En su carta encíclica Deus Caritas est, el Papa Benedicto XVI afirma: “se comienza a ser cristiano… por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.”1 El Santo Padre habla aquí del encuentro con el Verbo encarnado, Jesucristo que transforma al cristiano. En el transcurso de la historia, encuentros humanos providenciales, ocasionaron, en las personas implicadas un “nuevo horizonte y por ello su orientación decisiva”.
Así ocurrió en el siglo XVII, el encuentro de Vicente de Paúl y Luisa de Marillac les condujo a casi 36 años de amistad y colaboración para servir a Jesucristo sufriente en la persona de los pobres. Junto con sus colaboradores, los sacerdotes y hermanos de la Misión, y las Hijas de la Caridad, abrieron un nuevo horizonte de proximidad para los desfavorecidos y transformaron el rostro de la caridad en su época e incluso más allá.
Otro encuentro improbable pero providencial, tuvo lugar dos siglos más tarde, en 1833, igualmente en Francia, entre un joven intelectual, Federico Ozanam y una sencilla Hija de la Caridad, que entonces tenía 47 años, Sor Rosalía Rendu. Su colaboración directa fue muy corta y condujo a la transformación de la “Conferencia de Caridad” en la “Sociedad de san Vicente de Paúl” y en la visión vicenciana que llevó la marca del sueño de Federico: “encerrar el mundo en una red de caridad”.
La historia del origen de la Sociedad es muy conocida y con frecuencia se ha recordado durante este año en el que hemos celebrado el 200 aniversario del nacimiento de Federico Ozanam. Ahora que las celebraciones terminan, centremos nuestra atención más bien en la función de sor Rosalía en la formación, la expansión y la visión de la Sociedad de san Vicente de Paúl.
Se ha prestado a esto más atención desde que el 22 de agosto de 1997, el Papa Juan Pablo II evocara el nombre de Sor Rosalía en su homilía durante la beatificación de Federico en la Catedral Nuestra Señora de París. El Santo Padre afirmaba: “Las relaciones entre Vicencianos fueron privilegiadas desde los orígenes de la Sociedad ya que es una Hija de la Caridad, Sor Rosalía Rendu, quien guió al joven Federico Ozanam y a sus compañeros hacia los pobres del barrio de Mouffetard, en Paris”.2
Cuando Federico y sus primeros compañeros se abrieron camino hasta las oficinas de La Tribuna Católica, una tarde de 1833, eran ya conscientes de su obligación cristiana: hacer que sus vidas fueran acordes con sus palabras y llegar a los pobres por la caridad. También estaban atentos a la vida y al ejemplo de Vicente de Paúl, patrón de las obras de caridad de quien Federico Ozanam diría más tarde:
“Es una vida que hay que continuar, un corazón en el que tenemos que caldear el nuestro, una inteligencia en la que hay que buscar luces”.3
Su consejero y guía espiritual Emmanuel Bailly, propietario del periódico, con toda seguridad que había percibido esto. En su juventud, Bailly había soñado con llegar a ser Sacerdote de la Congregación de la Misión, conocida en Francia bajo el nombre de Lazaristas. Aunque no llegó a formar parte de ella, su proceso de discernimiento le permitió profundizar en su amor y su veneración por san Vicente de Paúl, haciendo así eco de una larga tradición en su casa familiar. En efecto, su hijo mayor llevará el nombre de Vicente de Paúl.
Federico entra en contacto con Bailly en 1830, poco después de su llegada a París para proseguir sus estudios de Derecho en la Sorbona. No tiene más que dieciocho años, siente nostalgia de su tierra natal y está consternado por este París violentamente anticlerical, “una de las capitales del ateísmo”. Bailly era un antiguo profesor de filosofía en el Colegio oratoriano, una escuela secundaria para chicos, en Juilly, en las afueras de Paris.
En el año 1830, abre una pensión familiar junto a su propia casa, en la Plaza de la Estrapade nº 11, cerca de la Facultad de Derecho y del Panteón, para acoger a estudiantes que llegan a la capital. En un principio es un lugar de actividades espirituales e intelectuales y por consiguiente una obra de caridad. La experiencia personal de Bailly, como educador y como miembro de asociaciones consagradas al apostolado al servicio de los pobres, lo prepararon bien para ser el consejero espiritual de los primeros miembros de la joven “Sociedad de san Vicente de Paúl”.
Además, Bailly y su esposa conocen bien a Sor Rosalía y comparten su amor y su deseo por ayudar a los habitantes de este barrio, el más miserable de París. Su reputación de “Apóstol del barrio Mouffetard” estaba sólidamente establecida desde 1833 y la casita de las Hijas de la Caridad de la calle de l’Epée de Bois (la Espada de Madera) se convierte en “la sede social de la caridad” de la capital francesa. Atraía tanto a los ricos y poderosos, como a las personas extremadamente pobres, jóvenes y ancianos, estudiantes y seminaristas, hombres y mujeres, todos fueron, en mayor o menor grado, un elemento esencial de la extensa red de caridad de Sor Rosalía.
