061. El Señor Vicente, Vicario General del Abad de Richelleu.
He aquí otro acto de su humildad.
El año de 1659, el mes de Julio, el Rey Cristianísimo lo nombró por medio de unas Letras patentes, para que se hiciera cargo de la provisión de los beneficios del señor Abad de Richelieu, abad de la abadía de Saint-Ouen de Ruán y de Marmoutiers, y prior de Saint-Martindes-Champs en París, y eso en calidad de Vicario General suyo durante la ausencia y la detención del señor Abad de la Orden de Su Majestad.
En cuanto el Señor Vicente tuvo conocimiento de eso, y de que, además, los Señores del gran Consejo habían verificado dichas Letras patentes, a pesar de que el abogado del señor Abad se opuso a ello, alegando incluso algunas cosas contrarias a la verdad, según le habían indicado al Señor Vicente, entonces dicho Señor Vicente trató inmediatamente de desembarazarse de ello, y escribió una hermosa carta a la Señora Duquesa de Aiguillon, tía del señor Abad, arriba indicado, con ese fin, y además me hizo llamar con el fin de redactar con él una petición dirigida a los Señores del Gran Consejo para suplicar que fuera exonerado de dicho Vicariato General. En cuanto supo eso la Señora Duquesa de Aiguillon, le rogó que no solicitara su exoneración a dicho Gran Consejo, y que ella lo arreglaría por otro camino.
Y de ese modo retiró de las manos del Sr. Lefébvre, nuestro Procurador ante dicho Gran Consejo, la petición con la copia de dichas Letras patentes del Rey, y el Señor Vicente obtuvo por es1 medio lo que deseaba.
Es cierto que se sirvió para ello de su mucha edad y de su indisposición como motivos para quedar liberado, pero ya se sabe, que porque un hombre sienta alguna indisposición, mientras no le afecte la mente, queda siempre libre y capaz para un cargo, en el que no hay más que conceder provisiones, fuera de que con el Señor Vicente había sido nombrado un señor llamado Trique! para el mismo fin.
062. Declaración del Señor Vicente a un sacerdote escrupuloso.
Un día le oí decir estas palabras a un sacerdote de la Compañía muy atormentado y escrupuloso, y que hacía que le molestase muchísimo y con frecuencia al Señor Vicente: «Señor, no acostumbro a usar palabras imperativas, pero si las tuviera que usar, sería en esta ocasión. Le ruego, Señor, por amor de Dios, que haga lo que le he dicho».
063. Ocultarse.
«Ocultémonos tanto cuanto podamos —nos decía cierto día—, y no deseemos aparecer sabios, ni virtuosos… El verdadero virtuoso se oculta tanto cuanto puede; por ejemplo, Nuestro Señor, durante treinta años».
064. El Señor Vicente cede el paso.
No quería pasar delante de los internos, sobre todo, si eran sacerdotes; les dejaba la delantera y «el chambon». Y estando en misiones, les cedía el púlpito. Esto lo supe hace años del difunto Sr. Párroco de Mauléon, cerca de Montmirail, quien había dado misiones antaño con externos, es decir, más o menos, cuando la Compañía empezó a nacer.
Le he visto varias veces servir a la misa en nuestra iglesia de San Lázaro, como sino fuera más que un simple clérigo, siendo como era Fundador y General de la Compañía, y un venerable anciano y septuagenario.
A los mismos lacayos, que sus dueños y dueñas enviaban a menudo donde él para entregarle unas cartas y remitirle algunos mensajes, los llamaba hermanos, y, de ordinario, les hablaba con el sombrero en la mano. Hacía lo mismo con los trabajadores del campo, con los pobres aldeanos, con los carreteros, con cualesquiera que fueran. Y eso se lo he visto practicar muchas veces. Al cochero que lo llevaba, lo llamaba igualmente hermano suyo, y también al muchacho, que le acompañaba, cuando él montaba a caballo.
065. El Señor Vicente se echa en cara su comida.
Ha solido decir más de una vez a la Compañía, que muchas veces al ir al comedor, le venía al pensamiento: «Desgraciado, ¿qué has hecho hoy para ir a beber y a comer? ¿Has ganado hoy el pan y la carne, que vas a comer?».







