El 20 de enero de 1842, en la iglesia Sant’Andrea delle Fratte, un Roma, el joven Tobías-Alfonso RATISBONA (1814-1884), nacido en Estrasburgo, (10 padres judíos, se convirtió súbitamente: la Santísima Virgen se le apareció como en la Medalla Milagrosa que un amigo, Teodoro de BUSSIÉRES, le puso al cuello unos días antes, al mismo tiempo que le retaba a decir diariamente el «Acordaos» («Memorare»)… Recibió el bautismo el 31 de enero en la iglesia del «Gesu» bajo el nombre de «María Alfonso». Los Jesuitas desempeñaron un gran papel con él cuando era catecúmeno y neófito. Entró en esa Compañía, la dejó en 1852.
Su hermano Teodoro le había precedido, aunque por otro camino, en este paso al catolicismo y había sido ordenado sacerdote en Notre Dame, en 1830. Colaboraron íntimamente en la fundación de las Religiosas y de los Sacerdotes Misioneros de Nuestra Señora de Sion. El vínculo con la familia vicenciana fue tanto más fuerte cuanto que, en el momento de la conversión de Alfonso, Teodoro era Capellán de la Casa de la Providencia San Carlos (actual calle Oudinot, París 7) creada en 1820 por el Abate DUFRICHE-DESGENETTES, párroco de Misiones Extranjeras —la iglesia de San Francisco Javier no se había construido todavía — y que fue nombrado más tarde párroco de Nuestra Señora de las Victorias donde fundó la «Asociación del Santísimo e Inmaculado Corazón de María» en la línea de las apariciones de la calle del Bac. En el orfanato de la Providencia, las Hijas de la Caridad prestaron sus servicios desde los comienzos. Alfonso María diría de ellas: «Son ángeles…».
Al final del artículo encontrarán una bibliografía para un estudio más detallado. Si podemos hablar de un 150.° aniversario «significativo», es porque el acontecimiento «Ratisbona», con sus consecuencias, es susceptible y ha sido objeto de varias lecturas: espiritual (Mauriac, Frossard), filosófico y psicológico (William James, Bergson, Jean Guittonl, histórico (René Laurentin). En el momento en que la Casa Madre de las Hijas de la Caridad acaba de heredar el cuadro que encargó el mismo María Alfonso, en recuerdo del 20 de enero de 1842, podemos considerar aquí tres dimensiones «significativas»:
- el aspecto doctrinal y, principalmente, mariológico,
- la cuestión tan compleja de la relación entre Judaísmo y Cristianismo,
- las repercusiones de orden social.
I – María y el misterio de la salvación
1. La percepción de Alfonso María Ratisbona
«Cuando me encuentre muy mal, decid tan sólo «María» y esta palabra llegará a mi corazón». Esto se realizó al pie de la letra: la última palabra de Alfonso María fue: «¡María!».
Cuando habló con el Papa Gregorio XVI, el 3 de febrero de 1842, le pidió que bendijera un centenar de medallas «de Francia», como él decía, y comentó: «Es una metralla de la que pienso servirme después». El 3 de junio siguiente, el Cardenal Vicario de Roma, PATRIZI, firma el decreto que reconocía la conversión «instantánea y perfecta», sin dirigir un juicio —como es normal— sobre la aparición como tal, a la que dicha conversión estaba vinculada.
Alfonso María hizo apremiantes pero inútiles gestiones para conocer y hablar con la silenciosa Catalina LABOURÉ. Por supuesto que su «visión» contribuyó mucho a dar a conocer la Medalla Milagrosa y a hacer que aprobaran la fiesta y el oficio en su honor. Mejor todavía y más inmediatamente, todo esto preparó la definición del dogma de la Inmaculada Concepción de María por Pío IX en 1854, confirmada a su vez por las apariciones de Lourdes en 1858. Pero lo importante es ver el sentido y el mensaje de los acontecimientos de 1830 en la calle del Bac y de 1842 en Roma: recordar, al mundo de hoy, el lugar que ocupa María en el Misterio de la Salvación. A propósito de su «visión», Alfonso María tiene esta fuerte expresión: «No me ha dicho nada pero lo comprendí todo», y también: «No vi sobre la Santísima Virgen más que un manto de misericordia».