Ozanam y sus compañeros con toda certeza que habían oído hablar de ella, sobre todo después de que su grupo estuviese interesado por las obras de caridad. En cuanto fue evidente que estos jóvenes estuvieron preparados para esta nueva empresa, Bailly, naturalmente los envió a Sor Rosalía. Es así como, en estos primeros días, Federico y sus compañeros se convierten en lo que ellos llamaron: “los auxiliares de las Hermanas de la Caridad”.4
Examinemos ahora cómo la visita de los pobres a domicilio, primera obra de las Damas de la Caridad (1617) y de las Hijas de la Caridad (1633), se convierte en el servicio por excelencia de la Sociedad de san Vicente de Paúl.
La Casa de Caridad de la calle l’Épée-de-Bois es el lugar por excelencia en el que estos jóvenes comienzan su servicio con un espíritu vicenciano, no solo por la entrega total de Sor Rosalía al servicio de los pobres, sino porque en esta casa existe una tradición de acogida a jóvenes estudiantes católicos para iniciarles en el servicio de los desfavorecidos. En su biografía de Ozanam, Henri-Dominique Lacordaire, O.P. describe los primeros pasos de los miembros fundadores:
“Estos ocho (siete en realidad) tuvieron pues esta inspiración para demostrar una vez más que el cristianismo puede hacer en favor de los pobres lo que ninguna doctrina pudo hacer antes que ella y después y, mientras que los innovadores se agotan en teorías que debían cambiar el mundo, ellos, de manera más modesta, se dedican a subir a los pisos en los que se esconde la miseria del barrio. Se les ve, en la flor de la vida, escolares de ayer, frecuentar sin aversión los más abyectos reducidos y aportar, a los habitantes que solo conocen la miseria, la visión de la caridad.”5
Sor Rosalía, por su parte, acoge con los brazos abiertos y el corazón lleno de gozo a estos valientes jóvenes. Repite con frecuencia a sus compañeras: “¡Qué buenos son estos jóvenes, oh, qué buenos son!”. Las necesidades de los pobres del barrio Mouffetard son tan grandes que el trabajo no falta para estos generosos y apasionados voluntarios. Pero debemos recordar que eran jóvenes, originarios de las provincias de Francia, que no tenían ninguna experiencia de París, y menos aún de sus barrios, tales como el barrio Mouffetard, donde masas rebosantes, atraídas a la capital por las promesas ilusorias de la Revolución industrial, se refugiaban en cuchitriles abyectos donde eran arrojados a la miseria, la enfermedad y el crimen.
Estudiantes, tenían poco dinero y escasos recursos para llevar a las personas a las que esperaban aliviar la existencia. También, con entusiasmo, se pusieron a disposición de Sor Rosalía. Acompañados por esta última y las Hermanas de la Casa de la calle l’Épée-de-Bois, comenzaron su aprendizaje como siervos vicencianos de los pobres. La Conferencia de la Caridad estaba evolucionando para llegar a ser la Sociedad de san Vicente de Paúl.
Incluso la oficina de beneficencia, que el gobierno napoleónico había creado en cada barrio para supervisar las casas de caridad, consideró favorablemente el proyecto. Un cierto Señor Lévêque, amigo de Bailly, cuenta:
“Durante siete u ocho años administrador de la Oficina de Caridad del barrio [XIIº], tenía…de 450 a 500 parejas indigentes para los que Sor Rosalía fue la mano de la Providencia distinguida, de las familias dignas del mayor interés. Rogaba a Sor Rosalía que seleccionase y pusiera la Conferencia en relación con aquellas familias que estaban mejor dispuestas a acoger las visitas de nuestros novicios en esta práctica de la caridad”.6
Así, el pequeño grupo sin experiencia, se convierte en uno de los eslabones de esta colaboración ya fecunda entre sor Rosalía y las Hermanas de la Casa de la calle l’Épée-de-Bois y la administración de la Oficina de Beneficencia. Hacían un servicio importante distribuyendo vales de comida, ropa, mantas y leña para uso doméstico a los habitantes de su barrio que tenían derecho. Pero los beneficiarios, entre los cuales muchos estaban enfermos o eran mayores, tenían que ir en persona a sus oficinas para obtener esas ayudas. Sor Rosalía había convencido al administrador para poder distribuirlas ella misma, ahorrando así a sus “queridos pobres” este fardo suplementario. A cambio, suministraba a los miembros de la Sociedad algunos de estos vales, autorizándoles a obtener las ayudas y llevarlas a los pobres.
Tal vez sea interesante subrayar que en el momento de la beatificación de sor Rosalía, los descendientes de uno de los administradores, el Señor Colette de Beaudicourt, entregaron a la Casa Madre de las Hijas de la Caridad 405 peticiones de vales que él había recibido de Sor Rosalía, detallando las necesidades de cada persona y el reparto del dinero. Es significativo que el Señor de Beaudicourt haya conservado lo que solo parece ser un correo de negocios. Este gesto revela una de las grandes cualidades de Sor Rosalía: su actitud para colaborar con las autoridades del gobierno, cualesquiera que fueran sus convicciones políticas. Y el gobierno en el poder en Francia ha cambiado con frecuencia y radicalmente durante los cincuenta años que pasó en la calle l’Épée-de-Bois.
