Barthéleme Tarlo (1656-1716)

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Author: Desconocido · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1903 · Source: Notices, IV.
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El Sr. Barthélemy-Michel Tarlo nació en Lubumel, en los confines de Hungría, el 24 de agosto de 1656;  era en realidad de la diócesis de Posen, por razón del domicilio de su padre, que era palatino de Sandomir. Cuando hubo alcanzado la edad de dieciocho años, resolvió abrazar el estado eclesiástico, y su padre le envió a Roma para seguir los cursos del colegio romano. Es allí donde la Providencia esperaba a este joven para hacerle entrar en la Congregación, sirviéndose de este medio.

Poco tiempo después de su partida para Roma, su padre, el voïévode de Sandomir, vino con el príncipe Czartoryski a hacer un retiro a la casa de Santa Cruz de Varsovia. El Sr. Godquin, que había dirigido a estos piadosos personajes en su retiro, tuvo ocasión, al cabo de algún tiempo, de hacer una visita al Sr. Tarlo, y le vio un aire un tanto entristecido; se permitió entonces preguntarle cuál podía ser la causa de esa tristeza: «No hace mucho, respondió el voïévode, que envié cien florines a mi hijo que está en Roma y figúrese que hoy me pide otro tanto. Es verdaderamente como tirarlo!» El Sr. Gdquin, para calmarle, le dijo que ya que su hijo había ido a Roma  para disponerse a abrazar el estado eclesiástico, podría entrar en el seminario externo que los misioneros habían abierto en esta ciudad, y que allí no tendría que pagar más de cuarenta y cinco florines al año por su pensión.

Contento con este consejo, el padre escribió enseguida a su hijo para que se fuera a los misioneros. El hijo obedeció, y una vez que siguió durante algún tiempo los ejercicios de la casa, se sintió inclinado por la Congregación y pidió ser admitido.

Así fue como el Sr. Tarlo entró en la Compañía, el 25 de agosto de 1677. Hizo su seminario interno en la casa de Monte Citorio en Roma, y cuando lo hubo terminado, el Sr. Jolly le hizo venir a París, donde acabó sus estudios y fue ordenado sacerdote. Enseñó luego durante algún tiempo la filosofía a los estudiantes de San Lázaro.

En 1685, aunque fuera joven aún, el Sr. Jolly, bien convencido de la superioridad de sus talentos y de su virtud, le volvió a enviar a Polonia con los poderes de superior de la casa de Santa Cruz y de visitador de la provincia. Fue pues el primer visitador residente en Varsovia, ya que, los que habían sido visitadores hasta entonces no lo habían sido más que de una manera transitoria.

Fue principalmente con él, es decir de 1685 a 1710, cuando la Congregación  tuvo grandes desarrollos en Polonia. Mostró mucho celo en el cumplimiento de sus  funciones; como hemos visto, mandó recoger los restos del Sr. Lambert, muerto en Sokolka, para depositarlos en las tumbas de la iglesia de Santa Cruz que acababa de terminar; hizo otro tanto con los demás misioneros y las Hijas de la Caridad, de suerte que hasta hoy todos los miembros de las dos familias  de San Vicente de Varsovia reposan bajo el pavimento de la iglesia de la Misión.

Es al Sr. Tarlo también a quien se debe la introducción de un ejercicio, en honor de la pasión de Nuestro Señor, que él comenzó en la iglesia Santa Cruz, y que se extendió después mucho en Polonia.

El Sr. Tarlo fue, según el lenguaje de los contemporáneos, un sacerdote de una vida irreprochable y un hombre de una santidad tal como nos la figuramos de los primeros cristianos.

En 1696, tuvo el consuelo de bendecir la iglesia de Santa Cruz el 1º de abril; al día siguiente el nuncio del papa cantó en ella la primera misa y, el día siguiente, el cardenal Radziejowski, primado de Polonia, que quería mucho esta iglesia, expuso en ella el santísimo Sacramento. El mismo cardenal consagró la iglesia de la Santa Cruz, el 14 de octubre de este año de 1696, en presencia de la reina Marie-Casimir. La iglesia subterránea había sido bendecida ya por el 20 de marzo de 1695. Se habían gastado cerca de 300 000 francos en la construcción de este edificio, pero todavía no había fachada. El Sr. Tarlo encontró los fondos necesarios para hacer terminar la iglesia y para adornarla en el interior, lo que realizó gradualmente, pues fue párroco de Santa Cruz por un cuarto de siglo; y desplegó un celo admirable por la salvación de sus parroquianos, como por la ornamentación de la casa del Señor.

No menos entregado a la Congregación que a su parroquia y que a su patria, el Sr. Tarlo trabajó con constancia en darle pruebas de  su tierno afecto y, más de una vez, tuvo la ocasión de mostrarlo de una manera brillante. No solamente trabajó en formación de las nuevas casas de Stradorn en Cracovia, de Vilna, de Przemysl, de Sambor y de Lowick; sino también en 1707, después de llegar a un acuerdo con la Cifradía de Saint-Roch, fundó el hospital de este nombre que reemplazço al pequeño hospital de Santa Cruz, y se los confió a las Hijas de la Caridad. Este hospital existe todavía hoy (1863).

