La multiplicidad de las miserias de este valle de lágrimas obliga a las almas caritativas a multiplicar los cuidados y a diversificar los medios para socorrer a los desgraciados y darles o procurarles algún alivio. El Sr. Vicente, como estaba verdaderamente animado por esa virtud, mantenía siempre su oído atento para escuchar las llamadas de semejantes desgraciados y el corazón dispuesto para acogerlas. Tenía como norma no entrometerse nunca por sí mismo, cuando se trataba de emprender nuevas obras, sino que esperaba a que se le manifestase la voluntad divina preferentemente por ideas de otros, en especial de sus superiores, que por las suyas propias. Su humildad le hacía desconfiar siempre de sus luces particulares, y le inclinaba a creer que podía equivocarse, sobre todo, cuando se trataba de conocer los planes de Dios en obras extraordinarias. Por eso escuchaba no sólo con atención, sino hasta con respeto lo que le proponían en tales ocasiones personas que hacían profesión de virtud. Con ese espíritu escuchó una propuesta que le sugirió el año 1634 la Señora Presidenta Goussault, su memoria es bendita por sus virtudes poco comunes, y, en especial, por su excelente caridad. Esta Dama había quedado viuda en la flor de la edad y podía pretender una alta posición en el mundo por estar adornada con todas las buenas cualidades y con todos los dones de la naturaleza y de la fortuna, que normalmente son, de ordinario, lo más apreciado y buscado. Pero renunció con toda el alma a todas aquellas ventajas, e hizo de ellas un sacrificio a Jesucristo. Resolvió generosamente consagrarse únicamente a su servicio en la persona de los pobres, especialmente de los enfermos. Frecuentemente iba a visitarlos en el Hôtel-Dieu de París, y como vio que las cosas no estaban como ella hubiera deseado, y tal como después se han establecido, acudió al Sr. Vicente con el ruego de que extendiera su caridad a aquellos pobres, y que procurara alguna ayuda al Gran Hospital. Mas el Sr. Vicente actuaba en todo con prudencia y discreción; por eso, ante todo , no pensó que debía meter (como dicen) la hoz en mies ajena, ni entrometerse a hacer algo en un Hospital con directores y administradores, tanto para lo espiritual como para lo temporal, personas que consideraba muy prudentes y muy capaces para imponer los reglamentos necesarios. La virtuosa Dama, después de haber insistido durante largo tiempo ante él, al ver que no podía conseguir nada de su persona, y que siempre se excusaba de mezclarse en aquel asunto, se dirigió al difunto Sr. Arzobispo de París. Este le hizo saber al Sr. Vicente que le gustaría mucho atendiera a la propuesta de aquella Señora, que consistía en fundar una asociación de Damas, que podrían tener algún cuidado de los enfermos del Hôtel-Dieu, y que pensara en los medios para proceder a aquella fundación
El Sr. Vicente, al recibir aquella orden, reconoció la voluntad de Dios en la palabra de su Prelado, y resolvió poner manos a la obra. Reunió algunas Damas, y les habló con palabras tan llenas de energía, que decidieron darse a Dios cuanto antes para emprender aquella buena obra. A continuación van los nombres de las primeras Damas que comenzaron la obra, las cuales figuran en una de las cartas dirigidas a la Señorita Le Gras:
«Tuvimos ayer la reunión en casa de la Señora Goussault; estuvieron presentes las Señoras de Villesabin, de Bailleul, Dumecq, Sainctot y Poulaillon. Agradó la propuesta y resolvieron reunirse también el lunes siguiente, y, entre tanto, encomendar el asunto a Dios, y comulgar con ese fin. Cada una propondrá la cosa a las Señoras y Señoritas que conozcan. La Señora de Beaufort será una de ellas. Necesitaremos de usted y de sus jóvenes; parece que harán falta cuatro. Por eso, habrá que pensar en la forma de hacerse con unas buenas jóvenes»
La segunda reunión fue más numerosa que la primera: estuvo presente la Señora Cancillera, la Señora Foucquet, la Señora Traversa y y otras Damas de virtud y de condición, que se asociaron a las primeras; y todas juntas eligieron a Tres Oficialas, a saber, una Superiora, una Asistenta y una Tesorera. La Señora Goussault fue la primera Superiora, y el Sr. Vicente siguió de director perpetuo de la Compañía. El perfume de las virtudes y del buen ejemplo de las Señoras atrajo a gran número de otras hasta asociarse más de doscientas Damas, incluso del más alto abolengo, como Presidentas, Condesas, Marquesas, Duquesas y Princesas, que han tenido el honor de ofrecerse a Dios para servir a los pobres, reconociéndolos como miembros vivos de su hijo Jesucristo
