Adalberto Micaleuski (1683-1737)

Mitxel OlabuénagaBiografías de Misioneros PaúlesLeave a Comment

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Author: I. Fernandez · Year of first publication: 1950 · Source: Anales Barcelona.
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Biografias PaúlesDesde que el señor Jolly puso al P. Tarlo como Visitador de las Casas polacas, se puso de manifiesto una vez más la importancia que tiene el dejar a los propios nativos de un país la dirección del régimen espiritual de la, Iglesia. La Congre­gación de la Misión tomó desde entonces en Polonia un impulso y desarrollo extraordinarios.

Aunque joven, el nuevo Visitador — apenas contaba vein­tinueve años — estaba dotado de un talen to superior y de una virtud probada. Puso su acendrado celo al servicio de Dios; durante un lustro hizo que la pequeña nave de la Compañía avanzara a velas desplegadas, y cuando — en virtud de la santa obediencia y amenazado con censuras eclesiásticas desde Roma — dejó el mando para encargarse del obispado de Posen, el progreso de la Congregación sonreía en halagadoras espe­ranzas.

Fueron años de guerra, de hambre, de pobreza, los que re­cibieron al siglo XVIII en Polonia. En las casas de los Misione­ros era preciso ser equilibrista para poder estirar el dinero y dejar a todos contentos, por lo menos en la alimentación.

Un día se presentó en la Casa de Santa Cruz, de Varsovia, un joven postulante que se decía ser paisano del Padre Visi­tador.

—¿Su nombre?

—Adalberto Micaleuski, para servir a Dios y a vuestra merced.

—¿De Posen?

—Sí, señor; nací allí el 29 de marzo de 1683, como lo ates­tigua la partida de bautismo que aquí traigo, lo cual quiere decir que tengo en la fecha veintiún años.

—Y ¿qué sabe hacer?

—Sé leer y escribir de corrido, y en cuentas —modestia aparte— he tenido siempre los primeros puestos en la escuela. El joven parecía listo y su sencillez encantaba. El Superior,

reprimiendo un gesto de satisfacción, le advierte, probándolo: —Eso aquí no vale nada… porque para barrer o pelar patatas vale tanto tocar el clavecín como saber la regla de tres.

* * *

Micaleuski pasó bien su postulantado, y fue recibido entre Ios Hijos de San Vicente el 5 de abril de 1704, demostrando durante los dos años de Seminario Interno una gran prudencia acucho sentido práctico.

Encargado primeramente de la sacristía de la iglesia de Santa Cruz, se dio maña para cumplir su oficio con gran edificación. Para el sacristán la preocupación era tener todos los objetos de culto en un estado digno del uso a que eran desh­ilados. No permitía una rotura o algo descosido en los vestidos o manteles. Si la costura era fácil, la hacía él mismo; si era algo más delicada, lo encargaba a los bordadores de fuera. Los candeleros siempre relucientes, los cálices y patenas limpios coa pulcritud. El polvo y las telarañas desaparecieran por com­pleto, y bien pronto se notó en cada pormenor el carácter del nuevo Hermano.

Poco tiempo estuvo aquí, pues le enviaron al Seminario de Przerny, y aprovechó también para ayudar en la parroquia de Sambor, pequeña villa a ocho leguas de la capital diocesana. Por esta época pasó Sambor por una crisis tremenda. La peste de 1705 se llevó a varios de los vicarios parroquiales del clero secular e hizo huir a los demás. Entonces los Misioneros tuvieron que ir a llenar sus puestas y servir personalmente a los pobres y enfermos. Tres Misioneros sucumbieron víctimas tel terrible azote y pronto fueron reemplazados por otros en su apostólica misión.

Las virtudes del H. Adalberto continuaron brillando tam­bién en esta Casa, en la que dio muy buenos ejemplos de regu­laridad y exactitud.

Es aquí donde empieza a darse a conocer por su espíritu práctico en cuestiones de economía. La carestía de víveres que acompañé a la peste, puso de relieve su instinto y buen tino de administrador. El sentido de exactitud parecía innato en él. Siempre con el tiempo medido, no se quedaba dos minutos en un sitio cuando le era suficiente uno. Su regularidad admi­raba. Había resuelto hacerse esclavo del tiempo, y miraba so­brenaturalmente a la campana a cuyo toque dejaba la palabra a medio decir para correr enseguida a donde le llamaba. Pero bien se echaba de ver que el esclavo no era él, sino el tiempo, el cual así se alargaba, dejándole muchos ratos para dedicarse a trabajos extras.

Espíritu matemático, llevado a la práctica en todos los ins­tantes, no pudo impedir que su fama interesase a los Supe­riores de Varsovia.

También la capital gemía bajo las saetas del demonio me­ridiano. El Muy Rvdo. P. Watel escribía en enero de 1705: «Tenemos tristes noticias de Polonia. Aquel gran reino está arruinado por las guerras civiles y extranjeras. Se nos escribe que el hambre y la peste comienzan a azotar a algunas provin­cias. Nuestros Misioneros sufren mucho en todas las Casas que tenemos en aquel país.»

En 1711— seis años después — no habían disminuido las calamidades., y el M. R. P. Bonnet, en su Circular de 1 de enero, escribía: «Polonia tiene necesidad de plegarias para aplacar la cólera de Dios que cae sobre las provincias, azotadas al mismo tiempo por las tres más terribles plagas exteriores de las que la Divina Justicia acostumbra a servirse para castigar a los culpables y que la Divina Misericordia emplea algunas veces para probar y purificar a los elegidos de Dios. Nuestros hermanos sufren mucho en sus bienes y en sus personas. Es difícil que la regularidad se mantenga tan perfectamente como en los tiempos de paz y tranquilidad, pues los Misioneros se ven obligados a salir de la ciudad e ir a vivir en los pueblas y en la campiña.»

