A) Presentación del tema
La fe en la omnipotencia de la ciencia médica se conjuga, entre nuestros contemporáneos, con el rechazo, no formulado, de mirar frente a frente a la enfermedad.
La enfermedad es siempre la de los otros. Por otra parte, los médicos siempre lo pueden casi todo, salvo cuando no pueden más que diagnosticar un mal sin remedio y, todo lo más, acompañar al enfermo hasta el fin. Se les molesta por la menor indisposición y se les exige casi que procuren recuperar la salud de quien inconscientemente se ha empeñado en perderla.
Tendríamos que volver a tener ante la enfermedad la antigua sabiduría de nuestros padres, que la consideraban como normal en el camino de la vida, como las piedras que alfombran el camino.
San Vicente es para nosotros un testigo de esa sabiduría. Él también ha experimentado la enfermedad y los achaques en su persona y sabe lo que es estar retenido durante varios días por la fiebre, aun cuando con cierto humor la llama fiebrecilla. Ha usado de los remedios de su tiempo: sangrías, purgas, ungüentos, sales, pociones, linimentos, cataplasmas, electuarios. Porque para él, como para todos, la enfermedad es ante todo un mal que hay que combatir con todos los medios de que se dispone. Sus recomendaciones y consejos a santa Luisa de Marillac para que cuide su salud son conmovedores; además, ella se lo agradecía, y a menudo unía a sus ruegos algún remedio preparado por ella.
Su oficio de capellán-limosnero, en la corte de la reina Margot, no debió resultar-le muy absorbente: lo esencial del cargo consistía en repartir las limosnas de la reina; san Vicente se dedicó entonces a visitar a los enfermos del Hospital de la Caridad. El contacto con aquellos desgraciados fue uno de los elementos de su conversión; fue allí donde adquirió, en gran parte, la experiencia que demuestra, cuando habla de los enfermos y del cuidado con que se les debe tratar.
Con sus cohermanos enfermos, tiene unos cuidados maternales. Se extiende en recomendaciones sobre ese tema. Hasta sería feliz, dice, si supiera que un superior se viera obligado a vender los vasos sagrados de su casa para atender a uno de sus cohermanos enfermos.
La enfermedad es un estado de vida misterioso, es una visita de Dios, y aquello de «la mano del Señor me ha tocado», para usar la expresión de Job, viene a ser, en cierto modo, sagrada Él sufre y eso basta para que nosotros lo consideremos como «viviendo en su carne lo que falta a la pasión de Cristo», como dice san Pablo. No necesita quedar marcado materialmente con los estigmas de la crucifixión para representar a Jesucristo doliente. Enseña con su misma existencia que toda vida humana está marcada con la señal de la Cruz desde que Jesucristo se ha hecho uno de nosotros hasta en la muerte.
La enfermedad nos pone, pues, frente a lo esencial, frente al sentido que presenta toda vida, y que le ha dado Jesucristo al asumir personalmente una vida humana. También, es en la enfermedad donde se conoce el hombre, es entonces cuando se muestra tal como es; es sacudido en la verdad de su ser y se caen las máscaras: se dirige hacia la igualdad radical de todos en la muerte.
Mas si es una prueba, la enfermedad es también una gracia y san Vicente se complace en citar el caso del hermano Antonio que acogía a «mi hermana la enfermedad, como venida de parte de Dios».
San Vicente cree que los enfermos son el pararrayos de una comunidad; a su parecer ejercen una función redentora. A pesar de las apariencias, son los miembros más activos a los ojos del Señor, si es cierto que Cristo mismo, en expresión de san Vicente, ha hecho más por la salvación del mundo «padeciendo que actuando».
Si los enfermos tienen semejante función en una comunidad pequeña, tienen una función parecida en la sociedad. Son los que la revelan: el género de las enfermedades que afectan a los miembros de una sociedad nos descubre la clase de sociedad, los valores tras de los cuales va y en los que ha puesto su esperanza, los vicios que la socavan.
La forma que tiene de tratar a sus enfermos, especialmente a quienes decreta como «irrecuperables», nos revela cuánto han perdido del sentido de la vida y del de la muerte.
La medicina actual quisiera evitar este escollo: no cuidar más que enfermedades u órganos enfermos; quisiera dirigirse a todo el hombre en una etapa de su vida. Quisiera descubrir la forma profundamente humana que recomendaba san Vicente en lo que prescribe a las que iban a asistir a los enfermos.
