Historia general de la C.M., hasta el año 1720 (56. Misioneros enviados a Argel, otros a la China)

Mitxel OlabuénagaHistoria de la Congregación de la MisiónLeave a Comment

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Author: Claude Joseph Lacour, C.M. · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1731.

Fue escrita por el Sr. Claude Joseph Lacour quien murió siendo Superior de la casa de la Congregación de la Misión de Sens el 29 de junio de 1731 en el priorato de San Georges de Marolles, donde fue enterrado. El manuscrito de l’Histoire générale de la Congrégation de la Mission de Claude-Joseph LACOUR cm, (Notice, Annales CM. t. 62, p. 137), se conserva en los Archivos de la Congregación de París. Ha sido publicado por el Señor Alfred MILON en los Annales de la CM., tomos 62 a 67. El texto ha sido recuperado y numerado por John RYBOLT cm. y un equipo, 1999- 2001. Algunos pasajes delicados habían sido omitidos en la edición de los Anales. Se han vuelto a introducir en conformidad con el original.


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San Vicente de Paúl
San Vicente de Paúl

LVI. Misioneros enviados a Argel, otros a la China

La CM no se desanimó de enviar nuevos operarios a Argel para proporcionar los alivios acostumbrados a los pobres esclavos cristianos, aunque hubiera visto la manera salvaje como habían quitado la vida al sr. Montmasson y a un hermano. Una vez que se estableció la paz entre Francia y los Argelinos, destinaron al sr. Laurence, antiguo sacerdote de la CM, ya viejo, para dirigirse allí en calidad de vicario apostólico. Partió de Marsella en vida aún del sr. Jolly, y llegó a Argel 1694.

Siguió por mucho tiempo sólo con un hermano, y el sr. Pierron dio las noticias siguientes: El sr. Laurence, vicario apostólico en Berbería, vive en paz en Argel, aunque muy sobrecargado de trabajo, viéndose obligado, fiestas y domingos, a decir al menos dos misas para ofrecer a los pobres esclavos medio de oírle, encontrándose, gracias a Dios, pocos sacerdotes en esclavitud. Pensamos enviarle por primavera a un sacerdote de nuestra CM, como coadjutor en el vicariato apostólico, y ya hemos escrito a Roma sobre esto. El general mantuvo su palabra, y rogó al sr. Lambert Duchesne, superior de Alet, que fuera a reunirse con él para ayudarle en sus trabajos, y aceptó; y el sr. Pierron dio más noticias en una carta después en estos términos: Los dos señores, con el hermano Jacques Le Clerc, que había salido con el sr. Laurence, están sin novedad. Me participan que un Corsario de Argel acababa de apresar un barco español que iba a las Indias, en el que había 4 Padres de la Misericordia, 4 Capuchinos, un Franciscano y un sacerdote secular. Uno de los Capuchinos, que hablaba un poco francés, fue reclamado por el cónsul francés, y fue liberado. Esta captura es un socorro espiritual para esta iglesia que sufre, pero al mismo tiempo una sobrecarga temporal en razón de la pobreza de los esclavos, que están en la imposibilidad de sostener a tantos sacerdotes, y pagar a su patrón. El sr. Laurence acogió a dos Capuchinos en la casa, y puso al otro a servir en una mazmorra; los Padres Trinitarios, que se encargan del hospital, acogieron en casa a los Padres de la Misericordia; los otros no tienen ocupación, el sr. Laurence ya les ha dado trabajo a otros dos sacerdotes, antiguos esclavos. Había pues por entonces diecisiete sacerdotes en Argel, además de los dos Misioneros, y de los dos sacerdotes administradores del hospital, que eran Españoles. Buen trabajo les costó ponerse bajo la protección del cónsul francés, pero había que obedecer las órdenes de Felipe V, rey de España, que los puso a todos allí, los de la nación en ese país, lo que a pesar de todo, causó celos y suscitó luego envidiosos del sr. Duchesne, después de la muerte del sr- Laurence, como veremos.

Dios abrió otra vez a los Misioneros la puerta de otro país más alejado, que era la China, y se sirvió para ello de Nuestro Santo Padre el Papa, Clemente XI, quien profesaba un singular afecto a la CM. Hacía el honor a la casa de Roma de ir alguna vez antes de ser papa, y al mismo tiempo vio a un misionero francés, aunque recibido en Italia, llamado sr. Anselme, hombre sencillo y recto nada más verlo, y hasta tomaba sus consejos para su conciencia; hizo unos ejercicios para disponerse a recibir el santo orden del sacerdocio; una vez papa mandó decir al sr. Anselme que se alegraría mucho de verle todavía alguna que otra vez y que, para ello, le introducirían por una escalera reservada, hasta su habitación.

