Federico Ozanam, gran apologeta de la fe en el siglo XIX

Francisco Javier Fernández ChentoFederico OzanamLeave a Comment

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Autor: Teodoro Barquín, C.M. · Año publicación original: 2013 · Fuente: Boletin Informativo Enero-Febrero 2013, Congregación de la Misión, provincia de Madrid.
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En abril de este año se celebrará el bicentenario del nacimiento de Federico Ozanam. El Consejo General de la Sociedad de San Vicente de Paúl ha organizado en Paris la celebración de este acontecimiento de gran importancia para las Conferencias de Caridad y para toda la Familia Vicenciana en general. Como todos los aniversarios, también éste debe ser tenido en consideración para preservar el espíritu de este gran pensador y principal fundador de la SSVP, y su vida debe ser materia de reflexión para vivirlo en el futuro, porque, como en su día escribió Lacordaire, aunque los fundadores de la sociedad eran varios, Ozanam era el San Pedro del oscuro cenáculo. Por ser el gran defensor de la fe en la Francia del siglo XIX, es deber de justicia hacer resaltar su figura de manera singular en este «Año de la fe».

Federico Ozanam es conocido por la obra de caridad que nos dejó como legado en la Sociedad de San Vicente de Paúl. Sin embargo, no es tan conocido por lo que había de constituir la fuerza motriz de todas sus exigencias ante las que debería disipar todos sus sueños humanos: ser misionero de la fe en el mundo de la ciencia, misionero de la fe en el seno de la sociedad: he ahí lo que, poco a poco, quiso ser Federico y lo que brillantemente llegó a ser. Hacia ese fin formuló el plan central de su vida. Con más precisión, podemos decir que la ilusión y el cometido del plan de toda su vida fue llevar a cabo el proyecto de restauración de la sociedad bajo la guía del catolicismo. El enunciado de este proyecto encierra un cometido sumamente ambicioso, nada fácil, tal vez algo utópico, pero explicable en las aspiraciones juveniles de Federico Ozanam, movido por la fuerza arrolladora de su fe.

Se lo decía a Dufieux en una de sus cartas: He querido sin duda consagrar mi vida al servicio de la fe, pero considerándome como siervo inútil, como obrero de última hora. Y así lo hizo. Licenciado en Letras, en 1829, consagra sus días al servicio de la verdad. Incluso proyecta hacer una demostración de la religión católica a través de la antigüedad de las creencias históricas, religiosas y morales. Las condiciones en que le tocó vivir en sus años de estudiante en la Sorbona le impulsaban a la lucha en defensa de la verdad. Los profesores usaban la cátedra como plataforma de sus ideas racionalistas en contra de la Iglesia Católica. Ante esa situación, su fe le exigía una actitud militante y beligerante. Gran maestro de la dialéctica desde sus años jóvenes de Universidad, Federico Ozanam supo defender con valentía las verdades fundamentales de la fe, y presentaba a la Iglesia Católica como paradigma de la restauración de la sociedad de su tiempo.

En la agenda de toda la vida de Federico Ozanam, figura su fe como el punto de partida para conseguir el objetivo principal de todo su actuar. En una carta de 1852 a su amigo Charles Hommais declara: Estoy profundamente convencido por las pruebas interiores del cristianismo. Llamo a esta experiencia de cada día que me hace encontrar en la fe de mi infancia toda la fuerza y toda la luz de mi edad madura, toda la santificación de mis alegrías domesticas, todo consuelo de mis penas. En esta misma carta se encuentra su famosa frase: Tenemos dos vidas, una para buscar la verdad y defenderla, y la otra para practicarla. Para Federico Ozanam como para Vicente de Paúl, su maestro y patrón, la clave de su pensar radica en su fe profunda, que ellos siempre la consideraron hija de la caridad, porque sin ella la fe no tiene sentido. Por eso, cuando se dirige a sus jóvenes amigos, sus consejos se tornan en reprimendas: La tierra se ha enfriado, somos nosotros los católicos a quienes corresponde reanimar el calor vital que se apaga, es a nosotros a quienes corresponde comenzar de nuevo la gran obra de la regeneración, aunque fuera necesario comenzar de nuevo la era de los mártires. ¿Nos quedaremos inertes en medio de un mundo que sufre y gime? Y nosotros, mi querido amigo, ¿no haremos nada para parecernos a esos santos a los que queremos?

