El "puro amor" en san Vicente y santa Luisa

Francisco Javier Fernández ChentoFormación VicencianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Bernard Koch, C.M. · Año publicación original: 2011 · Fuente: Ecos de la Compañía.
Tiempo de lectura estimado:

Introducción histórica

No es fácil saber de quién habían tomado esta doctrina y este término el señor Vicente y la señorita Legras, Luisa de Marillac. Muchos autores de su época habían publicado libros en los que aparecía esta doctrina del amor desinteresado de Dios, pero sin duda el término procedía del Obispo de Belley, amigo de san Francisco de Sales y director espiritual de santa Luisa durante varios años.

Es necesario aclarar el contexto en el qué vivían, recordando brevemente todo lo que le preparó a lo largo del siglo.

Encontramos la exhortación al amor desinteresado sin las palabras «puro amor», en el Nuevo Testamento; Jesús nos invita a este amor y nos exhorta a no imitar a los que rezan o dan limosna para les vean y admiren. (Mt 6, 1, 5 ; 23, 5 ; Jn 12, 25).

Estas enseñanzas están presentes en algunos Padres de la Iglesia: el amor interesado no es un verdadero amor, amar a Dios y al prójimo pensando en una recompensa no es amar verdaderamente ni a Dios ni al prójimo, sino a uno mismo. Citemos entre otros muchos a:

San Gregorio de Nisa, en sus Homilías sobre el Cantar de los cantares:

«El que corre en su alma para subir hacia la perfección,…desprecia las recompensas, para no parecer que encuentra la recompensa más estimable que aquel que da el salario.»[1]

San Agustin en sus comentarios sobre los Salmos:

«Entonces, se ama a Dios gratuitamente, no se le pide otra recompensa. El que pide otra recompensa y quiere servir a Dios por ella, da más precio a lo que quiere recibir, que Aquel de quien le quiere recibir. ¿Entonces, no hay ninguna recompensa de Dios? ninguna, excepto él mismo. La recompensa de Dios, es Dios mismo.» [1]

«Esto es amar gratuitamente, no para recibir una recompensa propuesta, porque tu suprema recompensa será Dios mismo, al que amas gratuitamente«[1]

A ejemplo de los Padres de la Iglesia, este aspecto es tomado de nuevo por numerosos autores espirituales y teólogos de la Edad Media.

San Bernardo, en su Tratado del amor de Dios y a lo largo de sus Comentarios del Cantar de los Cantares, luego Santa Catalina de Siena, en sus cartas no cesa de suplicar se renuncie al amor de uno mismo, al amor propio.

Había ya entonces un problema del Puro Amor. Para algunos, si amamos algún objeto, es para nuestro propio bien, por lo tanto, Dios por recompensa, entonces sería imposible o inhumano amar a Dios sin este deseo.

Santo Tomás de Aquino resume sus opiniones en su Suma Teológica, Secunda Secundae, Cuestión 26, artículo 3, «¿Debe el hombre amar en caridad más a Dios que a sí mismo ?» a la 2ª objeción: «una cosa cualquiera que sea, es amada en cuanto bien propio, y el motivo de amar es más amado que los que se ama por ese motivo, al igual que se conocen mejor los principios de conocer. Por lo tanto, el hombre se ama a sí mismo más que cualquier otro bien que ame. En conclusión, no ama a Dios más que a sí mismo.» Él dice que en efecto, amamos un bien porque nos conviene, pero como no somos más que una parte dependiente de un todo, finalmente somos nosotros mismos los que nos relacionamos con Dios. Además, desear disfrutar de Dios, es amarle con un amor de concupiscencia, para nuestro placer, pero debemos amar a Dios por amistad, para su gozo, más que para beneficiarnos de ello. De hecho, es por la virtud de caridad por la que amamos a Dios más que a nosotros mismos, amarle para obtener una recompensa es bastante egoísta, la gracia nos sitúa por encima

Los grandes místicos del siglo XVI, Juan de Ávila, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz insistieron, a su vez, sobre la necesidad de purificar toda búsqueda personal, para poder amar a Dios en verdad y unirnos a El.

