XLIII. Otra asamblea general en 1692. Sus decretos.
Ya se ha dicho que el decreto de la asamblea precedente que otorga un lugar distinguido a los asistentes producía mucha pena al sr. Jolly. Y que él lo juzgaba contrario a la sencillez, de la que la CM hace una profesión particular. Tal vez veía que los Señores asistentes concedían demasiado valor a este decreto, aferrándose siempre a ocupar tales lugares. Los antiguos de San Lázaro parecían no sentirse edificados, y uno de los que habían prestado los mejores servicios, llamado sr. Louis Serre, para dar a conocer lo que pensaba de una distinción así, iba siempre al coro para situarse el último de los clérigos, lo que producía lástima al prefecto del coro, y advertido de que se pusiera en su puesto, entre los sacerdotes, se fue por fin a decírselo al sr. Jolly, de quien recibió esta repuesta: Déjelo como está. Sabe muy bien lo que hace. El general está resuelto pues a mandar derogar este decreto, y para ello tener otra asamblea general.
En un principio había pensado convocar, según las constituciones, una sexenal, seis años después de la última asamblea general, que se había celebrado, como se ha visto, en 1685. Pero habían sobrevenido las guerras; hicieron los caminos impracticables, sobre todo para los extranjeros que debían venir de Italia y de Polonia, y que por eso se excusaron. No permitieron pues hacerlo. Esto es lo que escribió el sr. Jolly a las casas de la Co, en una carta del 18 de diciembre de 1690: Habiéndome escrito el visitador de las casas de Italia, hace algunos meses con ocasión de la asamblea sexenal que debe celebrarse el año que viene, que en caso de continuación de la guerra sería incómodo venir de aquel país, aquí, a causa de la ruptura con el duque de Saboya y porque los Piamonteses, que son numerosos en la CM, no podrían entrar en Francia, por cualquier camino que escogieran. Es porque Su Alteza Real no lo quería. Teniendo también en cuenta que el viaje sería difícil para los Polacos, por estar Alemania llena de gente en guerra; según el parecer de nuestros asistentes a quienes ya les he propuesto todo y además nuestra intención era de convocar una asamblea general por algunas razones que se refieren al bien de la CM, se ha creído conveniente no reunir la asamblea sexenal el año próximo, a menos que se viera superada esta dificultad del camino. Tuve a bien enterarme del parecer de todos los visitadores de las provincias, quienes juzgaron igualmente que esta asamblea sexenal no era necesaria, hemos resuelto no celebrarla, pero convocar una general tan pronto como los caminos estén libres y que se pueda viajar con seguridad. He querido comunicarles esto a las casas, porque algunos superiores ya estaban pendientes de la información del tiempo de esta asamblea para poder convocar su asamblea doméstica, sin interrumpir las funciones.
No esperó mucho a convocar esta asamblea general; habiendo señalado París inmediatamente después de Pascua del año 1692.
El asunto de los asistentes le tenía preocupado, y viéndole ya viejo de más de 70 años, no quería que se esperara hasta después de su muerte en una asamblea general para una futura elección, en que los asistentes no teniendo al general a la cabeza, se habrían visto quizá demasiado desprevenidos, así el decreto habría subsistido con facilidad.
Los Italianos, que tenían por visitador al sr. Terrarossa, superior de Roma, llegaron por mar a desembarcar en Marsella; y los Polacos, que tenían por jefe al sr. Tarlo, con los pasaportes para venir por Holanda y Bruselas. Las asambleas provinciales de Francia se hicieron y transcurrieron pacíficamente, y los diputados llegaron a París con los visitadores a su tiempo. Los asistentes del general dieron señales primero de firmeza, para mantener el decreto a su favor. El sr. Talec, uno de ellos diciendo que había jurado su observancia como de todos los demás. No obstante la asamblea no juzgó razonable su pretensión. Y el sr. Talec fue depuesto de su asistencia, viendo por sí mismo que estaba obligado a pedir su dimisión. Era además admonitor del general, y el sr.René Gouhier, hombre distinguido por su saber y conocido hasta en París por ello, en quien el sr. Jolly tenía gran confianza, fue puesto en el lugar del sr. Talec para este último oficio, pero no se le nombró asistente sustituto. Quedaban tres como hasta ahora, sabiendo que la asamblea precedente había juzgado conveniente añadir un cuarto para las naciones extranjeras y sobre todo para la nación italiana. Fue el sr. Thomas Robicolli, sacerdote, de la casa de Roma, que llegó el primero a París para ejercer este oficio, y así ha continuado la costumbre desde entonces. Vamos a relatar los resúmenes de los decretos de esta asamblea.
