XXXI. Firmeza del sr. Jolly
Se ve por la enumeración que se acaba de hacer de todas estas fundaciones de la CM bajo el generalato del sr. Jolly, que él aceptó y que llegan a 38. Es decir una vez más que como no había en la CM tantos establecimientos la agotaban un poco en candidatos, y el general se quejaba a menudo de falta de obreros para satisfacer a todos aquellos que los pedían. No dejó, a pesar de ello, de mantenerse firme, sin aflojar en nada cuando él creía necesaria esta conducta para el bien espiritual de los Misioneros y para la utilidad general de la CM. Nunca firmaba permisos propios para debilitar la regularidad del instituto; como ir a su tierra, visitar a los padres, etc., de manera que ni se atrevían siquiera a pedírselos.
Castigaba con severidad las menores faltas de desobediencia. Tuvo a bien, en 1682, cambiar a una gran parte de los visitadores, colocando en sus lugares a otros sacerdotes bastante jóvenes como al sr. Chèvremont; a quien hizo visitador de la provincia de Poitou de apenas treinta años, en lugar del sr. Dupuich, ya avanzado en edad. Algunos creyeron que el sr. Berthe, su primer asistente, no estaba del todo de acuerdo con su firmeza. Sea como sea, se alejó de San Lázaro, y se lo comunicó a la CM en carta del 2 de enero de 1683, en la que supone que este asistente no encontrándose cómodo en París, había deseado salir de allí; y que por eso le enviaba a Richelieu, y que, teniendo, según las constituciones, que sustituir a alguien en el lugar de un asistente que se ausenta por algún tiempo, había propuesto a los otros asistentes al sr. Dupuich, recién nombrado superior de San Carlos, tenido por virtuoso, aferrado a su vocación y de buena conducta. Se sabe que la casa de San Carlos está lindante con la propiedad de San Lázaro y que desde tiempos del difunto sr. Vicente, se educaba a jóvenes para enseñarles las humanidades, con la esperanza de hacerles buenos súbditos para la Iglesia. Se han visto escolares de distinción que han llegado a obispos. El sr. Le Jumeai era un hombre hábil en las humanidades; que las enseñó por mucho tiempo en esta casa con aplausos. Sin embargo no todo han sido aplausos como se habría esperado de estos jóvenes, y con frecuencia hubo quejas; lo que lleva a tomar la resolución de abandonar este trabajo, y el sr. Dupuich fue el último superior de esta casa, que de esta manera quedó vacante. Se mantenía allí tan sólo a un hermano que llamaba a los ejercicios igual que se hacía cuando existía una comunidad, porque se quería conservar algunos derechos de entrada en París ligados a esta familia. La casa ha servido para establecer un seminario de renovación, durante seis meses del año a favor de los sacerdotes que habían trabajado ya por algún tiempo.
Para volver a la firmeza del sr. Jolly, era temido, y al mismo tiempo querido, tanto en la casa de San Lázaro como en toda la CM. Escuchaba las quejas de los inferiores invitándoles a dirigirse a él. Y retiraba con mucha frecuencia a superiores a quienes hacía quedarse durante bastante tiempo en San Lázaro para que se acostumbraran a la dependencia, o a veces les enviaba como inferiores a diversas casas sin querer darles otro superiorato. Nadie se atrevía a mover la menor cosa del mundo en la familia de San Lázaro. Cada uno guardaba su habitación, y nada andaba tan bien como esta casa, al menos en los primeros años de su gobierno.
No había menos firmeza con respecto a los externos sin exceptuar los más poderosos, para mantener los usos de la CM, y en particular la mutabilidad de los superiores según el buen gusto del general. Creyó que el sr. Éveillard, en Polonia, de cuya conducta los inferiores no estaban satisfechos del todo, quería mantenerse allí por el crédito de los grandes. El sr. Marqués de Béthune, por entonces embajador de Francia, quien era pariente próximo de la reina, esposa del rey Jean Sobieski, tercero del nombre, le sostenía. El sr. Jolly resolvió sin embargo retirarle en 1679. Propuso al sr. Dupuich, que estaba todavía en Richelieu, un segundo viaje a Polonia, dejando eso sin embargo a su disposición. Este virtuoso Misionero adivinó bien las dificultades con que se encontraría en esta ocasión; no dejó de obedecer y partió de París el mes de mayo. De paso, visitó la casa de Culm, donde el sr. Godquin, misionero francés, era superior, encargado de la iglesia parroquial y párroco primitivo del pueblo de Sirkow, cerca de Dantzig, donde él nombró a un vicario, con la venia del obispo; siguió siendo visitador hasta 1680. El sr. Éveillard, siendo un hombre de espíritu, no dejó de sospechar algo por su cuenta, viendo la permanencia larga de un visitador en Polonia; quiso intentar suavizar al sr. Jolly, escribiéndole varias cartas para volver a Francia y dejar Polonia. El general le tomó por la palabra, indicándole ir a Metz, donde encontraría cartas que le enseñarían a dónde ir. Esta orden no le gustó, y todo lo que había hecho no era más que disimular. Interesó, a fin de conservarse en su puesto, a todos los poderes eclesiásticos y seculares, hasta al rey, que escribió, y al sr. Jolly, pidiéndole que dejara en Varsovia al sr. Éveillard, y también al rey de Francia Luis 14.