El Santo Padre, como relata el sr. Jolly en su carta del 1º de enero de 1700, dijo un día delante del sr. Anselme, que quería enviar a sacerdotes de la CM a China y a las Indias, preguntando si se ofrecerían muchos para ir. Cuando se les propuso a los franceses, se presentaron cantidad para esta misión distante, mientras que hubo pocos Italianos que escribieron al general para ofrecerse.

El Papa ya había enviado hacía dos años, como vice-visitador apostólico a un sacerdote de la Misión, italiano, llamado sr. Louis-AntoineAppiani, el cual, dice el sr. Pierron, una vez llegado a China, nos comunicará si ve allí alguna disposición para fundar, y entonces se harán esfuerzos para enviar operarios. Entre tanto, los que se sientan sentir un atractivo hacia esta misión harán bien en decírnoslo, con el fin de pensarlo detenidamente y, mientras, que practiquen las virtudes apostólicas, las cuales pueden, mediante la gracia de Dios, merecer una tan santa vocación; ella pide una virtud varonil y muy sólida, a prueba de todas las penalidades, mortificaciones y tentaciones. Se había enterado por cartas de dicho sr. Appiani que después de sus diversos viajes y todo lo que había pasado, estaba preparado a subir a un navío que debía conducirle a China con sus compañeros, pero que el capitán que era Inglés, no quiso admitirle nunca, bien que hubiesen convenido en el precio para llevarlos; sin embargo esperaba llegar a China por alguna otra comodidad; y que estando en Madrás, puerto desde donde escribía, cerca de Meliaport o ciudad de Santo Tomás, en la costa de Coromandel, uno de sus compañeros le había pedido ser admitido en la CM. El sr. Appiani se hizo pronto célebre en China, por la parte que tuvo en los sufrimientos de Mons. cardenal de Tournon, anterior patriarca de Antioquía y enviado por N. S. P. el Papa, en calidad de legado apostólico, para terminar con los diferendos acaecidos entre los Misioneros de este imperio, sobre las ceremonias chinas, lo que hizo por un mandamiento aprobado después por el Papa, donde él las declara supersticiosas. Este mandamiento le atrajo molestas persecuciones por parte del emperador de China. Se habla mucho del sr. Appiani a quien Mons. Tournon tomó por intérprete, en las Memorias de los Señores de las Misiones extranjeras.

Era originario del Piamonte y tenía otro hermano menor, también sacerdote de la Misión, que fue al mismo tiempo a las vastas regiones del Mongol, en Asia; pero se volvió pronto a Europa y se llevó con él a un joven de esta nación a Paris, luego se volvió al Piamonte. De esta forma, su viaje no tuvo continuación. Escribió del Mongol al sr. Pierron una carta el 22 de febrero de 1700, en la que le informó que dos meses antes interpretando su intención sobre lo que había dado permiso a sus hermano de recibir a dos sacerdotes en la CM, el cual no obstante no recibió más que al sr. Mullener, que estaba ya en China, había recibido igualmente como Misionero de la CM a un sacerdote a la edad de 31 años, de una familia noble de Rávena, llamado sr, Nicolas Piepascoli. Era un doctor en uno y otro derecho que había profesado en su país, el cual, en un retiro hecho en la casa de Monto Citorio, en Roma, de tal manera se sintió tocado por Dios que, desde entonces, sólo tuvo desprecio para el mundo y concibió tal celo por la salvación de los Indios que lo dejó todo para dedicarse a su servicio. El sr. Appiani añade que, para entonces, este sacerdote producía tanto fruto entre estos pobres infieles que se necesitaría un grueso volumen para señalarlos; que poseía un don particular para hacerse querer de todos hasta de los Ingleses y Holandeses herejes, quienes han secundado cuanto le ha hecho emprender su celo, y lo más importante, que es extremadamente virtuoso y llamado en aquel país el ángel de paz y un verdadero santo.

Esto es, añade el sr. Pierron, un gran don de Dios por la CM. Me ha escrito para pedirme que acepte su recepción, pero pidiéndolo de una forma que da bien a entender que posee ya el espíritu de la Misión y las virtudes que le componen. No se ha presentado embarcación más que la que se prepara este mes aquí, por la cual yo no dejaré de comunicarle que estamos de acuerdo con lo que ha hecho el sr. Jean Appiani y que desearíamos que fuera del agrado de Dios enviarnos tales súbditos. Sin embargo, no se vuelve a hablar más de este Misionero.

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