El Sr. Vicente comenzó con esta Compañía, a partir del año 1634, a proporcionar servicios y socorros muy útiles para el HôtelDieu a lo largo de toda su vida, y todavía hoy se continúa con bendición después de su muerte. Consiste en diversas ayudas corporales y espirituales prestadas por las Damas a los enfermos pobres, y que este Padre de los pobres les aconsejó que añadieran a las antiguas costumbres del hospital, que hasta entonces, falto de cuidados o de medios, dejaba que los pobres carecieran de cosas necesarias para su alivio. Habitualmente solían ser cuando menos mil o mil doscientos, y más tarde han llegado a ser hasta dos mil y más. Es un flujo y reflujo continuo de enfermos pobres, que están entrando y saliendo continuamente. Unos están ocho o quince días; otros, un mes o más. Hay días en que reciben cincuenta o sesenta u ochenta, y a veces cien. Y todos los años pasan de veinte mil, o veinticinco mil: de ellos unos se curan, otros se mueren. Tanto por unos como por otros hay una gran cosecha de almas en perspectiva, y una ocasión favorable para trabajar con mucho fruto, tanto para iniciarles en una vida buena con una confesión general y por una verdadera conversión de costumbres, como para ayudarles, al llegar la última hora, a acabar la vida con una buena muerte
El Sr. Vicente no tuvo dificultades para asociar aquellas Damas, ni para disponerlas a trabajar por los pobres, pero sí para ponerlas a actuar en el HôtelDieu: les anunció, cuando puso a su consideración el mérito y la importancia de aquella tarea, que habría dificultades de parte de algunas personas, que podían serles contrarias, pensando que las obras de caridad servirían para conocer los defectos existentes en el hospital. Debían hacerse a la idea de que si había que promover grandes bienes, habría también muchos obstáculos que vencer. Era necesario prepararse, y tomar las medidas consiguientes. No dejó de darles los consejos más convenientes sobre la forma de actuar; y pensó por su parte que debía prevenir a los Sres. Responsables en lo espiritual y en lo temporal del hospital, dándoles a conocer la buena intención de las virtuosas y caritativas Damas, y de la orden dada por el Sr. Arzobispo, con el fin de que aceptaran la asistencia que las Damas intentaban prestar a los enfermos, cosa que aceptaron
Por fin, después de nombrar a las que debían empezar la caritativa visita de los pobres enfermos, y a las que habían de seguirlas, les recomendó, tal como lo ha hecho en varias ocasiones: 1. Invocar diariamente, al entrar en el Hôtel-Dieu, la ayuda de Nuestro Señor, verdadero Padre de los pobres, por medio de la Santísima Virgen y de san Luis, fundador del hospital. 2. Presentarse enseguida a las Religiosas encargadas de los enfermos ofreciéndose a servirlos con ellas para participar del mérito de sus buenas obras. 3. Apreciar y respetar a las Religiosas como a ángeles visibles, hablándoles con dulzura y humildad, y presentándoles muestras de respeto. 4. Si ocurriera que aquellas buenas hermanas no siempre echaran a buena parte la buena voluntad de las Damas, les presentaran excusas, y trataran de tener en cuenta su manera de pensar, sin nunca contradecirlas, ni contristarlas, ni querer humillarlas
«Tratamos les decía de contribuir a la salvación y al consuelo de los pobres, y eso es algo que no se puede lograr sin la ayuda y la aceptación de las buenas Religiosas que los cuidan. Así que es justo anticiparse en el honor, como a sus madres de ustedes, y tratarlas como a esposas de Nuestro Señor y a Señoras de la casa. Porque es propio del Espíritu de Dios obrar suavemente, y ese es el medio más seguro para obtener éxito: imitarlo en la manera de obrar»
Este era el espíritu con el que el Sr. Vicente inició aquella santa Obra, y la prudencia y sabia dirección bajo la cual las virtuosas Damas comenzaron a practicar la caridad con los pobres del Hôtel-Dieu. Encontraron una entrada fácil por su amistoso y respetuoso acceso a las Religiosas; se ganaron sus corazones al instante por los servicios y las asistencias que ofrecían no sólo a los enfermos convalecientes, sino también a los parientes de las Religiosas, cuando ellas lo solicitaban para algún asunto familiar. Y por ese medio obtuvieron plena libertad para andar de sala en sala, y de cama en cama, consolando a los pobres enfermos, hablándoles de Dios e invitándoles a sacar provecho de sus dolencias
