Historia general de la C.M., hasta el año 1720 (05. Celo del sr. Almerás para las ceremonias. Devoción a la Santísima Virgen)

Mitxel OlabuénagaHistoria de la Congregación de la MisiónLeave a Comment

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Author: Claude Joseph Lacour, C.M. · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1731.

Fue escrita por el Sr. Claude Joseph Lacour quien murió siendo Superior de la casa de la Congregación de la Misión de Sens el 29 de junio de 1731 en el priorato de San Georges de Marolles, donde fue enterrado. El manuscrito de l’Histoire générale de la Congrégation de la Mission de Claude-Joseph LACOUR cm, (Notice, Annales CM. t. 62, p. 137), se conserva en los Archivos de la Congregación de París. Ha sido publicado por el Señor Alfred MILON en los Annales de la CM., tomos 62 a 67. El texto ha sido recuperado y numerado por John RYBOLT cm. y un equipo, 1999- 2001. Algunos pasajes delicados habían sido omitidos en la edición de los Anales. Se han vuelto a introducir en conformidad con el original.


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San Vicente de Paúl

San Vicente de Paúl

V. Celo del sr. Almerás para las ceremonias. Devoción a la Santísima Virgen.

Este digno superior general no era solamente muy celoso con la regularidad de las casas de la Co, estaba muy persuadido de que, siendo una congregación eclesiástica, se aplicara con todas sus fuerzas a hacer bien las ceremonias de la misa y del oficio, con el fin de estar en disposición de enseñarlas a los que serían alumnos en el seminario. Escribió a este propósito una carta circular a todas las casas, en la que insistía que es de la mayor importancia que todos los eclesiásticos y especialmente los Misioneros destinados para enseñar las ceremonias de la iglesia a los jóvenes alumnos, se aficionen a desempeñarla con gran devoción, modestia y exactitud, siendo dicha función de su estado con relación a los seminarios y los ejercicios que los sacerdotes dan en sus casas de tiempo en tiempo.

Se había querido con razón, a fin de guardar en ello uniformidad, que varias cosas no detalladas aún suficientemente en las rúbricas del Misal, por otro lado explicadas de alguna manera, dejaban todavía algunas oscuridades de donde nacían dudas en la cabeza de diferentes particulares que las explicaban a su modo, fueran claramente señaladas en un manual de las ceremonias en el que ya se había trabajado incluso viviendo el sr. Vicente, y con su permiso, teniendo para ello conferencias no sólo entre los Misioneros, sino llamando a ellas a externos hábiles en esta materia, para no dejar nada sentado sino después de una madura deliberación y luego imponer su práctica en San Lázaro; que por lo demás, había resultado bastante trabajoso hacer suficientes copias para todas las casas presentes y futuras; así se había creído necesario mandar imprimir este Manual del que el general enviaba dos ejemplares a cada casa, con la orden de que todos los Misioneros se conformasen a él.

Adjunta envió una memoria importante sobre todos estas ceremonias y ese fue el origen de este manual del que no existió en un principio más que un tomo que sólo explicaba las ceremonias generales sin particularizar las de las fiestas particulares del año tanto movibles como inmobles ni distinguir lo que había que hacer para cada oficio del celebrante, del diácono, etc. Lo que se reservó para un segundo tomo y que no apareció sino mucho después, como diremos en su lugar. La carta del general en este punto está fechada en París, 28 de abril de 1662.