Era personalmente apolítica. Para ella lo que importaba era, recordar al gobierno vigente sus obligaciones para con sus ciudadanos pobres. El Señor de Beaudicourt y otros de su posición, incluso los anticlericales más virulentos, admiraban y respetaban su atención que siempre estuvo fijada en sus “queridos pobres”. Esta fue igualmente una preciosa lección para Federico y sus compañeros cuando comenzaron a abrirse camino en las aguas turbulentas de la ayuda pública y privada. Pronto aprendieron que, a pesar de su generosidad y entrega, no podían proveer solos las ayudas de primera necesidad. Una red de caridad era esencial. Armand de Melun, el colaborador más cercano de Sor Rosalía durante 18 años y miembro de la Sociedad desde 1839, dice en la biografía que escribió sobre ella, cómo percibía esta necesidad su consejera:
“Para ella, eran necesarias todas las fuerzas de la caridad pública y privada para luchar contra la invasión de la miseria: la cooperación de la Iglesia, del Estado, de las asociaciones, de los particulares, le parecían indispensables contra tal terrible enemigo. En este terreno ella no entendía las rivalidades, los celos y el miedo a ver agotarse las ayudas de la limosna por la multiplicación de las obras. La caridad es como Dios: cuanto más le pedimos, más da”.7
No sólo Sor Rosalía indica las familias y los vales para alimento y ropa, sino que comparte con los jóvenes estudiantes sus profundas convicciones sobre la manera como debe ser socorrida cada persona. Esto debía estar en el espíritu de san Vicente de Paúl, que enseñó a sus colaboradores a no considerar nunca la apariencia o el comportamiento de las personas reducidas a la miseria: “Dadle la vuelta a la medalla y verán con las luces de la fe que son ésos los que nos representan al Hijo de Dios, que quiso ser pobre”.8
Según Armand de Melun, cuando recibía a los miembros de la Sociedad, ya fuera solos o en grupo:
“…ella les recomendaba la paciencia, la cual no cree que el tiempo pasado al lado del pobre se pierda puesto que este encuentra ya un consuelo en la buena voluntad que ofrecemos al oír el relato de sus penas; la indulgencia, más llevada a quejarse que a condenar las faltas que una buena educación no acusó; y por último la cortesía, tan dulce a quien solo tuvo desdén y desprecio.
Entonces ella continuaba defendiendo a sus “queridos pobres”:
“¡Oh!, mis queridos hijos…amad a los pobres, no les acuséis demasiado. Es su falta, dice el mundo: son cobardes, negados, viciosos, perezosos. Es con tales palabras como nos descargamos del deber tan estricto de la caridad. Aborrezcan el pecado; pero amen a los pobres. Si hubiésemos pasado por las pruebas de estas pobres gentes, si nuestra infancia hubiese crecido como la suya lejos de toda inspiración cristiana, estaríamos lejos de merecerlas”.9
¡Y ellos escuchaban! Estos intelectuales de la Sorbona, estas élites del derecho y de la medicina se ponían en la escuela de esta humilde Hija de la Caridad, cuyo nivel de estudios era más bien modesto. Su nombre les abría las puertas de los cuchitriles de los habitantes terriblemente pobres del barrio Mouffetard. Porque estos “queridos pobres” tenían confianza en ella, podían confiar en estos jóvenes. Después de sus visitas, los estudiantes volvían a su recibidor para explicarle lo que había ocurrido y recibir sus consejos y sus palabras de aliento. Mucho antes del Vaticano II, Sor Rosalía y sus jóvenes colaboradores practicaron “la reflexión apostólica”, compartían los acontecimientos y las situaciones vividas juntos en el servicio a los más pobres para discernir con más claridad lo que la voluntad de Dios les pedía. Esta costumbre se ha expandido ampliamente en las parroquias y las congregaciones religiosas en estos últimos años. Pero no era corriente en la época de Sor Rosalía. Esta práctica responde igualmente a los detractores de Sor Rosalía que la acusaron de activismo. Ni ella ni sus colaboradores perdieron nunca de vista el fundamento espiritual de su servicio. Bajo su dirección, la Sociedad de tal manera tomó forma que cada miembro se esforzó por hacer que “el objeto pacífico fuese el culto de Nuestro Señor Jesucristo en la persona de algunos pobres”.10
Como siempre Sor Rosalía no espera ningún mérito por el bien realizado. Más bien se alegra de que el trabajo de Dios junto a sus “queridos pobres” se realice por mediación de esos jóvenes entregados. Una vez más, es Armand de Melun quien nos explica la reacción de su amiga:
“Al ver tantos pobres llevados a la Iglesia por la atención de esta Conferencia, tantos niños enviados a las escuelas cristianas, tantos obreros admitidos en las asociaciones piadosas, viendo sobre todo a los miembros de la sociedad de san Vicente de Paúl ayudarse mutuamente contra las debilidades del respeto humano, seguir la ley que enseñaban a sus pobres, practicar las virtudes que predicaban, ella bendecía a estos jóvenes y agradecía a su santo patrón por haber dejado caer sobre ellos un soplo de su espíritu y un rayo de su caridad.”11
Sor Saillard, compañera de Sor Rosalía en la calle l’Épée-de-Bois, añade de su experiencia personal:
“Sor Rosalía alguna vez explicaba con qué felicidad veía a esos jóvenes como el Señor Ozanam, llevar socorros a sus pobres, cargando sobre sus espaldas la leña que, felices, depositaban en sus pobres cuchitriles”.12
La obra de visitar a los pobres en sus casas continuaba creciendo gracias a los consejos y frecuentes estímulos de Sor Rosalía. El número de jóvenes implicados aumentaba, pasando de 7 en el primer encuentro a unos 70 en mayo de 183413. Este aumento fue bien acogido y así, cada vez eran más los habitantes del barrio Mouffetard que podían ser servidos; gestionar este crecimiento resultó una difícil perspectiva para la Sociedad naciente. La cuestión era, ¿cómo mantener a la vez el servicio de los pobres y los encuentros que llegaban a ser difíciles? El apoyo mutuo entre los miembros seguía siendo un elemento esencial de su servicio, también su preservación se convierte en la mayor preocupación a medida que el número de los miembros aumentaba.
