Estas breves reflexiones que tengo la alegría de hacer ante ustedes reunidas aquí, en el corazón de la Compañía, a donde han venido a hacer sus Ejercicios espirituales, van a situarnos una vez más, aunque bajo un aspecto diferente, frente al tema de este año: la vida fraterna en comunidad. El título: «Unión, Intercambio y Diálogo en la Vida Comunitaria», nos da inmediatamente la perspectiva desde la que pretendo abordar el tema. Como premisa, añado también que quiero sobre todo insistir en «Cómo compartir y con qué espírituu hacerlo», sin detenerme hoy en las diferentes clases de intercambios comunitarios; ya se presentarán otras ocasiones de hacerlo a lo largo del año, y no hay más remedio que limitarse. Por lo demás, los «Ecos de la Compañía», de julio-agosto de 1986 —número siete— han publicado ya «La revisión comunitaria», en el sentido de «Comunidad: lugar de perdón y de conversión», siendo éste un tipo de intercambio muy importante para una comunidad de Hijas de la Caridad.
Las Constituciones
Voy a empezar por recordar algunos puntos a partir de las Constituciones: 2.17-2.19 y 2.21, de las que tomaré algunos pasajes con el fin de ayudarnos a situarnos mejor. ¿Es superfluo recordar el punto capital? Indudablemente, no, y aquí lo tenemos:
Llamadas y reunidas por Dios, las Hijas de la Caridad llevan una vida fraterna en común, con miras a su misión específica de servicio».
Las líneas que sigue inmediatamente nos dan el cómo del «VIVIR JUNTAS» en el orden sobrenatural:
La Comunidad local quiere reproducir la imagen de la Santísima Trinidad, según la expresión de los Fundadores que deseaban que las Hermanas fueran como un solo corazón y obraran con un mismo espíritu».
Pero también es verdad que
tal Comunidad se construye todos los días gracias a la confianza… viene a ser así una comunión en la que cada una da y recibe»,
y entonces es igualmente verdad que
es un lugar donde se vive el afecto, la estima y el respeto, la igualdad entre las Hermanas, unidas por la convicción d una misma llamada» (C. 2. 17)
Otro punto de apoyo, verdadera convicción, lo tenemos en C. 2. 19:
La vida comunitaria establece entre las Hermanas una COPARTICIPACION… Mediante el DIALOGO, se comparten las experiencias, las diferencias quedan atenuadas, se preparan las decisiones».
Por último, citaré un pasaje de la C. 2. 21:
La Hermana Sirviente crea, en unión con sus Hermanas, una atmósfera de FE, de oración, de cordialidad, de fervor apostólico en medio de la alegría. Es responsable de suscitar la reflexión común… Favorece el diálogo con cada una de sus Compañeras…
«Juntas, en un intento leal de discernimiento — (en el diálogo interpersonal)—, la Hermana Sirviente y la Compañera se interrogan acerca de su esfuerzo de fidelidad a las exigencias de la vida y de la misión de la Hija de la Caridad».
Aquí tenemos, sacado de las Constituciones, el material que va a ayudarnos a proseguir nuestra reflexión. La primera convicción que se desprende es la necesidad de compartir o comunicar, necesidad que se traduce esencialmente por una actitud de diálogo, de escucha atenta, de acogida en una palabra, entre cada uno de los miembros de la Comunidad: acogida en el sentido pleno de la palabra, con espíritu de apertura para llegar hasta la otra, nuestra Compañera.
