San Vicente, formador del clero

Francisco Javier Fernández ChentoVicente de PaúlLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Stanislaw Wypych, C.M. · Traductor: Rafael Sáinz, C.M.. · Año publicación original: 2000 · Fuente: Vincentiana Año 44, nº 3. Mayo-Junio.
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Introducción

El ejemplo de su vida y las palabras de San Vicente influyeron notablemente en personas bien conocidas en la Iglesia y en la sociedad, y también en diversos grupos, como sus estrechos colaboradores, los candidatos a la Congregación y los laicos que se pusieron bajo su dirección espiritual. Sería interesante ver cómo influyó en la formación de esos diversos grupos y comunidades, a saber, Caridades, Damas de la Caridad, Hijas de la Caridad y Visitandinas.1 Nos alineamos con los convencidos de que San Vicente fue uno de los maestros de la vida espiritual y uno de los bien reconocidos formadores. La naturaleza de este artículo, sin embargo, nos obliga a limitar nuestra reflexión y a presentar al santo como formador del clero. Esta reflexión se inscribe y así debe ser considerada en el contexto de los artículos presentados en este número de Vincentiana.

Para comenzar, conviene recordar la profunda convicción de Vicente de que el Espíritu de Nuestro Señor es el primer y principal formador de las personas. Él llama, concede la gracia y la fuerza, y después continúa desempeñando el papel de director espiritual de las personas y de las comunidades.2 A este empeño, tan noble, que San Gregorio define como «ars artium, regimen animarum», la divina Providencia, en su incomprensible caridad, llama a los pobres misioneros, los cuales deberían primero revestirse del Espíritu de Cristo y preguntarse continuamente qué haría Jesucristo en una semejante situación.3

1. Formación con el ejemplo y con el consejo

Recordemos la influencia del ejemplo de Vicente en los sacerdotes y en los protestantes en Châtillon-les-Dombes: se levantaba a las cinco de la mañana, hacía media hora de oración, pasaba muchas horas en el confesonario, visitaba a los feligreses, en particular a los pobres y necesitados para ayudarles de una manera sistemática. Su conducta despertaba la conciencia de los sacerdotes y era un reto para los protestantes.4

Permítasenos mencionar aquí una actividad muy significativa, los ejercicios espirituales en la Casa de San Lázaro. Desde 1635, se recibían en ella a cuantos deseaban descubrir seriamente su vocación y crecer en ella. Pedían ser recibidos pobres y ricos, jóvenes y viejos, estudiantes y doctores, sacerdotes, beneficiados, oficiales del parlamento y de la justicia, comerciantes, artesanos, soldados y criados. Se calcula que en el período de 1635 a 1660 el número de ejercitantes llegó a la cifra de unos 20.000. Estos ejercicios no eran unos ejercicios organizados y dirigidos por una determinada persona. Sin embargo cada ejercitante podía pedir consejo a los misioneros o a los candidatos al estado sacerdotal. La presencia del santo creaba un ambiente de paz y de confianza. Un ejercitante confesaba, tiempo después, que permanecía bajo la impresión de la personalidad del santo y que no le era posible expresar con cuánto amor lo acogió Vicente en su casa.5 De hecho, Vicente recibía numerosas señales de gratitud tanto de los sacerdotes como de los seglares que habían experimentado su hospitalidad.6

Debemos recordar aquí el celo de Vicente por el nombramiento de personas dignas para los cargos responsables en la Iglesia en el período de su pertenencia al Consejo de Conciencia, después de la muerte de Luis XIII en 1643. Su influencia en la elección de candidatos dignos para el nombramiento de obispos fue una importante contribución a la reforma de la Iglesia en la Francia del siglo XVII, a pesar de que las no fáciles relaciones con el cardenal Mazarino no facilitaban tal empeño.

