El Señor Portal y los suyos (1855-1926) (16)

Mitxel OlabuénagaHistoria de la Congregación de la MisiónLeave a Comment

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Author: Régis Ladous · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1985 · Source: Les Éditions du Cerf, Paris.
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Capítulo V: La red católica: los extranjeros

«Reformkatholizismus»

Las amistades internacionales del Cherche-Midi no se reclutaban solamente entre los cristianos separados. El seminario San Vicente de Paúl se mantenía en contacto con católicos alemanes, italianos, ingleses que, por una especie de contraprueba, verifican lo que se ha podido decir de la red francesa. Permiten controlar y precisar la sensibilidad, las simpatías y los rechazos del medio portaliano. Portal no visitó nunca los imperios centrales, pero se sintió empujado a interesarse por las «cosas alemanas» por varios de sus amigos y de sus alumnos: ¿se podía con toda honradez ocuparse de ciencias religiosas y de acción social mientras se ignoraba el país de Moehler y de Ketteler? Entre los germanistas de su entorno, dos sobre todo, Morel y Jean-Baptiste Saulze (un antiguo del Cherche-Midi que llegó a lector de francés en la universidad de Würzburgo) contribuyeron a trazarla imagen de la Alemania católica que la Revue des Églises propuso a sus lectores, una Alemania en la que se destacaban las figuras de Alberti Ehrhard, amigo de Morel, y de Hermann Schell, maestro de Saulze. El primero era profesor de historia eclesiástica en Viena, luego en Estrasburgo; el segundo profesor de apologética en Würzburgo. Dos mascarones de proa de lo que se llamaba el Reformkatholizismus, lo que Saulze traduce por «corriente reformista»33 . La obra de Ehrhard sobre La Catholicisme et le XXe siècle (1902, 18 ediciones en tres años) provocó furiosas polémicas; en cuanto a Schell, su resistencia a la neo-escolástica y sus tesis sobre la libertad religiosa o el lugar de los laicos en la Iglesia le valieron ser puesto en el Índice en 1898. Calificados de modernistas por sus adversarios, Ehrhard y Schell apenas pensaban en «modernizar» la fe o las estructuras esenciales de la Iglesia; su actitud se emparenta más bien con el liberalismo universitario y ultra-montano alemán de siglo XX.

A los lados de estos intelectuales que no hubieran deslucido los almuerzos-debates del Cherche-Midi, la Revista admira la organización, el método, la eficacia de los cristianos sociales de Baviera y de Renania. Cubre los Katholikentage, los congresos anuales en los que el clero y los laicos afirman su solidaridad. Pone de relieve los sindicatos y las cooperativas mixtas, fundadas por católicos pero abiertas a los protestantes, buen ejemplo de animación de una sociedad plural y de «entrega al pueblo cristiano34» sin distinción de Iglesia ni de capilla. Si a la revista no le gusta demasiado la vida sindical y asociativa por no estar seducida por ciertos aspectos del Sozialkatholizismus, , se muestra cada año más severa por el catolicismo político, el partido del centro. Moderada en 1904-1905, la crítica va agudizándose bajo la pluma de Maurice Legendre: «El centro […] no hace querer al catolicismo en Alemania, y exporta al exterior un ideal adulterado de política religiosa35». La vuelta de los centristas a la oposición, en 1907, (conflicto con el canciller Bülow sobre las cuestiones coloniales) enciende por un instante la esperanza de una redistribución de las fuerzas políticas: el congreso del ala bávara aprueba por unanimidad la alianza electoral con los socialistas:

[Quizás se vea] en Alemania también esta refundición de los antiguos partidos políticos, cuyos síntomas se observan en todas partes, en Francia, en Inglaterra, en Bélgica, en Italia, en España, y que, de un modo general, se acerca a los católicos no políticos de los socialistas no políticos36.

Pero la esperanza de ver a elementos del centro y de la social-democracia formar un partido laborista desconfesionalizado se cierra pronto, y la revista se vuelve crítica. Lanza en su último número, con ocasión del informe de una biografía de Windthorst, una llamada de atención a aquellos que sueñan con «partido político, católico, de centro francés, de centro italiano, etc.37». En este terreno como en otro, se afirma la sensibilidad anti-intransigente del grupo Portal, en el que no gusta más la idea de una política católica que la de una ciencia católica.

