Historia general de la C.M., hasta el año 1720 (42. El sr. Jolly mortificado con el tema del superior de los Inválidos. Su afecto a la sana doctrina)

Mitxel OlabuénagaHistoria de la Congregación de la MisiónLeave a Comment

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Author: Claude Joseph Lacour, C.M. · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1731.

Fue escrita por el Sr. Claude Joseph Lacour quien murió siendo Superior de la casa de la Congregación de la Misión de Sens el 29 de junio de 1731 en el priorato de San Georges de Marolles, donde fue enterrado. El manuscrito de l’Histoire générale de la Congrégation de la Mission de Claude-Joseph LACOUR cm, (Notice, Annales CM. t. 62, p. 137), se conserva en los Archivos de la Congregación de París. Ha sido publicado por el Señor Alfred MILON en los Annales de la CM., tomos 62 a 67. El texto ha sido recuperado y numerado por John RYBOLT cm. y un equipo, 1999- 2001. Algunos pasajes delicados habían sido omitidos en la edición de los Anales. Se han vuelto a introducir en conformidad con el original.


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San Vicente de Paúl
San Vicente de Paúl

XLII. El sr. Jolly mortificado con el tema del superior de los Inválidos. Su afecto a la sana doctrina

El sr. Jolly, con todo lo buen superior que fue, no se vio libre de los sacrificios que llevó consigo el ejercicio de su gobierno; uno de los más dolorosos le sucedió el año 1690. Se han visto con frecuencia semejantes mortificaciones en las comunidades más santas, donde las irregularidades de algunos particulares no deben nunca impedir prestar atención a lo que hay de bueno, sobre todo si lo grueso del árbol está en buen estado y el espíritu del instituto es por lo común vigoroso. Había puesto de párroco en los Inválidos al célebre sr. Mauroy, hombre bien hecho como persona, que tuvo algunas intrigas en el mundo, e incluso con personas del otro sexo, más bien por vanidad que para caer en desórdenes escandalosos. Supo ocultarlos tan bien que el sr. Jolly no llegó a tener conocimiento cierto hasta que fueron públicos, el misionero era de una familia rica y acomodada, ya había caído en algunos excesos antes de entrar en la CM y sus padres se habían viso obligados a colocarlo entre los pensionistas de San Lázaro. Allí se comportó tan bien y pareció de tal forma tocado de Dios, que dio muestras del plan que tenía de entrar en la CM. No existía razón alguna para sospechar de la hipocresía, a pesar de las pruebas a las que se le sometió por algún tiempo, hallándole siempre el mismo. Admitido al seminario, lo hizo regularmente, viviendo siempre muy retirado, y avanzando por los caminos de la vida espiritual. Sus estudios fueron igualmente satisfactorios, de tal manera que ya sacerdote por su categoría, se le encargó algún tiempo después de la dirección de los ejercitantes y hablaba de una manera llena de unción, hasta arrancar las lágrimas de los ojos. Y todos confesaban que tenía un talento de los más particulares, para hablar de Dios con fruto, y un modo propio para mover los corazones. Todos aquellos señores que hacían los ejercicios salían llenos de estima y de admiración hacia él, y si había continuado en este empleo, que desempeñaba a la perfección, hay lugar para creer que fue debido a su piedad.

El general creyó que obraría igualmente bien si era encargado de la parroquia de los Inválidos, donde se precisaba de un hombre prudente y devoto. Es cierto que al presentarle al rey, Su Majestad le encontró algo joven, y asimismo el sr. marqués de Louvois. Lo malo del asunto fue que se halló que tenían algunos asuntos de familia e intereses de parientes que gestionar. Deseó que debiendo ir a menudo a la ciudad, se le permitiera servirse de una carroza de alquiler. Lo que le concedió el sr. Jolly sin sospechar nada, su conducta comenzó a dar que hablar, y Mons. arzobispo de París, se dice, se lo comunicó al sr. Jolly, quien estaba tranquilo por la conducta pasada del sr. Mauroy de la virtud presente. Y se excusó ante Su Ilustrísima diciendo que conocía a fondo a este superior. Por fin, en 1690, la cosa estalló por algunos joyeros de París, de donde se había llevado por valor de unas quince mil libras en pedrerías, y quienes le perseguían con urgencia. Seis persecuciones dieron lugar a informarse de otros extravíos, que le obligaron a ocultarse, después de nombrar a unas personas a quienes se debían dirigir para conocer el estado de sus negocios, los cuales no lo recibieron a gusto, entre otros el sr. Abate Desmarets, ahora obispo de Saint Malo, aunque él no le hubiera conocido ni tratado desde que hizo los ejercicios en San Lázaro en los que le había tenido por director. Tras su proceso en curso, fue condenado por la oficialidad de París a una ruda y larga penitencia, a saber de vivir del pan del dolor y del agua de la angustia, etc. Por ser la penitencia un poco infamante, apeló contra ella en la primacía de Lyon, y compareció incluso ante Mons. el arzobispo, Camille de Neufville .