2. El «mensaje»
Con frecuencia hemos evocado todo el valor teológico y kerigmático (anuncio) de la Medalla y cómo, al mismo tiempo, gracias a esta «imagen» totalmente sencilla, hay una catequesis condensada para uso de los pequeños y de los humildes.
Una «medalla» puede rebajar la religión reduciéndola al fetichismo; puede y debe también elevar la conciencia religiosa y hacerse predicación viva, lo mismo que la roca y la fuente de Massabielle en Lourdes.
El anverso de la Medalla presenta a María en la gloria. Es el drama de la Salvación llegado a su más perfecto triunfo, la lucha antigua entre la Mujer y la Serpiente. Es la imagen de nuestra liberación en Jesucristo. Dios, fuente divina, se complace en derramarse en misericordia preparando, mediante la Inmaculada Concepción de María, una morada digna del Salvador e invitándonos a «recurrir a Ella» en nuestra miseria.
El reverso de la Medalla expresa precisamente la interioridad de este Misterio: la Cruz, dos corazones. Es el punto focal y es difícil concentrar más símbolos acerca del Misterio Pascual. El Evangelio se refracta en este «espejo» que es la Madre de Jesús (Bodas de Caná); y las doce estrellas, imagen de los apóstoles, invitan a anunciar esta Buena Noticia.
Para el mismo Alfonso María —a pesar de todo el proselitismo del que fue objeto por parte de sus amigos cristianos, hay que admitirlo— la transformación en definitiva, brotó del interior. Su conversión contribuyó al mismo tiempo a toda una renovación en la Iglesia y en la sociedad. En cuanto a nosotros, seguidores de San Vicente, hemos de tomar conciencia de los tesoros que tenemos confiados y de nuestras responsabilidades a este respecto, en la línea de nuestra vocación. Es verdad que RATISBONA y otros muchos, antes y después de él —cualesquiera que sean los mecanismos de su conversión— vivieron un «instante pleno» que esclareció toda su vida. Pero lo mismo que nosotros, a través de alegrías y penas, a través de luchas, fracasos y éxitos, tuvieron que vivir en la Fe día a día. Con frecuencia hemos recordado a propósito de Catalina LABOURE que no fue a la «vidente» a quien canonizó la Iglesia, sino a la verdadera y fiel Hija de la Caridad.
Resulta conmovedor que la impresión de «comprenderlo todo» haya coincidido con una visión de María. En esa línea es donde hemos de volver a situar a María dentro del Misterio de la salvación. La Medalla Milagrosa, como lo hacían San Vicente y Santa Luisa según la enseñanza de la Iglesia, nos invita a ver a María en el pensamiento divino cuando, desde toda la eternidad, decidió su plan de Amor sobre toda la Humanidad. Podemos decir que María está unida a las relaciones eternas de las tres divinas personas, y Santa Luisa la invoca como «Hija muy amada del Padre, Madre del Hijo, Digna Esposa del Espíritu Santo» (Corr. y Escr. E. 5, p. 670). Esto da su pleno sentido a la presencia de María en Caná y en el Calvario. Es inseparable de Jesús y de la Iglesia. Es verdaderamente la «Teótocos» (Madre de Dios), ya que es Madre de Cristo, Dios y Hombre. Todos los dogmas católicos tienen una resonancia en el dogma mariano y una mariología sana es una señal de autenticidad. «La letra M y la Cruz dicen bastante», según la expresión de Catalina LABOURÉ y RATISBONA, en la noche precedente a su conversión, había visto una gran cruz negra. Una de sus últimas palabras será: «Primero la Cruz, después María».
II – Un problema siempre actual
1. El «Judaísmo» de Ratisbona
Si hay un problema (¿un misterio?) siempre también actual y dramático es el de la relación de! Judaísmo con el Cristianismo (más especialmente con el Catolicismo), entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre Israel y Cristo, entre la Sinagoga y la Iglesia. A decir verdad, podemos preguntarnos qué es lo que Alfonso María de RATISBONA conoció y vivió realmente de su religión original en la que estaba bien enraizado, como el conjunto de su familia —su sobrina y novia, Flora, tomará la iniciativa de la ruptura con él—. De esta familia había heredado una dignidad moral innegable y un rango socio-profesional que le permitió precisamente ser acogido sin prejuicios en Roma. El, por el contrario, quedó escandalizado por el ghetto romano que todavía no estaba liberado —esto será obra de Pío IX— y criticó mucho a la Iglesia.