Y para no realizar la visita de los enfermos con las manos vacías, convinieron con el Sr. Vicente que sería conveniente, además de las palabras de consuelo y de edificación que les decían, llevarles algunos dulces a modo de merienda entre comida y cena. Para eso alquilaron una habitación cerca del Hôtel-Dieu para preparar y guardar allí dulces, fruta, barreños, platos, ropa blanca y otros menesteres. También resolvieron ayudarse de las Jóvenes de la Caridad, para comprar y preparar las cosas necesarias, y para ayudar a las Damas a distribuir las colaciones a los enfermos. El Sr. Vicente estaba ausente cuando ingresaron en el hospital sus Hijas, y en cuanto lo supo, escribió a la Señorita Le Gras en estos términos:
«Dios la bendiga, Señorita, porque se ha decidido a poner a trabajar a sus jóvenes en el Hôtel-Dieu, y por todo lo que ha sucedido después. Cuide su salud, porque ya ve la necesidad que tienen de usted»
Pero como esta virtuosa Señorita, llena de celo para el servicio de los enfermos pobres, siempre temía con no hacer bastante para corresponder a los planes de Dios, por más que se esforzaba cuanto podía, el Sr. Vicente en una carta le dice estas palabras dignas de ser destacadas:
«No conviene estar siempre en el Hôtel-Dieu; lo más conveniente es ir y venir. No tema excederse, si hace el bien que se le presenta a usted; tema más bien desear hacer más de lo que puede, y para lo que Dios no le da el medio de hacer. El pensamiento de ir más allá me hace temblar de miedo, porque me parece un crimen para los Hijos de la Providencia. Le agradezco a Nuestro Señor por la gracia que le hace a sus jóvenes de ser tan generosas y tan bien dispuestas para servirle. Hay razones para creer que su bondad, como usted dice, se digna suplir a lo que puede faltar de su parte por hallarse usted obligada a dedicarse frecuentemente a otras cosas, que a las que corresponden a su dirección».
Las Damas, como disponían de la habitación y de estas jóvenes, al principio hacían preparar sopa de leche muy propia para los enfermos, habitualmente muy numerosos, y la repartían todas las mañanas. Después de comer, a eso de las tres, llevaban la merienda a todos; a saber, pan blanco, galletas, mermelada y jalea; uvas y cerezas en su tiempo y durante el invierno, limones, peras cocidas y asadas con azúcar. Aunque más adelante hayan suprimido el pan, las galletas y los limones por no poder sostener tanto gasto, como también las sopas de leche, porque ya las dan los Señores Administradores. Iban cuatro o cinco juntas cada día a repartir la merienda, puesto el delantal, y se distribuían por las salas, pasando de cama en cama, ofreciendo golosinas, y prestando aquel servicio a los enfermos pobres, o mejor, a Nuestro Señor en la persona de ellos. Eso es lo que hacían para el alivio del cuerpo
Y la asistencia espiritual de las almas consistía en hablarles con mucha dulzura, manifestándoles una gran compasión por sus males, exhortándoles a sufrir con paciencia y con sumisión a la voluntad de Dios. Y en cuanto a las mujeres y muchachas, si veían que no estaban suficientemente instruidas en las cosas necesarias para salvarse, les enseñaban familiarmente y en forma de charla lo que estaban obligadas a creer y a obrar. Luego las preparaban para una buena confesión, si veían que la necesitaban y, finalmente, trataban de prepararlas a bien morir, si sus enfermedades eran peligrosas, o a formar un firme propósito de vivir bien, si había esperanza de recobrar la salud
Para facilitarles ese ejercicio de caridad el Sr. Vicente hizo imprimir un librito con los puntos principales, que más necesitaban saber los pobres enfermos. Y, en concreto, recomendó cuatro cosas a las Damas para cuando fueran a ejercer su oficio caritativo
1. Que tuvieran el libro en sus manos, cuando hablaran a los pobres, con el fin de que no pareciese que querían predicarles, ni tampoco hablar de sí mismas, sino sólo según lo que contenía el libro, y lo que en él aprendían
2. Que fueran vestidas lo más sencillamente posible los días en que iban al Hôtel-Dieu, con el fin de aparecer, si no pobres con los pobres, al menos muy lejos de la vanidad y del lujo en sus vestidos, para no apesadumbrar a las personas enfermas, que, al ver los excesos y las superfluidades de las personas ricas, se contristan de ordinario más que cuando les faltan las cosas necesarias
3. Que se portaran con los enfermos pobres con gran humildad, mansedumbre y afabilidad, hablándoles de forma familiar y cordial, para ganarlos más fácilmente a Dios. Finalmente les señaló de qué manera debían hablarles sobre la confesión general
Aunque usaban términos sencillos y populares, al piadoso lector le gustará, al leerlos aquí, ver en ellos una manifestación ingenua de la caridad de la que estaba lleno el corazón del Padre de los pobres. He aquí el modo de hablar a las pobres mujeres y jóvenes enfermas que recomendaba a las Damas, para prepararlas e instruirlas con vistas a una confesión general.