La tradición del «risorgimento»

La misma trayectoria por parte italiana. En 1901, había cogido simpatía a un periodista del Osservatore cattolico, un intransigente de movimiento, demócrata, social, un sacerdote que había tenido que exiliarse por apoyar las huelgas de 1898: don Ernesto Vercesi. Araña infatigable, tejía lazos entre todo cuanto se movía en el mundo católico, desde Henri Lorin a Loisy, a quien trató de llevara los caminos de la sumisión. Portal lo introdujo a Lord Halifax y en medios anglicanos. En Londres, en 1902, fue de los compañeros del abate Morel. En 1905, se adhirió a la Sociedad de estudios religiosos. Morel, por si lado, había conectado desde 1900, en Roma, con Romolo Murri, Giovanni Semeria, Giovanni Genocchi. El primero, sacerdote de acción y de batalla, devorador de burgueses y de liberales, adversario declarado de la sociedad laica nacida del Risorgimento, demócrata cristiano en la intransigencia exclusiva y conquistadora, político apasionado en primer lugar por los asuntos italianos. Los otros dos, hombres de gabinete y de estudios, historiadores y exégetas, amigos de Duchesne, de Loisy y de Batiffol, más cerca sin duda de Batiffol que de Loisy, con todo el cuidado por ocupar una posición media entre una ciencia católica reglada por el magisterio y un modernismo que hubiese cuestionado la formulación tradicional de la fe. Murri, Genocchi, Semeria: Morel confundía estos tres nombres en el «movimiento católico», en la «elite de los jóvenes sacerdotes de Roma», lo mismo que cinco años antes, Portal veía en Loisy y en Lorin a los soldados de un mismos ejército comprometido en dos frentes diferentes.

La amalgama no duró mucho tiempo. Cuando en 190l los Anales le habían aireado, Murri desapareció de tal manera del horizonte portaliano que de 1904 a 1908 la Revue catholique des Églises no mencionó ni una sola vez su nombre o sus obras. Silencio interesante, en la medida en que Murri jugó por esta época un papel de primer plano en la vida del catolicismo italiano; silencio deliberado, naturalmente, pues Portal disponía en Roma de una excelente antena gracias al normalista Paul Hazard, que no se contentaba con publicar en la Revista correspondencias con el seudónimo de Paolo; con su amigo Zeiller y el abate Leman, había fundado «una pequeña sociedad de estudios religiosos38″que tenía como primer fin hacer circular la información. Hubo «murrismo» como Sillon: chocó a la sensibilidad liberal del Cherche-Midi, donde no se aguantaba decididamente lo que ponía o parecía poner en tela de juicio el carácter laico de la sociedad. En 1907, el año mismo en que Murri fundó una liga aconfesional, independiente de la jerarquía y tan poco clerical que desencadenó las furias del Vaticano, la Revista se limito a condenar el principio mismo de la democracia cristiana y a celebrar que:

Los diputados elegidos a título de candidatos católicos se han alistado en la Cámara a la derecha, en el centro y a la izquierda; se evita así, por suerte, la formación de un «centro» italiano39.

En ese momento, los principales enlaces italianos del grupo Portal eran Genocchi y Semeria, como siempre, pero también Ernesto Buonaiuti, profesor de historia en el seminario romano, destituido en 1906 por modernismo, y que se carteaba en secreto con el Señor Pouget por medio de Jacques Chevalier, o también Antonio Ajace Alfieri, cofundador del Rinnovamento. Revista de jóvenes, fundada en 1907 y pronto censurada por el prefecto del Índice, el Rinnovamento de Milán tenía por finalidad «aportar todo el método y el resultado de la ciencia moderna al clero italiano40». Fue, después de los Studi religiosi se Semeria y Genocchi, el segundo periódico italiano con el que Portal organizó el cambio de la Revue des Églises. Además de este círculo de amigos y de corresponsales, el lazarista se relacionó con dos ilustres, Antonio Fogazzaro y Mons Bonomelli, obispo de Cremona. «Cabeza autorizada» de «la escuela liberal católica italiana41», Bonomelli era desde tiempo atrás el portaestandarte de la oposición política a la intransigencia pontificia. En 1906, la Revista dedicó seis páginas a la carta pastoral en que el «venerable Prelado» se declaraba a favor de la separación de la Iglesia y del Estado. Esta carta hizo tanto más ruido por aparecer la víspera de la encíclica Vehementer nos donde Pío X condenaba el principio mismo de la separación. Bonomelli defendía en ella la «perfecta indiferencia», la «plena neutralidad» del Estado, repitiendo fórmulas («La Iglesia libre en el estado libre», «La Chiesa fera da se») que evocaban más la tradición del Risorgimento que la herencia de Pio Nono. Él mismo, si se ha de creer una carta retrospectiva de Paul Sabatier a Portal, se interesaba por lo que se hacía en el Cherche-Midi:

La obra que habíais comenzado era una de las más necesarias y no habéis trabajado en vano. Mons me hablaba de ella la última vez que fui a verle a Cremona42

En 1907, Portal fue de aquellos que acogieron en Paría a su buen amigo Antonio Fogazzaro, heredero espiritual de Manzoni y de Rosmini, el discípulo de Gratry, el novelista, el hombre de cultura, el senador cuyo liberalismo se asustaba por encima de todo por la creación de un partido católico; le repugnaba toda intransigencia, fuera política, social o científica. Participó en la fundación del Rinnovamento, defendió a Loisy, difundió a Tyrell. Es sin duda él quien mejor resume lo que los compañeros del Cherche-Midi apreciaban del catolicismo italiano.

Tyrell, Hügel y algunos más

Nombrar a Tyrell es evocar los esfuerzos que Portal desplegó durante ocho años para establecer una cabeza de puente entre los católicos ingleses. De vuelta del unionismo diplomático y del sueño romano, se dio cuenta con mayor lucidez que en 1894-1895 sería difícil acercar papistas, anglicanos y dissenters sin formar allí mismo un núcleo de católicos de buena voluntad del que partirían las iniciativas. La empresa se reveló ardua. Un dato entre cientos: en Londres, en 1902, Morel provocó un escándalo yendo a establecerse centre los anglicanos; no encontró una iglesia, ni una capilla donde decir la misa; para conseguir su celebret, debió trasladarse. En 1906, una puerta pareció entreabrirse: un antiguo religioso anglicano convertido al catolicismo, el padre Maturin, invitó a Portal y a Chevalier a dirigir la palabra al congreso que la Catholic Truth Society debía celebrar en Brighton en setiembre. Portal se negó cuando se dio cuenta que le pedían unirse públicamente a un unionismo de vuelta de las ovejas extraviadas al redil. Envió como observador a uno de sus alumnos, al abate Louvière quien oyó al padre Maturin definir las reglas de un proselitismo fair-play. Durante toda esta época, la gente de Westminster no tuvo nunca otra cosa mejor que ofrecer.

En estas condiciones, Portal debió replegarse a dos medios marginales, que le sirvieron, a él y sus discípulos, de cabeza de puente: los religiosos franceses replegados en Inglaterra, y los modernistas, o tenidos como tales. Desde 1902, Gran Bretaña era el teatro de una nueva emigración. Acogía liberalmente a numerosas comunidades que huían de la Francia de Waldeck-Rousseau y de Émile Combes. La primera emigración, a finales del siglo XVIII, había contribuido a distender las relaciones entre católicos y protestantes; ¿por qué no iba a ser lo mismo un siglo más tarde? De todos estos refugiados los monjes de San Benito parecían los más dispuestos a servir de contactos entre las Iglesias de Francia y de Inglaterra. Por su antigüedad, su tradición era anterior a los principales cismas: eran los testigos vivos de un largo pasado común, que sus estudios habían contribuido a dar a conocer mejor; su ciencia litúrgica seducía a los high churchmen. Sobre todo, desde 1902, la orden benedictina había sido restaurada en el seno del anglicanismo, con la aprobación canónica de los arzobispos de Canterbury y de York. La comunidad de la isla de Caldey, en el país de Gales, había recibido incluso la autorización de emplear el rito romano. De esta forma, los exiliados franceses representaban un estilo de vida religiosa cuya legitimidad había quedado sancionada por las más altas autoridades anglicanas.

En mayo de 1904, Portal fue contactado por uno de ellos, que le proponía colaborar en la Revue catholique des Églises. Se trataba de dom E. Bouver de la abadía de Saint-Pierre-de-Solesmes, replegada en la isla de Wight. De 1904 a 1907, envió tres artículos sobre el catolicismo inglés, firmados E.B. La fundación de la Sociedad de estudios religiosos inspiró a Portal la idea de una colaboración más activa. En febrero de 1905, pidió a Chevalier que fuera a la isla de Wight para pedir a los monjes que formaran, con laicos británicos, una asociación similar. Chevalier se movió mucho, pero en vano. Los religiosos aseguraron a Portal toda su simpatía pero esquivaron su entusiasmo organizador.

