Sr. Couty anunciaba lo que le habían dicho: «que el Sr. Jean Mullener, decía, nuestro ilustre cohermano, obispo de Myriophis, vicario apostólico de Su-tchuen y administrador de la de Hou-quan, había muerto, el año último, en el curso de sus trabajos apostólicos. Cuando se nos comunique el día de su muerte, trataremos de edificar a la Congregación al detalle de sus virtudes. La vida dura y laboriosa que ha llevado constantemente para salvar almas, en medio de mil peligros por su vida, y a pesar de las más vivas persecuciones, le ha merecido una reputación tan grande de santidad, que muchos decían, mientras vivía, que no les sorprendería verle colocado en los altares después de su muerte. Nosotros no dejaremos de ofrecer a Dios por él los sufragios acostumbrados entre nosotros».
En realidad, era en 1742, el 17 de septiembre, cuando se había apagado lleno de días y de méritos, en su vicariato del Su-tcguen, Mons Jean Mullener. Mons. de Martillart, vicario apostólico del Yun-nan y obispo de Écrinée, recibió sus últimas recomendaciones y el Sr. Paul Su, sacerdote de la Misión, estaba presente en su óbito. El Sr. Couty mandó insertar en la colección de las noticias sobre los misioneros difuntos, con ocasión de Mons. Mullener, la nota siguiente:
«…No recibiremos menos edificación por el detalle en que prometemos entrar sobre la vida y las virtudes apostólicas del Sr. Jean Mullener, nuestro ilustre cohermano, obispo de Myriophis, vicario apostólico de la provincia del Su-tchuen y administrador de la del Hu-Kuang. Vemos en una carta escrita a la Propaganda por Mons. obispo de Écrinée, vicario apostólico del Yun-nan, quien ha recibido los últimos suspiros de nuestro santo cohermano, quien ha muerto el 17 de diciembre de 1742. La Congregación debe sin duda a la virtud de un hijo que ha andado tras las huellas de los más grandes apóstoles, un elogio en el que no dejaremos de insertar el que Mons. el obispo de Écrinée ha enviado a Roma. Nada más hermoso. Depositario de sus últimos sentimientos, declara que no es fácil encontrar una vida más pura, más santa, ni que pueda servir mejor de modelo a todos los hombres apostólicos».
El elogio prometido de Mons. Mullener no se hizo nunca, bien por causa de la prohibición que existía entonces de publicar nada en que se hablara de los ritos chinos, bien porque la Propaganda no consintió en comunicar los documentos que poseía a este efecto. Pero la Providencia no ha querido que el recuerdo de esta gran figura se perdiera, y los rasgos trazados en las circulares de los superiores generales así como diversos fragmentos de sus cartas nos han permitido constatar las virtudes y los méritos de este hombre verdaderamente apostólico.