2. Motivos para empeñarse en la formación

Tratamos ahora de describir las instituciones creadas para la formación del clero, que influyeron poderosamente en la renovación de la vida religiosa en Francia en el período que nos interesa. Vicente seguía paso a paso a la divina Providencia intentando no adelantarse al ritmo que ella le marcaba ni tampoco retrasarse.7 Viendo el estado de la vida religiosa de los campesinos se convenció de que la divina Providencia lo llamaba a evangelizar a las pobres gentes del campo, abandonadas, e ignorantes de las verdades fundamentales de la fe necesarias para la salvación. Muy pronto llegó a la convicción de que para conservar los buenos frutos de las misiones se requerían sacerdotes bien preparados y llenos de celo. Estaba asimismo bien convencido de que la renovación de la Iglesia debía comenzar por la reforma del clero, y que ésta tenía que iniciarse con su formación. Después de años de una rica experiencia, Vicente confesó: «Al principio no pensábamos ni mucho menos en servir a los eclesiásticos; sólo pensábamos en nosotros y en los pobres… Así, al comienzo, la Compañía sólo se ocupaba de sí misma y de los pobres… Dios permitió que en nosotros sólo se viera esto; pero, cuando llegó la plenitud de los tiempos, nos llamó a que contribuyéramos a formar buenos sacerdotes, a dar buenos pastores a las parroquias y a enseñarles lo que tienen que saber y practicar». (SV XII, 83-84  /  ES XI, 390). En vista de esta necesidad se crearon tres instituciones para la formación del clero: los ejercicios de los ordenandos, las conferencias de los martes y los seminarios.8

Estas actividades entraron muy pronto en uno de los fines principales de la Congregación. El santo escribió que nuestro instituto tiene dos fines principales: la instrucción de la pobre gente del campo y la formación del clero.9 El uno y el otro tienen igual importancia y estamos obligados a los dos.10 Por tanto, si un misionero afirmara que ha sido enviado sólo a evangelizar a los pobres campesinos –afirma el santo– y no estuviera dispuesto a emplearse en la formación del clero sería un misionero a medias, habiendo sido enviado para las dos cosas.11

3. Los Ejercicios a los ordenandos

Agustín Poitier, obispo de Beauvais, pidió a Vicente que predicara unos ejercicios a los ordenandos de su diócesis en septiembre de 1628. Habiendo visto los excelentes resultados de tales ejercicios, su práctica se introdujo en París, posteriormente en otras diócesis de Francia y fuera de los confines de la nación, a saber, en Génova y Roma. En la bula Salvatoris Nostri estos ejercicios se mencionan como una de las principales actividades de la Congregación. Vicente estaba profundamente convencido de que la divina Providencia había confiado esta obra a la Congregación con el fin de preparar bien a los candidatos al santo estado del sacerdocio. Los sacerdotes bien preparados predicarían el Evangelio como agentes de pastoral, párrocos y hasta obispos.

El santo aceptó esta obra con espíritu de humildad. Quería que los misioneros predicaran las conferencias con sencillez, evitando las rebuscadas maneras de la retórica, convencido de que la sencillez edifica a los candidatos y que las verdades presentadas sencillamente son bien acogidas.12 Durante los ejercicios, de 10 a 15 días, Vicente no deseaba que se diera una síntesis de teología, pues estaba convencido de que los candidatos estaban mejor instruidos que los misioneros. «No se los ganará por la ciencia o por las cosas bonitas que se les digan; son más sabios que nosotros… lo que les impresiona son las virtudes que aquí ven practicar» (SV XI, 11  /  ES XI, 706). El objetivo de los ejercicios era la inmediata preparación práctica para el sacramento del sacerdocio. Durante ellos los candidatos, en un clima de oración, mediante el sacramento de la penitencia y el diálogo, debían cerciorarse de su vocación al estado sacerdotal y acceder a este servicio con pureza de intención, es decir, para la gloria de Dios y la propia salvación.13 Vicente les ayudaba a profundizar en el espíritu de oración, a conocer la teología práctica, a aprender cómo administrar los sacramentos. Les enseñaba con las palabras, pero sobre todo con el ejemplo de su oración y con el modo edificante de celebrar la liturgia. En la formación de los candidatos tomaban parte todos los cohermanos de la comunidad, hermanos coadjutores incluidos.