Se ha tratado, dice, del decreto de la precedencia concedida en la última asamblea a los asistentes del general, y la presente declaró con consentimiento unánime, y también de los asistentes, quienes por bien de la paz, y de la CM, renunciaron a él afirmando que, sin referirse a este decreto, había que atenerse a la ordenanza y uso observado en la CM. A saber: que fuera del caso de las asambleas generales, no había lugares particulares para los asistentes y la asamblea prohíbe a todos y un montón de individuos de la CM proponer nada en lo futuro, en la asamblea que sea, que tienda a procurase para sí o para dos demás directa o indirectamente ninguna precedencia bajo el castigo que la asamblea juzgue justo. Este decreto es firme. Nos hace ver que el sr. Jolly, aunque ya mayor, sabía aún hacerse obedecer, imponiendo la ley en la CM, ganándose a la gente, quedando a salvo la sencillez y la humildad, en lo que llevaba razón por cierto.
Los otros decretos son también numerosos: a saber, que a propósito de los subasistentes, para los cuales se preguntaba si debían sentarse inmediatamente después del asistente en el coro; que menos en la casa de San Lázaro, donde por buenas razones el sub-asistente ocupa el lugar inmediatamente después del asistente, había que seguir en otras partes lo que se había practicado hasta entonces. El asistente que realiza todo el oficio del superior o difunto, o llamado, o ausente, o gravemente enfermo, no tiene derecho cuando no puede acudir a la asamblea provincial, a sustituir a otro, siendo así que las constituciones sólo se lo conceden al superior. En caso del que es elegido diputado en la asamblea doméstica para ir a la provincial, renuncia a su elección y, antes o después, se niega a partir, no se puede hacer nueva elección a causa de varios inconvenientes que se podrían temer. No se puede negar allí donde se dirigen seminarios externos, el honor y el cargo de examinar a los ordenandos, que los obispos difieren a veces, pero sí el de examinar a los confesores, o de ser admitido a su consejo, sin obtener el permiso del general. Y si se obtiene seguir lo que reguló la asamblea de 1668. Al hablar de la dirección de las conferencias de la diócesis, en cuanto a la confesión de los enfermos, de los pobres y de los presos, que se pudieran visitar, nada se ha de innovar, sino seguir las reglas y usos de la CM.
En la lectura que se hizo de lo que habían propuesto los diputados, a saber si había que enseñar a los estudiantes la administración de los sacramentos, y ejercitarlos en ello, hacerles predicar en el refectorio, pensaron que los ejercicios en los sacramentos serían una o dos veces al mes, que para los que estaban ya con las órdenes sagradas, se debía remitir los sermones del refectorio al tiempo de las vacaciones para no interrumpir los estudios, a menos que se trate de jóvenes sacerdotes que se quedan en San Lázaro por algún tiempo después de su ordenación, o de antiguos estudiantes que habían acabado ya sus estudios, que era preciso permitir a los mismos estudiantes entrar en la habitación de su director sólo para estudios, con la condición de que mientras se hallaran dentro, la puerta permaneciera abierta. Se puede cerrar cuando están con el prefecto de los estudios. Que conviene asimismo que los seminaristas externos puedan ir a ver en sus habitaciones a los nuestros que son sus educadores o sus directores, pero que de ordinario la puerta debe quedar abierta. Que se había de dejar al juicio del superior o del director dar permiso a los seminaristas internos para pasear las fiestas y domingo tras las vísperas, pero no innovar nada en la marcha de la casa de San Lázaro. Sobre el permiso por algún estudio hacia el final del seminario interno , que los superiores para escribir en diversas cartas lo que debe ser escrito, sin tener que observar su regla, donde todo está claramente explicado. Y lo mismo para firmar las cuentas del procurador. La asamblea aprobó todas estas resoluciones.
