San Vicente de Paúl. Su vida, su tiempo; sus obras, su influencia. Libro 1, capítulo 2

Francisco Javier Fernández ChentoVicente de PaúlLeave a Comment

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Author: Abate Maynard, Canónigo de Poitiers · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1880.
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Capítulo Segundo: Primeros estudios y entrada en el clericato. Estudios teológicos. Sacerdocio y primera misa.

I. Primeros estudios y entrada en el clericato.

Nos hallamos lejos del tiempo en que dejamos al humilde chico cuidando de su rebaño mientras que se padre meditaba sobre el destino que debía darle. Decidido al fin a dedicar a su hijo a los estudios, Guillermo de Paúl buscó maestros por los alrededores de su pueblo. Los maestros no eran raros entonces en la sociedad cristiana; y, a pesar de los estragos del protestantismo, se alzaban todavía por todas partes monasterios donde hombres, renunciando a los disfrutes de la familia natural, se creaban por la caridad y el celo una familia una familia de adopción y se entregaban a la educación pública. Acqs, la ciudad vecina, la ciudad episcopal, poseía entre otros, un convento de franciscanos, que reunía a un cierto número de niños para formarlos en la ciencia y en la piedad. Estos humildes amigos del pueblo fijaron la elección de Guillermo por la similitud y la simpatía de la pobreza y con ellos dejó a su hijo bajo la protección de uno de sus parientes. A estos pobres religiosos, ridiculizados tan a menudo por la filosofía llamada humanitaria, debemos tal vez el amigo de los pobres y el héroe de la humanidad; pues, excepto ellos, ¿quién habría podido recibir al joven pastor por sesenta libras de pensión al año, la suma más alta que pudiera dar esta familia de labradores?  Vicente no tardó en pagar su pensión y en agradecer la generosidad de sus maestros de una manera más noble: por su piedad, su sabiduría, la pureza angelical de sus costumbres, y también por su ardor en el trabajo y los progresos rápidos que hizo en los primeros estudios de gramática y latín. Era en 1588, y el joven Vicente de Paúl tenía unos doce años. Probablemente no poseía los menores elementos de las letras y no sabía leer ni escribir cuando entró en los franciscanos de Acqs, y cuatro años después era capaz de instruir a los demás. Orgullosos de un alumno semejante, los franciscanos en sus recorridos de caridad  por la ciudad, se complacían en difundir los elogios de este modelo de los escolares y le nombraban en todas partes por su virtud y su inteligencia. Impresionado por una fama así, de Commet, abogado distinguido de la ciudad de Acqs, y juez al mismo tiempo de la parroquia de Pouy, se informó con el padre guardián de los franciscanos y, con el testimonio favorable que recibió, no dudó en proponer al joven escolar la instrucción de sus dos hijos. Vicente aceptó un puesto que iba a procurarle los medios de descargar enteramente a su pobre familia, sin perjudicar en nada ni a su piedad ni a sus estudios. Como la casa de Commet se distinguía entre todas por su virtud, y el caritativo abogado, al introducir en su casa  al joven Vicente, no quería sacrificar  al bien de sus hijos el porvenir de su preceptor. Efectivamente, Vicente pudo continuar sus estudios en Acqs durante cinco años más, y con todo no abandonó ni el cuidado de sus alumnos ni su progreso en la piedad. De esta suerte, por su celo, su modestia, su prudencia prematura, se convirtió para toda aquella familia en motivo de edificación de lo que conservó siempre un agradecido recuerdo.

al ver cómo trabajaba el joven apóstol, de Commet creyó ver apuntar una lámpara que no debía quedar ya más tiempo debajo del celemín de oscuras funciones, y que estaba llamada a brillar, para iluminación de todos en el candelero de la Iglesia. Animó pues a Vicente a consagrarse a Dios en el estado eclesiástico. La humildad del joven estudiante se alarmó en un principio, pero sentía un profundo respeto por el juicio del Sr. de Commet a quien llamaba su segundo padre; y, además, sus maestros y sus guías espirituales tranquilizaban unánimemente su conciencia. Se inclinó pues ante sus consejos tan numerosos como ante la voz de Dios, y el 2º de diciembre de 1596, a sus veintiún años, recibió la tonsura y las órdenes menores en la iglesia colegial de Bidache, en la diócesis de Acqs, de las manos del Sr. Salvat Diharse, obispo de Tarbes, con una dimisoria del capítulo de Acqs, cuya sede estaba entonces vacante.