Pensamientos de reorganización y expansión comienzan a tomar forma. En una carta a Ernest Falconnet, Ozanam le avanza la idea de extender, por toda Francia, “una amplia asociación generosa para el alivio de las clases populares”.14 Debemos recordar que cuando escribe “las clases populares”, se refiere a la definición que propone Paul Droulers, S.J. en su obra titulada: Política social y cristianismo, a saber: “en el lenguaje corriente, esta expresión es sinónimo de “pobres” y esta pobreza se convierte en miseria, una ausencia de lo necesario para vivir, al menor despido, incluso de algunos días”15. Se trata de responder mejor a las urgentes necesidades de estas personas, porque Ozanam estaba convencido de que tenían “demasiadas necesidades y no suficientes derechos”16 por lo que sueña con una Sociedad que un día podría “encerrar el mundo en una red de caridad”17.
Así, el 3 de noviembre de 1834, desde Lyon, Ozanam escribe a Bailly abordando prudentemente la eventual división de la Conferencia diciendo: “La reunión de caridad, ya muy numerosa, podría subdividirse en secciones.”18 Desea proceder lentamente para no apremiar a su consejero. Durante el encuentro del 16 de diciembre, Ozanam presenta la idea al grupo. Surge una discusión acalorada y una profunda aparente oposición. El gran temor parece haber sido la debilitación de los lazos de amistad y de apoyo que existían entre los miembros desde el comienzo.
Nada se soluciona en este encuentro ni en los dos que siguieron. Se crean comisiones, que proporcionan informes y finalmente, después de que la emoción hubiera cedido, se decide proseguir con dos secciones. Bailly permanecerá el presidente de las dos. Ozanam será el Vicepresidente del primer sector: la Conferencia de San Esteban del Monte, mientras que Levassor será el vicepresidente del segundo sector: la Conferencia de San Sulpicio. Cada sector tendría su propia reunión el 3 de marzo.
La pequeña Conferencia de caridad había sobrevivido a su primera crisis, una crisis de crecimiento. En adelante podrá extenderse por todo Paris, en toda Francia y finalmente, por todo el mundo y recibir “en su seno a todos los jóvenes cristianos que quieran unirse en oración y participar en las mismas obras de caridad en cualquier país donde se encuentren.”19
Con la división, la Sociedad de san Vicente de Paúl adquiere su verdadera fisonomía. Ya no estará limitada a la parroquia San Esteban del Monte. De hecho, Sor Rosalía pide y recibe una Conferencia para la Parroquia de San Médard. Los estudiantes vendrán ahora de la Escuela politécnica y de la Escuela Normal Superior en vez de la Sorbona. No conocemos la fecha exacta de su implantación pero Ozanam se refiere a ella como “la más piadosa Conferencia de la capital”.
Se presenta la cuestión al querer saber qué función desempeñó Sor Rosalía, si tuvo alguna en el proceso que condujo a la división de la Sociedad. El Acta de dichas sesiones no la menciona20. Pero el informe de un miembro, Claudius Lavergne, llega hasta pretender que la unanimidad se alcanza cuando se sabe que Sor Rosalía era favorable a la división21. No es nuestra intención entrar aquí en el debate sobre este asunto. Parece más bien que si el nombre de Sor Rosalía no aparece en el Acta, pudo haber influido en el resultado. En efecto, ella deseaba ardientemente una conferencia en San Médard, y trabajó muy estrechamente con todos los que estuvieron implicados en ella. Comprendía toda la importancia del apoyo mutuo en el servicio exigente que estos jóvenes emprendieron. Sin embargo, su visión fue siempre la misma: un mejor servicio de los pobres. Si cree, y esto parece evidente, que la división del grupo alcanzaría este objetivo, seguro que había hablado de ello con los miembros. Entonces, de una manera o de otra, habrá jugado un papel significativo en este momento decisivo en la historia de la Sociedad.
Si la escuela y el dispensario eran aspectos esenciales del servicio que realizaba Sor Rosalía y sus Hermanas en la casita de la calle l’Épée-de-Bois, visitar a los habitantes sacudidos por la pobreza del barrio Mouffetard en esos miserables cuchitriles, que ellos llamaban sus casas, era su principal actividad. Esta será la atención primordial del servicio de los jóvenes “Vicencianos” que compartían con las Hermanas y otros voluntarios que venían a la casa para formarse y llegar a ser siervos y siervas de los pobres.
