1647. Consejo de la Compañía de las Hijas de la Caridad, continuación del del día anterior, que se centra en el envío de sor Ana Hardemont y otra hermana al nuevo establecimiento de Montreuil, donde deberán atender a los pobres y a los niños huérfanos, y las relaciones que deberán mantener con su fundador, el conde de la Noie, ya que según Luisa de Marillac este se encontrará a menudo con ellas. Vicente dice que hay que tratarlo como un señor puesto por Dios para gobernar en su lugar, al que nunca hay que darle queja de la otra hermana, sino hablar bien de ella, porque de otro modo se disgustará y pensará que el espíritu de Dios no reina entre las Hijas. Vicente añade que, cuando entró al servicio de Señores de Gondi, se propuso considerar al general de las galeras como si fuese Dios y a la señora generala como la Virgen. Luisa de Marillac pregunta cómo proceder si el conde quiere cambiar alguna cuestión relacionada con la forma de atender a los enfermos y sugiere que las hermanas lleven un reglamento de la Caridad. Vicente asiente y añade que llegado el caso, le mostrarán lo que se hace en otros lugares y si quiere hacerlo de otra forma, lo harán como él diga. Respecto a las relaciones con las jóvenes que están atendiendo el hospital, Vicente dice que puede que consideren, ellas o sus parientes, un deshonor que sean despedidas o que otras vengan a reformarlas, por lo que hay que estar dispuestas a soportar todo lo que el resentimiento y el dolor las haga decir contra ellas. Vicente recomienda que se humillen ante ellas y que, si las acusan de alguna falta, la confiesen y pidan perdón. Luisa pregunta a qué confesor acudirán y Vicente responde que al no conocer a los eclesiástico de aquel lugar es difícil contestar, pero en modo alguno deben ir al que está en el hospital, con el que seguramente deberán relacionarse por sus tareas. Vicente previene contra la comunicación con eclesiásticos fuera de la confesión, pues «es demasiado cierto que la mayoría de los desórdenes que ocurren en las comunidades son causados por nosotros, gente de iglesia. Ténganles gran respeto, gran reverencia, pero no se detengan nada». Respecto al confesor, Vicente propone que vayan a uno de los buenos eclesiásticos de la parroquia. Tras considerar algunos detalles más, se pasa a tratar otro asunto: si se debe despedir a una hermana que ha manifestado su deseo de salirse. Vicente dice que, en general, hay que despedir a toda persona que esté en esa situación y cita el caso de un sacerdote que, al salirse de la Congregación de la Misión, le dio el consejo de que no conservarse a nadie desde el momento en que testimoniase su deseo de irse. Pero Vicente añade que hay que ver si no se trata de una tentación pasajera, como la que de un capuchino que, estando en el rezo de vísperas, se puso a recordar sus tiempos de cazador, tras lo que le dijo a su prior que no servía para ser capuchino y, al no darle este la razón, finalmente permaneció en la orden con gran perfección. Por último se proponen dos hermanas para su envío a Nantes y otra para Angers.
1847. En Roma, el superior general de la Congregación de la Misión, el P. Juan Bautista Étienne, obtiene del papa Pío IX el poder, para él y sus sucesores, de erigir en cada casa de la Compañía de las Hijas de la Caridad una piadosa asociación dedicada a la Virgen Inmaculada, en favor de las jóvenes que frecuentan sus colegios y talleres. El rescripto firmado por el Papa en este día constituye el acta del nacimiento oficial de la Asociación de los Hijos de María cuya creación había sido pedida al P. Juan María Aladel por la Virgen de la Medalla a través de sor Catalina Labouré. La Asociación será conocida posteriormente en muchos países como Juventudes Marianas Vicencianas.