Otro punto de insistencia que señalar es que la razón de ser esencial de nuestra vida comunitaria de Hijas de la Caridad es «con miras a nuestra misión específica de servicio». Es, en efecto, la misión común la que engendra la vida común, y con toda razón se insiste en la primacía de «con miras a la misión»; en nuestro carisma de Hijas de la Caridad, misión y vida fraterna en Comunidad coexisten como servicio de vida y de energía. Una vida comunitaria replegada en ella misma y en la que estuviera centrada la mirada ante todo en el bienestar de sus miembros, quedaría muy pronto afectada de esclerosis. No se trata sólo de aceptar vivir juntas… Existe un vínculo estrecho entre los dos polos de la Comunidad: su finalidad y la unidad de sus miembros. Tender hacia el ideal es una fuerza de unión, y cuanto más tendamos hacia ese ideal, que es superar nuestro individualismo, tanto más auténtica y vigorosa será la vida comunitaria. Además, la Comunidad encuentra su unidad cuando, mediante el diálogo, comunicándonos, descubrimos que no estamos juntas para nuestro provecho personal, sino ante todo para acoger el don de Dios que pasa a través del sufrimiento de los Pobres… de esas pobres que somos nosotras también, con nuestras sombras, nuestros cálculos, nuestras limitaciones.
La vida comunitaria, sin que llegue a ser un valor para sí misma, sino «con miras a la misión», es, sin embargo, un valor «en sí». Es principalmente la expresión del mundo dinámico de las relaciones entre nosotras, a todos los grados de responsabilidad. Ese complejo vivo de relaciones, a menudo frágil y delicado, vivido por temperamentos diversos, puesto a veces en peligro por enfrentamientos o tensiones inevitables, encuentra un punto de apoyo sólido en la Comunidad, como realidad de Fe, esa realidad que es «estar juntas», en nombre de la Fe. El mirar la Comunidad sólo como un grupo reunido para una acción o bien como un lugar de refugio psicológico, es una visión falsa y estrecha; la Comunidad debe ser ante todo: la experiencia comunitaria de la unidad en Cristo Jesús.
Acabamos de precisar el «porqué» de nuestra vida fraterna en común; intentemos ahora abordar el «cómo» vivir auténticamente esa vida comunitaria de Hijas de la Caridad, a través de nuestros intercambios, diálogos, comunicaciones.
La verdad plena es fruto de una experiencia común, y las ideas que llegan a ser de todas son fruto de un intercambio de puntos de vista, con una capacidad personal de abrazar o de comprender, respectivamente, el punto de vista del otro, saliendo poco a poco de nuestra propia manera de ver, a menudo demasiado personal y subjetiva… Estoy plenamente convencida de que, después de intercambios bien hechos y provechosos y con las aportaciones complementarias de cada una, «se llega a ser inteligentes siendo varias»… Y llega el momento en el que el intercambio o diálogo pasa a ser realidad espiritual más que simple palabra. En efecto, es deseo purificado y vivo de la verdad. De esta forma, sostenidos por el alma, la palabra, el intercambio iluminan nuestras relaciones comunitarias, en lugar de embrollarlas o empañarlas.
Si conseguimos, poco a poco, con la gracia del Señor, estructurarnos en la práctica de la humildad, de una buena sencillez, de un Amor siempre creciente a Dios y a los demás, sabremos vivir los intercambios comunitarios con flexibilidad, con capacidad de adaptación, con serenidad, para que lleguen a establecerse entre nosotras relaciones fraternas y constructivas, «con miras a nuestra misión específica de servicio».
Por lo tanto, si una Comunidad quiere vivir, tiene que llegar a ser el lugar en el que cada una se sienta libre de ser ella misma, de manifestarse como es y decir lo que piensa con toda confianza… Mientras haya algunas que tengan miedo de expresarse, miedo a que se las juzgue y se las rechace, será señal de que en la Comunidad no reina todavía el clima que podría permitir a esas Hermanas llegar a la libertad interior, abrirse y «realizarse» en Dios… y es precisamente de la libertad interior de cada una de donde nace el bien de la Comunidad y la eficacia de su servicio a los Pobres.
Los escritos de los fundadores
Quizá podamos intentar ahora, recorriendo algunos escritos de :os Fundadores, ver cuáles eran sus «pequeños pensamientos» a este respecto… Una vez más, comprobaremos que esos pensamientos son tan actuales ahora como lo eran en el siglo XVII. Su fondo no cambia, ni tampoco el mecanismo humano, y —repitámoslo—: ambos Fundadores eran agudos psicólogos, cualidad que se añadía felizmente a su enraizamiento en Dios sin fallo alguno.