Eso no fue todo. Los joyeros de quienes se ha hablado le persiguieron en el chatelet de París. Allí fue condenado a las galeras, y el sr. de Mauroy para evitar el golpe tomó la resolución de retirarse en secreto a la abadía de Septfons sobre el Loira. El sr. Jolly se sintió muy mortificado como se puede imaginar por esta triste aventura de un súbdito de la CM a quien había querido. Fue a postrarse a los pies del rey, quien tuvo la bondad de decirle que las faltas eran personales, y que él no protegería menos a la CM por eso. Este caritativo superior prestaba ante Su Majestad un buen servicio a su oveja descarriada, obteniendo de este gran príncipe la revocación de la sentencia, que le condenaba a galeras, con tal que fuera a hacer penitencia a Septfonts sin lo cual su condena tendría su efecto. Un oficial lo llevó allí. Se vistió con el hábito y dio señales de su primer fervor, que le dio a conocer con el nombre de Hermano Alexis. Era tan estimado allí que el sr. abate, hombre de méritos, dijo que le había hecho nombrar como sucesor suyo no por los negocios que había tenido hasta entonces en el mundo. Murió unos años después. El público le dio después de su fallecimiento un libro que tiene por título Le dégoût du monde, pero no parece que haya tenido muchas prisas por componerle. El sr. Jolly puso en su lugar en los Inválidos a un virtuoso sacerdote llamado sr. Dandinier, de una familia distinguida en el parlamento de Bretaña, hombre dotado de una mortificación y recogimiento propio para restablecer lo que la disipación del sr. De Mauroy había debilitado en la regularidad de la casa.

El sr. Jolly, como se ha advertido más arriba, había dado a conocer su inclinación por la doctrina de la Iglesia cuando condenó los malos libros de los quietistas; dio nuevas señales de ello cuando Mons. el arzobispo de París censuró los siete volúmenes de la Nouvelle Bibliothèque des auteurs ecclésiastiques, (18º cuaderno) compuestos por el sr. Dupin, por entonces joven doctor, un poco osado en expresar su sentimiento y en decidir sobre el genio y las obras de los Padres. Hubo igualmente un fallo del Parlamento y una declaración del dicho sr. Dupin para reconocer su error. El general de la CM escribió inmediatamente a las casas una carta circular, con fecha del 18 de mayo de 1693 donde dijo que habiendo sido hecha esta censura con mucho cuidado y exactitud y conteniendo dicha declaración un resumen de los principales errores que este autor ha cometido en esta obra, los que reconoce y de los que se retracta, envía el total a las diferentes casas, con el fin de que las que tuvieren este libro lo encerrasen; por ser su lectura peligrosa y prohibida.

No debemos temer nada tanto, añade, como dejarnos llevar por la curiosidad y el mal gusto de lo nuevo, en lo que mira a las costumbres como lo que se relaciona con la doctrina; se ha de leer públicamente esta censura con la declaración y el decreto, y manda encerrar dicho libro con los demás prohibidos.

Quería que se hiciera lo mismo con todas las otras obras que estaban bajo gran examen, y basado en este principio desconfió primero del célebre libro de las Reflexiones morales del Padre Quesnel sobre el Nuevo Testamento, el cual comenzó a aparecer en este tiempo; obra después muy famosa y condenada con ciento una proposiciones sacadas de ella, por la bula Unigenitus. Y los sucesores del sr. Jolly han seguido la misma pauta, dirigiendo a las casas de la CM las diferentes decisiones de la Iglesia, después de ser condenados ciertos libros.

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