Llegamos a San Francisco de Sales, que trata de ello primero en su Introducción a la vida devota, en 1609 y más tarde sobre todo en los dos grandes tomos de su Tratado del amor de Dios, en 1616.

Después, su gran amigo, Monseñor Jean Pierre Camus, Obispo de Belley, sobrino de Antoinette Camus, madrastra de santa Luisa, segunda esposa de Luis de Marillac de Ferrières, padre de Luisa de Marillac, nacida de madre desconocida; Camus es un escritor prolífico, en todos los campos, desde novelas a escritos de vida espiritual: 115 títulos en 6 grandes páginas de gran formato en pequeños caracteres, de 1619 a 1652 por un total de 217 obras.

Es bastante más tarde cuando escribió sobre el puro amor, «la pura dilección», cuyo término creará escuela, primero De la pura dilección, en 1632, después, para responder a los ataques del jesuita Antoine Sirmond, La defensa del puro amor contra los ataques del amor propio, en 1640, y en 1641 La caridad, o el retrato de la verdadera caridad, historia devota extraida de la vida de san Luis, puro amor de Dios y del prójimo, sin búsqueda personal.

El mismo año 1641, aparece El espíritu de San Francisco de Sales, en 6 volúmenes. Recoge recuerdos de su vida y sus palabras, con frecuencia como conversaciones. Probablemente había preparado este gran tratado de vida espiritual desde hacía mucho tiempo y que lo hiciera aparecer con motivo de esta controversia, porque desde la primera parte el tema de la caridad aparece varias veces.

Me inclinaría a pensar que santa Luisa, es la primera que empleó la expresión «puro amor» en los escritos que nos quedan y san Vicente, alimentados los dos por la lectura de los Padres y de numerosos autores espirituales, usaban la expresión de «puro amor» así como la doctrina de este amigo de San Francisco de Sales, Monseñor de Camus (su director antes de 1620). Tenemos diez de sus cartas dirigidas a Luisa, por ejemplo la del 26 de julio de 1625 en la que al final añade: «¿olvidaré a la virtuosa viuda Señora de Marillac? » [Antoinette Camus], lo que nos muestra su profunda relación.

Los textos de santa Luisa y de san Vicente en su brevedad valen como los textos más desarrollados de los místicos, como santa Teresa de Jesús, citada por San Vicente, ya que tenía sus obras en español en la edición princeps, y san Juan de la Cruz.

La corriente anti mística

Los escritos de Jean Pierre Camus llegan después de los de Bérulle y de otros autores, y como ellos, son combatidos por los adversarios de la mística, quienes predicaban únicamente la ascesis, o la simple práctica de la moral, con miras a la recompensa Divina.

Camus fue atacado en particular por el Jesuita Antoine Sirmond, y los intercambios de publicaciones, incluso de panfletos, constituyeron la primera «Pelea del Puro amor»

No era la primera vez que los místicos eran atacados, confundidos con místicos fanáticos o desviados.

En el siglo XIII, en la corriente franciscana ya hubo «Espirituales» desmesurados y con falta de juicio, condenables, que llevaron a los equilibrados a sospechar de herejía.

A partir del siglo XVI, como reacción contra los excesos de los iluminados y después de las acusaciones de quietismo, tuvieron lugar los ataques contra los místicos, sufriéndolo entre ellos san Juan de la Cruz y otros.

A partir del siglo XVI, España tuvo sus «Iluminados», en efecto condenables, pero fueron perseguidos; hasta las sospechas y persecuciones a Juan de Ávila, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, por tratarlos de iluminados.

En tiempo de Vicente y Luisa, encontramos de nuevo a los iluminados, por ejemplo los «guérinets» y «guérinettes» de Pedro Guérin, párroco de Roye, en Picardía, que en 1624 instituyó una escuela de niñas dirigida por algunas mujeres. Fue acusado de iluminismo, especialmente por Richelieu, a partir de 1630 pero finalmente fue exculpado.