Escuchemos primero a San Vicente expresarse acerca de la afabilidad, que en las conversaciones perfecciona la unión de caridad:
Tenemos tanta mayor necesidad de la afabilidad cuanto que estamos más obligados por nuestra vocación a tratar frecuentemente entre nosotros y con el prójimo; además, este trato es más difícil aún «porque somos de diversos países y de carácter y temperamento muy distinto, mientras que, por otra parte, el trato con los demás nos resulta muchas veces duro de soportar. La virtud de la afabilidad es la que quita estas dificultades y la que, por ser el alma de una buena conversación la hace no solamente útil, sino también agradable. La afabilidad hace que nos portemos en la conversación con cortesía y condescendencia mutua; y como la caridad es la que nos mantiene unidos como miembros de un mismo cuerpo, así la afabilidad es la que perfecciona esta unión…» (Abelly, 1. III, cap. 12; Síg. IX-4, p. 756).
En otro lugar, y dirigiéndose también a los Misioneros, San Vicente habla de los temperamentos algo… violentos, intolerantes u obstinados, que no son precisamente fáciles de conllevar o de neutralizar en los intercambios comunitarios… Acaso nos reconozcamos… un poco o un mucho… en alguno de estos dos pasajes. Esos defectos los describe San Vicente con gran realismo en esta Conferencia del 29 de agosto de 1659:
«Otro adversario es la pasión de querer que todo el mundo someta su juicio al nuestro y su voluntad a la nuestra; esto se opone a la mansedumbre, ya que vemos de ordinario que las personas que quieren que todo se someta a su «parecer y que se haga en todo su voluntad, en la forma y el tiempo que a ellos les gusta, son duras, violentas, coléricas, autoritarias; o sea, totalmente opuestas a la mansedumbre…
… como es natural, uno desea que se siga su parecer; no le gusta que los demás se salgan con la suya; quiere imponerse a los demás, cree que tiene razones más convincentes que los demás.
Si se obra según la naturaleza, habrá que oponerse a todo y obstinarse en la propia opinión; pero si se actúa según la virtud del buen misionero, se prescindirá del propio juicio, se cederá a los demás y se preferirán sus opiniones a las nuestras. ¡Qué felicidad la nuestra si procediéramos así! Tendríamos la satisfacción de que Nuestro Señor presidiera nuestros negocios». (Coste, XII, 318-319; Síg. IX-4, 599-600).
Y Santa Luisa, por su parte, ¿qué nos dice? Con frecuencia insiste en la necesidad del diálogo, de comunicarnos o poner en común las cosas, de darse cuenta mutuamente, de la discreción, como señales de la unión y elementos de unidad:
No dudo de que sus corazones viven en una gran unión, que se comunican una a otra lo que hacen; de no ser así, querida Hermana, no sentirían ustedes los consuelos que Nuestro Señor promete a los que están reunidos en su Nombre, de estar en medio de ellos. Quiero creer, querida Hermana, que la tolerancia que tienen mutuamente les hace experimentar sus efectos». (Correspondencia y Escritos 536, p. 495).
Esto se lo decía a Bárbara Angiboust, el 19 de junio de 1656. Asimismo les decía a las Hijas de la Caridad de Varsovia, el 19 de agosto de 1655:
«Me parece, mis queridas Hermanas, que nunca me regocijaré bastante de la unión que creo reinará entre ustedes, en palabras y en obras, desde su interior y mostrándose exteriormente, lo que edificará a toda la familia y a los de fuera; de suerte que para ustedes no habrá secreto alguno, y que será secreto para los de fuera todo lo que ocurra en la casa entre ustedes seis. Y de ser esto así, ¡cuánto bien se puede esperar, queridas Hermanas!» (Correspondencia y Escritos 500, p. 466).