Les pedía que no sólo les ofrecieran los cuidados corporales, sino que los alentaran con algunas palabras edificantes, que los consideraran como si fueran miembros de su misma familia; y acaba con esta nota de perfecta delicadeza: «teniendo cuidado de visitar en último lugar a los que se encuentran solos, para poder permanecer más tiempo con ellos». (Reglamento de la Caridad de Chátillon-les-Dombes»).
B) San Vicente y los enfermos
Entre los innumerables pobres, los enfermos siempre han tenido, en la caridad de san Vicente, un lugar prioritario y privilegiado. Parece que fueron los enfermos los que en primer lugar revelaron a san Vicente el mundo de la injusticia y de la miseria, los enfermos del hospital de la Caridad. Los visitaba con regularidad, en nombre de la reina Margot, y les hizo una generosa limosna, el 20 de octubre de 1611 (cf. X, 25). Fue un anciano moribundo de Gannes (enero de 1617) y, sobre todo, una familia pobre y enferma de Chátillon (agosto de 1617) quienes le decidieron a cambiar definitiva-mente de proyecto y de vida; y su primerísima institución y fundación será para los enfermos (primera Cofradía de la Caridad). Más adelante, ya lo sabemos, san Vicente será solicitado por todas las formas de pobreza y de miseria, pero, en su mente y en su actuación, los «pobres enfermos» conservarán siempre prioridad y predilección.
I. La experiencia personal del señor Vicente
Ciertamente es muy importante tener presente ante todo que san Vicente conoció personalmente, y en diversas ocasiones, la enfermedad. Desde 1615, a los 34 años, «sufrió una enfermedad grave, que le dejó en las piernas las consecuencias, que sufrió durante toda su vida». (Coste: «El Gran Santo del Gran Siglo, T. I). Enferma de nuevo en 1631, particularmente en 1644 («a dos dedos de la muerte», Coste: «El Gran Santo…,T. III); en 1649 vuelve de Richelieu en coche; en lo sucesivo ya no montará más a caballo, sino sólo en coche; nuevo acceso de fiebre en 1655, etc. En realidad, a pesar de que era de temperamento muy enérgico, san Vicente tenía una salud frágil, (cf. la correspondencia con Luisa de Marillac, en el T. I de las Obras completas de Coste) y sus indisposiciones eran numerosas y frecuentes. Esta experiencia cierta-mente le ayudó mucho en su relación con los enfermos, como lo indica él mismo en una charla.
«…Cuando uno ha sentido debilidades en sí mismo…»
Recordando los sufrimientos de los primeros papas de la Iglesia, san Vicente prosigue:
«…Dios quiso hacer pasar a aquellos santos personajes, que eran Padres de todos los cris-tianos, por esta humillación y estas aflicciones extraordinarias, para que aprendiesen por propia experiencia a compadecer las humillaciones y las adversidades de sus hijos espiri-tuales; porque, cuando uno ha sentido en sí mismo las debilidades y las tribulaciones, es más sensible a las de los demás. Los que han sufrido la pérdida de sus bienes, de la salud y del honor, están mucho mejor dispuestos para consolar a las personas que se encuentran con estas aflicciones y dolores, que los demás que no saben lo que es eso….Ya sabéis que nuestro Señor quiso experimentar en sí mismo todas las miserias. «Tenemos un Pontífice, dice san Pablo, que sabe compadecer nuestras debilidades, porque las ha experimentado él mismo»» (XI, 716-717).
«…Se encuentra un poco mejor…» Hablando de sí mismo a santa Luisa:
«¿Qué le diré ahora de aquél a quien su corazón quiere tanto en nuestro Señor? Va un poco
mejor, al parecer, aunque siempre con alguna pequeña impresión de sus escalofríos. Por lo
demás, le han propuesto y le apremian a que marche a Forges, y que parta mañana, y el señor médico le aconseja que aproveche la ocasión que ahora se ha presentado de ir en carroza. Ciertamente, mi querida hija, todo esto me afecta mucho más de lo que podría expresar: ¡que se haga tanto por un pobre esqueleto! Pero, si no lo hago, se quejarán de mí nuestros padres, que me apremian mucho, porque les han dicho que esas aguas minerales me vinieron muy bien otros años en semejantes enfermedades» (I, 126-127).