En aquella época de incredulidad, en la que la institución eclesiástica es ultrajada, la fe sólidamente anclada de Federico alcanza su plenitud de manera natural en el seno de la Iglesia, mi Iglesia como le gustaba decir. Fe y caridad es una misma cosa para esa Iglesia en la que los pobres se consideran los protagonistas, porque ellos son el rostro de Cristo. Ellos son para nosotros las imágenes de ese Dios al que no vemos, y como no sabemos amarle de otra manera, lo amaremos en sus personas.

beato_ozanam_pobreFederico Ozanam fue un sabio, en el amplio sentido de la palabra. Pero en él, la avidez por el saber va a la par con la voluntad de poner este saber al servicio de la Verdad Cristiana y, aún mejor, de mostrar por sus trabajos y en sus enseñanzas universitarias, la alianza natural de la fe y de la ciencia moderna. En 1830, a los 17 años, expone las primicias de su obra La abeja francesa publicando, en cinco entregas, un estudio sobre la Verdad de la Religión Cristiana, probada por el testimonio de todas las creencias.

Como todo profesor, Federico sueña con una gran obra en la cual pondría lo mejor de sí mismo. La obra se llamaría Historia de la Civilización Cristiana entre los Germanos y el Establecimiento del Cristianismo en Alemania. En sus propias palabras, se trata de una gran cosa: mostrar el cristianismo, civilizando a los bárbaros con su enseñanza, transmitiéndoles la herencia de la antigüedad, creando, con la vida religiosa, la vida política, el arte, la filosofía y la literatura de la Edad Media. Un segundo volumen sería: El Estado o la Constitución del Imperio desde Carlomagno hasta Hohenstaufen y las Cartas, con la formación de las escuelas monásticas y el florecimiento de la literatura eclesiástica. Ambos volúmenes se reunieron con el título común de Estudios Germánicos, y en el año 1849 se les concedió el Gran Premio Gobert de la Academia de las Inscripciones y Bellas Artes.

Los grandes pensadores y apologistas de nuestro tiempo, en el que la sociedad está dominada por ideas más crudas, peligrosas y perjudiciales que las que flotaban en el ambiente en que vivió Federico Ozanam en sus años de estudiante y profesor en la Sorbona, han considerado proponer su pensamiento, su doctrina y su talante beligerante como modelo del apologista de la verdad en la actualidad. Uno de ellos, conocedor del pensamiento y de la obra de Federico Ozanam por haber trabajado en su Diócesis de San Francisco como Asesor Espiritual de las Conferencias y más tarde sucesor del Cardenal Ratzinger como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Cardenal William Joseph Levada, declaraba en tono espontáneo en un encuentro con defensores de la fe: Nadie como el Beato Federico Ozanam supo conjugar la oración, la caridad y la claridad intelectual (apologética) en defensa de la fe católica en el siglo XIX, y por ello muy bien merecería ser proclamado hoy «el patrón de la apologética», ya que con su intercesión, la combinación de claridad intelectual y el testimonio de la caridad podría ser uno de los ejes de la nueva evangelización. Lacordaire había dicho de él, antes, que Dios quiso de él un corazón sacerdotal en una vida de hombre del siglo. En la Francia de nuestro tiempo, ningún cristiano amó más que él a la Iglesia, ninguno sintió más sus necesidades ni lloró con más amargura las faltas de sus servidores. Ninguno desarrolló un apostolado más auténtico y profundo.

Federico Ozanam y el grupo de jóvenes fundadores pronto se dieron cuenta de que la hija predilecta de la fe es la caridad y que sin ella, la fe no tendría razón de ser. De esta convicción surgieron las Conferencias de Caridad que tuvieron como preludio las Conferencias de la Historia, primera plataforma de su desfogue con los enemigos de la Iglesia y donde el grupo de fundadores cargó las pilas para encender esa fe con la luz de la caridad. Empezaron por reconocer que la pobreza más acuciante en la sociedad de la Francia de su tiempo no era la pobreza material, aunque también la tuvieron en consideración, sino la pobreza de fe. Por encima de las pobrezas materiales, intelectuales y culturales, la sociedad estaba inmersa en una pobreza profunda de fe. Por eso, Federico y sus compañeros vieron la pobreza en un amplio abanico de necesidades y se convencieron de que todas ellas habían de tenerse en consideración en la programación de su nuevo actuar en la fundación de la Nueva Sociedad, que él describe en una de sus primeras reuniones como una Sociedad católica pero laica, humilde pero numerosa, pobre pero sobrecargada de pobres que consolar, sobre todo en una época en que las asociaciones caritativas tienen una misión tan grande que cumplir a favor del despertar de la fe, para el sostén de la Iglesia, para pacificación de los odios que dividen a los hombres.