Al principio Vicente preparó el plan de estos ejercicios. Posteriormente, en los años 1634-1635, cuatro sacerdotes prepararon un reglamento muy bien elaborado. Un misionero, con el cargo de director, organizaba los ejercicios y los demás cohermanos colaboraban con él. El día de su llegada los ordenandos eran recibidos por los miembros de la comunidad, quienes los conducían a sus habitaciones y les explicaban el orden del día.14

Por la mañana se explicaban los fundamentos principales de la teología moral, el decálogo, el derecho canónico, los sacramentos y el símbolo apostólico. El programa preveía también la explicación de las ceremonias de los respectivos sacramentos, sobre todo las relativas a la celebración de la santa Misa. Como los participantes eran alrededor de 70 a 90, después de la explicación se dividían en grupos de 12 a 15 personas y, dirigidos por un misionero, dialogaban sobre los temas presentados en las lecciones y conferencias. El programa señalaba también la oración comunitaria y la celebración en común del Oficio. Desde el primer día los ordenandos se preparaban para la confesión general de toda la vida o desde la última general.

Vicente atestiguó que Dios bendecía esta obra. Los sacerdotes que así se habían preparado para la ordenación permanecían fieles a la meditación, a la celebración edificante de la santa Misa y de los otros sacramentos, a la práctica del examen de conciencia, a la visita a los enfermos en los hospitales y a los detenidos en las cárceles, donde enseñaban las verdades de la fe, les dirigían conferencias y los confesaban. Finalmente, estos sacerdotes llevaban una vida ejemplar y muchos de ellos tuvieron cargos de mucha responsabilidad en la Iglesia.15

4. Las Conferencias de los Martes

Las conferencias de los martes fueron una buena continuación de la experiencia positiva de los ejercicios a los ordenandos y un ejemplo interesante de formación permanente. Vicente confesó que había conocido la existencia de encuentros en los que los participantes reflexionaban sobre temas de teología, de moral sobre todo, y resolvían casos de conciencia, pero que, por el contrario, no había conocido encuentros en los que se tratara de las virtudes del estado eclesiástico, de la vida santa sacerdotal y del ejercicio responsable y constante de los deberes sacerdotales. En los encuentros organizados por el santo los participantes reflexionaban sobre los motivos para adquirir las virtudes propias del estado eclesiástico, sobre la naturaleza de las mismas y sobre los medios más adecuados de practicarlas. Reflexionaban también sobre los deberes del clero para con Dios y para con el prójimo.

En el reglamento de las conferencias leemos: «La compañía de los señores eclesiásticos… tiene por fin honrar la vida de Nuestro Señor Jesucristo, su sacerdocio eterno, su santa familia y su amor a los pobres. Por eso cada uno de ellos procurará conformar su vida con la de Cristo, procurar la gloria de Dios en el estado eclesiástico, en su familia y entre los pobres, incluso entre los del campo, según sus ocupaciones y los talentos que Dios les haya dado» (SV XIII, 128  /  ES X, 143). Así pues, el fin de la conferencia era la formación de sus miembros para que vivieran su participación en el eterno sacerdocio de Jesús, las virtudes de la santa familia y el amor de Cristo a los pobres. Los participantes se sensibilizaban respecto a las necesidades de los pobres, a los que debían servir, y también se preparaban para dar misiones.