«…El alivio del mal que le ha causado su herida…»
San Vicente y santa Luisa se comunicaban con frecuencia el estado de su respectiva salud, se comunicaban remedios, direcciones de médicos, etc.: cosa que nos demuestra esta carta suculenta de santa Luisa a san Vicente:
«Mi muy honorable Padre:
Permítame decirle que me parece que es necesario, para aliviar el mal que le ha causado su herida, mandar sacar sangre del lado de acá, aunque sólo sea una sangradera, para sofocar el ardor que puede producirse encima con el movimiento de los humores que producen las purgas; pero me parece absolutamente necesario que no emplee usted la sal por encima durante algunas semanas. Le envío una especie de pomada que tengo la experiencia que es muy buena para quitar el ardor y calmar el dolor. Me gustaría, Padre, que la probase usted frotando todos los alrededores y poniendo por encima un lienzo plegado, como una compresa de tres o cuatro dobles, empapada en esta agua, después que se haya enfriado un poco sobre la ceniza caliente. Hay que cambiarlos al menos dos veces al día. Y si el ardor de la herida fuera tan grande que secara en seguida el lienzo, habría que empaparla más veces y tener cuidado, si se pega a la herida, de no sacarlo sin humedecerlo antes un poco, para que no quite la costra. Pero, en nombre de Dios, mi venerado padre, no espere tanto tiempo para llamar al Sr. Pimpernelle, que fue el que me curó la pierna con cierto ungüento, que al principio hizo una Haga muy grande, pero que luego la curó. Quizás, si manda usted que le sangren y emplea tres o cuatro días este remedio, ya no necesite usted nada más. Se lo deseo con todo mi corazón y le ruego que su caridad le pida misericordia a nuestro buen Dios por mi pobre alma, a fin de que logre salir de su torpeza para servirle con mayor fidelidad y poderme llamar de verdad, mi venerado padre, su muy obediente hija y obligada servidora» (IV, 160-161).
II. San Vicente y la enfermedad
Nunca, en san Vicente, la fe choca de frente con las realidades humanas. La enfermedad es ante todo un mal, «un estado molesto y casi insoportable para la naturaleza»(XI,760). Incluso puede llegar a ser una injusticia, cuando ataca a los pobres, los cuales no disponen de medios para combatirla. Se ha de hacer todo lo posible para luchar contra ella (XI,347).
«…Aceptar con respeto las prescripciones que les den los señores médicos…»
«Además, Hijas mías, tenéis que tener un gran respeto con las órdenes que les den los señores médicos para el tratamiento que pongan a los enfermos, y tengan cuidado de no faltar a ninguna de sus prescripciones, tanto por lo que se refiere a las horas, como a las dosis de las drogas, ya que a veces se trata de asuntos de vida o muerte. Tengan también mucho cuidado de fijarse en la manera con que los médicos tratan a los enfermos en las ciudades, para que, cuando estén en las aldeas, sigan su ejemplo, o sea, en qué casos tienen que sangrar, cuándo tienen que retirar la sangría, qué cantidad de sangre tienen que sacar cada vez, cuándo hay que hacer sangría en el pie, cuándo las ventosas, cuándo las medicinas, y todas esas cosas que sirven en la diversidad de enfermos con quienes puedan encontrarse. Todo esto es muy necesario, y harán mucho bien, cuando estén bien instruidas en todo» (IX, 214).
Estado molesto, la enfermedad es también para san Vicente un tiempo y una hora de verdad, donde las personalidades se descubren y se revelan en lo que tienen de más profundo y de más verdadero. Es pues a menudo un tiempo y un estado aptos para la reflexión, para la revisión de la vida, para la evangelización y para la salvación.
«…Es entonces cuando se conoce lo que uno lleva y lo que es…»
«¡Oh Salvador! ¡Tú que tanto sufriste y que moriste para redimirnos y mostrarnos cómo este estado de dolor podía glorificar a Dios y servir a nuestra santificación, concédenos que podamos conocer el gran bien y el inmenso tesoro que está oculto en el estado de enfermedad! Por medio de él, hermanos míos, se purifica el alma, y los que carecen de virtud tienen un medio eficaz para adquirirla. Es imposible encontrar un estado más adecuado para practicarla: en la enfermedad la fe se ejercita de forma maravillosa, la esperanza brilla con todo su esplendor, la resignación, el amor de Dios y todas las demás virtudes encuentran materia abundante para su ejercicio. Allí es donde se conoce lo que cada uno tiene y lo que es; la enfermedad es la sonda con la que podemos penetrar y medir con mayor seguridad hasta dónde llega la virtud de cada uno, si hay mucha, o poca, o ninguna. En ningún sitio se ve mejor cómo es uno que en la enfermería. Esa es la mejor prueba que tenemos para reconocer quién es el más virtuoso y quién no lo es tanto; esto nos hace ver qué importancia tiene que conozcamos bien la manera de portarnos debidamente en las enfermedades» (XI, 760-761).