II. Estudios teológicos.

Vicente acababa de tomar al Señor por la parte de heredad y de su cáliz: compromiso sagrado con el que su corazón ratificaba con amor la fórmula pronunciada por sus labios, de la que toda su vida ha sido el invariable cumplimiento! Dios en los pobres, en los ignorantes, en todos los desdichados. Él ya no querrá bien pronto otra familia ni otro patrimonio. Él dejaba poco en apariencia, pero este poco era todo, como la barca y las redes dejadas por los apóstoles para servir al Salvador. Mucho más, se dejaba a sí mismo, y renunciaba ya a todas las ventajas que la Iglesia podía ofrecer entonces a una legítima ambición. Creyó incluso escuchar las antiguas palabras dirigidas al padre de los creyentes: «Sal de tu país y de la casa de tus padres;» y él los dejó, en efecto, para no permanecer mas con ellos, para no hacerles más que la breve visita ya referida. Mitad fe y ternura de padre, mitad cálculo de cabeza de familia, Guillermo de Paúl consintió en el alejamiento de su hijo; vendió incluso un par de bueyes para darle un ligero viático, y Vicente partió para Toulouse donde debía hacer sus estudios de teología. ¿Precedió o siguió la estancia en Toulouse a un viaje a Aragón? No se sabe. Siempre se asegura que Vicente estudió algún tiempo en la universidad de Zaragoza. Pero su permanencia allí no fue larga. La universidad de Zaragoza, como todas las universidades de España, estaba entonces dividida por las querellas sobre las relaciones de la naturaleza y la gracia. Vicente, que sintió siempre por la discusión un horror natural, se dio prisa en marcharse de este campo de batalla donde la fe con frecuencia, a caridad siempre, recibe alguna lesión. Hombre de obediencia y de amor huía de todo lo que dividía a las inteligencias y podía amargar los corazones; no porque su espíritu y su ciencia fueran incapaces, como se ha dicho, de desenmarañar la verdad del error en aquellas cuestiones sutiles, de brillar incluso con ventaja; pero él prefería entregarse por la sumisión a los decretos de la iglesia y un vano triunfo de disputador le parecía un alto precio por la humildad y la caridad lesionadas. Además, al huir de Zaragoza y de las discusiones  teológicas no hacía más que obedecer de alguna manera la voluntad de la Santa Sede. El mismo año quizás que dejó España, Clemente VIII, informado por el gran inquisidor de la lucha encarnizada de los teólogos, impuso silencio a las partes, se reservó el proceso, y sometió todos los documentos a las célebres congregaciones llamadas de Auxiliis que se abrieron el 2 de febrero de 1598. Pues, es en 1597 cuando encontramos a Vicente en Toulouse, donde va a comenzar o a reemprender sus estudios teológicos.

Puso en ellos el mismo entusiasmo que en los estudios primarios de Acqs y debió comprar la perseverancia y el éxito con el mismo trabajo y las mismas privaciones. El pequeño peculio proveniente de la venta de los bueyes de su padre se había agotado muy pronto, y le repugnaba imponer a sus pobres padres nuevos sacrificios. Entonces pidió al tiempo de descanso los recursos necesarios para el tiempo de trabajo, y condenándose a nuevas fatigas durante las vacaciones, de las que las duras fatigas del año debían sin embargo hacerle sentir la necesidad, pudo ganar bastante para hacer frente a su modesta existencia.