Hay un cuadro del artista americano Gary Schumer titulado: “La visita a domicilio” que ilustra magníficamente esto y que circuló mucho el año pasado durante la celebración del 200 aniversario del nacimiento de Federico Ozanam. Este cuadro muestra a Federico, revestido con su toga de profesor, haciendo una visita a domicilio en el barrio Mouffetard. Está acompañado por dos estudiantes, uno lleva una pizarra para dar una clase particular para instruir a un niño y el otro lleva una cesta de pan para la familia. Detrás se encuentran los dos consejeros de la Sociedad: Emmanuel Bailly con su sombrero de copa y Sor Rosalía Rendu, sencilla Hija de la Caridad.
En 1836, Ozanam termina su doctorado de derecho en la Sorbona. Tres años más tarde, obtiene su doctorado en literatura. En 1841, comienza a enseñar literatura extranjera en la Sorbona y en 1844, se convierte en titular de la cátedra de literatura. Era un profesor dotado que no sólo enseñaba la literatura de manera brillante, sino que inspiraba a sus estudiantes a ponerse al servicio directo de los pobres. El mismo Federico consideraba que tenía las cualidades requeridas para abordar las cuestiones de justicia social de los trabajadores pobres, porque conocía sus sufrimientos ya que los había constatado personalmente. Igualmente animaba a sus estudiantes a seguir los pasos de Sor Rosalía y aprender en las buhardillas del barrio Mouffetard, junto a sus habitantes sujetos a su miseria, los temibles problemas a los que estaban confrontados y a trabajar por resolverlos.
Y es lo que hicieron. Cuando terminados sus estudios vuelven a sus casas, fundaban Conferencias en sus propias parroquias. En 1853, a la muerte de Federico, veinte años después que él y los demás jóvenes miembros fundadores contactaran con Sor Rosalía para beneficiarse de sus consejos y de su apoyo, la Sociedad de san Vicente de Paúl se extendía por los cinco continentes. El sueño que había tenido Federico para la Sociedad “encerrar el mundo en una red de caridad”22 se había hecho realidad.
Si las visitas a domicilio seguían siendo primordiales para el servicio de las Hermanas y de sus generosos voluntarios, los acontecimientos a veces dominaban y les obligaban a reorientar sus prioridades, al menos por un tiempo. Federico llegó a Paris en 1830, cuando una nueva Revolución agitaba la capital. Los años siguientes, hasta la Revolución de 1848, estuvieron llenos de disturbios. Fue el período de las barricadas en las que se produjeron las hazañas de Sor Rosalía, la heroína. También es el momento en el que Ozanam toma la palabra para defender a las clases populares y la causa de la justicia social; su credibilidad se enraíza en su servicio directo a los probados habitantes del barrio Mouffetard. En 1839 Armand de Melun se convierte en miembro de la Sociedad. Fue elegido en la Asamblea general de 1848 y es reconocido por haber adoptado una impresionante cantidad de leyes relativas a la legislación social de esta época. Estaba al tanto de las necesidades fundamentales de los pobres y las posibles soluciones a su crítica situación gracias a los consejos de Sor Rosalía y estuvo en condiciones de convencer a sus adinerados colegas en la Asamblea para apoyarle. Por consiguiente, aunque Sor Rosalía se mantiene apolítica, tuvo una profunda influencia sobre el pensamiento social católico y la legislación de su tiempo.
Como si la guerra no fuese bastante, las inundaciones, la hambruna, los inviernos glaciares y tres epidemias de cólera (1832, 1849, y 1854) diezmaron a miles de pobres y provocaron muchos más. El heroísmo que había caracterizado a Sor Rosalía durante las Revoluciones, se renovaría, ya que ella misma y las Hermanas de su casa, así como sus numerosos colaboradores, lucharon contra este enemigo invisible. Igual que no tuvo miedo de subir sobre las barricadas, tampoco temería el gran riesgo de socorrer incansablemente y de reconfortar a los enfermos, a los moribundos y a sus familias, e incluso enterrar a los muertos del barrio Mouffetard que estuvo particularmente devastado por las epidemias.
En el Boletín de la Sociedad de san Vicente de Paúl de 1849, Federico Ozanam cuenta el trabajo de los compañeros durante la epidemia. Durante un período de dos meses, algunos se pusieron bajo la dirección de Sor Rosalía, “igual que los primeros fundadores de la Sociedad lo habían hecho quince años antes.”23
Cuando las llamadas de ayuda llegaban a Sor Rosalía del exterior de París, enviaba a algunos de sus auxiliares, incluso si esto aumentaba el trabajo de los que permanecían en el barrio Mouffetard. Así, más de dos mil víctimas recibieron ayuda material y espiritual. Además de alimentos y medicinas, les aportaba esperanza y “la fe volvió a aparecer en las casas que visitaban”24
Cuando el cólera golpeó de nuevo en 1854, Sor Rosalía tenía ya 68 años y su salud flaqueaba. Sin embargo, ella, sus compañeras, los médicos, sus valientes y entregados voluntarios, incluidos los miembros de la Sociedad, trabajaron sin descanso para llevar ayuda a las víctimas y sostener a los sobrevivientes de la sacudida de 1854. El 16 de agosto, escribía al Párroco de Confort, su pueblo natal: “Estamos muy ocupadas y el cólera no hace más que extenderse. Perdemos mucha gente; hay mucho dolor.”25 Esta epidemia una vez terminada, igual que las precedentes, dejaría desolación y miseria. Los que trabajaban junto a Sor Rosalía o bajo su dirección, entre los cuales estaban los miembros de la Sociedad de san Vicente de Paúl, incluso después de la muerte, el año anterior, de su principal fundador Federico Ozanam, prosiguieron la lucha con ella para socorrer a la población del barrio Mouffetard que tantos estragos había sufrido.