«Mi buena hermana, ¿hace mucho que se ha confesado? ¿no le gustaría hacer una confesión general, si le dijera cómo hay que hacerla? A mí me han dicho que era importante para mi salvación hacer una buena confesión antes de morir, para reparar los defectos de las confesiones ordinarias quizás mal hechas, y para tener un gran dolor por mis pecados, recordando lo malo que he cometido en toda mi vida, y la gran misericordia con que Dios me ha aguantado, no condenándome, ni enviándome al fuego del infierno cuando lo he merecido, sino esperándome para hacer penitencia, perdonármelos, y darme finalmente el cielo, si me convierto a El de todo corazón, como tengo grandes deseos de hacer con la ayuda de su gracia. Pues bien, usted puede tener las mismas razones que yo para hacer la confesión general, y para darse a Dios, y para vivir bien en el futuro. Y si usted quiere saber qué tiene que hacer para recordar los pecados, y después confesarse bien, me han enseñado a examinarme como le voy a explicar, etc. También me han enseñado cómo hay que formar en mi corazón un verdadero dolor de mis pecados y realizar los actos de esta manera, etc. También me han enseñado a hacer actos de fe, de esperanza y de amor de Dios, de la siguiente manera, etc.»
Es así como las virtuosas y caritativas Damas, por sugerencia del sabio Director de su grupo, se comportaban con los pobres enfermos, para instruirlos y prepararlos a hacer una buena confesión. Y ellas lo realizaban con éxito y bendición, pero también de forma que nadie pudiera criticar, sino más bien edificarse y aprovecharse de sus buenos ejemplos
Unos dos años después de la fundación de esta Compañía, el Sr. Vicente pensó que era oportuno destinar a un cierto número de Damas cada tres meses a dedicarse en concreto a instruir y consolar espiritualmente a los pobres enfermos, mientras las demás se dedicarían a proporcionarles algún alivio corporal. Porque la experiencia había enseñado que era difícil que las que trabajaban en una cosa, pudieran también emplearse en la otra. Además de que podría por ese medio elegirse y destinar a las que se hallaran más aptas para la práctica de ciertas obras de misericordia que a otras. Se reunieron pues todas las Damas, y la Compañía aprobó la propuesta presentada; resolvieron llevarla a cabo, y escogieron a catorce para trabajar durante tres meses en aquella santa ocupación. Al día siguiente, las así elegidas fueron, siguiendo el consejo del Sr. Vicente, a recibir la bendición del o de los canónigos de Notre Dame, que ejercían el cargo de Superiores del Hôtel-Dieu, y después empezaron a ir dos cada día de la semana, unas después de otras, a visitar, consolar y enseñar a los enfermos. De tres en tres meses, en las cuatro témporas del año, elegían a otras que hacían lo mismo. Y el Sr. Vicente reunía tanto a las que terminaban con su cometido como a las que lo empezaban, con las Oficialas de la Compañía, en la habitación que habían alquilado cerca del Hôtel-Dieu. Allí las que salían informaban de cómo habían procedido y los frutos que, gracias a Dios habían conseguido, para que lo que habían hecho bien, sirviera de regla a las que les sucedían, y los aciertos sirvieran de aliento para consagrarse con mayor interés al mismo ejercicio. El Sr. Vicente respaldaba con sus consejos, cuando lo juzgaba necesario, las cosas que había que seguir manteniendo, y hacía prevenirse de las que había que evitar, recomendándoles siempre que se portaran con las Religiosas y los pobres de la forma referida anteriormente
Cuando los pobres enfermos estaban suficientemente instruidos y preparados para la confesión general, las Damas se encargaban de avisar de antemano a algunos religiosos que fueran a oírlos en confesión. Pero como surgieron algunas dificultades que les impidieron continuar, se sirvieron, con la aprobación y el permiso de los Superiores, de dos sacerdotes con la honesta retribución consiguiente; uno de ellos sabía hablar varias lenguas para facilidad de los pobres enfermos extranjeros. Mas como no fueron suficientes los dos confesores, y además había aumentado el número de los enfermos, las Damas se vieron sobrecargadas en su labor de enseñar. Por otra parte, la decencia no les permitía preparar a los hombres para una confesión general bien hecha. Así, acordaron con las autoridades del