En medio de estas anormalidades y teniendo necesidad la Casa de un buen ecónomo, fue llamado el H. Adalberto, quien prestó con gran fidelidad muchos y buenos servicios, tan sólo interrumpidos por haber obligado la necesidad a enviarlo a las Casas de Stradom y Vladislavia.

En Stradom

Monseñor Malakouski, Obispo de Cracovia, admirado del bien que hacían nuestros Misioneros, les había confiado, en el año 1686, el Seminario de su Diócesis; pero, comprendiendo que el ser Rector y profesor de un Seminario es incompatible con el ir a. misionar a los pueblos, adquiere un terreno y un palacio en los alrededores de Stradom, la dota de recursos para dar Misiones y Retiros, tanto a ordenandos como a seglares, y ruega a la Compañía le proporcione los Misioneros con­venientes. En esta Casa también prestó por algún tiempo sus apre­ciados servicios el H. Micaleuski.

La Casa de Vladislavia

Al ser elevado el virtuoso P. Talio a la dignidad episcopal, el M. R. P. Bonnet nombró visitador al P. Ivoanack, de quien en su Circular de 1712 elogió la sabiduría, bondad, rectitud de espíritu y simplicidad. Cediendo a sus instancias, le envió ocho Hijas de la Caridad y ocho Misioneros para reparar las vidas que la peste había segado en aquella provincia, darle medios para llenar las Casas y para dotar a los dos nuevos estableci­mientos de Block y Vladislavia.

En 1719 llegan por primera vez dos Misioneros a la Casa de Vladislavia o Wloclawek, encargándose de la. dirección del Seminario el P. Estanislao Siedlecki, de quien su Visitador decía que era un hombre sencillo, temeroso de Dios, ocupado en su perfección y salvación, muy .amador de la vida interior y muy espiritual, celoso siempre del bien público y del de cada uno en particular.

En esta Casa dieron suavísimos ejemplos de virtudes — que es una lástima queden encerrados en las páginas de nuestras Memorias — los Misioneros encargados de la dirección espiri­tual de los jóvenes clérigos. Nuestro H. Adalberto contribuyó con sus admirables dotes de celosa Coadjutor a que no faltase nada a la alimentación y comodidad de los estudiantes.

A pesar de los trabajos, siempre su ánimo iba derramando dulzura, afabilidad, alegría. Recto en su trato y sumiso a Ios Superiores; siempre pronto a obedecer en todo y a ir donde le enviaran. Piadoso y

Amante del buen orden

¡El buen orden! No podía sufrir su carácter, educado en la exactitud, el que hubiera una cosa fuera del sitio que le correspondía. Para él el lema «Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar» era indiscutible. ¿Una silla fuera de sitio? La llevaba al aposento correspondiente… ¿Un papel en el suelo? Su sitio es la papelera… Teniendo cada cosa en su lugar, fácilmente se encuentra lo que se busca y no se pierde el tan codiciado tiempo.

A esto le llevaba su celo por el bien común. Nunca en su mente el egoísta: «A mí no me toca», «esto no es dé mi ofi­cio»… Ver que una cosa estaba mal y arreglarla si podía, no lo pensaba dos veces. ¿Pequeños detalles? Quizá… pero que hacen virtud: una herramienta abandonada, una telaraña que se le pasó al encargado de la limpieza, una puerta abierta por donde pasa corriente de aire…

Estas pequeñeces le fueron robusteciendo el alma para re­sistir victoriosamente a las varias tentaciones que le presenta­ron algunos externos para hacer peligrar su vocación. Aquí fue donde demostró su sincero amor por la Compañía y su agrade­cimiento al Señor por haberlo llamado a este género de vida.

En fin, el H. Coadjutor Micaleuski, en todas las Casas en que vivió y en todos los oficios de que se encargó, rindió bondad en los servicios, prudencia, experiencia y economía, ganán­dose de sus contemporáneos los títulos de «nuestro querido Coadjutor», «el buen Hermano».

Enfermo, hubo de regresar a Varsovia, donde pasó sus tres últimos años. Cuatro meses antes de su muerte se debilitaron sensiblemente sus fuerzas. Se le colocó en la enfermería, y no se perdonaron medios para aliviarle y buscar su curación. Pero una traicionera tisis, a la que vino a ayudar la hidropesía, se apoderó de tal modo de su cuerpo, que fracasaron todos los remedios.

Las dolencias bien soportadas son una fuente de méritos para el cielo. Los sufrimientos y la vista de sus enfermedades, lejos de afligirle, le ayudaron a desprenderse de este mundo y a prepararse a recibir la próxima muerte. Se entregó genero­samente a esta nueva tarea durante unís de dos meses. Co­menzó como buen cristiano por la Confesión general, a la que siguieron otras muchas particulares dos o tres veces por se­mana, después de las cuales recibió la Sagrada Comunión.

Por último le administraron el Santo Viático, que le ser­viría para su último viaje a la mansión del Padre y, ungido con el Oleo Santo, entró en el gozo del Señor el miércoles 6 de mar­zo de 1737, llena su alma de sentimientos de piedad, religión y perfecta conformidad con el querer de Dios.

Había servido a su Creador cincuenta y cuatro años, y 33 a la Congregación de la Misión,

  1. FERNÁNDEZ, C. M.

Anales Barcelona 1950, 450-455

 

 

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