San Vicente y santa Luisa tuvieron la suerte de que su servicio a los pobres los hiciera respetables, con más razón cuando este servicio limitaba los riesgos de motines que a veces surgían desde Normandía hasta Gascuña, allí donde no intervenían los vicencianos. Richelieu encontraba que Vicente era útil. No es nuevo que la política se mezcle con lo religioso…

Algo más tarde, después de la muerte de Luisa y de Vicente, tuvieron lugar conflictos muy graves y dolorosos contra Miguel de Molinos, español establecido en Roma, acusado de Quietismo, es decir, de enseñar que, desde el momento en que estamos unidos a Dios desde lo más profundo del corazón por el amor y la contemplación, el cuerpo puede hacer lo que sea, el alma no participa; esto era interpretar mal el sentido verdadero de lo que él decía y escribía; se llegó a acusarle de acostarse con las dirigidas; lo detuvieron en 1685, en 1687 lo condenaron y lo encarcelaron para toda la vida.

Una situación parecida se produjo en Francia contra los escritos de Fenelon arzobispo de Cambrai; él también aspiraba a un desprendimiento completo de sí mismo para amar pura y gratuitamente, y contra los escritos de su dirigida, la Señora Guyon, ciertamente de un estilo a veces un poco exaltado, pero relacionado con la Sagrada Escritura y los Padres de la Iglesia. Los Torrentes espirituales, por ejemplo, titulo inspirado en su admiración por los torrentes de los Alpes: son comentarios de los Profetas. La Señora Guyon no había estudiado teología, pero había asimilado muy bien los autores espirituales. Durante mucho tiempo fue apreciada por la señora de Maintenon, directora del pensionado de San Cyr, fundado en 1686 por el Rey Luis XIV y por ella misma, animada por unas religiosas fundadas para el internado y por la Señora Guyon, siguiendo ella misma los pensamientos de Fenelon infundía en ello este espíritu de puro amor y de abandono en la Providencia.

En la correspondencia entre la Señora Guyon y Fenelon, no siempre es fácil ver quién es el director espiritual de quién. En otros es también frecuente que los consejos sean mutuos, como en san Vicente y santa Luisa y santa Juana de Chantal.

Resultó que algunas religiosas utilizaron estos pensamientos de manera irreflexiva, llevándoles a criticar las directivas más ascéticas de la Señora de Maintenon y del capellán, Godet des Marais, Obispo de Chartres; aparentemente eran discusiones como las que puede haber en toda comunidad y familia, sin embargo, la señora de Maintenon las tomó, cada vez peor, como un atentado a su autoridad. Finalmente la Señora de Maintenon hizo entrar a Bossuet en la batalla, él, que tanto quería tener el favor del rey. Fue el más duro contra Fenelon y la Señora Guyon, ayudado por el reciente Arzobispo de Paris, Monseñor De Noailles.

Bossuet rechazaba el amor puro, desinteresado, gratuito, para no predicar más que el amor de Dios, como recompensa para nuestra salvación.

Hay que saber también que la rivalidad de Bossuet, y posteriormente la de De Noailles contra Fenelon, no era solamente doctrinal, sobre una moralidad centrada en la recompensa contra el amor desinteresado, sino que también era prosaica, verdaderamente muy interesada. Bossuet hizo todo por suplantar a Fenelon junto a Madame de Maintenon, de Saint Cyr y de la Corte, feliz al encontrar el pretexto de la presencia de la Señora Guyon para hacer apartar a Fenelon por Luis XIV y ocupar su lugar, puesto que había sido preceptor del nieto de Luis XIV; historia oscura. El sobrino de Bossuet, el padre Bossuet, establecido en Roma, llegó a acusar a Fenelon ante el Papa, de acostarse con la Señora Guyon. Como la del Antiguo Testamento, la historia de la Iglesia no siempre ha sido edificante.

Lograron alejar a Fenelon haciéndolo nombrar Obispo de Cambrai, e intentando un largo procedimiento contra él y la Señora Guyon, acusados de «quietismo»…

En 1688 la Señora Guyon estuvo seis meses arrestada en la Visitación; tras su liberación su libro Le moyen court (Método de oración breve y fácil), se incluyó en 1689 en el Índice de libros prohibidos y de nuevo es encarcelada en la Bastilla en 1695.