Y con mucha perspicacia, ve los peligros del individualismo, de la que se encierra en la estrecha periferia del sector de su servicio:
teniéndose ambas por escogidas por la Providencia para obrar unánimes y unidas. Por lo tanto, nunca se habrá de oír: eso es tarea suya y no mía». (Correspondencia y Escritos 55, núm. 178).
Con toda humildad, da gran importancia al parecer de los demás y sencillamente hace referencia a San Vicente:
… háganlo como se les ordene, pensando en cómo Nuestro Muy Honorable Padre sigue esa misma práctica, creyendo que las opiniones de los demás valen más que la suya». (Correspondencia y Escritos 55, número 180).
Su gran prudencia dicta esta recomendación, en caso de que hubiera alguna desavenencia o falta de tolerancia: no hablar de ello fuera, evitar toda dureza y practicar el darse mutuamente cuenta:
… pongan sumo cuidado en no dejar ver los pequeños disgustos que puedan tener… Tienen que ser también muy cuidadosas en no decirse palabras duras la una a la otra, pero sobre todo delante de la gente; en cuanto a zaherirse con pullas, la caridad no permitirá que ocurra nunca, con la ayuda de Dios…
La gran unión que debe reinar entre ustedes se conservará mediante la tolerancia con los pequeños defectos de su hermana y dándose cuenta la una a la otra de lo que hayan hecho durante el día y de adónde van o han estado».
Sigo ahora las observaciones de Santa Luisa valiéndome como de hilo conductor de una conferencia sobre la recreación. Puede hacerse fácilmente la transposición para indicarnos cómo comunicarnos entre nosotras, qué cualidades son necesarias para lograr buenos intercambios, qué defectos se deben evitar también en nuestras conversaciones comunitarias (Correspondencia y Escritos 90, p. 793).
En primer lugar, Santa Luisa recuerda que Dios debe estar —al menos implícitamente— presente y que toda conversación debe empezar, ante todo, por una mirada dirigida a El, como hijas amadas de tal Padre del que recibimos todo bien; sin ninguna clase de diferencias, todas somos iguales ante El con nuestras cualidades y nuestras limitaciones:
Debemos empezar siempre… con la consideración de la presencia de Dios y de la igualdad ante El de todas las criaturas racionales, pensando que las que menos aprecio merecen a los hombres son acaso las más amadas de Dios» (número 238).
Cualquier intercambio hemos de considerarlo:
como concedido por la bondad divina para unirnos mutuamente, gracias a una comunicación sincera de pensamientos, palabras y acciones; todo ello para honrar la verdadera unidad en la distinción de las tres Personas de la Santísima Trinidad y la unión admirable que existe entre los bienaventurados en el cielo» (idem).
De modo que, ya de entrada, Santa Luisa nos eleva al plano espiritual dándonos como modelo la unión de las tres Personas divinas, Padre, Hijo, E»píritu, y la de los Santos que nos han precedido en la contemplación de Dios.
Exige, por otra parte, cualidades de base para conseguir un buen diálogo entre sus Hijas: gran sencillez y cordialidad, siempre, aun cuando no se sienta una gran afinidad con la otra… Esta conversación:
debe ser verdaderamente alegre y cordial, hablando indistintamente con las personas que nos agradan y con las que nos son menos simpáticas, contestando con afabilidad, sin aparente esfuerzo y sin echar nunca nada a mala parte, recordando la mansedumbre de Jesucristo ante las censuras con que tantas veces fueron recibidas sus palabras y acciones». (idem).
Santa Luisa, con su delicadeza, quiere ayudar a las que tienen menos facilidad para hablar, ya sea por falta de costumbre, ya por timidez y pide que se las respete, porque no por eso han de participar menos. A veces, puede ser posible una broma, pero cuando se tiene la seguridad de que no se va a herir a la interesada… y además cuando una misma se siente capaz, a su vez, de no dejarse dominar por la susceptibilidad o el enfado… si la broma la «apunta» a ella. En esas condiciones, sepamos manejar el buen humor y la burla fina, eventualmente, con prudencia y siempre con caridad. Pero sobre todo no nos hagamos las víctimas, porque no hay nada más desagradable en un grupo.