Aunque no estén explícitamente mencionados, existen otros dos ámbitos en los que la influencia de Sor Rosalía sobre Federico y los primeros miembros de la Sociedad fue sin duda esencial: el Patronazgo de san Vicente de Paúl y el Reglamento de 1835. Examinémoslos aquí brevemente.
En primer lugar, el Patronazgo de san Vicente de Paúl. Desde los comienzos, los miembros de la Conferencia de caridad tienen devoción por san Vicente de Paúl, lo que deben sin ninguna duda a la influencia de Emmanuel Bailly, cuya espiritualidad y servicio estuvieron impregnados de su espíritu. Pero esto es debido especialmente a Sor Rosalía quien con suavidad guiaba a estos generosos y entusiastas jóvenes en su devenir “vicenciano”. Al entrar a los cuchitriles de los habitantes extremadamente pobres del barrio Mouffetard, se esforzaban por descubrir la imagen del Cristo sufriente en los rostros descompuestos que les rodeaban. Aprendían de Sor Rosalía que la caridad no es ni filantrópica ni socialista. Es mucho más y solo puede alimentarse por la fe, por la firme convicción de que servían a Jesucristo en la persona de los pobres. Una carta de Ozanam revela exactamente hasta qué punto se entiende esta verdad. Escribe:
“Parece que hay que ver para amar; y nosotros no vemos a Dios más que con los ojos de la fe y ¡nuestra fe es tan débil! Pero a los hombres, a los pobres, los vemos con los ojos de la carne; están allí y no podemos meter el dedo y la mano en sus llagas y decirles con el apóstol: «Tu es Dominus et Deus meus» [Señor mío y Dios mío].”26
Sin embargo, la Sociedad no fue oficialmente puesta bajo el patronazgo de san Vicente de Paúl hasta el 4 de febrero de 1834. La propuesta no venía ni de Ozanam ni de Bailly, y ciertamente tampoco de Sor Rosalía. Según el acta, la propuesta procedía de Jean-Léon Le Prevost quien, “haciéndose el intérprete de los votos de varios miembros, pide que la Sociedad se ponga bajo la protección de san Vicente de Paúl, que celebre su fiesta y se haga una oración al inicio y al final de cada sesión”27.
Y el acta prosigue: “ninguna propuesta podría ser mejor acogida por la Sociedad; todas las observaciones a las que da lugar se resumen en felicitaciones y elogios para el miembro que es el autor”28 Es bueno notar que esta propuesta y la emitida por Ozanam, de que la Sociedad esté puesta bajo la protección de la Santísima Virgen María, fueron las “primeras adoptadas por unanimidad”29 por los miembros.
La propuesta de Le Prevost es una especie de bautismo para la Sociedad. El patronazgo de san Vicente es oficial y la “Conferencia de caridad” se convierte en “la Sociedad de san Vicente de Paúl”. Cada vez más, los miembros adquirirán su inspiración en Vicente. En 1838, Ozanam lo confirmaría: “Ahora leemos en nuestras reuniones, en vez de la imitación de Jesucristo, la Vida de san Vicente de Paúl, para penetrarnos mejor de sus ejemplos y tradiciones”30
Los miembros de la Sociedad que no cesaban de aumentar, habían aprendido de la vida y las obras de Vicente de Paúl, pero también de los ejemplos vivos de su espíritu y de sus tradiciones en la persona de Emmanuel Bailly y sobre todo de Sor Rosalía; en efecto, a su lado y bajo su dirección se convierten en “vicencianos”. Sus esfuerzos combinados están perfectamente descritos por Georges-Albert Boissinot, S.V., biógrafo de Jean-Léon Le Prevost, que fue uno de los colaboradores más cercanos de sor Rosalía, que iba a ser ordenado sacerdote y fundaría los Religiosos de san Vicente de Paúl:
Emmanuel Bailly, Federico Ozanam, Sor Rosalía Rendu, Jacob Libermann [Fundador de los Espiritanos] Juan-León Le Prevost,… [y podríamos sin duda añadir a Armand de Melun], ¡qué equipo de apóstoles y de santos personajes recorrían los alrededores del Panteón y de la calle Mouffetard, la calle llamada de las revoluciones!31
En segundo lugar, el primer reglamento de la Sociedad de san Vicente de Paúl. La expansión de la Sociedad desde la primera Conferencia de caridad en una organización de varias Conferencias que se extendieron de París hacia las provincias, condujo a la realización de una cierta forma de regla que se confirmaría esencial para mantener el espíritu original. También en 1835, Emmanuel Bailly, François Lallier, y Frédéric Ozanam están encargados de esta tarea.