El grupo coordinador se componía de un director, de un prefecto, de dos asistentes y de un secretario. A los encuentros asistían sacerdotes, diáconos y subdiáconos. Antes de admitir a un nuevo miembro los responsables se informaban debidamente sobre él. Una vez admitido, el nuevo miembro hacía ejercicios espirituales durante ocho días y la confesión general. Los miembros de la conferencia se reunían todos los martes en la casa de San Lázaro o en el Colegio de Bons Enfants. Todos estaban obligados a asistir a todos los encuentros. Se comenzaba la conferencia con la invocación del Espíritu Santo, rezando el Veni Creator y se concluía con una antífona mariana. El tema del encuentro, anunciado en la reunión precedente, se refería a las próximas fiestas litúrgicas, a acontecimientos actuales, a los abusos y penurias de la sociedad. La conferencia y la discusión se desarrollaban con gran sencillez según el «pequeño método». Cada uno de los asistentes, con sencillez y humildad, por escrito o de viva voz, hacía partícipes a los demás de sus pensamientos sobre la práctica de las virtudes, sobre su naturaleza y medios para hacerlas realidad en su vida. La celebración de la Eucaristía, la meditación cotidiana, el oficio de las horas, la lectura del Nuevo Testamento, el examen de conciencia a mediodía y al atardecer eran también temas de reflexión en la conferencia. El Jueves Santo los asistentes renovaban las promesas del bautismo y la de obediencia hecha a su prelado en el día de la ordenación.

Los miembros de la conferencia, como se ha indicado, se habían sensibilizado respecto a las necesidades de los pobres. A partir de 1641 predicaban misiones, por ejemplo, a los galeotes y en el hospicio  de «las pequeñas casas» a las afueras de París. La misión predicada en 1641 en el barrio de Saint-Germain-des-Prés consiguió frutos extraordinarios. Hubo conversiones, reconciliaciones, restituciones, reparaciones de escándalos, cambios sorprendentes de vida. Aquí está la mano de Dios, decían los protagonistas de aquella increíble aventura. Podemos decir que la mano de Dios conducía las actividades confiadas y humildes de Vicente.16

Desde 1633 hasta la muerte del santo se registraron más de 250 miembros de la Conferencia. Muchos de ellos ocuparon posteriormente importantes cargos en la Iglesia: 40 doctores de teología, 22 obispos, fundadores de comunidades religiosas, representantes en el parlamento, capellanes de la corte, canónigos y párrocos.

Después de París, las Conferencias se fundaron en Puy (1636), Pontoise (1642) Angoullême (1647), Angers, Bordeaux y en otras ciudades cuyos nombres se desconocen.17 Se fundaron también en Italia y en Irlanda.18

5. Los Seminarios

Una contribución significativa a la reforma de la Iglesia en la Francia del siglo XVII fue la creación y dirección de los seminarios. Anteriormente algunos obispos, ya desde la mitad del siglo XV, habían intentado el establecimiento de un seminario en sus diócesis: en Italia (Pistoia, Florencia, Bolonia, Venecia, Roma), y en Francia (Reims, Aix, Châlon, Aviñón). Estos intentos no habían dado los resultados apetecidos.

Viendo la necesidad de una sólida preparación al sacerdocio y pensando al mismo tiempo en la reforma del clero, el Concilio de Trento había decretado, el 15 de julio de 1563, la creación de los seminarios en las distintas diócesis. Vicente estaba convencido de que este decreto provenía del Espíritu Santo.19 En Francia lamentablemente la reforma tridentina se introdujo con notable retraso. El Parlamento francés, en realidad, no aceptó las ordenanzas del Concilio hasta el 7 de julio de 1615.

En la obra de renovación del estado eclesiástico se estaban empeñando importantes personajes de esa época, a saber: P. de Bérulle, Ch. de Condren, A. Bourdoise, J. J. Olier, A. Duval y Vicente de Paúl.20 Los primeros intentos de organizar los seminarios no tuvieron éxito, sobre todo a causa de la diferencia de edad de los candidatos. Era muy difícil preparar un buen programa que respondiera adecuadamente a edades tan dispares. Vicente dividió a los candidatos en dos grupos. Para los más jóvenes fundó el seminario menor y para los otros, que ya se preparaban directamente al sacerdocio, el seminario mayor.

Este último revistió tres modalidades: el seminario parroquial, que de una manera práctica preparaba a los candidatos para el servicio sacerdotal; el seminario-convictorio en el que se alojaban los alumnos que recibían la formación intelectual fuera, en la universidad o en colegios de educación superior; y finalmente los seminarios-colegios para la formación intelectual y espiritual-litúrgica. Los seminarios de los misioneros de la Congregación pertenecían al tercer grupo; en ellos se ponía el acento especialmente en la preparación pastoral.