«…La enfermedad nos hace ver lo que somos…»
«Es cierto que la enfermedad nos hace ver lo que somos mucho mejor que la salud, y que en los sufrimientos es donde la impaciencia y la melancolía atacan a los más decididos; pero como estas tentaciones sólo dañan a los más débiles, a usted le han aprovechado más que dañado, ya que nuestro Señor le ha robustecido en la práctica del cumplimiento de su voluntad, y esta fuerza se echa de ver en el propósito que usted ha hecho de combatirlas con buen ánimo; espero que todavía se apreciará mejor en las victorias que habrá de alcanzar usted sufriendo desde ahora por amor de Dios, no sólo con paciencia, sino hasta con alegría y con gozo» (II, 487).
En muchos textos, san Vicente presenta la enfermedad como un estado permitido, no querido por la Providencia. Se atreve hasta a hablar de «felicidad» en un lenguaje de fe, paradójico y provocador.
Fustigando a cohermanos que son «personas apegadas a sí mismas», «espíritus de chicuelas», «personas que no quieren sufrir», san Vicente se indigna:
«No es extraño ver en la Compañía personas de ese estilo, llenas de amor a sí mismas. ¡Como si las enfermedades corporales fueran un estado que es menester evitar, cuando Dios quiere que las tengamos! ¡Huir de nuestra felicidad! Sí, Hermanos míos, esto es huir de nuestra felicidad, ya que el estado de sufrimiento es un estado de felicidad, puesto que santifica a las almas» (XI, 345-346).
«…De parte de Dios…»
«Pensemos que las enfermedades y las aflicciones vienen de Dios, la muerte, la vida, la salud, la enfermedad, todo viene por orden de su Providencia y siempre para el bien y la salvación del hombre» (XI, 761).
III. San Vicente y los enfermos
Para san Vicente el enfermo es sobre todo una persona a la que hay que aliviar, cuidar y curar. Se conoce el estado de la medicina en siglo XVII, aunque por Molié-re conocemos especialmente su caricatura. De todos modos, la medicina sólo se ejer-cía para provecho de los grandes. Toda la acción de san Vicente consistirá en hacer que se aprovechen también y, sobre todo, los pobres de las atenciones reservadas hasta entonces para los ricos. Numerosos párrafos demuestran la seriedad y el valor de esta acción sanitaria y social.
«…He faltado dos o tres veces…»
Algún tiempo después de haber pasado la visita a la casa de San Lázaro, san Vicente escribe al que fue el Visitador, el P. Lamberto aux Couteaux:
«Me parece que somos bastante fieles en el cumplimiento de las normas de su visita, hasta el punto de que las hemos leído todos los meses desde que usted se fue. Yo mismo he pro-curado guardarlas en relación con el lenguaje de su querido país, aunque he faltado dos o tres veces, así como también yendo a ver a dos enfermos que tenemos en la enfermería. No puede usted imaginarse cuánta devoción siento en recomendar con frecuencia la obligación que tenemos de hacernos fieles a estas normas» (II, 176-177).
Muy cuidadoso, lo hemos visto, en asegurar a los enfermos todas las oportunida-des posibles de curarse, san Vicente considera sin embargo, la soledad como el aspec-to frecuentemente más penoso de la enfermedad: por eso su insistencia en relación con el enfermo.