La nueva asociación, desde su fundación, llevó muy marcados los elementos que permanecieron inmutables en la vida de Federico Ozanam y que fueron incorporados a los principales fines de las Conferencias de Caridad. Tales son: «el proyecto de restauración de la sociedad bajo la guía del catolicismo, la visión de una asociación de amigos comprometidos a trabajar por ello, la decisión de tomar el amor, la caridad, por norma fundamental de vida y llegar por él a la santidad, y, sin formularlo explícitamente, la contemplación de sí mismo como un simple cristiano celoso, es decir, como laico». Por eso, la vocación del vicentino a los ojos de Federico Ozanam no es otra cosa que la vivencia del Evangelio, en versión de vivencias de profunda fe y de caridad desde su condición laical.

Por el concepto laical de Iglesia que vivió, defendió y nos transmitió como legado en su obra maestra de las Conferencias de Caridad se le ha considerado precursor de la actual teología del laicado, siguiendo fielmente al que fue su mentor, San Vicente de Paúl, quien fue también precursor del mismo concepto de Iglesia en el siglo XVII. Su gran amor a la Iglesia, su carácter laico que vivió en toda su vida y que él nos ha transmitido en todas sus obras ha sido bien aceptado y ratificado por la Iglesia en la actualidad. Un autor actual, reconocido como una autoridad en vicencianismo, ha dejado grabado en uno de sus escritos que: las Conferencias fueron, en el siglo XIX, la versión laical propia de la Congregación de la Misión. En opinión de Lacordaire, nadie como Federico Ozanam ha sabido comprender y vivir el carácter laico de la Iglesia en una época en que la Iglesia todavía no se había pronunciado sobre este particular con la fuerza que lo hizo el Concilio Vaticano II y el Papa Juan Pablo II en la exhortación Christifideles Laici.

Resulta algo alegórico que el principal fundador de las Conferencias de Caridad, a quien Lacordaire calificó como el gran amante, admirador y fiel servidor de la Iglesia en la Francia del siglo XIX, hiciese tanto hincapié en preservar el carácter laico en toda su obra. Lo mostró de forma muy clara cuando al decidir la elección de su estado de vida juzgó que serviría mejor a la Iglesia como simple laico que como ministro del sacerdocio ministerial. Valoró como nadie el filón laical de la Iglesia, y a su defensa se entregó toda su vida, con todos sus recursos humanos, desde su lugar laical en la sociedad.

En este año de la fe, bien podría proclamarse a Federico Ozanam lo indicado anteriormente, el patrón de la apologética, por su labor en defensa de la verdad y la fe, y por su amor a la Iglesia en su especial versión laical sin aminorar un ápice su versión esencial ministerial.

ÚLTIMA VOLUNTAD Y TESTAMENTO DE FEDERICO OZANAM

Redactado el 23 de abril de 1853

Ozanam«Yo sé que hoy he cumplido cuarenta años, más de la mitad del camino de mi vida. Sé que tengo una mujer joven y muy querida, una hija encantadora, excelentes hermanos, una segunda madre, muchos amigos, una carrera honrosa, mi trabajo ha progresado hasta el punto en que podría servir de fundamento a una obra hace tiempo soñada. Y sin embargo, me encuentro presa de un mal grave, que esconde un estado de agotamiento tremendo. ¿Es preciso dejar todos estos bienes que vos mismo, Dios mío, me habéis dado? ¿No queréis, Señor, contentaros con una parte del sacrificio? ¿Cuál de mis preciosas posesiones debo inmolar? ¿No aceptaréis el holocausto de mi orgullo literario, mis ambiciones académicas, incluso de mis investigaciones que quizás se llevaban a cabo más para satisfacer mi orgullo que por auténtico celo por la verdad? Si yo vendiera la mitad de mis libros para entregar el importe a los pobres, y me limitara a mis deberes profesionales, consagrando el resto de mi vida a visitar a los pobres, a instruir a los aprendices y soldados. Señor, ¿estarías satisfecho, y me permitirías la dulzura de envejecer al lado de mi esposa y acabar la educación de mi hija? ¡Pero quizás no es esto lo que Tú quieres! No aceptas estas ofrendas basada en el interés; rechazas mi sacrificio. Lo que me estás pidiendo es mi vida. En el principio del libro está escrito que debo hacer Tu Voluntad. Yo dije: ¡heme aquí, Oh Señor!».

 

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