Los dos primeros seminarios confiados a los misioneros fueron los de Annecy y Alet. A ellos siguieron otros: Marsella, Périgueux, Montpellier. Buen número de obispos pidieron al santo que organizara un seminario en sus respectivas diócesis. Al morir Vicente, los misioneros dirigían en Francia 16 seminarios. J. M. Román, cita a H. Kamen, quien llega a afirmar que la obra capital de Vicente y su aportación más decisiva a la reforma de Francia fue su contribución a la formación del clero: «cambiar al pueblo cristiano cambiando para ello a sus ministros».21

Vicente ponía a menudo de relieve la importancia de la formación espiritual del clero y llamaba la atención sobre las prácticas cotidianas de piedad: oración, participación en la Eucaristía, liturgia de las horas, meditación y examen de conciencia. Escribió que la formación consistía «especialmente en la vida interior y en la práctica de la oración y de las virtudes; porque no basta con enseñarles el canto, las ceremonias y un poco de moral; lo principal es formarles en la devoción y en la piedad sólida» (SV, IV, 597  /  ES IV, 555). El sacramento de la Penitencia y el de la Eucaristía ocupaban el puesto principal. El santo subrayaba la necesidad de las virtudes propias del estado eclesiástico, de modo especial la obediencia y la castidad. «Lo que más le recomiendo en nombre de Nuestro Señor es que forme a sus pensionistas en la vida interior. No carecerán de ciencia si tienen virtud, ni de virtud si se entregan a la oración; si ésta se hace bien y con fidelidad, los introducirá sin duda en la práctica de la mortificación, del despego de los bienes, del amor a la obediencia, del celo por las almas y en todas las demás obligaciones» (SV VIII, 3  /  ES VIII, 8). Lo que se intentaba era introducir a los alumnos en una activa participación de la liturgia, en el canto eclesiástico, en la enseñanza del catecismo. Después, según su edad, irían estudiando otras materias.

Vicente estaba convencido de que el fin de la formación no era tanto la formación intelectual cuanto, sobre todo, la espiritual y pastoral. De donde el acento sobre la importancia de las prácticas pastorales. El santo quería formar buenos pastores, que fueran capaces de predicar, de catequizar, de administrar los sacramentos y resolver los casos de conciencia. En suma, quería buenos pastores, piadosos, virtuosos y llenos de celo.

Por eso Vicente aceptaba alguna parroquia vecina al seminario con el fin de dar a los seminaristas la posibilidad de la experiencia pastoral. «La experiencia nos ha hecho ver que, donde hay un seminario, es conveniente que tengamos también una parroquia para ejercitar en ella a los seminaristas, que aprenden mejor las funciones parroquiales con la práctica que con la teoría» (SV VII, 253-254  /  ES VII, 220). Los seminaristas tomaban también parte en las misiones a los campesinos.

