París, 24 de agosto de 1643.
Padre:
¡La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros!
Se me queja usted de no haber recibido carta mía en dos correos consecutivos. No he dejado de escribirle por cada uno de ellos. La primera vez la carta no llegó a tiempo a casa del señor Parisot, que ya había enviado su paquete al correo.
Ya hemos mandado pagar la letra de cambio de tres mil libras a fecha fija. Esperando su decisión a propósito de los ocho mil escudos que pide, procuraremos vender los coches de Soissons, que proporcionan 2.500 libras por ahora, pero que bajarán; y el arrendatario nos pide además alguna rebaja, debido al pleito que tienen con él los mensajeros. Además, la muerte del señor cardenal ha obligado a llevar al Parlamento la instancia del Consejo. En ese caso, sólo le quedarán las 5.000 libras sobre los coches de Rouen.
El señor de Montheron, antiguo amigo mío, que le habló de la misión de Babilonia, le ha escrito al señor obispo que ha hablado de ello con monseñor Ingoli, quien le ha asegurado que la Congregación de Propaganda Fide verá con agrado que trabajemos en aquellos países lejanos y la dimisión de su obispado en favor de alguno de nuestra compañía, que podrá elegir a tres y presentarlos a Su Santidad para escoger a uno que suceda al difunto, tal como hacen los franciscanos en una ciudad de Hungría, que limita con Turquía; le ha dicho también que escribiría al señor nuncio, ahora cardenal Grimaldi, por dos fines: para que Su Eminencia hable con la reina de darle al señor obispo de Babilonia algún otro obispado o abadía de por aquí; y para que inicie conmigo el estudio de este asunto.
Entonces, creyendo que había quizás alguna posibilidad de que nuestro Señor quisiera algo de nosotros en todo esto, le he respondido a una buena religiosa, que me habló de parte de dicho señor, que pensaríamos en ello, aguardando a que su divina bondad manifestase con mayor evidencia su voluntad en este asunto por la forma en que proponga la cosa dicha Congregación y por la forma en que dicha propuesta sea recibida por aquí, positis aliis circumstantiis ponendis.
Hay muchas razones en pro y en contra de todo esto. Según me han dicho, hay alguien que ha escrito hace poco que los religiosos y los misioneros que no van a socorrer a las almas infieles que perecen, están en el camino de la condenación. En contra está: la escasez de hombres en nuestra compañía; 2.° que hay muchas razones para dudar que nuestro Señor quiera que se saquen obispos del cuerpo de misioneros, lo mismo que del de los jesuitas; 3.° que por ahora no hay nada que hacer en Babilonia, en donde está prohibido hablar contra la religión de Mahoma bajo pena de muerte. Si hay algo bueno que hacer, es en la ciudad donde reside el rey de Persia, a trescientas leguas de distancia, donde hay dos o tres clases de religiosos, carmelitas, capuchinos y dominicos; no hay católicos, a no ser algunos pobres niños a los que han procurado educar en nuestra santa religión. Hay unos sesenta mil cristianos griegos y armenios que han sido llevados como esclavos a una ciudad que el rey ha hecho construir y poblar con ellos cerca de su ciudad real.
Esta es la situación. He creído que tenía que decirle esto, a fin de encomendar las cosas a Dios y que usted me dijese lo que piense sobre ello.
Ya le escribí que hemos dejado para el año que viene el tratar sobre la unión con el señor Authier ya que él desea que recibamos sus constituciones impresas y sus ordenanzas entre las nuestras, después de haber arreglado las dificultades que se encuentren en ellas. Es posible que pase con él como con el padre Romillion, que se había separado del bienaventurado César de Bus a causa de los votos, y había fundado muchas casas; y cuando se instituyó el Oratorio, fue a buscar al señor de Berulle para unirse con él; pero nunca lo logró, hasta que al cabo de varios años su congregación, que creía conveniente esta unión, le urgió y le obligó finalmente, en contra de su intención, a hacer la unión. Es posible que pase algo semejante con los suyos, según me dicen. Pero de esto no le diga usted nada a nadie, por favor, a no ser al padre Dehorgny, si todavía se encuentra en Roma.
Esto es todo lo que puedo decirle de momento, después de haberme postrado en espíritu a sus pies y a los de su comunidad y haberme encomendado a las oraciones de todos ustedes, de quienes soy. en el amor de nuestro Señor y por su pura misericordia y la bondadosa paciencia de ustedes, su muy humilde y obediente servidor.
VICENTE DEPAUL
Indigno sacerdote de la Misión
Dirección: Al padre Codoing, superior de los sacerdotes de la Misión de Roma en Roma.