El siete de julio siguiente, les escribió otra carta para recomendar a la CM una devoción singular a la santísima Virgen Madre de Dios después de mandar celebrar para ello varias conferencias en todas las casas, con el objeto de deliberar si era procedente que la CM se pusiera bajo la protección especial de la santísima Virgen cuyos resultados había pedido y que le fueron enviados. Señala haber observado con un consuelo sensible el celo de toda la CM para dedicarse especialmente a María y realiza un compendio bien juicioso de los diferentes motivos contenidos en estos resultados de conferencia, a saber: que la Madre del Salvador del mundo de quien todos los cristianos son los hermanos era por consiguiente la Madre muy buena de éstos, todopoderosa ante su Hijo quien derramaba graciosamente sus liberalidades en favor de su Madre; que estaba igualmente llena, como su hijo, de caridad y de misericordia para con los hombres; que no se podía por menos de sentirse favorecido de Dios por su mediación, y que por esto mismo casi todas las comunidades religiosas y hasta toda la Iglesia la habían tomado por su protectora, en lo cual la CM parecía más obligada que las otras, no teniendo ningún patrón declarado santo, y sintiendo una necesidad extraordinaria del auxilio del cielo para desempeñar las funciones tan importantes y difíciles como son las que ha emprendido en las misiones y otros empleos; y además teniendo que temer por la conservación de la propia conciencia, y en particular de la pureza escuchando toda clase de pecados contrarios en las confesiones generales que estas mismas funciones comunican a los Misioneros una especie de parecido con María, en cuanto que tienden a formar a Jesucristo en el corazón de aquellos que hay que ganar para Dios, según la expresión del Apóstol; que después de todo la Bula de la erección de la CM y las reglas comunes de los Misioneros les obligan a honrar a la (3er cuaderno) Madre de Dios con un culto particular, que así el medio en el que la CM pensaba no podía sino ser muy del agrado de Dios, muy conveniente al Instituto, y del todo conforme a las intenciones de n(uestro) s(anto) Padre el Papa y a las del difunto sr. Vicente.

Si bien esta devoción no debía terminarse en la Madre, sino pasar hasta Dios que debe recibir nuestras oraciones y nuestros votos por su intermedio y que ella debe ser diferente de la que parece en ciertas gentes que se contentan con ser devotos de María, y continúan en sus pecados, esperando tener por este medio la gracia de una buena muerte, se reduce la devoción a recitar algunos rosarios sin tomarse en serio la severidad Cristiana y la práctica de las virtudes sólidas como la humildad y la mortificación, la caridad y las otras en el lugar de que el espíritu de la CM en esta devoción debe ser de comprometerse firmemente en la imitación de las virtudes y de las buenas obras del Hijo y de la Madre; de merecer por esta devoción que crezca en número de buenas gentes y todavía más en virtudes, renunciando para siempre según las promesas que cada uno hizo en su bautismo al demonio, al mundo y a la carne por la observancia exacta de los votos que se han hecho y el cuidado de conservar el primer espíritu del Instituto, que es un espíritu de sencillez, de humildad, de mansedumbre, de mortificación y de celo para trabajar siempre por la salvación de los pobres de los campos, por el adelanto de los jóvenes clérigos en la ciencia y la virtud, y en el buen éxito de las diferentes funciones, según las reglas que le prescribió el difunto sr. Vicente, de las que pretende no apartarse nunca, así los superiores no tendrán la libertad de introducir en su casa ninguna oración o ayunos u otras prácticas extraordinarias en honor de María; eso se deja a la devoción particular de cada uno, que sería laudable en eso, pero con tal de que no haga nada incompatible con las observancias comunes, ni que contenga demasiada singularidad. Sólo en la casa de San Lázaro es costumbre ayunar las vigilias de las fiestas inhábiles de Nuestro Señor y de la S(an)ta Virgen que además para hacer esta devoción firme y constante sin ninguna ligereza, es preciso que cada misionero tenga una gran estima de la Madre de Dios de suerte que conserve hacia ella un amor singular y una confianza tierna, esmerándose para ello en imitar sus virtudes, entre otras la humildad, la pureza, la caridad, inspirando a los demás en las homilías en las exhortaciones los mismos sentimientos; haciendo buen uso de las ocasiones diarias que se tienen de testimoniarle su celo en la observancia de sus fiestas, en el recurso a ella al comienzo del día, en la recitación del Ave María y de otras oraciones que se dicen diariamente: todo eso puede ser de un mérito tanto mayor cuanto menos aparece y que no es de nuestra elección. Por fin, se renovará cada año, el día de la Asunción, una ofrenda respetuosa y cordial hecha en común por toda la familia.

El sr. Almerás envió un acta o formulario preparado para comenzar en todas las casas la quincena de agosto de 1662, lo que ha continuado y continúa todavía en toda la CM. Esta carta está bien escrita y contiene un buen compendio de cuanto se puede decir de más sólido para inculcar y explicar esta importante devoción hacia la muy digna Madre de Dios, lo que nos ha obligado a detallarlo aquí.

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