Hubo de igual modo discusiones al examinar las dificultades en las funciones y el informe de que en algunos lugares había discusiones sobre llevar la estola en los entierros, entre los antiguos sacerdotes o el asistente y el hebdomadario nombrado para hacer los entierros. Se dijo siguiendo el parecer de los diputados que eso no pertenece ni a los antiguos sacerdotes, ni al asistente, al menos en esto; que la uniformidad perfecta en las parroquias deseada por muchos era difícil que toca al superior aplicar a cada uno a las funciones según su talento; que se ha de mantener el consuetudinario actualizado, el que se señala cuanto se ha de hacer en la parroquia, entregarlo al visitador para verlo, y luego al general; que en las discusiones que surgen a veces entre los asistentes y los procuradores, en lo que las reglas parecen encargarle de las mismas cosas, como visitar la cocina, granero, despensa, etc., para determinar lo que es del oficio de cada uno, se debe observar en adelante esto: el asistente visita estos lugares, y actúa de manera que los que cuidan de ellos, cumplan con su deber, y el procurador tiene cuidado si hacen algo contra el buen orden, con el fin de informar al superior o al asistente, pero sin intervenir en ello. El procurador debe hacer las provisiones de lo que se puede guardar, como trigo, telas, etc., según la orden del superior, y el asistente se ocupará de que se hagan a tiempo, y que todo se guarde bien. El procurador podrá visitarlo todo para ver que nada se pierda y en tal caso advertir al superior al asistente, pero no le toca ni a él ni al otro determinar a quién compra el hermano, para despensa de cada día, en los días de abstinencia o en los otros. Pertenece sólo al superior a menos que por ciertas razones se lo encargue al asistente. Es oficio del procurador guardar bien lo que sirve al uso diario de la gente de la casa, como papel, ceñidores, etc, que no se podía establecer todavía un reglamento, para ser observado por los párrocos que hacen los ejercicios anuales en las casas. Que se debía esperar a estar bien informados por la experiencia de lo que era más conveniente, varios párrocos no estaban muy conformes con nuestra costumbre de repetir la oración y no querían por eso venir a ejercicios, y los obispos deseaban lo mismo que se suprimiera. Basta pues contentarse con introducirla, donde se pueda, a menos que los párrocos parezcan absolutamente alejados de esto. No se ha de introducir la lectura de piedad en público en los seminarios externos, como algunos lo pidieron, bajo este pretexto de que los seminaristas la descuidan en particular, sino contentarse con que sus directores o confesores se la recomienden u ordenen.
Algunos encontraban oscuridad en estos términos de las reglas cap. 10 y 13, que los días de capítulo deben acusarse ante los demás al superior, u otro que ocupe su lugar, aclarando su sentido al decir que debería haber el menos tres personas para acusarse, y guardando el orden establecido hasta ahora, que los de diferente estado se acusan por separado, es decir, un sacerdote antiguo sólo, si no hay otros, lo mismo un estudiante o sacerdote que no haya cumplido aún los dos años después de los votos.
Se habló también de los errores de los quietistas, y a fin de testimoniar un singular respeto y obediencia a la Santa Sede, lo que se juzgó necesario a la CM, se mandó a todos sus súbditos evitar con cuidado todos los últimos errores y los abusos introducidos, bajo pretexto de una oración particular, renovando en consecuencia en su totalidad el decreto y ordenanza dada sobre el caso en la última asamblea, que prohibía al superior u otros enseñar a los súbditos de la CM o externos este nuevo método, guardar cerrados con llave, con los libros prohibidos, todos los que se escribieron sobre este asunto y condenados por la Santa Sede. Asimismo no ordenar que se lean otros que hablan de este método de oración. Si alguien se entera de que no se obedece a este decreto estará obligado a informar al general, para el castigo prudente del delincuente y, si fuera necesario por su reincidencia, expulsarle de la CM. Para salir al paso de algunas dudas que surjan del reglamento, y de informes dados para las misiones, se resolvió que nadie, excepto el director, u otro a quien él dé el encargo, distribuirá rosarios o estampas, el catequista puede dar algunas en la catequesis. La acción de la comunión debe hacerse después de tomar la ablución, luego acabar la misa y comulgar el pueblo.