«No se burlen de las que no saben expresarse correctamente, a menos de tener la seguridad de que no lo han de llevar a mal y de que no tienen ustedes en su corazón ningún sentimiento contrario a la caridad. Si ustedes dan motivo de risa a las demás, llévenlo a bien». (idem).
Varias veces en este escrito que estamos analizando, Santa Luisa nos pone a Jesús como ejemplo. Jesús siempre está presente en ella. Jesús, de tan gran caridad, que no juzga, que no hace acepción de personas, que se interesa por cada uno en particular, que se da por entero a todos, que piensa siempre favorablemente sin suponer en los otros malas intenciones, que ama a todos con un amor sin fallos. Todo esto queda resumido en una frase lapidaria, invitación a imitar al divino Modelo:
Sean afables con todas…»,
frase en la que se encierra la recomendación esencial de acoger y amar plenamente a cada una de las Hermanas, haciendo mención especial de las ausentes, a las que hay que respetar en nuestros juicios. Veamos las palabras de nuestra Santa Madre sobre el particular:
La conversación… debe ajustarse al ejemplo que el Hijo de Dios nos dio cuando estaba en la tierra, es decir, el de un espíritu de gran caridad; procuren unirse con aquellas que más las incitan a la virtud o a las que pueden ustedes ayudar; lleven muy dentro el interés por el bien de las demás, no se indignen por las acciones de otras y menos aún por sus intenciones; eviten los afectos particulares, puesto que están obligadas a corresponderse mutuamente unas a otras, para mantener la unión que debe reinar en su familia…
Tengan gran cuidado en tomar la defensa de los ausentes y háganlo con un espíritu de caridad que les impida juzgar a la ligera a los demás… (número 239).
¿Qué más decir para lograr la comunicación con nuestras Hermanas dentro de la línea propuesta por nuestros Fundadores, línea que nuestras Constituciones recogen con tanta fidelidad?… Se podrían decir muchas más cosas… pero me parece que hemos profundizado lo suficientemente este tema para que nos sea posible hacer, en Comunidad, una evaluación, un examen de conciencia, quizá… Tendríamos que llegar a conseguir intercambios, comunicación, dignos de este nombre, que no se quedaran en la mera superficie sino que nos adentraran en el conocimiento mutuo, en la indulgencia, en la amistad fraternal, la confianza, como Hermanas a las que Dios ha unido para vivir juntas, las que «ha llamado y reunido» en la Compañía de las Hijas de la Caridad. Los Pobres a los que servimos serán los primeros en beneficiarse, y Cristo, a Quien vemos en ellos, bendecirá a sus fieles servidoras.
En este Año mariano, pensemos también en nuestra Madre, la Santísima Virgen María, que fue y sigue siendo toda Ella acogida… María sabrá ayudarnos en este esfuerzo sincero por conseguir más y mejor.
Como conclusión, repetiré, sencillamente, esta hermosa plegaria de San Vicente:
Hemos de pedirle a Dios que nos hagas a todos, lo mismo que a los primeros cristianos, un solo corazón y una sola alma.
Concédenos, Señor, la gracia de que no tengamos dos corazones ni dos almas, sino un solo corazón y una sola alma, que informen y uniformen a toda la Compañía;
QUITANOS NUESTROS CORAZONES PARTICULARES Y NUESTRAS ALMAS PARTICULARES, QUE SE APARTAN DE LA UNIDAD;
quítanos nuestro obrar particular cuando no esté en conformidad con el obrar común;
Que no tengamos todos más que un mismo corazón, que sea el principio de nuestra vida, y una misma alma, que nos anime en la caridad, en virtud de esa fuerza unitiva y divina que constituye la comunión de los santos» (Sígueme, IX-4, p. 543).