Introducción a la vida devota. Quinta parte, capítulo 02

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Francisco de SalesLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Francisco de Sales · Año publicación original: 1604.
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San Francisco de Sales

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CAPÍTULO II

CONSIDERACIÓN SOBRE EL INMENSO BENEFICIO QUE DIOS NOS HACE AL LLAMARNOS A SU SERVICIO, SEGÚN LA PROMESA YA CITADA

1. Considera, los puntos de tu promesa. El primero es haber dejado, rehusado, detestado, renunciado, para siempre, todo pecado mortal; el segundo es haber dedicado y consagrado tu alma, tu corazón, tu cuerpo, con todo lo que de él depende, al amor y al servicio de Dios; el tercero es que, si llegases a caer en alguna mala acción, te levantarías enseguida, mediante la gracia de Dios. ¡Qué resoluciones tan bellas, justas, dignas y generosas! Reflexiona bien en tu interior cuán santa, razonable y deseable es esta promesa.

2. Considera a quien has hecho esta promesa: la has hecho a Dios. Si la palabra razonable dada a los hombres nos obliga estrechamente, cuánto más la palabra dada a Dios. «¡Ah, Señor! -decía David-, es a Ti, a quien mi corazón ha hablado; mi corazón ha dicho una buena palabra; jamás la olvidaré».

3. Considera en presencia de quien, pues ha sido delante de toda la corte celestial. ¡Ah! la Santísima Virgen, San José, tu Ángel bueno, San Luis, toda esta bendita compañía te miraba y, al oír tus palabras, exhalaba suspiros de gozo y aprobación, y, con una mirada de amor inefable, veía tu corazón, que, postrado a los pies del Salvador, se consagraba a su servicio. En la Jerusalén celestial hubo un gozo muy particular, y ahora se celebrará allí la conmemoración, si de corazón renuevas tus propósitos.

4. Considera por qué procedimiento hiciste las promesas. ¡Ah! ¡Qué dulce y generoso fue Dios para contigo en aquel tiempo! Mas díme ¿no fuiste invitada por los suaves atractivos del Espíritu Santo? Las cuerdas, con las cuales arrastró Dios tu barquichuela hacia este puerto de salvación, ¿no fueron el amor y la caridad? ¿No te atrajo después con su azúcar divino, con los sacramentos, la lectura y la oración? ¡Ah, amada Filotea!, tú dormías y Dios velaba por ti, y pensaba pensamientos de paz sobre tu corazón, y meditaba para ti. meditaciones de amor.

5. Considera en qué tiempo te inspiró Dios estas grandes resoluciones; fue en la flor de tu edad. ¡Ah! ¡Qué gozo conocer tan pronto lo que sólo podemos saber demasiado tarde! San Agustín, ganado para Dios a la edad de treinta años, exclamaba: «¡Belleza antigua! ¿Cómo te he conocido tan tarde? ¡Ah, te veía y no hacía caso de ti! » Y tú podrías muy bien decir: «¡Oh Dulzura antigua! ¿Por qué no te he saboreado antes?» Y sin embargo, todavía no lo merecías, por lo tanto, reconociendo la gracia que te ha hecho Dios, de atraerte en tu juventud, dile con David: «¡Oh Dios mío, Tú me has iluminado y tocado desde mi juventud, y yo proclamaré siempre tu misericordia». Y si esto no ha ocurrido hasta tu vejez, ¡qué gracia, Filotea, que, después de los abusos de los años precedentes, Dios te haya llamado antes de la muerte, y haya detenido el curso de tu miseria en un tiempo en el cual, si esto hubiese continuado, hubieras sido eternamente desdichada!

Considera los efectos de esta vocación: según me parece, encontrarás en ti muy buenos cambios, si comparas lo que eres con lo que fuiste. ¿No sientes gozo en saber hablar de Dios por la oración, en sentirte inclinada a quererle amar, en haber sosegado y pacificado muchas pasiones que te inquietaban, en haber evitado muchos pecados y tropiezos de conciencia y, finalmente, en haber comulgado con mucha más frecuencia que no lo hubieras hecho, uniéndote con esta soberana fuente de gracias eternas? ¡Ah! ¡Qué grandes son estas gracias! Es menester pesarlas con el peso del santuario. Es la diestra de Dios la que ha hecho todo esto. «La bondadosa mano de Dios, exclama David, ha hecho la virtud; su diestra me ha levantado. ¡Ah! no moriré, sino que viviré y proclamaré con el corazón, con la boca y con mis obras las maravillas de su bondad».

Después de todas estas consideraciones, las cuales, como ves, inspiran gran abundancia de buenos afectos, es menester acabar sencillamente con una acción de gracias y con una plegaria, anhelando sacar mucho provecho de ellas, retirándote con humildad y confianza en Dios; reservando el esfuerzo que exigen las resoluciones para después del segundo punto de este ejercicio.

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