Exclusivamente dedicados por nuestro estado religioso al oficio divino y a los estudios eclesiásticos en el interior del claustro, nosotros no podemos emprender iniciativas exteriores43.

No había llegado el tiempo de mostrar hábitos monásticos en los estrados. Fue necesario, después de la guerra, el encuentro de Pío XI y de dom Lambert Beauduin para que una comunidad benedictina se lanzara, con la colaboración de Portal, al activismo unionista.. De la tentativa abortada en 1905, el lazarista conservó la convicción de que un monasterio debería un día servir de punto de anclaje y de centro de reunión para un movimiento de larga duración.

Fue con el grupo brillante pero muy minoritario de los «modernistas» con quienes los portalianos mantuvieron por fin las relaciones más seguidas. En el centro de la red se destaca la figura mayor del europeo Friedrich von Hügel. Según escribe Chevalier, Hügel «no es reunión de las Iglesias» – por lo menos no era esa la principal inquietud de este maestro exégeta; lo había demostrado bien por otra parte en el otoño de 1896; pero Portal le había perdonado su repliegue elástico y las prisas con que se había aliado al campo vencedor del cardenal Vaughan. Aquello ya era historia pasada, y hasta 1908 Hügel recibió con los brazos abiertos a todos los jóvenes franceses que le recomendaba Portal. Fue de los que visitaron el Cherche-Midi y animaron allí una sesión de estudios. Unido en amistad con Jacques Chevalier, lo presentó a figuras destacadas del «modernismo» católico inglés, como H.C. Corrance y Robert Dell (traductor y editor de Henri Bremond); le abrió también las puertas de una especie de sociedad de estudios religiosos británica, la Rota. Romana pero abiertamente ecuménica, la Rota invitaba a anglicanos (entre ellos a T.A. Lacey) a participar en sus trabajos. Allí se denigraba a coro a «este atolondrado de Merry del Val, mezcla siniestra de Español y de Irlandesa…44». Corro interesante y accesible, sin duda, pero no particularmente representativo del papismo británico. Hügel presentó a los de Portal a otro hombre de distinto perfil, que había figurado en los periodistas, los escritores, los directores espirituales, los confesores, los maestros de la apologética más en el candelero no sólo de la Iglesia romana sino del cristianismo inglés: a George Tyrell.

Morel estuvo en contacto a partir de 1902.

He dado un rodeo para ir a Richmond, bonita ciudad donde llueve espantosamente, con un jesuita que tiene notables e interesantes ideas y escritos. Sus cohermanos y el cardenal Vaughan le tienen por peligroso, y no falta de entre sus amigos quien pretende que es la mente más privilegiada que se pueda ver entre los católicos ingleses desde la muerte de Newman45.

En una carta sin fecha a Chevalier que situaremos en la primavera de 1906, Tyrell resume lo que, en su combate, apasionó a los portalianos y conquistó su simpatía:

As regards mis asuntos, I only want you to insist as much as possible on my determination to remain that I have always been – a roman catholic by conviction albeit a «passion resister» of its excess of authority.

Este converso, llegado del anglicanismo, rechazó siempre reclutar a las almas en búsqueda, empujarlas a toda costa hacia el redil romano. No dejó nunca de reconocer lo que había de auténtico en la vida religiosa de aquellos cristianos, venidos en gran número a consultarle, que pertenecían a la Iglesia de su infancia o a otras confesiones.

Fidelidad al catolicismo, crítica de lo que Portal llamaba el «vaticanismo», sentido del valor de las Iglesias separadas: eso es cuanto justifica que la Revue catholique des Églises haya consagrado ocho páginas a publicar documentos en los que, antes como después de su comunicación, Tyrrell explicaba su posición y justificaba las informaciones fantasiosas o malévolas que difundía la gran prensa. Portal no renegó nunca de su simpatía. En 1912, tres años después de la muerte de Tyrrell, escribe a Lord Halifax a propósito de la carta que el ex-jesuita había dirigido al superior general de la orden, el padre García Luis Martín:

Es una crítica de las más fuertes que hayan aparecido sobre los jesuitas y sobre cualquier otro sistema centralizador. Hay cantidad de aciertos. Y aun para ser del todo francos , creo que la carta es justa en su conjunto. ¿Acaso todo ello no viene a decir que lo malo de nuestra Iglesia es que es principalmente un gobierno, que tiene en exceso lo que a vosotros os falta? En la mayoría de los casos, gobernar es gobernar como gobiernan los poderes civiles, según los mismos principios y por los mismos procedimientos. Por ello nos toca sufrir lo nuestro.

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