«…Acabar por quienes están solos, para poder estar más tiempo con ellos…»
«La que esté de día, después de haber tomado todo lo necesario de la tesorera para poder darles a los pobres la comida de aquel día, preparará los alimentos, se los llevará a los enfermos, les saludará, cuando llegue, con alegría y caridad, acomodará la mesita sobre la cama, pondrán encima un mantel, un vaso, la cuchara y pan, hará lavar las manos al enfer-mo y rezará el «Benedicite», echará el potaje en una escudilla y pondrá la carne en un plato, acomodándolo todo en dicha mesita; luego, invitará caritativamente al enfermo a comer, por amor de Dios y de su santa Madre, todo ello con mucho cariño, como si se tratase de su propio hijo, o mejor dicho, de Dios, que considera como hecho a sí mismo el bien que se le hace a los pobres. Le dirá algunas palabritas sobre nuestro Señor; con este propósito, procurará alegrarle, si lo encuentra muy desolado, le cortará en trozos la carne, le echará de beber, y después de haberlo ya preparado todo, para que coma, si todavía hay alguno despues de él, lo dejará para ir a buscar al otro y tratarlo del mismo modo, acordándose de empezar siempre por aquel que tenga consigo a alguna persona y de acabar por los que están solos, a fin de poder estar con ellos más tiempo; luego, volverá por la tarde a llevarles la cena con el mismo orden que ya hemos dicho» (X, 578-759).
«…Hasta ahora no se ha visto nunca que se cuidase a los enfermos en sus casas…»
«Las obras de las que no se pueden indicar los obreros, salen, según se dice, de las manos de Dios. Vuestra institución no es obra de los hombres; por tanto, podéis decir con seguridad que es de Dios; y ciertamente, una Compañía ordenada para una misión tan agradable a Dios, tan excelente en sí misma y tan útil para el prójimo, no puede tener por autor más que al propio Dios. ¿Quién ha oído hablar alguna vez de semejante obra antes de hoy? Había ciertamente varias órdenes religiosas. Se habían fundado hospitales para la asistencia de los enfermos; algunos religiosos se habían consagrado a su servicio; pero hasta ahora no se había visto nunca que se cuidase a los enfermos en sus casas. Si en una pobre familia caía algún enfermo, era preciso separar al marido de su mujer, a la mujer de sus hijos, al padre de su familia Hasta el presente, Dios mío, no habías establecido ninguna orden para socorrerlos; y parecía como si tu Providencia adorable, que a nadie falta, no se hubiese cuidado de ellos» (IX, 234-235).
«…Se irán haciendo a ver a los enfermos y a hablar con ellos…»
En el consejo del 5 de julio de 1646, san Vicente estimula a las Hijas de la Caridad a un nuevo tipo de visitas a los enfermos:
«Para inducirnos a eso tenemos el hecho de que la visita a los pobres es de suyo una acción agradable a Dios;que esas visitas puedan ser de mucha utilidad a los enfermos, que pueden a menudo carecer de instrucción, pues nuestras Hermanas que les llevan los remedios por la mañana no pueden detenerse mucho tiempo para hablarles, por tener que servir a otros muchos; que esto incluso puede ser útil para vosotras, ya que nuestras Hermanas se irán haciendo a ver a los enfermos y a hablar con ellos y podrán incluso informarse si las encargadas de servirles cumplen bien con su obligación» (X,745).
«…Después de saludar a los enfermos de forma modestamente alegre…»
«Después de haber saludado a los enfermos de una forma modestamente jovial, informarse del estado de su enfermedad, compadecer sus penas y decirles que Dios os envía para ayudarles y aliviarles en todo lo que podáis, hay que preguntar por el estado de sus almas, explicarles que tienen que recibir sus enfermedades de la mano de Dios para su mayor bien y que, en su amor eterno, él permite esa enfermedad para llevarlos a él, ya que, muchas veces, en la salud no pensamos más que en trabajar para la vida del cuerpo y no nos preocupamos de nuestra salvación. Después de esto, sugeridles un acto de fe en general, que abarque todos los artículos de nuestra fe y un acto de conformidad con la voluntad de Dios, especialmente en lo que se refiere a la aceptación de la enfermedad» (IX, 76-77).
IV. Los enfermos en la sociedad
San Vicente concebía a sus comunidades (Cofradías, Congregación de la Misión, Hijas de la Caridad, Damas de la Caridad, etc.) como modelos de una sociedad evangélica, donde los pobres ocupan el primer puesto. Por lo tanto, no hay gue extrañarse de ver que se les reserva un lugar de elección a los enfermos.
«…La Compañía tendrá una solicitud especial por visitarlos y asistirles…»
«Entre las cosas que Cristo hacía y que recomendaba con más frecuencia a los que enviaba a su viña, una de las principales era la atención y la visita a los enfermos, en particular si eran pobres. Por eso, la Congregación tendrá una solicitud por visitarlos y ayudarles, con permiso del Superior, no sólo a los de casa, sino también a los de fuera, y de ayudarles en cuanto se pueda corporal y espiritualmente, sobre todo en las misiones, según nuestras posibilidades, principalmente en las misiones. Además se tendrá sumo empeño en fundar y visitar la Cofradías de la Caridad» (RC, c. VI, 1) (Cf. X, 421).
