1642. En el capítulo, Vicente de Paúl recuerda a los misioneros paúles la costumbre de leer cada día un capítulo del Nuevo Testamento comenzando por adorar la Palabra de Dios y su verdad, entrar en los sentimientos con los que Nuestro Señor las ha pronunciado aceptando estas verdades y, por último, resolverse a practicarlas. Vicente previene contra la lectura por estudio, diciendo «este pasaje me servirá para tal predicación», y dice que hay que leer solamente para el propio avance, sin desanimarse incluso si después de varias lecturas no nos conmueve, porque llegará un día una pequeña luz y luego otra mayor.
1652. Carta de Vicente de Paúl al superior de Génova, Esteban Blatiron, en la que entre otras cosas, le dice: «Me compadezco del pobre hermano que les ha dejado, sobre todo si es para hacerse sacerdote, porque apenas he visto que resulten bien en el estado eclesiástico los que antes han tenido otra vocación en la que se han desempeñado bien. Al contrario, he conocido hombres santos profesando la espada, sin contar a los de otras profesiones, que hacían maravillas, y que, habiendo pasado al estado eclesiástico, no han hecho casi ningún bien. Dios da gracia en una condición al que rechaza en otra. Un hermano que tenga el espíritu de Dios manteniéndose en la suya, lo perderá sin duda, si se sale. Dios no cambia; quiere que cada uno se mantenga en el estado en que le ha puesto; y el que lo deja no está seguro».
1656. Carta de Luisa de Marillac a Francisca Ménage: «Prométame que ya no deseará más que agradar a Dios».
1657. Carta de Vicente de Paúl al P. Carlos Ozenne, en la que se refiere al P. Lucas Arimondo, sacerdote paúl italiano que se había expuesto voluntariamente y por obediencia al servicio de los apestados y que, tras atenderles durante trece días, contrajo la enfermedad y murió en tres días, el 4 de noviembre de 1656. Vicente ruega al P. Ozenne que «agradezca a Dios por la gracia que le ha hecho y por honrar a la Compañía con tal misionero, que ha dado su vida por el prójimo y que ha hecho con esto el mayor acto de caridad que puede hacerse. Todos los demás de nuestras casas de Roma y Génova han querido hacer lo mismo; pero les he pedido que esperen la necesidad o un mandato. Es otro motivo para bendecir a Dios el que haya puesto entre nosotros almas totalmente desprendidas de la tierra y dispuestas a consumirse por su Maestro».
1861. Una hija de la Caridad escribe que cuatro de ellas están atendiendo a ochocientos setenta enfermos de tifus en un ambulatorio italiano de campaña en medio de los cañonazos de los ejércitos franceses. Dieciséis hermanas morirán contagiadas de tifus en esos ambulatorios.