Igual que la primera regla de las Hijas de la Caridad, el primer reglamento de la Sociedad es fruto de la experiencia vivida. Desde hace dos años, los primeros miembros se dieron a Dios para servir a Jesucristo en la persona de los pobres, bajo la dirección de Sor Rosalía. Esta humilde Hija de la Caridad era el ejemplo de los atributos fundamentales del servicio vicenciano. Pero llegó la hora de codificar esta experiencia por el número siempre creciente de miembros, en particular para aquellos que nunca tendrían la oportunidad de conocer o trabajar junto a Sor Rosalía. Su deseo consistía en dar forma y estructura a la Sociedad naciente y aclarar la identidad de los miembros como vicencianos.
Dos años de experiencia de trabajo con Sor Rosalía y las Hermanas de la calle l’Épée-de-Bois, habían mostrado a los miembros que, incluso con celo y generosidad, no podían responder a todas las necesidades. También, permaneciendo abiertos al espíritu que les permitía descubrir el rostro siempre cambiante de la miseria, se marcaron unos objetivos:
Jesucristo quiso, en primer lugar practicar lo que debía enseñar…nuestro deseo es imitar siguiendo nuestras débiles fuerzas al divino modelo. El fin de la Conferencia es pues:
1.- mantener a sus miembros, mediante ejemplos y consejos mutuos, en la práctica de una vida cristiana;
2.- visitar a los pobres a domicilio, llevarles ayudas en especie y ofrecerles también consuelos religiosos…
3.- aplicarnos, según nuestras facultades y el tiempo que tengamos, en la instrucción elemental y cristiana de los niños pobres, sean libres o sean presos…;
4.- distribuir libros morales y religiosos;
5.- aplicarnos en toda clase de obras caritativas, a las que bastarían nuestros recursos que no contradigan el fin primero de la sociedad…32
En el reglamento de 1835, los miembros están obligados a practicar “todas las virtudes” pero seis están consideradas como las más necesarias para cumplir sus obras caritativas. Son, la abnegación de uno mismo, la prudencia cristiana, un amor eficaz hacia el prójimo, el celo por la salvación de las almas, la mansedumbre de corazón y palabras y, sobre todo, el espíritu de fraternidad33.
Todas estas virtudes, los jóvenes miembros las habían aprendido de Sor Rosalía. Y sin embargo, ninguno de los tres autores del reglamento de 1835 había leído la primera regla de las Hijas de la Caridad, porque no circulaba fuera de la comunidad. Sin embargo, trabajando con Sor Rosalía y otras Hijas de la Caridad, fueron testigos de su aplicación por su manera de ser y su servicio a los pobres. Ecos de esta regla de vida son visibles en el texto de 1835: Jesucristo amado y servido en la persona de los pobres; Jesucristo, modelo de toda caridad; humildad, sencillez, mansedumbre, compasión, respeto y devoción en el servicio de los pobres; amor al prójimo unido al celo por la salvación de las almas, servicio a la vez “corporal y espiritual”, y por último caridad y unión entre los miembros para apoyarse mutuamente en el servicio de los pobres”34.
En menos de dos años, los jóvenes miembros de la Sociedad habían asimilado bien las cualidades indispensables al servicio vicenciano. En adelante estaban preparados para compartir un reglamento oficial con otros miembros, de los que muchos nunca pisaron las calles del barrio Mouffetard, ni subieron las escaleras tambaleantes que conducían a sus miserables cuchitriles, ni vivirían directamente la suave dirección de Sor Rosalía cuando llevaban ayuda y consuelo a sus habitantes desesperadamente pobres. Como las primeras reglas de las Hijas de la Caridad, el reglamento de la Sociedad de san Vicente de Paúl ha tenido algunas revisiones con el paso de los años. Pero en los dos casos, lo esencial permanece e incita siempre a volver al espíritu primitivo. La beatificación de Sor Rosalía, el 9 de noviembre de 2003, ayudó a los miembros de la familia vicenciana a volver a descubrir sus raíces. En un artículo para los Ecos de la Compañía, órgano de comunicación internacional de las Hijas de la Caridad, José Ramón Díaz-Torremocha, decimocuarto presidente internacional de la Sociedad de san Vicente de Paúl, proponía un tema de reflexión a las Hijas de la Caridad, pero que puede aplicarse a toda la familia vicenciana. Escribe:
“Les propondría pensar: ¿son tan diferentes los tiempos hoy a los de Sor Rosalía Rendu? Sinceramente creo que sí y también que no. Son otros los sufrimientos. Son otras las causas de dolor. Pero el hombre sigue siendo el mismo y necesitando del mismo cuidado por parte de sus hermanos. Igualmente necesitado del amor. Pero quizás, una de las diferencias de calado histórico al atender el sufrimiento, sea la llegada de los laicos responsables a una misión durante siglos reservada fundamentalmente a los consagrados dentro de la Iglesia.
