Vida de santa Luisa de Marillac. 13. El último mensaje

Francisco Javier Fernández ChentoLuisa de MarillacLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Elisabeth Charpy, H.C. · Año publicación original: 1992.
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El último mensaje

LA SALUD de Luisa de Marillac fue siempre para Vicente de Paúl una fuente de inquietud. El 13 de diciembre de 1647 escribía a M. Blatiron, superior de los sacerdotes de la Misión de Génova:

«Considero a la señorita Le Gras como muerta natu­ralmente desde hace diez años; al verla, se diría que sale de la tumba; tal es la debilidad de su cuerpo y la palidez de su rostro. Pero Dios sabe la fuerza de espíritu que tiene» (Doc. 507).

Frecuentes «fiebrecitas» obligan a Luisa a dete­nerse, a recurrir a los médicos, que prescriben pur­gas y sangrías según las costumbres de entonces. Su energía le permite recuperarse siempre. Vicente de Paúl ve en ello una gracia muy particular de Dios, que sabe la necesidad que tienen los pobres de ella para ser socorridos. A partir de 1652 las recaídas son cada vez más frecuentes.

En mayo de 1656, una grave enfermedad pone su vida en peligro. Luisa se prepara serenamente a morir pensando que Dios le da «la llave para salir pronto de este mundo» (E. 487). Con sorpresa de todos, recupera lentamente sus fuerzas y puede reanudar sus actividades a finales de año.

El 4 de febrero de 1660, una «fluxión» del brazo izquierdo con una fuerte fiebre la derriba de nuevo.

Su estado empeora rápidamente apesar de las dos incisiones hechas en el brazo. Rodeada de su fami­lia y de todas las hermanas presentes en la casa madre, Luisa recibe con gran paz el sacramento de los enfermos. En el curso de esta pequeña celebra­ción bendice a su hijo y a su familia:

«Ruego al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo por el poder que ha dado a los padres y a las madres de bendecir a sus hijos, que os conceda su bendición y os desprenda de las cosas de la tierra y os una a él. Vivid como buenos cristianos».

Luego, mirando a las hermanas presentes en tor­no suyo, les recomienda el amor a su vocación v la fidelidad en el servicio de los pobres. Numerosas oraciones se elevan al cielo pidiendo su curación. Se colocan en su brazo enfermo reliquias de San Carlos y de san Francisco de Sales. Se aprecia Una mejoría. Disminuye la fluxión y desaparece la fie­bre. La mejoría persiste durante tres semanas. Pero~ el 9 de marzo hace su aparición la gangrena en el brazo. Luisa comprendiendo la gravedad de su es­tado, pide comulgar por viático. Se prepara a recibir a su Dios hablando con sus hermanas de la grandeza de la eucaristía. El 13 de marzo por la mañana, el párroco de San Lorenzo le lleva el Cuerpo de Cristo. Después de una larga acción de gracias, Luisa se dirige de nuevo a sus hermanas presentes:

«Mis queridas hermanas, sigo pidiendo a Dios que bendiga y le ruego os conceda la gracia de permanecer en vuestra vocación para servirle de la manera que él espera de vosotras. Cuidad mucho del servicio de pobres, y sobre todo de vivir muy unidas con una unión y cordialidad, amándoos las unas a las otras para imitar la unión y la vida de Nuestro Señor. Y pedid mucho a la Virgen Santísima que sea ella vuestra única madre».

Con estas palabras que las hermanas recogieron como su testamento espiritual, Luisa de Marillac, reafirma brevemente lo que le ha parecido siempre lo esencial para la Compañía de las Hijas de la Caridad. Esta Compañía se ha fundado y establecido para el servicio de los pobres, que ha de prefe­rirse a cualquier otra cosa. La vida comunitaria es el sostén y la garantía del servicio; es también, en la Iglesia y el mundo, revelación del amor de Dios. Luisa concede a Cristo un puesto central en la vida de la Hija de la Caridad. Recuerda la elección de María para que guíe a cada una hacia Cristo y los pobres. El 13 de marzo por la noche las fuerzas de Luisa declinan. Alertadas, van a verla numerosas Damas de la Caridad. La duquesa de Ventadour pide permanecer a su lado hasta el final. Aunque muy débil, Luisa está muy atenta a cada una, re­confortando a unas y animando a otras. Vicente de Paúl, enfermo, no puede acudir. Envía a un sacer­dote de la Misión a decirle que espera encontrarla muy pronto en el cielo.

El 15 de marzo, a las seis de la mañana, Luisa invita a las hermanas que la velan a que vayan a descansar, prometiendo avisarlas cuando llegue el momento de comparecer delante de Dios. A las 11 manda llamar a todas las hermanas. Luisa entra en agonía. La sra. de Ventadour está a su lado soste­niendo un cirio encendido. Todas las hermanas, de rodillas, recitan las oraciones de los agonizantes. Un padre de la Misión le da luego la bendición apostólica. Poco después, Luisa expira. Son las 11 y media del lunes de pasión, el 15 de marzo de 1660.

El miércoles siguiente, el cuerpo de Luisa es depositado en la capilla de la Visitación de la Iglesia de San Lorenzo, parroquia de la casa madre de las Hijas de la Caridad. Gobillon, el primer biógrafo de Luisa de Marillac, que escribe dieci­séis años después de su muerte, cuenta lo que ha llamado la atención de cuantos iban a orar en su tumba. «De vez en cuando sale como un vapor suave que difunde un olor parecido al de la violeta y el lirio, de lo que pueden dar testimonio gran número de personas; y lo más sorprendente es que las Hijas de la Caridad que van a recitar oraciones en su tumba, vuelven a veces tan perfumadas de este olor que lo llevan con ellas a las hermanas enfermas de la enfermería de la casa. Podría añadir el testimonio de la experiencia que de ello he teni­do varias veces, si fuera de alguna consideración en esta ocasión. Y podría decir que, después de haber tomado todas las precauciones posibles para examinar si no era efecto de alguna causa natural, no he podido descubrir ninguna a la que poder atribuirlo».

¿Este perfume no es más que el reflejo de la santidad de Luisa y de su profunda humildad, o es también una invitación a proseguir la obra empren­dida en favor de los pobres?

En el curso de los siglos numerosas Hijas de la Caridad han deseado vivir como Luisa de Marillac y se han «dado a Dios para servirle en sus miem­bros pacientes». Para llegar a los más abandonados y a los más desamparados han recorrido los sende­ros del mundo. Al presente, más de treinta mil Hijas de la Caridad, en más de setenta y seis países están a la escucha de la llamada de los pobres:

«En la escuela del Hijo de Dios, las Hijas de la Caridad aprenden que no hay miseria que les sea ajena. Cristo llama continuamente a su Compañía por medio de los hermanos que sufren, por los signos de los tiempos, por la Iglesia. Múltiples son las formas de pobreza, múltiples las formas de servicio; uno es el amor que Dios hace nacer en aquellas a las que ha llamado y congregado» (Constituciones de las Hijas de la Caridad).

En Europa como en África, en Asia como en América o en Australia, las Hijas de la Caridad se esfuerzan en vivir las grandes intuiciones de Luisa de Marillac y de Vicente de Paúl para responder con una fidelidad y una disponibilidad siempre renovadas a las necesidades de su tiempo.

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