En 1692, el Sr. Jolly habiendo convocado una asamblea general, el Sr. Acudió con dos deputados, el Sr. Fabri, superior de Culm y el Sr. Cibony. En esta asamblea,  se trató de transportar la casa de Przemisl a Sambor, a causa de lo insalubre del aire, pero la asamblea quiso que se tratara todavía algún tiempo- Parece que se superó esta dificultad, ya que los misioneros permanecieron en cada una de estas casas hasta la división de Polonia. Pero en otra asamblea general, el Sr. Tarla tuvo intereses mucho más importantes que sostener, y mostró en ello más que nunca su juicio, su afecto a la Congregación, su amor por la unidad y su invariable fidelidad a las constituciones dadas por san Vicente. En esta ocasión, su fidelidad fue tanto más meritoria cuanto su amor propio tenía motivos de sentirse herido, y que se hallaba expuesto al impulso de sugestiones malévolas.

El Sr. Tarlo regresó para continuar tranquilamente en Polonia el ejercicio de las funciones que había comenzado tan bien. Así tuvo el consuelo de ver a su provincia prosperar, a sus casas producir mucho bien, y el seminario interno de Varsovia  proveerle de un gran número de excelentes obreros.

Los necesitaba para socorrer al pueblo en las nuevas desgracias que iban a caer sobre este pobre país. Las guerras no tardaron en volver, y cuando el Sr. Tarlo, en 1703, volvió a París para la séptima asamblea general, a la elección del Sr. Watel, en compañía de los Srs. Fabri, superior de Vilna, y Cibony, superior de Stradom de Cracovia, no pudo llegar, a causa de las dificultades del camino, más que cinco días más tarde del señalado para la asamblea; pero los habían esperado, por el aviso que habían dado de su retraso.

Apenas de regreso a Polonia, el Sr. Tarlo fue testigo de la mayor desolación como se puede juzgar por lo que el Sr. Watel escribía el 1º de enero de 1705: «Tenemos muy malas noticias de Polonia. Este gran reino está arruinado por las diversas facciones  de las guerras civiles y extranjeras, y se escribe que el hambre y la peste comienzan a seguir esta plaga en algunas provincias. Nuestros misioneros están sufriendo mucho en todas las casas que tenemos en aquel país.

Una de las causas de estas desdichas era la muerte del rey Jean III, el gran Sobieski; ya que como consecuencia hubo muchas cábalas por parte de los pretendientes al trono. Hubo incluso dos príncipes elegidos reyes al mismo tiempo: el príncipe de  Conti por un lado, y el elector de Saxe por el otro. El primero en un principio parecía ser el que contaba con más apoyo; sin embargo ganó el elector de Saxe, y fue reconocido rey de Polonia, con el nombre de Auguste II.

«Nuestras casas de Polonia, decía en esta ocasión el Sr. Pierron en 1702, se han visto afligidas hasta ahora, por la división de este gran reino».

En medio de las calamidades se eleva al Sr. Tarlo a la sede episcopal de Posen, pero fue a pesar  de él,  y tras muchas tentativas para declinar esta carga. Tal es el informe que da de él el Sr. Bonnet, en la carta ya citada:

«S. E. Mons. Tarlo, dice, que ha sido hecho obispo de Posen por orden de nuestro Santo Padre el  Papa, después de hacer con buena fe todos sus esfuerzos por sí mismo y por el difunto nuestro muy honorable Padre, el Sr. Watel,  para evitar esta carga temible de los mismos ángeles, se considera siempre como un misionero; se ha llevado a un equipo de nuestros estudiantes a la casa de campo, y ayuda siempre  a la Compañía con sus consejos y su protección como si fuera uno de sus miembros simplemente en el orden sacerdotal. Dijo las misas por nuestros difuntos y vive siempre a lo misionero, con excepción de estar absolutamente ligado a su puesto y inseparable de su carácter episcopal. Le debemos mucho a Su Excelencia, que apenas podríamos agradecer  sino con nuestras plegarias».

No contento con entrenar a los estudiantes de la Congregación en su misión, el Sr. Tarlo pensaba también hacer una fundación en Posen, y sus visitas pastorales eran una misión continua. Veamos cómo habla de ella el Sr. Bonnet en su circular del 1º de enero de 1712. «El Sr. Cossart, dice él, está con S. E. Mons. Tarlo, obispo de Posen, para acompañarle en sus visitas  con un sacerdote polaco y, de vuelta, entra en la familia de Varsovia hasta que Su Excelencia hay establecido su seminario en Posen; y sin embargo en la ciudad y en los campos, el prelado y sus misioneros viven al ritmo de la Misión y practican juntos la oración, los exámenes y casi todos los demás ejercicios».

Al ascender a la sede episcopal de Posen, Mons Tarlo no abandonó Santa Cruz. Llegado a obispo, no fue menos párroco y misionero. En el campo, en la ciudad, anunciaba por sí mismo la palabra de Dios, pero su vida, dice Niésicky, era todavía la predicación más poderosa Hablaba como apóstol y fue un verdadero pastor según el espíritu del Evangelio. Cuando volvía a Varsovia después de la visita de su diócesis, pues él no conocía otros viajes, se retiraba siempre a Santa Cruz; es verdad que visitaba también las demás iglesias de Varsovia, pero se puede decir que Santa cruz se había convertido entonces en la residencia episcopal de la diócesis de Posen, y de allí gobernaba a su rebaño.

Siempre infatigable en el ejercicio de la caridad pastoral y en el cumplimiento de sus funciones, iba de Varsovia a Posen cuando cayó enfermo en Lowicz, y al cabo de unos días se murió con la muerte de los justos, en 1716. Por su testamento, legó a Jesucristo en la persona de los pobres el escaso bien que le quedaba. Su cuerpo fue enterrado con grandes honores en la iglesia de Santa Cruz en Varsovia, donde se le ha erigido una tumba. Mémoires de la Congrégation de la Mission ; Pologne.

 

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