Vicente era consciente de la gran importancia de la obra confiada a los misioneros por la divina Providencia. Decía que los candidatos al sacerdocio constituían el tesoro más precioso de la Iglesia, y que su formación era el más noble empeño, aunque también el más difícil. En una ocasión dijo a los misioneros: «¡Salvador mío! ¡Cómo deben entregarse a ti los pobres misioneros para contribuir a la formación de buenos sacerdotes, ya que es la obra más difícil, la más elevada, la más importante para la salvación de las almas y progreso del cristianismo» (SV XI, 7-8  /  ES XI, 703). Por ello destinaba a este ministerio a los misioneros mejores y mejor preparados. Estaba convencido de que los misioneros debían llenarse de los valores y virtudes sacerdotales para poder darlos a los demás. «Hemos de ser nosotros los primeros que nos llenemos…, pues sería casi inútil darles la instrucción y no el ejemplo. Hemos de ser embalses llenos de virtud para hacer que se derrame nuestra agua sin agotarnos jamás, poseyendo ese espíritu que queremos que anime a los demás; pues nadie puede dar lo que no tiene. Pidámoselo, pues, a Nuestro Señor y entreguémonos a él para esforzarnos en conformar nuestra conducta y nuestras acciones a las suyas… Es de Nuestro Señor de quien podremos aprender cómo hemos de proceder siempre con humildad y con gracia, para atraerle los corazones sin cansar a nadie» (SV IV, 597  /  ES IV, 555). Escribió también: «No puedo menos de conjurarle, en nombre de Nuestro Señor que quiere que todos sean buenos y perfectos eclesiásticos, que haga todo cuanto pueda para ello, sin ahorrar oraciones, ni pláticas, ni ejercicios, ni buenos ejemplos. Fíjese, padre, son el tesoro de la Iglesia que (Dios le) ha confiado, y el campo en que usted (debe hacer) que florezcan las gracias que él ha puesto en usted» (SV VII, 30  /  ES VII, 33). Este noble empeño de la formación del clero deber ser perseverante, lleno de seriedad, de humildad y animado del espíritu de una profunda fe.

Conclusiones

Muchos de los medios, modos, actitudes y experiencias de Vicente en la formación del clero siguen conservando su actualidad y valor. Permítasenos mencionar algunos de ellos: la distinción entre el seminario mayor y menor, la formación con el ejemplo y la palabra, la colaboración de toda la comunidad, el trabajo en grupos, el acento sobre la formación espiritual, pastoral, comunitaria e intelectual, los ejercicios espirituales antes de la ordenación, las prácticas pastorales, la buena preparación para la celebración digna de los sacramentos, la preparación pedagógica para la enseñanza el catecismo.22 Pero de modo especial debemos subrayar la necesidad de la formación permanente de los sacerdotes y de los miembros de los institutos de vida religiosa, que se ha de prolongar durante toda la vida como se pone de relieve con gran fuerza en los documentos del Papa y de los respectivos Dicasterios Romanos.23

Uno de los campos en los que los misioneros realizan el fin de la Congregación, como se expone en nuestras Constituciones, es precisamente la formación del clero: «El fin de la Congregación de la Misión es seguir a Cristo evangelizador de los pobres. Este fin se logra cuando sus miembros y comunidades, fieles a San Vicente… ayudan en su formación a clérigos y laicos y los llevan a una participación más plena en la evangelización de los pobres» (C. 1). Se nos pide, consiguientemente, que ayudemos a los clérigos y a los laicos en su formación y que tratemos de llevarlos a que participen en la evangelización de los pobres. En el capítulo sobre la actividad apostólica leemos: «Renuévese oportuna y eficazmente la obra de la formación del clero en los seminarios, que ya desde los orígenes se cuenta entre las actividades de la Congregación. Presten, además, los misioneros ayuda espiritual a los sacerdotes, favoreciendo su formación continua y fomentando el estudio pastoral. Susciten en ellos el deseo de cumplir la opción de la Iglesia por los pobres» (C. 15).

En la historia de la Congregación muchas provincias han escrito una hermosa página en la formación del clero. Actualmente debemos confesar que el número de misioneros empeñados en este servicio no es suficiente y lamentablemente está disminuyendo. El Superior General nos informa de que hay obispos, sobre todo en los países de misión, que piden misioneros para dirigir sus seminarios y enseñar en ellos. Tales peticiones no llegan de los países de los otros continentes. Pero estoy convencido de que habrá siempre obispos que pedirán de nosotros directores espirituales capaces y bien preparados, sea para sus seminarios, sea para sus arciprestazgos, requerirán confesores para los sacerdotes y seminaristas, predicadores de ejercicios y retiros espirituales, y conferencias de formación permanente.

