13 de noviembre de 1654
Esta conferencia tenía tres puntos: el primero, razones para conservar y adquirir la virtud de la castidad; el segundo, faltas que se pueden cometer contra esta virtud; el tercero, medios para adquirirla o conservarla.
Primer punto. Hay precepto de Dios que nos obliga a guardar la castidad, etc.; 2.° se lo hemos prometido a Dios; el que falta, comete un doble pecado; lo mismo que el que hace este voto, tiene un doble mérito, o al menos un mérito mayor, etcétera; 3.° a causa de la ocupación de los misioneros, que consiste en tratar con muchas personas de uno y otro sexo, etc.
Segundo punto. Faltas que pueden cometerse contra esta santa virtud: 1.° en pensamientos; 2.° en palabras; 3.° en obras; 4.° en omisiones.
En palabras: no decir nunca palabras que tiendan a ese pecado, y no tolerar ningún pensamiento sucio en nuestro espíritu.
Por obras: ¡es algo que ni siquiera hay que nombrarlo! ¡no hay que tolerar jamás en la compañía a uno que haya llegado a eso!. Los padres jesuitas son fieles en despedir a los que ven inclinados a ese maldito pecado y esto es lo que hace que no se oiga siquiera hablar de ellos.
Por omisiones: no hacer lo que Dios quiere que se haga para librarnos de ello, ni utilizar los medios que nos ha dado. Es una gran falta tocarse, mirarse, oír, etc., acostarse indecentemente, tener antipatía a la mortificación, regalarse, tratarse bien en casa o en el campo, hacerse servir los manjares mejores y más delicados, el mejor vino; todo esto son faltas contra esta santa virtud de la castidad
Tercer punto: Medios. El primero es beber poco vino, y este poco, mezclado con agua; el segundo, no hablar a solas con las mujeres, ni escribirlas cartas y ser cauto con ellas; el tercero, no aceptar la dirección de las religiosas. Si el obispo así lo ordena, indicarle las razones que tenemos para no hacerlo.
Sí, se me dirá, pero usted, padre, bien que lo hace. Contestaré que es verdad que el bienaventurado Francisco de Sales me encargó de dirigir la casa de la Visitación de esta ciudad, a
En su deposición en el proceso de beatificación de san vicente, el hermano Chollier declaró que el resumen de esta conferencia era del hermano Luis Robineau a pesar de mi miseria, y que la bienaventurada madre de Chantal me urgió para que así lo hiciera. Pero hace diez o doce años 2 que pedí a las religiosas que me excusaran, y estuve dieciocho meses sin ir a verlas; ellas recurrieron a la señora marquesa de Maignelay, y el señor obispo coadjutor, que actualmente es señor cardenal de Retz, me ordenó que continuase. Y después de morir el señor arzobispo de París, aprovechando la ocasión para excusarme, ellas hicieron que los señores vicarios generales me ordenasen continuar; pero, si quiere Dios que vuelva el señor cardenal de Retz 3, haré todo lo que pueda delante de él para descargarme de ello.
Además, no frecuentar nunca a las Hijas de la Caridad ni entrar nunca en sus habitaciones, bajo ningún pretexto. En la conferencia que les di el otro día, les dije que, aunque fuera yo el que iba a entrar en su habitación, me diesen con la puerta en las narices.
Cuando se hable en el locutorio, dejar siempre la puerta abierta y ponerse en un sitio en donde todos nos puedan ver.
Ya avisaremos si será quizás conveniente quitar de aquí el locutorio y acudir más bien a hablarlas en la iglesia; los jesuitas lo hacen en la iglesia; también el Oratorio, los capuchinos y otros muchos. Habrá que pensar un poco en ello; haga el favor de recordármelo, padre Alméras.
En las confesiones, no dejar acercarse demasiado el rostro de las mujeres al nuestro; creo que quizás haya que hacer confesonarios portátiles en forma de tabique.
No dar nunca misiones a las religiosas, a no ser que lo mande el obispo, y luego, no recibir cartas de religiosas, con el pretexto de un consejo que quieran pedirnos, etc.; y decirles, como hizo el difunto padre de la Salle a las religiosas de Crécy, en donde había dirigido una misión: «No me escribáis».
La humildad es un medio muy excelente para adquirir y conservar la castidad. Quienes conozcan a algunos de la compañía inclinados a este vicio, tienen que avisar al superior, sobre todo cuando sean personas a las que se quiere enviar lejos, como, verbi gratia, las Indias, las Hébridas, etc.; y el que no lo haga, será culpable de las faltas que ellos cometan en aquellas misiones y del mal que sobrevenga.