En Francia, en aquella época, los judíos habían ya escapado en conjunto a una segregación y a un antisemitismo que, por desgracia, se despertarían más tarde bajo diversas formas. Luis XVI había encargado a su ministro MALESHERBES —quien por otra parte se burlaba a este respecto dado su agnosticismo— diera a los Judíos un estatuto de ciudadanos de pleno derecho. Por el contrario, a nivel religioso, RATISBONA, como otros muchos cristianos, se había forjado una religión más bien secularizada y aséptica que no tenía mucho parecido con el soplo de los profetas.
2. El «cumplimiento»
De hecho, vivió su conversión como un «descubrimiento» conmovedor en todos los aspectos. Por paradójico que ello pueda parecer a primera vista, encontraba al mismo tiempo el pasado del pueblo elegido… y su futuro verdadero, y esto gracias a un encuentro luminoso con María, joven judía de otros tiempos, mujer bendita entre todas las mujeres. Sí, como él dijo: «comprendió todo»: la Biblia, el Mesías, el proyecto de Dios al mismo tiempo que el extravíe de su propia vida. Indudablemente le faltará, como hemos dicho, descubrir la verdad de esta intuición en el detalle y en la vida real. Como San Pablo, con el que se comparaba gustoso, accedía a la «plenitud»: la Salvación del «Pueblo de Dios» se realizaba en una sublimación que no es una abolición sino un cumplimiento gracias al Sacrificio de Cristo que prefiguraban los sacrificios de la antigua Ley.
Esto es lo que va a inspirar sus iniciativas en Francia y Palestina, en colaboración con su hermano. Está persuadido de que hay que «expiar» la actitud de algunos hijos de Israel pero quiere también trabajar en la «conversión» de los judíos para garantizar la «integridad» que él mismo ha descubierto. Piensa que, si Israel hubiera querido, la Religión de Jesús no se hubiera separado de la religión de Abraham y de Moisés. El puesto de Israel sigue estando por tanto preparado en la Iglesia y, en cierta manera, tiene que ser el primero, a la vez en el orden de la historia que pasa y de la predilección divina que no pasa, ya que sus dones se dan sin que haya lugar al arrepentimiento.
Teodoro RATISBONA fue, según parece, más lejos en este sentido «positivo», en este convencimiento de los valores cristianos contenidos en el Judaísmo y que cobran toda su plenitud en esa superación. En Jesús, el muro de separación y de enemistad fue abatido para hacer en El, de los dos pueblos, uno solo. No podemos menos de pensar en la intervención del Cardenal BEA en el Concilio Vaticano II y en los pasos dados en este sentido por Pablo VI y Juan Pablo II. Hoy estamos mucho más sensibilizados hacia todo esto. Claro está, aquí sólo hablamos del punto de vista religioso. ¿Vuelve Israel a encontrar el espíritu universalista de los Profetas?… ¿El mundo cristiano conoce mejor el puesto que ocupa Israel en la preparación de la Iglesia?
3. Las fundaciones de los hermanos RATISBONA
Mientras que Alfonso María iba al noviciado de los Jesuitas a Toulouse, Teodoro emprendía el camino de Roma para recibir del Papa mismo la misión de trabajar en la santificación de Israel. Ambos colaboraron íntimamente, como lo hemos dicho, en la fundación de los Sacerdotes de Nuestra Señora de Sión, pues Alfonso María no tardó en pedir a Pío IX el poder unirse a dicha Sociedad. A su llegada a Jerusalén quedó conmovido por el aspecto de tristeza que presentaba la «Ciudad Santa». Muy pronto deseó introducir en ella a las Religiosas de Nuestra Señora de Sión y así se lo suplicaba al. Señor por medio de Aquella que es «la gloria y el honor de Israel». En 1869 estas religiosas ocupaban el Convento del «Ecce Homo».