Para defenderse y defenderla, Fenelon publica las máximas de los santos en 1697. El Rey Luis XIV lo puso bajo arresto en su diócesis, luego, con Bossuet logró que en 1699 el Papa Inocencio XII condenara Las máximas de los santos, cuando en realidad no contiene más que auténticas citas de los Padres de la Iglesia, tales como San Gregorio Magno, quien ya predicaba sobre el amor desinteresado.

Bossuet se mostró particularmente detestable, de mala fe, haciendo uso de malos procedimientos y de intimidación, queriendo arrastrar a Godet des Maris en la misma línea, lo que le repugnaba…

En 1703 la Señora Guyon es liberada de la Bastilla, Bossuet muere en 1704. Fénelon, quien desde hacía muchos años no tenía correspondencia con la Señora Guyon, le escribe una vez más en 1710, muere en 1715 y la Señora Guyon en 1717, no se habían vuelto a ver.

Al mismo tiempo, tuvo lugar la querella jansenista, que también se había agravado, al estar mezclada igualmente en política, dividiendo todavía más a la Iglesia en Francia.

Dicho de otro modo, la influencia de Bérulle, Vicente de Paul, Juan Eudes, Juan Santiago Olier no duraría mucho tiempo.

Será preciso un siglo para que la vida espiritual vuelva a ser verdaderamente viva, profunda y fecunda. Había habido algunos autores y algunos santos, como Luís Mª Grignon de Montfort, cuya influencia no fue muy amplia en su tiempo; las dos obras fundamentales de Montfort, El amor de la Sabiduría eterna y El Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, no fueron publicados hasta el siglo XIX, mucho tiempo después de su muerte.

Más tarde, en el siglo XIX, algunos escritores se inspiraron en Fenelon, como nos lo presenta Sabine Melchior-Bonnet. Las frases que ella cita de Stendhal podrán servirnos de conclusión; sólo podemos hacerla nuestras, primero en la página 427 de su Fenelon

«Sólo hay que tener fe para temer las frases de Bossuet; hay que tener alma para saborear a Fénelon»

Y en la página 428, podemos captar el ambiente de este período en esta frase de las últimas páginas del Diario de Stendhal:

«Si Magdalena y María, las amigas de Jesús, hubieran vivido en tiempos de Luis XIV, habrían sido enviadas a la Bastilla»

Podríamos decir lo mismo de san Vicente y de santa Luisa si hubieran vivido más tiempo bajo el reinado de Luis XIV…

Los ataques contra los místicos y el puro amor siguieron renovándose hasta el siglo XX, como el célebre ataque al teólogo luterano sueco Anders Nygren, en Eros y Agapé, en 1930, traducido al francés en 1962, en la editorial Aubier Montaigne: Eros y Agapé, la noción cristiana del amor y sus transformaciones.

San Pablo se hubiera opuesto a la aspiración mística Eros designando la aspiración a lo más elevado, a llegar hasta Dios, el verdadero bien, el Agape, al ser el descenso de Dios hacia el hombre por la Encarnación y la Cruz, para salvar al hombre sin otra respuesta que la fe pura. Nygren pretendía que san Pablo ya había establecido esta doctrina de oposición entre las dos, sólo el Ágape, la caridad, siendo cristiana, la unión con el amor sentimiento, el Eros, siendo una intrusión del paganismo griego en las Obras de d’Origène y del Pseudo-Denys.

Pero es falso que san Pablo haya opuesto las dos. Es cierto que no emplea la palabra Eros, pero proclama su amor efectivo por Jesús: «para mí vivir es Cristo,» (Flp. 1, 21) y sabemos cómo habla Jesús del amor efectivo, y a partir de Jesús, «el discípulo amado», y el gran mandamiento es frecuentemente prolongado en «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 12, 19 ; 22, 39 ; Mc 12, 31 ; Rom 13,9 ; Gal 5, 14 ; Jc 2, 8) ; ¿cómo atrevernos a afirmar que la Escritura opone los dos amores?

En cambio, en su querella contra Fénelon, Bossuet rechazará el amor puro, desinteresado, gratuito, para predicar sólo el amor de Dios por la recompensa, para nuestra salvación. San Vicente y santa Luisa supieron conservar la síntesis de los dos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *