Una relectura del mensaje de la Rue du Bac para nuestro tiempo

Francisco Javier Fernández ChentoVirgen MaríaLeave a Comment

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Autor: Fernando Quintano, C.M. · Año publicación original: 2001 · Fuente: Encuentro Internacional de asesores/as de la Asociación de la Medalla Milagrosa. Roma, Octubre 22-26 de 2001.
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Introducción

No es ésta la primera vez que se pide a alguien tratar este tema. ¿Cómo actualizar el mensaje de la Rue du Bac?. La preocupación por este enfoque surgió especialmente a partir de la celebración del 150 aniversario de las apariciones de la Virgen a Santa Catalina y desde entonces ha sido tratado repetidas veces por diversos autores .

Al leer algunos de esos escritos he podido constatar, una vez más, no sólo el riesgo que se corre sino también la tentación en la que se puede caer cuando se celebran aniversarios de ciertos acontecimientos y de personajes del pasado. Parecería que se intenta demostrar que en ellos se encuentran ya anunciados la mayoría de los problemas del presente y del futuro y, a veces, incluso propuesta la solución.

No quisiera caer yo mismo en una tentación similar al tratar hoy el tema de la re-lectura del mensaje de la Rue du Bac para nuestro tiempo. Porque no estoy de acuerdo en que se deduzcan de él las consecuencias y exigencias sociales, políticas, religiosas etc. por las que abogan algunos de los autores que tratan de la re-lectura de dicho mensaje en la actualidad. Tales exigencias y consecuencias habrá que deducirlas de lo que implica para todo cristiano el seguimiento de Cristo y el despliegue y concreción de la fe en esas y otras dimensiones de la historia, pero no necesariamente reclamados y contenidos expresamente en el mensaje de la Virgen a Santa Catalina y en los símbolos que contiene la Medalla.

Ciertamente que la vida cristiana es una nueva manera global de concebir y realizar la existencia a semejanza de Cristo, y no una serie de comportamientos yuxtapuestos sin conexión entre ellos. Pero también es cierto que puede haber determinadas celebraciones, conmemoraciones, encuentros … expresamente orientados a cultivar y a poner el acento en una dimensión concreta de la fe. Sin excluir otras, pero también sin la pretensión de que todo encuentro, conmemoración y celebración tenga que tener repercusiones en todos los aspectos de la vida cristiana. Este encuentro, según el programa propuesto, se ha convocado para conseguir tres objetivos concretos y se justificará perfectamente si los consigue. Se puede y se debe hacer una re-lectura del mensaje de la Rue du Bac para nuestro tiempo, sin que ello signifique que dicha re-lectura tenga que incidir, por ejemplo, en los problemas que plantea la mundialización, el proyecto de clonaje de seres humanos, el deterioro alarmante del medio ambiente o las redes del terrorismo internacional. Los devotos de la Medalla Milagrosa no somos ajenos a esos y otros problemas sociales, económicos y religiosos etc. Pero no vamos a pretender que esa devoción, incluso siendo auténtica, sea el remedio contra el ateísmo y la indiferencia religiosa reinantes, ni la solución a todos los sufrimientos físicos y morales que aquejan a la humanidad, ni de los problemas doctrinales, pastorales y morales que se plantean en el interior de la Iglesia.

Esta extraña y larga introducción me lleva a delimitar el campo en el que me voy a mover y a exponer los puntos a tratar.

En una primera parte trataré de justificar el porqué es necesario hacer una re-lectura para nuestro tiempo del mensaje del que fue testigo excepcional Santa Catalina. Una re-lectura que incluye comprenderlo como lo hace la Iglesia con las «revelaciones privadas» y desde los aportes de las ciencias humanas.

En la segunda parte hablaré del mensaje de la Rue du Bac y me centraré en la Medalla como la concreción privilegiada de tal mensaje.

Y en la tercera parte haré una re-lectura de ese mensaje a la luz de la carta que el Papa ha dirigido a toda la iglesia con motivo de la clausura del año jubilar (6 de enero del 2001). En ella señala Juan Pablo II las líneas fundamentales que deben inspirar todos los proyectos pastorales en los comienzos del tercer milenio.

Y en dicha re-lectura habrá que tener presente también la identidad de Santa Catalina y la nuestra en la Iglesia: seguidores de Cristo tras las huellas de Vicente de Paúl y Luisa de Marillac, es decir, en coherencia con nuestro carisma específico en la Iglesia.

I. Hacer una re-lectura del mensaje a la luz del magisterio de la Iglesia y de las ciencias humanas

a) Qué significa hacer una re-lectura

Es volver a leer un relato escrito o un acontecimiento del pasado no como un simple acto repetitivo, sino desde nuevas coordenadas que nos ayuden a descubrir o resaltar aspectos o contenidos no descubiertos en lecturas anteriores. Leídos unos relatos o retomados unos acontecimientos del pasado desde las nuevas y cambiantes situaciones históricas nos ayudan a descubrir aspectos y significados nuevos del lenguaje y de los símbolos con que nos fueron transmitidos en su origen.

Refiriéndonos a la experiencia espiritual extraordinaria que tuvo y nos transmitió Santa Catalina no se debe olvidar que, como en otros casos similares, en los relatos se utiliza un lenguaje y unos símbolos marcados y condicionados por la experiencia personal, la cultura, la situación social, política, religiosa que rodearon al testigo. Y si el mensaje está llamado a traspasar esas circunstancias concretas, hay que leer el relato desde las nuevas situaciones históricas , no para acomodarlo según nuestro capricho, sino despojándolo de lo que sea circunstancial para que aparezca más claramente lo que es permanente y esencial al mensaje por encima de las circunstancias de tiempo y lugar, género literario, sensibilidad del testigo etc.

Esas experiencias espirituales, aunque sean dones dados a una persona, acontecen en la Iglesia y se dan como carismas para el enriquecimiento de todo el pueblo de Dios. Una Iglesia que, según el concilio Vaticano II, es sensible y se solidariza con los gozos y esperanzas, con las angustias y tristezas de los hombres de nuestro tiempo, especialmente de los pobres y de cuantos sufren . En la vida de esta Iglesia, en el devenir del mundo, en la nueva reflexión teológica, en el progreso de la exégesis bíblica y de las ciencias humanas etc. encontramos nuevas luces que nos ayudan a comprender mejor el contenido de los relatos originales, expresados frecuentemente en clave simbólica y de futuro. Por eso hay que re-leerlos a la luz de estos nuevos hallazgos y vertientes.

El filósofo y pensador cristiano francés, Jean Guitton, en su libro sobre el mensaje de la Rue du Bac dice: «El lado velado de las apariciones se ha vuelto más perceptible a finales del Siglo XX … Las apariciones de 1830 adquieren un significado más amplio a medida que pasa el tiempo» . «La iconografía mística de la Medalla de 1830 es de una naturaleza anticipante y sintética. También el comentario de la Medalla está por acabar, aún cuando está más vivo que en 1830» . «El significado de la profecía (de la Rue du Bac) es precisamente que se reproduce, como una piedra arrojada al agua, en ondas sucesivas cada vez más anchas; que se repercute, se reanuda, se enriquece como el tema musical de una sinfonía, en este caso la sinfonía de los tiempos» . También Madre Rogé, con motivo del 150 aniversario de las apariciones, proponía a las Hijas de la Caridad «hacer una re-lectura de aquello que la Virgen dijo a Santa Catalina».

b) Postura siempre cautelosa de la Iglesia ante las revelaciones privadas

Las apariciones, especialmente de la Virgen, constituyen un fenómeno característico de la época moderna. De hecho han sido mucho más frecuentes que en las épocas anteriores de la historia de la Iglesia. El origen de varias e importantes corrientes espirituales tienen su origen en apariciones concretas de Cristo o de la Virgen. Por ejemplo, la devoción al corazón de Jesús, o los movimientos de devoción mariana a partir de la Rue du Bac, Lourdes, Fátima etc.

Es comprensible la actitud cautelosa de la Iglesia ante tan abundantes apariciones y revelaciones. La historia le ha enseñado a ser crítica y prudente ante fenómenos en los que cabe la simulación y el engaño. Por eso exige garantías de credibilidad.

Tal postura cautelosa no es sino la expresión de una doble advertencia. Una de San Juan: «No os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han aparecido en el mundo» . Y otra de San Pablo: «No extingáis el Espíritu, ni despreciéis la profecía; examinadlo todo y quedaos con lo bueno» .

La Iglesia pide a los cristianos un asentimiento desde la fe de la revelación contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición. Con relación a las apariciones y revelaciones privadas, cuando la Iglesia las juzga fiables por los testimonios y argumentos que hay en favor de su autenticidad, las permite como algo que puede ser creído piadosamente por los fieles, pero sólo con fe humana. La expresión «fe humana» quiere indicar que las apariciones o revelaciones privadas quedan en un ámbito diferente al de la fe con la que aceptamos la gran revelación de Dios en Cristo. Esto significa que cualquier cristiano puede seguir siéndolo aunque no crea en las apariciones o revelaciones privadas. Esos fenómenos «sobrenaturales», si son auténticos, guardan relación con la vida cristiana, pero no entran en el ámbito de la revelación divina sobre la que recae la fe católica. La Iglesia, propiamente hablando, no aprueba ninguna aparición o revelación privada. Cuando juzga que hay pruebas a favor de su autenticidad las permite, las puede recomendar incluso. No se pronuncia sobre el fondo, sino que discierne si tal aparición o revelación que suscita un movimiento espiritual contribuye al desarrollo de la vida cristiana. En caso afirmativo la Iglesia, por medio del ministerio magisterial de sus pastores, les da «luz verde», el «nihil obstat» para que puedan ser aceptadas como «objeto de piadosa creencia» .

Tal postura cautelosa de la Iglesia ante los fenómenos sobrenaturales es prudente y justificable, hoy más que nunca, dada la proliferación de tales fenómenos y la facilidad con que mucha gente es proclive a aceptarlos sin el suficiente discernimiento. La inclinación de los seres humanos hacia lo maravilloso se expresa frecuentemente hoy en la credulidad ante tantas pretendidas apariciones de la Virgen. Ciertamente, la Iglesia y la teología admiten la posibilidad de que lo sobrenatural se manifieste en la historia de los hombres. No se oponen a las revelaciones privadas. Reconocen que Dios pueda manifestarse, también por María, para poner de relieve una verdad ya revelada en la Sagrada Escritura, para corregir desvíos y venir en nuestra ayuda ante determinados peligros. Son signos extraordinarios de la libre acción del Espíritu Santo en su Iglesia, expresiones de la dimensión carismática y profética del pueblo de Dios.

Por otra parte, querer explicar tales fenómenos solamente desde la teoría de los mitos y por mecanismos del psiquismo de los videntes, o rechazarlos sólo porque escapan al control de la ciencia, es partir de presupuestos ideológicos exclusivamente racionalistas, inmanentistas y cerrados. Pero admitirlos sin un sentido crítico y sin un serio discernimiento es exponerse a engaños y manipulaciones. Jean Guitton, un intelectual serio y nada sospechoso ni de credulidad ni de escepticismo, ha escrito: «En nuestros días, en nuestra época en que las ciencias humanas se desarrollan más que nunca; cuando el psicoanálisis, la sociología, la metafísica y la sicología profunda cambian los límites entre lo natural y lo improbable, es necesario más que nunca que la autoridad eclesiástica se abstenga de pronunciar de buenas a primeras la palabra «milagro» ante esos fenómenos y sus efectos espirituales» .

II. El mensaje de la Rue du Bac

a) Los relatos de la vidente

Santa Catalina transmitió al P. Aladel, primero oralmente cuando ocurrieron los hechos y por un escrito autógrafo veintiséis años más tarde, las diversas apariciones que ella tuvo en la capilla de la Rue du Bac entre los meses de abril a diciembre de 1830: representaciones del corazón de San Vicente tres días seguidos y en formas y colores diferentes, visiones de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento y de Cristo rey y las tres de la Santísima Virgen (18-19 de julio, 27 de noviembre y diciembre).

Todas ellas encierran algún mensaje captado por la vidente. Ella misma descifró y nos transmitió el significado de los distintos colores del corazón de San Vicente, de las vestiduras de Cristo rey, de las posturas y palabras de la Virgen y de los signos de la Medalla.

Las dos primeras «visiones» de la Virgen van acompañadas de alocuciones. En diálogo de dos horas y media, durante la noche del 18 al 19 de julio, la Virgen comunicó a Santa Catalina los tristes acontecimientos de orden político, social y religioso que sea avecinaban, los abusos que se daban en las dos Compañías y la protección especial que ambas tendrían de parte de la Virgen y de San Vicente.

La del 27 de noviembre, durante la oración de la tarde, tiene dos fases diferentes aunque estrechamente asociadas. En un primer momento ve a la Virgen con un vestido de seda blanca y un velo del mismo color que descendía hasta el suelo. Sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Los pies se apoyaban sobre media esfera pisando la cabeza de la serpiente; las manos sostenían una bola rematada con una cruz y los ojos se elevaban hacia el cielo. Los dedos estaban adornados con anillos de piedras de tamaño y brillo diferentes que despedían destellos de luz hacia el suelo. Alrededor de la Virgen se formó un cuadro ovalado con estas palabras en lo alto: «Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a vos». La vidente escuchó la voz de la Virgen que le descifró el significado de la bola (globo) y de los rayos; le pidió acuñar una medalla según el modelo de la visión y le expresó el gozo que siente al derramar abundantes gracias sobre quienes se las piden y sobre los que lleven esa Medalla con confianza.

La segunda parte de la misma aparición fue la contemplación por parte de Catalina del reverso de la Medalla. Vio cómo el cuadro se daba la vuelta y aparecía la letra M y dos corazones unidos por una cruz. Días más tarde, también durante la oración, Catalina oyó la voz que le respondía a su preocupación sobre cómo debía ser el reverso de la Medalla: «La M y los dos corazones ya expresan bastante».

Santa Catalina guardó silencio sobre esas visiones durante los cuarenta años de su vida oculta y laboriosa en Reuilly. Excepto el P. Aladel, en cuanto Director espiritual, desde el comienzo y Sor Dufès, al final de la vida de Catalina, nadie más supo quién era la vidente de la Virgen.

b) Una re-lectura de las «visiones» de Santa Catalina

La misma postura cautelosa que ha tenido la Iglesia ante los fenómenos llamados sobrenaturales (visiones, apariciones, revelaciones privadas) es lícito y prudente tomarla también ante lo que narró Santa Catalina. Desde esa postura de la Iglesia se puede hacer una re-lectura, al mismo tiempo crítica y respetuosa, del mensaje de la Rue du Bac.

La sicología profunda tendría algo que decir al respecto, si nos fijamos en ciertas circunstancias que se dieron en torno a lo que nos cuenta la vidente.

El 21 abril de 1830 entró en el seminario. Cuatro días después tuvo lugar la solemne y multitudinaria traslación de las reliquias de San Vicente desde la catedral de París a la Capilla en la que reposan actualmente. Ochocientas Hijas de la Caridad participaron en esa traslación.

Siguió una novena ante las reliquias en la que participó Santa Catalina. Fue durante la novena cuando vio el corazón del Santo sobre un relicario que habían colocado sobre el altar de la capilla de la Rue du Bac. La reliquia expuesta era un trozo del antebrazo, ya que el corazón, por aquellas fechas, se conservaba en Lyon. La interpretación que Catalina dio a los distintos colores con que se le presentó ese corazón, y que ella vinculó con los trágicos acontecimientos inminentes, la puso por escrito 26 años después y pasados ya esos hechos trágicos.

El 18 de julio, día de la primera aparición de la Virgen durante la noche, la Hermana Directora del Seminario habló a las seminaristas sobre la devoción a los santos y a la Virgen. Catalina cuenta que eso le inspiró un gran deseo de verla. La directora había repartido a cada seminarista una reliquia del Santo -un trozo de tela- que Catalina se tragó. Ella cuenta: «me dormí con el pensamiento de que San Vicente me alcanzara la gracia de ver a la Virgen». Y seguidamente narra la primera aparición. Del niño que le acompañó dice: «creo que ese niño era el ángel de la guarda .. porque había rezado mucho para que me alcanzara este favor» .

Todas estas circunstancias justifican al menos algunas preguntas: ¿Es auténtica la aparición que narró Santa Catalina? ¿Fue un sueño? ¿Visión subjetiva u objetiva? ¿simbólica o real? ¿Vio realmente a la persona de la Virgen o fue un producto de su imaginación? El mismo Laurentin se hace estas preguntas . Los argumentos y explicaciones a favor que da este teólogo pueden convencernos o no; en mi opinión son débiles. Pero él asegura que ha estudiado seriamente estos temas analizando rigurosamente los documentos y que ha llegado a la siguiente conclusión: «Las apariciones fueron una experiencia sincera de Santa Catalina … La autenticidad de su vida confirma la de las apariciones» «en todos los casos las estimo auténticas . El P. Pedro Coste, secretario y archivero de la Congregación de la Misión (1873-1935), historiador que algunos tacharon de racionalista, podría encabezar la lista de la opinión contraria . El mismo P. Aladel en un principio no dio importancia a lo que Catalina le relató.

A partir de la reflexión que en lo referente a las apariciones y visiones hacen teólogos actuales no sospechosos de racionalismo ni de credulidad, una re-lectura del mensaje de la Rue du Bac, nos llevaría a esta conclusión. Santa Catalina tuvo experiencias espirituales extraordinarias. Las visiones que tuvo del Señor y de la Virgen no pudieron ser corpóreas, pues su condición de «glorificados» sobrepasa la corporalidad. Lo cual no significa que no fuesen verdaderas. Se trató de experiencias sinceras subjetivas que bien pudieran estar estimuladas por causas externas sobrenaturales. Es decir, que no fueron producidas por la imaginación de la vidente sino suscitadas por una acción especial de Dios, aunque también pudiera haberse dado determinada predisposición psicológica de Santa Catalina. Tales experiencias místicas personales sólo las pudo percibir y experimentar ella, y no las otras Hermanas que estaban en la oración comunitaria, pues tales fenómenos espirituales no se perciben a través de los ojos y de los oídos sino por una percepción personal interior. Laurentin afirma que «una revelación privada, aún cuando dé una impresión auditiva, no procede de vibraciones transmitidas por la atmósfera, captables por un tercero. Alcanza directamente a la sensación más que a los sentidos, a la percepción misma más que al órgano» . Se podría afirmar, pues, que pertenecen no al orden objetivo físico y corpóreo sino al subjetivo y espiritual.

Por otra parte, hay que afirmar que aunque la Iglesia haya instituido la fiesta litúrgica y haya aprobado la Medalla, eso no equivale al reconocimiento de la autenticidad de las apariciones. Significa que en esa devoción no hay nada contrario a la fe, sino que puede favorecer el crecimiento de la vida cristiana. Santa Catalina fue canonizada por la santidad de su vida y no por las apariciones que ella narró.

c) El signo de la Medalla Milagrosa

Bajo el epígrafe «el mensaje de la Rue du Bac» habría que incluir, lógicamente, todo lo que Catalina contó en los relatos que escribió sobre las distintas visiones que tuvo en ese lugar. Pero, de hecho, la historia posterior se ha encargado de concentrar todo ese mensaje en torno a la Medalla. Las mismas preocupaciones de la vidente, durante su vida posterior a los hechos, se centraron más en que se cumpliese fielmente el mandato de la Virgen de acuñar una medalla que en los mensajes recibidos en las otras apariciones.

Dos hechos nos sorprenden especialmente al enfrentarnos con la Medalla: la riqueza de los símbolos que contiene y su rápida difusión.

«Supongamos, escribe J. Guitton, que alguien hubiese pedido a un pintor o a un poeta que haga una Medalla que contenga el máximo de enseñanzas y al mismo tiempo el mínimo de trazos y de signos, que sea inteligible para todos los cristianos, cualquiera que sea su cultura … Supongamos que salga a concurso una Medalla así. Es probable que los resultados hubieran sido inferiores a los de la Medalla vista en el éxtasis por Catalina. Es difícil encontrar mayor riqueza que la que contiene y sugiere esta Medalla» .

Uno de los argumentos en favor de la autenticidad de la «visión» de la Medalla que nos narró Santa Catalina es precisamente la casi imposibilidad de que esa joven aldeana, inculta o no versada en cuestiones bíblicas y teológicas, pudiese ser ella la autora de tal invento . En un pequeño espacio y en una forma minúscula se encuentra en la Medalla toda la mariología y lo esencial de la revelación cristiana. Una «biblia en pequeño» y un «catecismo del pueblo» la han llamado algunos.

Los pasajes bíblicos que, sin forzar los textos ni los símbolos, nos evocan el anverso y el reverso de la Medalla son: la mujer de doce estrellas, con la luna a sus pies y pisando estos una serpiente, según la describe el Apocalipsis ; la promesa de un descendiente de mujer vencedor de Satán hecha ya en el Génesis ; la profecía del anciano Simeón en el templo: «Y a ti una espada te atravesará el alma» (corazón traspasado) ; la presencia activa e inseparable de María en el momento culminante de la obra redentora realizada por Cristo en el calvario (cruz entrelazada con la M y los dos corazones); el misterio de la Inmaculada Concepción proclamado en la jaculatoria «Oh María sin pecado concebida»; la función de María como intercesora y distribuidora del don divino de la gracia como en Caná (globo en las manos y los brazos abiertos derramando rayos de luz sobre la tierra); Madre del Redentor y de los redimidos (Iglesia) o la nueva Eva unida al nuevo Adán para el nacimiento de la nueva humanidad (los dos corazones y la cruz entrelazada con la M, la misma actitud de brazos y manos abiertos derramando la luz sobre la esfera de los pies, o en el círculo de doce estrellas como símbolo de los doce apóstoles etc.)

Como ya dijimos antes, cuando una revelación privada es auténtica no hace sino confirmar y recordar la revelación Bíblica. En el caso de la Medalla, es la obra redentora de Cristo – misterio de amor y de dolor – y la colaboración inseparable de la Madre lo que está representado simbólica y sencillamente en la Medalla.

Una re-lectura actual de la Medalla tendrá que hacer referencia también a las enseñanzas de la Iglesia sobre la devoción y el culto a María. Pablo VI publicó la Exhortación Apostólica «Marialis cultus» (1974) con la finalidad de promover la renovación del culto a María. En ella aboga por dar solidez a dicho culto centrando la figura de María en la Sagrada Escritura y en la Liturgia, a la vez que hace una defensa de las manifestaciones de devoción con las que la honra el pueblo sencillo. .

Juan Pablo II publicó la Encíclica «Redemptoris Mater» (1987) como preparación del año mariano de 1988. En ella resalta el lugar de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia y pone el acento en su condición de peregrina de la fe como nosotros. Estos dos documentos de los Papas no son sino el eco de lo que pocos años antes había enseñado sobre María el concilio Vaticano II en el capítulo octavo de la Constitución dogmática Lumen Gentium. Una re-lectura de los símbolos que contiene la Medalla a la luz de estas enseñanzas de la Iglesia puede contribuir a dar solidez bíblica y a centrar la devoción de María en el conjunto de la nuestra fe, es decir, en el misterio de Cristo y de la Iglesia.

Otro hecho que sorprende en la historia de la Medalla es su rápida propagación entre el pueblo. El 30 de junio de 1832, el orfebre Vachette entregó las primeras mil quinientas medallas. Había recibido el encargo del P. Aladel. La vidente, al verla, dijo: «que no se cambie nada y que se propague», si bien también expresó su desacuerdo porque no se había representado el globo en las manos de la Virgen tal como ella lo había percibido en la aparición . A esa primera tirada siguieron rápidamente otras, acuñadas no sólo en París, sino en otras ciudades y naciones. Sólo en Francia, entre 1832-1836, se distribuyeron doce millones de medallas. Es imposible calcular el número de las distribuidas hasta hoy en todo el mundo. De hecho, adquirir y llevar una medalla de la Virgen es sinónimo de una Medalla Milagrosa.

A tan rápida difusión contribuyeron en primer lugar las Hijas de la Caridad desde sus hospitales y escuelas. En 1836 contó con el respaldo oficial del arzobispo de París que escribió una ordenanza en la que exhortaba a todos sus fieles a llevar la Medalla. El 7 de diciembre de 1838 fue aprobada por el Papa Gregorio XIV.

Pero esto no explica tan rápida y prodigiosa propagación. La razón primera habrá que ponerla en la necesidad de símbolos que siempre ha sentido el pueblo sencillo a la hora de expresar la fe. A través de signos y símbolos pasa de lo visible a lo invisible, lo cual es una realidad incluso en la celebración de los sacramentos. La sicología y la misma reflexión teológica vienen resaltando hoy la importancia de los símbolos para la expresión y encarnación de la fe. En la Medalla encontró el pueblo unos símbolos claros y sencillos, como son: el corazón, la cruz, el gesto maternal de los brazos abiertos que acogen y dan, el bien y el mal, la gracia y el pecado, la alegría y el dolor. A este propósito escribe Jean Guitton: «La Medalla consiste en esto: es un símbolo de todo; un signo de unión. Pueden llevarla el cuerdo y el tonto, el sabio y el ignorante, el creyente e incluso el no creyente. Ratisbona se burlaba pensando que la Medalla no significaba nada, y en un instante significaría todo par él» . Y el mismo autor hace esta afirmación que inspiraría el título de su libro: «La significación de esos símbolos es la superación de toda superstición» .

A la rápida y extensa propagación contribuyeron, sobre todo, las numerosas conversiones y curaciones que se atribuían a la Medalla. Ese signo que comenzó como preludio e impulso de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción (1854), entre el pueblo se propagó como la «Medalla Milagrosa». No se puede negar el que Dios se haya podido servir de la Medalla como mediación de su acción y de su gracia salvadoras. Sin embargo, una re-lectura actual del mensaje de la Rue du Bac no debe privilegiar el aspecto milagroso de la Medalla. El riesgo de superstición y de tomarla como objeto mágico es una tentación que puede esconderse bajo el nombre de «milagrosa». Una re-lectura del mensaje de la Medalla debería incluir una revisión de ciertas expresiones y devociones que ponen el acento más en el aspecto milagroso de la Medalla que en la convicción de ser un signo sensible que nos recuerda y acerca a María como camino que nos lleva a Cristo, lo mismo que Ella hizo y dijo en Caná: «Haced lo que mi Hijo os diga» .

Una re-lectura actual del mensaje de la Rue du Bac, concentrado en la Medalla como su expresión privilegiada, podría asumir estas dos afirmaciones tan respetuosas como equilibradas. La primera del teólogo R. Laurentin. Dice así: «La Medalla es un signo auxiliar de la contemplación y del compromiso. No es un signo obligatorio ni una necesidad para la salvación. Es uno de esos lazos libres y gratuitos que todo cristiano puede elegir, según la vía espiritual por la que Dios le llame, entre los medios que mejor le sirvan para el camino. Se asemejaría a los menudos y gratuitos signos de amistad: un recuerdo, una foto, una carta guardada en la cartera o en lo íntimo del escritorio» . La segunda es de Jean Guitton: «Nadie está obligado a ir a la Rue du Bac, ni admitir que la Hermana Catalina ha visto a la Virgen, ni que esa Medalla sea milagrosa, que regule los azares, y, mucho menos, que trastrueque las leyes del cosmos» . Pero el mismo autor escribió un libro sobre el mensaje de la Rue du Bac para demostrar la necesidad que tiene la fe de mediaciones externas. La Medalla Milagrosa puede ser una de esas mediaciones. Intencionalmente, el libro se titula «La Rue du Bac o la superstición superada».

III. Una re-lectura del mensaje en los comienzos del tercer milenio

Se trata de releer el mensaje de la Rue du Bac a la luz de las nuevas situaciones que se dan en el mundo y en la Iglesia. Son signos de este tiempo a través de los cuales Dios nos está hablando. No se trata, como ya dijimos en la introducción, que desde el mensaje de la Medalla deduzcamos la respuesta adecuada a todos los retos que nos plantea el tercer milenio. Pero sí se trata de dejarnos interpelar, de escuchar y tratar de responder a lo que nos pide la Iglesia como respuesta a las nuevas situaciones. Y ello en conexión y coherencia con el mensaje de la Medalla, desde una re-lectura de sus símbolos y significado a la luz de la realidad histórica de los comienzos del tercer milenio.

¿Dónde tendrá que poner el acento hoy la Asociación de la Medalla Milagrosa como respuesta a la llamada que Juan Pablo II ha dirigido a toda la Iglesia en su carta «Novo Millennio Ineunte» (6 de enero 2001). Porque ser una asociación eclesial significa que vibra con los gozos y esperanzas, inquietudes misioneras y orientaciones pastorales de la Iglesia. Y todo esto es el contenido de dicha carta y que el Papa dirige a obispos, sacerdotes, religiosos y laicos.

Se trata de una carta en la que primeramente Juan Pablo II nos invita dar gracias a Dios por las gracias que ha derramado durante el año de celebración del Gran Jubileo. Pero, además, el Papa mira al futuro y formula unas líneas de acción que darán un nuevo impulso a la misión de la Iglesia en el tercer milenio. Para ello pide «emprender una eficaz programación pastoral postjubilar» . ¿Cuáles serían, entre las numerosas propuestas de dicha carta, las que tendría que asumir la Asociación como una re-lectura actual del mensaje de la Medalla?.

Vamos a tratar de agruparlas en dos bloques, partiendo de otros dos momentos diferentes del mensaje de la Rue du Bac.

a) «Acercaos al pie de este altar; aquí las gracias serán concedidas particularmente a las personas que las pidan»

Estas son algunas de las palabras que escucho Santa Catalina durante el encuentro con la Virgen en la noche del 18-19 de julio de 1830.

En la liturgia católica el altar representa a Cristo. Pues el acercamiento a Cristo, los medios para lograrlo y cultivarlo y las consecuencias que se deducen de tal encuentro constituyen la parte central de la carta del Papa y la primera línea de acción que debe animar todos los proyectos pastorales de la Iglesia en este tercer milenio.

El Papa anima a «utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino»; pero al mismo tiempo nos advierte de la tentación del «hacer por hacer»y de pensar que los resultados dependen de nuestro esfuerzo y programaciones. Sin Cristo no podemos hacer nada . Porque «ante los desafíos de este tiempo no nos salvará una fórmula, pero sí una Persona (Cristo) y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!» .

Por eso, todo el capítulo segundo de la carta del Papa está dedicado a la contemplación del rostro de Cristo, porque «los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo sino en cierto modo hacérselo «ver» . De ese Cristo contemplado y amado brotará un renovado impulso de la vida cristiana. Sólo Él es la roca firme sobre la que construir nuestra vida de creyentes y el que nos invita a continuar su misión.

A partir de esa centralidad de Cristo, todos los programas pastorales deben priorizar e impulsar la santidad como vocación de todo cristiano desde el bautismo . Porque «preguntar al catecúmeno ¿quieres recibir el bautismo significa al mismo tiempo preguntarle ¿quieres ser santo?» . Y seguidamente el Papa presenta la oración como pedagogía de la santidad .

Al comenzar este tercer milenio, el Papa invita a todos los cristianos «a un renovado compromiso de oración» . Porque ser personas de oración no es exclusiva de los consagrados. «Se equivoca quien piense que los laicos se pueden conformar con una oración superficial incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos como el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serán cristianos mediocres, sino «cristianos con riesgo». Correrían el riesgo de que su fe se debilitara progresivamente y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición. Hace falta, pues, sigue diciendo el Papa, que la educación de la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral» . Por eso pide que «las comunidades cristianas lleguen a ser auténticas escuelas de oración» .

Tanto la llamada a la santidad como a ser personas de oración, deben orientar y modelar la vida de todo cristiano . Dígase lo mismo de la Eucaristía dominical y del sacramento de la Reconciliación entendidos «no como simple cumplimiento de un precepto, sino como necesidad de una vida cristiana verdaderamente consciente y coherente» . Y ante la posible tentación de una espiritualidad intimista, individualista y desencarnada, el Papa recuerda la vertiente ético-social de la fe y del testimonio cristiano, como exigencias de la caridad y del misterio de la Encarnación de Cristo .

Todas estas líneas de acción que señala el Papa para toda la Iglesia del tercer milenio no son ajenas al mensaje de la Rue du Bac. Ciertamente que la Asociación de la Medalla Milagrosa tiene que fomentar prioritariamente la auténtica devoción a María. Pero su invitación «acercarnos a los pies de este altar», «a pedir gracias abundantes» son, ante todo, una invitación a acercarse a Cristo y a la oración. Los signos del reverso de la Medalla, en concreto la cruz y la M, confirman la expresión «a Jesús por María».

La Asociación tendrá que fomentar la auténtica devoción a María. Y ello implica, en primer lugar, colocarla en el lugar que ocupa dentro del misterio de Cristo y en el despliegue de la fe cristiana. Ahí Ella es la perfecta seguidora de su Hijo, la primera cristiana, peregrina de la fe como nosotros, la que supo hacer de su vida un culto a Dios y del culto un compromiso de vida. Por eso es un ejemplo para todo discípulo de su Hijo.

Dos breves observaciones y deducciones en relación con lo que venimos diciendo. 1ª: La devoción y el culto a María forman parte del conjunto de nuestra fe. No en vano hay unos dogmas marianos. No es algo accidental como puede ser la devoción a tal o cual santo. Por eso se podrá «relativizar» la devoción a determinadas expresiones marianas (Medalla Milagrosa, escapulario del Carmen etc.) , pero no la devoción y el culto a María. 2ª: La Virgen prometió a Santa Catalina que derramaría abundantes gracias sobre quienes las pidiesen con confianza y llevasen con devoción la Medalla. Pero eso no equivale a un seguro de vida temporal o eterno. La Medalla y la repetición de su jaculatoria no nos eximen vivir como cristianos ni nos libran de los riesgos y peligros a los que estamos expuestos como los demás mortales. Es de los auténticos devotos de la Medalla Milagrosa de la Rue du Bac de quienes se ha afirmado y escrito que tienen «la superstición superada». Ojalá que esto no sea sólo un buen deseo sino una realidad.

Con varias de las líneas de acción que propone el Papa coinciden algunos de los desafíos que lanza nuestro Superior General, el P. Maloney, a los seglares vicencianos: «Sed auténticos creyentes de la palabra de Dios y cumplidores de ella»; «Sed bien formados»; «Sed santos». Y refiriéndose en concreto a los laicos de la Asociación les pide: «Desplieguen una auténtica devoción a nuestra Señora, a quien la Familia Vicenciana reconoce como Virgen Milagrosa… Hagan de los respectivos centros locales lugares de oración, de formación permanente -incluyendo la doctrina social de la Iglesia- de apoyo mutuo de la fe» .

b) «Sostenía en sus manos una bola que representaba la esfera terrestre»

Santa Catalina describe su visión de la segunda aparición de la Virgen -la que ha dado origen a la Medalla Milagrosa- resaltando dos actitudes de María: presentando con su manos a Dios el símbolo del mundo y derramando destellos de luz sobre la esfera en la que se apoyaban sus pies.

Bajo esta frase de la vidente que tomo como subtítulo de lo que sigue, quiero incluir un segundo bloque en el que se recojan las restantes líneas de acción que el Papa propone para incluir en todos los programas pastorales del tercer milenio. Puede ser que tal subtítulo les parezca convencional y acomodaticio, y tienen razón. Pero en este caso, lo importante no es el subtítulo sino las prioridades.

Varias de ellas guardan relación directa con nuestra identidad vicenciana, con la misión que tenemos en la Iglesia y en el mundo. Porque una circunstancia importante del mensaje de la Rue du Bac es que quien lo percibió y transmitió fue una Hija de la Caridad, un miembro de la Familia Vicenciana.

Decir Familia Vicenciana es sentirse remitidos radicalmente a los pobres, a la misión de ser en la Iglesia y en el mundo «apóstoles de la caridad». Tal es el rasgo principal de nuestra identidad cristiano-vicenciana. ¿Será sólo algo accidental al mensaje de la Rue du Bac el que la Virgen compartiese con Santa Catalina, Hija de la Caridad, su dolor compasivo ante las desgracias que se avecinaban?

La tercera parte de la carta del Papa se titula «Testigos del amor». Y comienza con estas palabras de Jesús: «en esto conocerán que sois discípulos míos: si os amáis los unos a los otros» . Si verdaderamente hemos contemplado el rostro de Cristo, nuestra programación pastoral se inspirará en el mandamiento nuevo que Él nos dio: «amaos como yo os he amado».

Juan Pablo II, haciéndose eco de las palabras de San Pablo, dice: «Muchas cosas serán necesarias para el camino histórico de la Iglesia en este nuevo siglo, pero si falta la caridad todo sería inútil» . Ser testigos del amor al comienzo del tercer milenio y en las situaciones que vive la Iglesia y el mundo se concreta, según el Papa, en una «espiritualidad de comunión entre todos los miembros del único pueblo de Dios» , en el empeño por el ecumenismo y en el diálogo interreligoso , en la pastoral familiar, vocacional y laical . No resulta extraño a todo esto la actitud de María ofreciendo a Dios el mundo entre sus manos y los rayos luminosos que descienden hasta la esfera de sus pies. Esas esferas y las doce estrellas son símbolos que expresan totalidad y unidad.

Dos afirmaciones del Papa tendrán que tener un eco especial en la Familia Vicenciana: 1ª: «El siglo y el milenio que comienzan tendrán que demostrar todavía hasta qué grado puede llegar la caridad hacia los pobres» . La fidelidad de la Iglesia a Cristo se demuestra en la opción preferencial por los pobres y en una caridad operante tanto o más que en una fidelidad a la doctrina. 2ª: «La caridad requiere una mayor creatividad. Es la hora de una nueva «imaginación de la caridad», que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quienes sufren, para que el gesto de ayuda sea percibido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno … El anuncio del evangelio, aún siendo la primera obra de caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en un mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día. La caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras» .

Por poco conocimiento que tuviésemos de la doctrina vicenciana, seguro que en todos nosotros, al escuchar estas palabras del Papa, nos han resonado las de San Vicente. Por ejemplo: la «creatividad» y la «imaginación de la caridad» no son sino el eco del «amor inventivo hasta el infinito»; «la limosna que no humille» nos evoca que «al ayudar a los pobres no hacemos caridad sino justicia»; «la caridad corroborada por las obras» nos remite al «amor efectivo que se hace efectivo en el servicio integral a los pobres». Como vemos, es el Papa quien nos está sugiriendo a los vicencianos cómo hacer una re-lectura del mensaje de la Rue du Bac.

El globo en manos de la Virgen significa el mundo. Los rayos de luz que se desprenden de sus manos abiertas simbolizan las gracias. He ahí representadas otras de las inquietudes y propuestas del Papa: promover en todo el mundo la «civilización del amor» y la «cultura de la solidaridad». Con ello sintoniza también el P. Maloney cuando pide a los laicos vicencianos: «Sed creativos», «sed inventivos en el servicio y ante las necesidades que descubráis», «haced que las obras de caridad, justicia y paz resplandezcan en todas las obras de la Familia Vicenciana» .

La Familia Vicenciana la formamos millones de miembros pertenecientes a las distintas ramas que integran ese gran árbol de la caridad. No es ningún sueño irrealizable intentar formar entre todos una red de caridad que envuelva el mundo entero. La unión en red ya iniciada por toda la Familia Vicenciana para contribuir a erradicar el hambre en el mundo es sólo una muestra concreta. Ante el desafío de la globalización de la economía -y lamentablemente de la pobreza- la Familia Vicenciana quiere asumir el reto de colaborar en la globalización de la caridad.

Los increíbles avances de la informática ¿no nos están posibilitando y llamando a los vicencianos -en concreto a los millones de miembros de la Asociación de la Medalla Milagrosa- a «en-redarnos» en una corriente mundial de caridad creativa en favor de los pobres?.

Conclusión

Una re-lectura del mensaje de la Rue du Bac es necesaria si no queremos que quede circunscrito al reducido marco de un tiempo y lugar. Ciertamente que la revelación privada de la que fue testigo Santa Catalina no pertenece a las verdades de la Gran Revelación, pero sí a la dimensión carismática y profética de la Iglesia.

Una re-lectura tiene que respetar lo esencial del mensaje para no caer en snobismos y caprichos en ese intento de actualizarlo. A la vez, su carga de profetismo nos impulsa a re-leerlo a la luz de los signos de los tiempos, de las nuevas situaciones y enseñanzas de la Iglesia, de la teología, de la exégesis bíblica, de las ciencias humanas … si no queremos caer en esclerosis arqueológica o en fundamentalismos. Desde estos ángulos hemos tratado de hacer esta re-lectura.

Quizá forzando un poco dos frases textuales del mensaje, -pero creo que sin introducir nada extraño a los símbolos que contiene la Medalla- hemos puesto el acento en la coherencia de esos símbolos con las líneas de acción que ha propuesto el Papa para que sean incluidas en los programas pastorales de todas las comunidades eclesiales. La Asociación de la Medalla Milagrosa es una de ellas. Será bueno que terminemos la conferencia reiterando nuestra confianza en la poderosa intercesión de la Virgen de la Medalla Milagrosa y pedirle la gracia de que la Asociación sepa concretar esas líneas de acción que ha marcado el Papa para la Iglesia del tercer milenio comenzado.

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