¿Encontraremos de nuevo en este tiempo “madres” dispuestas a creer, crear y colaborar en su formación, con grupos de laicos al servicio de los pobres y capaces de empujarles luego a volar solos respetando y profundizando en la necesidad de su independencia? ¡Ojalá! se contesten alguna de ustedes como se contestó un día lejano Sor Rosalía. Bien lo merece el servicio a la Iglesia de los pobres”35.
La convergencia providencial de los destinos de Vicente de Paul, Luisa de Marillac y de los miembros fundadores de las Damas de la Caridad transformó el rostro de la caridad en la Francia del siglo XVII y mucho más allá, el encuentro providencial de Sor Rosalía, Federico Ozanam, Emmanuel Bailly, Jean-Léon Le Prevost, Armand de Melun, y los demás miembros fundadores de la Sociedad de san Vicente de Paúl han marcado para siempre el servicio a los más desfavorecidos del siglo XIX, y continúa hoy en los cinco continentes. La familia vicenciana, que daba sus primeros pasos en 1617, en Chatillon, un pequeño pueblo en el sudeste de Francia, ha proseguido su camino hasta las extremidades de la tierra para realizar el sueño de Ozanam de “encerrar el mundo en una red de caridad”. Sor Rosalía ha sido y continua siendo una colosal figura en esta realización.
- Benedicto XVI, Carta encíclica del sumo pontífice Benedicto XVI Dios es amor, Deus caritas est, a los Obispos, a los presbíteros y a los Diáconos y a las personas consagradas y a todos los fieles laicos sobre el amor cristiano, 1.
- Discurso del Papa y crónica romana, « Beatificación de Federico Ozanam », en Notre Dame de Paris, el 22 de agosto de 1997, Paris, 1997.
- Carta de Frédéric Ozanam a François Lallier, del 17 mayo 1838
- Congregación para las Causas de los Santos, Frédéric Ozanam, Positio, XXIV.
- Henri-Dominique Lacordaire, Notice et panégyrique sur Ozanam (Paris, 1872), pp. 223-224.
- Cité par Marcel Vincent in Ozanam, une jeunesse romantique, Paris, 1994, pp. 275-276.
- Armand de Melun, Vie de la sœur Rosalie, Fille de la Charité, 13 e édition (Paris, 1929), pp. 119-120.
- SV XI-4, SOBRE EL ESPIRITU DE FE. p.725
- Melun, Vie de la sœur Rosalie, pp. 99-100.
- « L’origine de la Société » in Manuel de la Société de Saint-Vincent-de-Paul (Paris, 1845), p. 185.
- Melun, Vie de la sœur Rosalie, 123-124.
- Sacra Congregatio Pro Causis, Rendu, Positio; Sommaire, 63.
- Georges-Albert Boissinot, S.V., Un autre Vincent de Paul: Jean-Léon Le Prevost (1803-1874) (Montréal, 1991), 105.
- Lettre de Frédéric Ozanam à Ernest Falconnet, du 21 Juillet 1834, Lettres de Frédéric Ozanam 3 vols. (Paris, 1925) vol. I, p.110.
- Paul Droulers, S.J., Politique sociale et christianisme (Paris, 1969), pp. 24-25.
- Lettre de Frédéric Ozanam à Joseph-Théophile Foisset, du 22 Février 1848, Lettres de Frédéric Ozanam 3 vols. (Paris, 1978), vol. II, p. 379.
- Lettre de Frédéric Ozanam à Léonce Curnier, du 3 Novembre 1834, Ibid., Vol. I, p. 123.
- Lettre de Frédéric Ozanam à Emmanuel Bailly, du 3 Novembre 1834, Ibid.
- Règlement de 1835, article I (Paris, 1835), p.38.
- Extraits des procès-verbaux de la Première Conférence (1833-1835), ASSVP, Registre 101.
- Sacra Congregatio Pro Causis, Rendu, Positio, pp.165-166.
- Lettre de Frédéric Ozanam à Léonce Curnier, du 3 Novembre 1834, Lettres de Frédéric Ozanam 3 vols. (Paris, 1978), Vol. I, p. 152.
- Bulletin de la Société de Saint Vincent de Paul, vol. 1 (1849), 250-252.
- Melun, Vie de la sœur Rosalie, 160-161.
- Lettre de Sœur Rosalie à Monsieur le Curé de Confort, du 16 Août 1854, AFCP, 8J2 – Ro – Le 278-La. 30.
- Lettre de Frédéric Ozanam à Louis Janmot, du 13 Novembre 1836, Lettres de Frédéric Ozanam 3 vols. (Paris, 1925), vol. I, pp. 200-201.
- Extraits des procès-verbaux de la Première Conférence (1833-1835), ASSVP, Registre 101.
- Ibid.
- Ibid.
- Lettre de Frédéric Ozanam à François Lallier, du 17 Mai 1838, Lettres de Frédéric Ozanam 3 vols. (Paris, 1925), vol. I, p. 266.
- Boissinot, Un autre Vincent de Paul, p. 247
- Règlement de la Société de Saint Vincent de Paul (Paris, Imprimerie de E-J Bailly et Compagnie, 1835), 27.
- Ibid., 28.
- Ibid., 27-38.
- José Ramón Díaz-Torremocha, « La actualidad de la Sociedad San Vicente de Paúl», en Ecos de la Compañía, nº 4 (Julio-Agosto 2004), pp. 308-309.