1633. En San Lázaro, Vicente de Paúl mantiene una conversación particular con cada uno de los jóvenes eclesiásticos que, tras haber sido ordenados en Notre-Dame, vienen a agradecerle la hospitalidad con la que los ha acogido en su casa durante su retiro preparatorio. A modo de reconocimiento, varios le piden que los emplee en una obra de su elección. Entre estos jóvenes sacerdotes, hay dos que destacan por su fervor: Juan Bautista Olier y Baltasar Brandon. Vicente, que llevaba algún tiempo meditando la idea, sugerida por un eclesiástico virtuoso, de reunir periódicamente a algunos sacerdotes seculares para que conversaran sobre las virtudes de su estado y las funciones de su ministerio, comenta este proyecto a cada uno de sus interlocutores y todos aplauden la idea. Con esta fecha se crean las «Conferencias de los Martes».
1652. Carta de Luisa de Marillac a sor Bárbara Angiboust y demás hermanas que están en Brienne: «En el nombre de Dios, mis queridísimas hermanas, no se aflijan por sus penas ni por carecer de otro consuelo que el de Dios. ¡Oh! si conociésemos los secretos de Dios cuando nos pone en este estado, veríamos que debería ser el tiempo de nuestros mayores consuelos. ¡Pues bien! ustedes ven cantidad de miserias que no pueden socorrer. Dios las ve también y no quiere darles mayor remedio. Soporten con ellos sus pena, hagan lo posible para darles un poco de ayuda y permanezcan en paz. Puede que tengan parte en las necesidades, ese es su consuelo, pues si tuviesen abundancia sus corazones se apenarían por usarla y ver sufrir tanto a nuestros Amos y Señores. Y puesto que Dios castiga a su pueblo por nuestros pecados, ¿No es razonable que suframos con los demás? ¿Quiénes somos para creer que se nos debe exceptuar de los males públicos?».
1654. Consejo de la Compañía de las Hijas de la Caridad, que se celebra en el locutorio de San Lázaro y al que asisten Vicente de Paúl, Luisa de Marillac y varias hermanas. Se trata de elegir a las que serán enviadas al nuevo establecimiento de Châteaudun. Vicente expone las condiciones que deberían reunir: no debe gustarles hablar a diversas personas, ni revelar su interior tan pronto a un religioso, tan pronto a un cura, hoy a este y mañana a otro. Tampoco debe gustarles ir por la ciudad, de casa en casa, visitando a los conocidos; una Hija que prefiere esto a estar con sus hermanas no ama a la Compañía. Además no debe gustarles nada dejar a los hombres entrar en su habitación, ni tampoco el dinero. Por último no debe gustarles escribir ni recibir cartas de sus parientes, ni de sus amigos, ni de nadie. Vicente advierte que las hermanas que son capaces de escribir o recibir cartas sin enseñarlas a los superiores, también son capaces de hacer otras muchas cosas malas. Vicente insiste en que se debe enviar a las mejores hermanas cuando comienza un establecimiento, al igual que, cuando Salomón hizo construir el Templo, puso como cimientos piedras preciosas. Tras elegir a las hermanas, se pasa a tratar otros dos casos: el de una joven que está en la casa y de la que se sospecha que no reúne las condiciones para ser Hija de la Caridad y el de otra que quiere pertenecer a la Compañía, pero está algo enferma y podría tener problemas respiratorios. Respecto a la primera, se acuerda destinarla por un tiempo a los empleos más bajos para saber si podría ser adecuada y, a la segunda, o bien se le darán remedios para que tome en su casa y ver si mejora, o bien se la recibirá con la condición de que acepte irse tras pasar algún tiempo en la casa sin tomar el hábito si su salud no es suficiente para permanecer en ella. Finalmente, la primera no vestirá el hábito y será despedida bastante tiempo después de este Consejo y la segunda será recibida por caridad y llegará a tomar el hábito, pero a los seis meses habrá que despedirla por continuar sus dolencias.
1655. Conferencia de Vicente de Paúl a los misioneros paúles sobre la soberbia. Vicente ruega a su asistente, el P. Renato Alméras, que se asegure de que este tema, al igual que los de la envidia y la pereza, sean meditados todos los meses, para que del mismo modo que el agua penetra la piedra a base de caer gota a gota sobre ella, meditando a menudo estos temas, con la gracia de Dios, se llegue a dejar huella en los corazones, aunque pudieran ser tan duros como la misma piedra, y de este modo, se desprendan de estos vicios para adquirir la humildad, que es la virtud contraria.