hospital, destinar seis sacerdotes al Hôtel-Dieu para la instrucción de los hombres, y para oír las confesiones tanto de hombres como de mujeres; de esa manera suplieron la falta de los sacerdotes pertenecientes a la plantilla del hospital, que, como estaban obligados al coro para los divinos oficios, no podían dedicarse al cuidado de los enfermos. Los seis sacerdotes sólo debían emplearse en la asistencia espiritual de los pobres enfermos, y no estaban obligados en absoluto a los oficios. Antes de entrar en el Hôtel-Dieu debían tener un retiro en la casa de San Lázaro, donde habitaba el Sr. Vicente, y repetirlo en la misma casa todos los años, con el fin de prepararse bien para las obras de caridad que tendrían que realizar. Las Damas les daban cuarenta escudos a cada uno, y además disponían de sus misas en la iglesia de Notre-Dame, y se alojaban y comían en el Hôtel-Dieu
Para conocer los grandes bienes producidos por la Compañía de las Damas en la salvación y la santificación de los pobres enfermos del Hôtel-Dieu, hemos de señalar que, antes de su fundación, existía la costumbre de obligar a los enfermos a confesarse al ingresar, sin que estuvieran de ordinario instruidos ni preparados; y sumidos, como estaban, en la turbación y en el dolor causados por la enfermedad, a menudo hacían confesiones nulas y sacrílegas. Solía haber también entre los enfermos con bastante frecuencia herejes, quienes, por no atreverse a decir de qué religión eran, por miedo a ser despedidos, simulaban confesarse como los demás, de forma que cometían grandísimos abusos, y había muy pocas conversiones. Nunca se les hablaba de confesión general, ni de ninguna otra confesión salvo al acercarse la muerte, cuando se hallaban tanto o más incapacitados para confesarse bien que cuando la hicieron por primera vez. Dios quiso prevenir todas esas necesidades y esos abusos con la fundación de la Compañía de las Damas. Con sus caritativos desvelos y con su celo, sostenido y asistido por la sabia dirección del Sr. Vicente no sólo han remediado esos males, mas también han proporcionado grandísimos bienes para la santificación y la salvación de los pobres enfermos. Sólo Dios conoce todos los buenos efectos que esta asistencia ha producido con la ayuda de la gracia. El sabe el número de los preparados a bien morir, o a comenzar una buena vida. Pero cuando menos podemos decir que ha sido muy grande en cuanto a la conversión de las costumbres, si nos es permitido juzgar por la comparación de las conversiones a la verdadera religión. Solamente desde el primer año, sin hablar de los años siguientes, la bendición de Dios fue tan abundante en aquella santa obra, que hubo más de setecientas sesenta personas desviadas de la verdadera fe, tanto luteranos, calvinistas, como turcos, de los que varios habían sido heridos y capturados en el mar y llevados después a París e ingresados en el HôtelDieu, que se convirtieron y abrazaron la Religión católica. Y esta gracia extraordinaria que Dios derramaba sobre los trabajos y las atenciones caritativas de las Damas puso en tan grande aprecio el Hospital, que una buena burguesa de París, cuando cayó enferma, pidió ser recibida en él, pagando todos los gastos y aún mucho más, con tal de ser socorrida y atendida exactamente igual que los pobres: cosa que le fue concedida
El Sr. Vicente tuvo el consuelo de ver todos esos grandes bienes, verdadero fruto de sus manos y de sus caritativas iniciativas, que Dios le había hecho gustar durante la vida, a lo largo de más de veinticinco años, y que en la actualidad aún continúan, después de su muerte, con la misma bendición. Cierto día invitó a las Damas, en una de las reuniones, a agradecer a Dios porque se había dignado escogerlas y servirse de ellas para realizar tan grandes beneficios:
«¡Ah, Señoras! les dijo ¡Cuántas gracias deben dar ustedes a Dios por la atención que les ha hecho poner en las necesidades corporales de esos pobres! Porque la asistencia a sus cuerpos ha producido este efecto de su gracia, de hacerles pensar en la salvación de ellos, en un tiempo tan oportuno, como que la mayor parte no han tenido nunca otro para prepararse bien a la muerte. Y los que sanan de la enfermedad nunca hubieran pensado en cambiar de vida, sin las buenas disposiciones que se les ha tratado de inculcar».