Alfonso María vio también con alegría cómo se desarrollaba el orfanato de Ain Karim para niñas, próximo al Santuario de la Visitación y el Instituto San Pedro de Jerusalén para los niños. Contribuyó a la instalación de diversas Comunidades: Carmelitas, Padres de Bétharram, Padres de Nuestra Señora de África, Hermanos de las Escuelas Cristianas, Dominicos, Jesuitas, Asuncionistas. En seguida se dio cuenta de la importancia de las peregrinaciones. Otra rama, de fundación más reciente, vendrá a unirse a la de las religiosas de enseñanza, las «Siervas de Nuestra Señora de Sión» quienes, por sus estatutos, tienen mayor libertad de acción.
Los dos hermanos se siguieron de cerca en la muerte: Teodoro el 10 de enero y Alfonso María el 6 de mayo de 1884. Este último fue enterrado cerca de Jerusalén, en San Juan «in Montana». Uno y otro nos han dejado un mensaje de fraternidad y de amor.
III – Al servicio de la promoción humana y cristiana
1. La «regeneración»
Tobías-Alfonso estaba ya preocupado por el deseo de mejorar la suerte de los judíos, de instruirlos, de «regenerarlos», según sus propias palabras, es decir de sacarlos de la condición social y moral miserable en que vegetaban muchos de ellos. Incluso se sentía vagamente atraído por Jerusalén, patria y hogar de Israel: «Toda mi vida —diría después de su conversión— había experimentado un atractivo irresistible por Jerusalén; pero desde ese momento —su conversión — me sentía dispuesto a sufrir todo por Jerusalén». Esta «vocación», en cierto sentido, no cambiaba, pues; lo que cambia es la manera de tomar conciencia de la misma y los medios para vivirla.
Después de haberle aparecido como el enemigo que había que apartar, el Cristianismo le aparece como el instrumento de esa «regeneración». Por fin se entrega a servir a los Pobres de todas las razas en la tierra de Abraham. Por eso, a propósito de la fundación del Instituto San Pedro, decía que el motivo que le llevaba a dicha fundación era la inmensa compasión que llenaba su corazón al pensar en la miseria física y moral de aquellos pobres niños. Y no escatimó esfuerzos: numerosos y difíciles viajes a Occidente, múltiples cartas de súplica, gestiones de todo tipo. Su verdadero descanso era la intimidad con su nueva familia: los pobres, los pequeños, los huérfanos. Se encontraba en medio de ellos con alegría, bondad, sencillez. Y se maravillaba por otra parte del impulso que allí encontraba. Imposible que dejara de pensar en las Hijas de la Caridad para las implantaciones en Tierra Santa, pero, de hecho, éstas no irían allí hasta después de su muerte, en 1886. Iba al frente una Hermana Sirviente con un apellido que parecía predestinado: Sor Sion, nacida en el norte de Francia y a la sazón Hermana Sirviente en Montluel (Ain). Las Hermanas introducirían, a su vez, a los Sacerdotes de la Misión. Hablaremos después de las relaciones de los RATISBONA con la familia vicenciana, relaciones que son de otro orden, dentro del aspecto social —demasiado desconocido— de la Medalla Milagrosa.
En cuanto a Alfonso María, en aquel tiempo, las noticias que le llegaban de Francia, sobre todo las persecuciones religiosas, le desolaban, pero hacían que su fe desbordara. Volvía siempre a su preocupación dominante y decía con el estilo de su época: «El Dios de las misericordias sacude a Israel; lo persigue con sus luces y con su gracia; se hace el trabajo, todo se prepara; Sión está ahí, en su santuario expiatorio. ¿No ven que los pueblos están por todas partes en ebullición? La rebelión contra el Señor y contra su Cristo es general; Israel está mezclado en todas esas conmociones. Se encontrará arrastrado a los pies del divino Redentor cuando las naciones perdidas busquen su Salvación, reconociendo que no puede existir fuera de la Iglesia Católica». Bajo estas palabras de un neófito del siglo XIX descubrimos a un Alfonso María que se aplica verdaderamente a conformar su vida con la de Cristo crucificado. A la manera de San Pablo, dice: «Nuestro Señor ha escogido como instrumento al ser menos apto, al más incapaz, y debo afirmar, al más indigno que haya podido encontrar en su mano».