«…Un teatro de paciencia…»
«Hemos de alabar a Dios porque, por su bondad y misericordia, haya en la compañía enfermos y achacosos que hacen de sus sufrimientos y enfermedades un espectáculo de paciencia, donde presentan todo el esplendor de sus virtudes. Le daremos gracias a Dios por habernos dado estos compañeros. Ya he dicho muchas veces y he de repetirlo una vez más, que hemos de pensar que las personas enfermas de la compañía son una bendición para nosotros» (XI, 761).
«…Me sentiría lleno de gozo si de algún lugar me dijeran que alguno de la Compañía ha vendido los cálices para ello…»
«No puedo decirle cómo el consuelo que me ha proporcionado su carta ha suavizado la amargura de la noticia de la enfermedad del buen padre Dufestel. Doy gracias a Dios por las dos noticias, no ciertamente sin reprender mucho mis malos sentimientos, que se revuelven contra la aceptación que deseo dar a la adorable voluntad de Dios. Le escribo y le ruego que haga todo lo posible, sin ahorrar nada, por hacerse tratar. Le suplico, Padre, que ponga cuidado en ello y, para ese efecto, haga que el médico lo vea todos los días, y que no le falten ni los remedios ni el alimento. ¡Oh, cuánto deseo que la Compañía sea santamente generosa en esto! ¡Me sentiría lleno de gozo, si de algún lugar me dijeran que alguno de la Compañía vendió los cálices para ello!» (I, 524-525).
«…Le ruego que no ahorre ningún esfuerzo por su salud…»
«Siento mucho esos dolores del padre Duperroy, y lo mucho que dura su enfermedad. Le pido a nuestro Señor que le dé fuerzas. Me parece muy bien que haya mandado usted venir a otro cirujano, para que lo cure, junto con el de la Reina. Le ruego que no ahorre ningún esfuerzo por su salud, que le abrace de mi parte y que le diga que le envío mi corazón dentro de esta carta, aunque ya se lo haya dado muchas veces; que hablo con frecuencia de sus sufrimientos y de su paciencia a la Compañía, y que todos rezan casi incesantemente por él con mucho cariño, así como por usted y por el buen padre Desdames, por quien estoy muy preocupado a causa de lo que me dice usted, de que los enemigos han vuelto a Varsovia. Le ruego en nombre de nuestro Señor que me dé frecuentemente noticias de todo lo que pasa y que no permita que le falte nada» (VI, 352).
C) Los Enfermos… hoy
Cuestiones para los intercambios
1. Su propia experiencia de enfermo, el encuentro con los enfermos le hacen decir a san Vicente que la enfermedad «es un estado molesto y casi insoportable a la naturaleza».
Sin embargo, es también un tiempo de verdad, «la aspilla con la que pueden sondearse», y puede convertirse en un tiempo de gracias.
- He estado enfermo: De esa experiencia, ¿qué testimonio puedo dar?
- Me he encontrado con un enfermo (quizás de mi entorno inmediato…)
- ¿qué me ha dicho?
- ¿cómo vivía su enfermedad?
- ¿cuál ha sido mi reacción profunda en aquel momento?
- De los tres aspectos subrayados por san Vicente (un mal, tiempo de verdad, tiempo de gracias), ¿a cuál de ellos soy yo más sensible?
2. Si san Vicente insiste en la importancia de los cuidados y la necesidad de un «servicio espiritual», recuerda a menudo que una relación verdadera y profun-da con la persona atacada por una enfermedad es tanto más indispensable por cuanto los enfermos tienen el peligro de quedar bien pronto aislados física y moralmente.
Para verificar la cualidad y la profundidad de mi relación, analizo un encuen-tro, un diálogo, que haya quizás anotado, con una persona enferma:
- ¿qué es lo que principalmente he escuchado?
- ¿qué le he dicho?
- ¿cómo lo he mirado: solamente a través de su enfermedad o a través de la totalidad de su vida?
- ¿qué conciencia tengo de haber vivido el «servicio espiritual»?
3. San Vicente reservaba un lugar de elección a los enfermos.
En nuestras comunidades, en nuestras iglesias locales, en nuestros barrios…el lugar y la función de los enfermos, ¿los reconocemos realmente?, ¿cómo?






