Introducción a la vida devota. Cuarta parte, capítulo 07

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Francisco de SalesLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Francisco de Sales · Año publicación original: 1604.
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San Francisco de Sales

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CAPÍTULO VII

REMEDIO CONTRA LAS GRANDES TENTACIONES

Enseguida que sientas en ti alguna tentación, haz como los niños, cuando en el campo ven algún lobo o algún oso; al instante corren a los brazos de su padre y de su madre, o, a lo menos, les llaman y les piden auxilio y socorro. Acude de la misma manera a Dios, reclamando su auxilio y misericordia; es el remedio que enseña Nuestro Señor: «Orad para no caer en la tentación».

Si ves que la tentación persevera o aumenta, corre, en espíritu, a abrazar la santa Cruz, como si vieses delante de ti a Cristo crucificado, protesta que no consentirás en la tentación, y pídele socorro contra ella y, mientras dure la tentación, no ceses de afirmar que no quieres consentir.

Pero, cuando hagas tales protestas y deseches el consentimiento, no mires de frente a la tentación, sino solamente a Nuestro Señor, porque, si miras la tentación, podrá hacer vacilar tu valor, sobre todo si es muy violenta.

Distrae tu espíritu con algunas buenas y laudables ocupaciones, porque estas ocupaciones al entrar en tu corazón y al establecerse en él, ahuyentarán las tentaciones y sugestiones malignas.

El gran remedio contra todas las tentaciones, grandes y pequeñas, es desahogar el corazón y comunicar a nuestro director todas las sugestiones, sentimientos y afectos que nos agitan. Fíjate en que la primera condición que el maligno pone al alma que quiere seducir, es el silencio, como lo hacen los que quieren seducir a las esposas y a las hijas, que, ante todo, les prohíben comunicar a los maridos y a los padres sus proposiciones, siendo así que Dios quiere que demos a conocer enseguida sus inspiraciones a nuestros superiores y directores.

Y si, después de lo dicho, la tentación se empeña en importunarnos y en perseguirnos, no hemos de hacer otra cosa sino insistir por nuestra parte, en la protesta de que no queremos consentir; porque, así como las mujeres no pueden quedar casadas mientras dicen que no, de la misma manera no puede el alma, aunque muy agitada, ser jamás vencida si se niega a serlo.

No concedas beligerancia a tu enemigo, y no le contestes palabra, si no es aquella con que Nuestro Señor le respondió, y con la cual le confundió: «¡Vete, Satanás! Adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás». Y así como la mujer casta no ha de responder una sola palabra al hombre envilecido que le sigue haciéndole proposiciones deshonestas, sino que, dejándole al punto, ha de inclinar, al instante, su corazón del lado de su esposo, y ha de renovar el juramento de fidelidad que le prometió, sin entretenerse en dudar, así el alma devota, al verse acometida de alguna tentación, no ha de pararse en disputar y en responder, sino que, sencillamente, ha de volverse hacia el lado de Jesucristo, su esposo, y prometerle de nuevo que le será fiel, y que sólo quiere ser toda de Él, por siempre jamás.

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