Se ha podido decir de los hermanos RATISBONA que recuerdan a las grandes figuras bíblicas y «son verdaderos israelitas en quienes no hay engaño» y que cumplen la espléndida descripción que hacía el cardenal Pie de la espiritualidad de los santos de la Antigua Ley: «lo que impresiona en los Patriarcas es su espíritu de infancia y de abandono, su sencillez hasta en los estados más sublimes. El sello de su personalidad es tener ante Dios lo menos posible de dicha personalidad… Caminan según Dios los toma y los lleva, los conduce y los vuelve a traer. A la voz del Señor, a la voz de su Angel, no saben responder sino: ‘Adsum, heme aquí»».
2. Actualización del carisma vicenciano
Hemos recordado ya que no hay que dudar en hablar de una «dimensión social del Mensaje de 1830». Lejos de dejar que se pierda en lo abstracto, lo maravilloso, lo intemporal, debemos tomar conciencia de sus incidencias. Para transmitirlo, la Virgen se dirigió a una familia espiritual que se consagra al servicio de los Pobres y a la causa de los Pobres, y esto en un contexto histórico que no puede dejarnos indiferentes en su aspecto positivo y sobre todo en el negativo: industrialización, seguida de un impulso sin precedentes de la ciencia y de la técnica, socialización creciente bajo múltiples formas, toma de conciencia de las personas, de los grupos, de los pueblos, de las dimensiones internacionales y universales. Se ha minimizado el cometido de los «cristianos sociales» del siglo pasado y comienzos de este siglo… En lo que nos concierne más directamente, pensemos por ejemplo en Sor Rosalía RENDU, en las Conferencias de San Vicente de Paúl de Federico OZANAM y de sus compañeros, en las Juventudes Marianas — Hijas de María en aquella época—, en Sor MILCENT y sus sindicatos femeninos. De todas formas, el verdadero culto mariano, lejos de ser «inmovilizador», nos remite al Magnificat y a su «revolución de Dios», como se le ha llamado.
Es este campo es donde, en cierta manera, encontramos a los hermanos RATISBONA. Teodoro recibió la noticia de la conversión de su hermano el 1.° de febrero de 1841. Al día siguiente, fiesta de la Presentación del Señor y de la Purificación de María, fue a la Casa de la Providencia a la que ya hemos hecho alusión, para celebrar la Misa como de costumbre. No pudo ocultar su emoción y, al contar en su sermón la conversión de un joven israelita, terminó diciendo: «¡Es mi hermano!». Las Hermanas y los huérfanos entonaron el Magnificat. Lo mismo ocurrió el domingo siguiente en Nuestra Señora de las Victorias. Alfonso María llegó a París a principios de marzo. Se comprende con qué alegría fue recibido en la Providencia: se alojó con su hermano en una casa de la actual calle Vaneau, que era como la casa rectoral de la parroquia de Misiones Extranjeras, y todas las mañanas iba a ayudar a Misa. Después visitaba a las niñas, se unía a sus oraciones y a sus trabajos. El 1.° de mayo siguiente, se ponía la primera
Cf. Ecos de la Compañía, febrero y marzo de 1988, piedra de una capilla que hizo construir como ex-voto del milagro de Sant’Andrea delle Fratte, capilla que hoy ha desaparecido. Hasta una época reciente se rezaba cada día en ella el «Acordaos» en recuerdo de este acontecimiento.
Pero es especialmente interesante señalar que este establecimiento se inscribe desde el comienzo en un deseo de responder a las necesidades de los pobres de aquel tiempo. Más tardé, en 1937, a petición de la Madre INCHELIN, Sor JACQUART fundará allí una Escuela Profesional, que entonces, fue una iniciativa audaz y abierta a todos, sin distinción de ambiente, religión o raza. Los seglares que han sucedido a las Hijas de la Caridad se esfuerzan por conservar el espíritu vicenciano de su origen: «Es la experiencia de San Vicente —leíamos ya en el boletín de las Antiguas Alumnas con ocasión del cuarto centenario del nacimiento de San Vicente—, debemos hacerla nuestra dentro de la flexibilidad de la adaptación».
¡Quiera Dios que la Compañía pueda permanecer así atenta a las llamadas de los desprovistos y, principalmente, de los jóvenes, en la línea de la dimensión social y evangelizadora del Mensaje de 1830 y de su propia vocación en la Iglesia y en el mundo!