Podemos tratar de encontrar otras posibilidades para ayudar al clero en su formación, por ejemplo, organizar centros de formación permanente, ofrecerles la posibilidad de hacer los ejercicios espirituales anuales en nuestras casas (hasta con nosotros), o los días de retiro, darles la posibilidad de confesarse, hospedarlos en nuestras casas, interesarse por los sacerdotes ancianos, enseñar en los seminarios, colaborar fraternalmente con el clero de la diócesis tomando parte en las diversas iniciativas. Siempre permanece válido el ejemplo de vida. Podemos también escribir artículos y libros de espiritualidad sacerdotal y finalmente orar por su apostolado y santidad. También aquí puede ser realidad la famosa expresión del santo, de que «el amor es inventivo hasta el infinito…» (SV XI, 146  /  ES XI, 65).

  1. J. Corera, «San Vicente de Paúl, Formador», en Vincentiana 28 (1984) 667-678; «La Formation», en Au temps de St. Vincent.de Paul… et aujourd’hui, Cahier 38, Bordeaux 1986; L. Mezzadri, La sete e la sorgente, Roma 1992, I, 6971.
  2. SV I, 26 / ES I, 96;  SV II, 356 / ES II, 302;  SV VII, 613 / ES VII, 519. En las citas posteriores de las obras de San Vicente, la primera referencia (SV) corresponde a la edición francesa de P. Coste y la segunda (ES), a la edición española de Sígueme.
  3. SV XI, 348 / ES XI, 240.
  4. J. M. Román, San Vicente de Paúl, Biografía, BAC Madrid 1981, 123.
  5. SV XIII, 134 / ES X, 155-156.
  6. Para una descripción más detallada cf. J.M. Román, op.cit., 361-367.
  7. SV I, 68 / ES I, 131.
  8. Sobre este tema se ha escrito bastante, por ejemplo: M. A. Roche, Saint Vincent de Paul and the Formation of Clercs, Fribourg 1964; J. M. Román, «La formatión du clergé dans la tradition vincentienne», Vincentiana 27 (1983) 136-156; Ch. Sens, «La formation du clergé», Vincentiana 31, (1987) 751-762; J. Mª Román, SanVicente de Paúl... 367-391; R. McCullen, «Ministry to Priests and the Vincentian Charism of Service to Clergy, Yesterday and Today», Vincentiana 34 (1990) 220-229.
  9. SV III, 273 / ES III, 251.
  10. SV V, 489 / ES V, 463.
  11. SV VII, 561 / ES VII, 476-477.
  12. SV II, 339 / ES II, 282.
  13. SV XIII, 141-142 / ES X, 181-182.
  14. J. M. Román, op. it., 372-374.
  15. SV I, 204 / ES I, 254-255.
  16. Abelly I, parte 2, cap. 3, pp. 261-264 = Abelly-CEME pp. 394-395 (cita en J. M. Román, op. cit., 390).
  17. J. M. Román, op. cit., 386.
  18. SV I, 537 / ES I, 529; SV II, 491 / ES II, 419.
  19. SV II, 459 / ES II, 386.
  20. L. Nuovo, «Seminarios», en Diccionario de Espiritualidad Vicenciana, Salamanca 1995, 563-565 (con bibliografía); L. Mezzadri, La Chiesa di Francia nel XVII secolo, Vincentiana 31, (1987) 438-456; J. Dukala, Organizacja studiów i przygotowanie do kaplanstwa alumnów w Seminariach Diecezjalnych pod zarzadem Zgromadzenia Ksiezy Misjonarzy w Polsce w latach 1675-1864 (tesis de doctorado) Kraków, 1975; L. Mezzadri y J. M. Román, Historia de la Congregación de la Misión (I), La Milagrosa, Madrid 1992, 191-210.
  21. J. M. Román, op. cit., 385.
  22. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, Vaticano 1992; y el documento de la Santa Sede La formazione negli istituti religiosi «Potissimum institutoni», Vaticano 1990.
  23. Cita estos documentos, los analiza y presenta los posibles modos de formación permanente: A Zakreta, La formazione permanente dei religiosi. Studio giuridico-teologico, Roma 1998 (tesis doctoral).

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