El general suplicó al rey que se tuviera la libertad de conducir a la CM según sus costumbres. La reina envió a obispos al sr. Dupuicht para que escribiera a Paris y no quitara al sr. Éveillard de su empleo. El sr. Jolly, siempre firme, después de deliberar con su Consejo, respondió al sr. Dupuich y le dirigió patentes para establecer a otro superior, con una presentación a Mons. Obispo de Posnania, prelado diocesano, para colocar a otro párroco como sustituto; se temía que no diera fácilmente su visa. El sr. Dupuicht, por desgracia, se vio atacado por una alta fiebre, y por miedo a que sus papeles cayeran en las manos del sr. Éveillard, escribió al sr. Godquin, superior de Culm, para que fuera a buscarlo sin demora a Varsovia. El día mismo de su llegada se recibieron las cartas del sr. Jolly que le nombraban superior; algunos días más tarde, el sr. Dupuicht ya curado se fueron juntos a ver al Señor Obispo a una casa de campo, y se concluyó el asunto. El sr. Éveillard, indignado por todo esto, solicitó que se le diera el despido; estaba bien preparado, y le fue significado. Se le concedieron libros, hábitos, ropas, dinero; todo a satisfacción recíproca. Se retiró adonde el sr. Abate Denhoff, su íntimo amigo, más tarde cardenal. Transcurrido algún tiempo, el sr. Dupuicht regresó a Richelieu, a dirigir su comunidad. Hizo el viaje por mar, no hallando comodidad por tierra en la ciudad de Dantzig. Pero el barco en que estaba afrontó, en el Sund, una dura tempestad que le arrojó a las costas de Noruega donde por poco se hunde; poco le faltó también viajando de Varsovia a Culm, en una calesa que volcó a lo largo del Vístula. Volvió por Amsterdam y por Bruxelas. El sr. Jolly, con su firmeza, había estado a punto de cambiar al superior; incluso había indicado varias veces al sr. Dupuy que prefería que la CM perdiera todos sus establecimientos en Polonia a permitir que los superiores se volvieran tan independientes.
Hizo casi otro tanto en otra ocasión, pero respecto de un superior, y párroco sumiso, quien no tuvo parte en la intriga que hubo para mantenerle en su puesto; era el sr. Durand, párroco de Fontainebleau, aquél mismo a quien el sr. Vicente entregó estos hermosos consejos, para la dirección, al nombrarle nuevo superior, como se refiere en la Vida, yéndose él mismo a escribirlos nada más salir de la habitación del sr. Vicente. El sr. Jolly quiso quitarlo de Fontainebleau. Obedeció nada más recibir su orden, y a las cuatro de la mañana, después de decir la misa, partió para dirigirse a San Lázaro, avisando tan sólo a su asistente. Los parroquianos tristes por su marcha, presentaron una demanda al rey, para volver a tener a su párroco, pero Su Majestad dijo al sr. Jolly que él estaba conforme con este cambio. Había que ganarse a la reina; ella se rindió también. El sr. (Denis) Laudin fue instalado párroco y realizó mucho bien, para contento de todo el mundo.
Quitó también al sr. de Jouhé de Versalles, donde había estado 18 meses en calidad de párroco, ganándose el afecto de todos, del rey y de los cortesanos. Hubo uno de estos cortesanos que estaba enfermo, fue visitado por el párroco quien le dijo estas palabras: Unos vienen a veros como cortesanos para adularos, otros como interesados; en cuanto a mí, yo os visito como párroco para deciros que no basta con haberse ganado las buenas gracias del rey: es preciso además ganarse el cielo. Y ¿qué hacer para ello? Unos días de audiencia para mí sin hablar a los demás, y disponeros a hacer una buena confesión general. Este señor recobró la salud, y fue después íntimo amigo del párroco. No quería consentir en su llamamiento, pero el sr. Jolly se mantuvo firme.
En Rochefort también, habiendo resuelto hacia el final de su vida cambiar al sr. Piron, que era párroco. A Mons. obispo de la Rochelle no le gustó este cambio y negó la visa al que le sustituía. El sr. Jolly no podía ya ir a Versalles por su debilidad y mandó hablar al rey por medio del sr. Hébert, a quien Su Majestad respondió que recordaba muy bien, en efecto, que los Misioneros, únicamente, con los Srs. de Santa Genoveva, habían sido exceptuados del edicto sobre la inamovilidad de los párrocos; que sin la aceptación de los párrocos de Versalles, Fontainebleau y Richefort se había estipulado la condición de cambiar a los superiores; y que los obispos de París, de Sens y de la Rochelle, sabían suficiente de cánones de la Iglesia para juzgar si tales condiciones eran lícitas; que una vez aceptadas había que atenerse a ellas.
Por fin el Señor marqués de Louvois, omnipotente y todo como era, y acostumbrado a hacerse obedecer, no quería consentir en el cambio de superior de los Inválidos; y había enviado órdenes al rey, que estaba impedido, para evitarlo. Su Majestad rechazó primero su beneplácito. El sr. Jolly pidió que se le fuera entonces permitido dimitir de su cargo, a lo que el rey tuvo la bondad de replicar: Continúe en su cargo; yo le favorezco. El sr. Marqués de Louvois consintió también, diciendo al general: Señor, sois el hombre más insinuante y firme del mundo.