A veinte kilómetros al nordeste de Toulouse se eleva la pequeña ciudad de Buzet, hoy en plena decadencia, pero a la sazón importante todavía, con su iglesia gótica y su castillo almenado que dominaba, como una fortaleza, una vasta llanura. En la época de Vicente de Paúl tenía por señor a Hébrard de Grossoles, segundo del nombre, barón de Montastruc y de Flammarens. De su matrimonio con Brandelèse de Narbonne, Hébrard había tenido tres hijos: Margarita, Renaud y Juan. Es probable que fuera para la educación de estos dos hijos para lo que llamaron a Vicente a Buzet en el verano de 1598 y los años siguientes.1 Pero a los dos hijos de Hébrard de Grossolles se unieron pronto un gran número de hijos de condición, de manera que el hijo del labrador de Pouy se vio en poco tiempo a la cabeza de una especie de pensión muy aristocrática. En efecto, su reputación de virtud y de capacidad atrajo muy pronto alrededor de él a todo lo que la nobleza de la provincia tenía de mejor  y más distinguido. ¡Algo maravilloso que este aldeano haya educado siempre a los hijos de los mayores señores! Se había estrenado, es cierto, con los dos hijos del abogado de Commet; pero, ¡qué distancia ya entre estos muchachos y el joven que, ayer como quien dice, conducía un rebaño! Hoy, le vemos en casa del señor de Buzet, ¡y pronto entrará en la ilustre casa de Gondi! Dios le hacía de este modo recorrer toda la jerarquía social empezando por los escalones inferiores hasta los grados aristocráticos más altos, hasta el mismo trono, pera que este hombre, destinado a ser la providencia universal de su siglo, descubriera en todo lugar las llagas que debía curar, las necesidades que debía aliviar; le colocaba sucesivamente en relación con la extrema indigencia y la extrema riqueza para poder un día servirles de lazo de unión por su caridad.

Entre los alumnos de Buzet se ha de contar a los dos pequeños sobrinos de Juan de La Valette, aquel heroico gran maestre de la orden de San Juan de Jerusalén, el duque de Épernon, pariente próximo de estos dos jóvenes señores, y cuyos dos hijos, el duque y el cardenal, ilustraron también el nombre de La Valette, fue testigo del celo y de la sabiduría de Vicente en la educación de sus alumnos, y abrigó hacia él una profunda estima. Disfrutando de poder en la corte en los últimos años de Enrique IV, y sobre todo durante la regencia de María de Médicis, quiso procurar un obispado al humilde eclesiástico de Buzet, cuya reputación y obras habían experimentado en el intervalo un prodigiosos incremento. Pero Vicente estaba lejos de querer aceptar esta dignidad eminente. Además, , todos sus créditos los tenía depositados en los pobres, y junto a los grandes a quienes había servido, no se había reservado más que el derecho de interceder por ellos.

Acabadas las vacaciones, Vicente pensó en volver a sus estudios de teología. Pero sus alumnos no queriendo dejarle, y él mismo siempre en el desprendimiento, debió llevárselos con él a Toulouse. Maestro y discípulo a la vez, ¿cómo conciliar los deberes de su cargo con el cuidado de sus estudios personales? Se lo quitó a su sueño, recortó sus recreaciones y, enfrentándose así a todo, pudo instruir a los demás sin cesar de instruirse a sí mismo. Realizó siete años de teología, cuyas cartas certificatorias, fechadas el 12 de octubre de 1604, existen todavía; después de lo cual, una vez recibido bachiller en teología, tuvo el poder de explicar, y explicó en efecto el segundo libro de Pedro Lombardo, llamado el Maestro de las sentencias. Por eso, sin duda, los autores de la Gallia Christiana, en el catálogo de los abates de San Leonard de Chaume, abadía que poseyó Vicente de 1610 a 1616, le dieron el título de doctor en teología. Tenemos todavía sus cartas de bachiller y las que le autorizan a explicar al Maestro de las sentencias, pero no sus cartas de doctor. Puede ser que en su humildad, las haya destruido; lo más probable es que esta misma virtud, su virtud favorita, le prohibió aspirar a este título honorífico. También es cierto que el derecho de enseñar no suponía necesariamente el doctorado a principios del siglo XVIII; bien al contrario era el doctorado el que presuponía la enseñanza, ya que no era conferido más que a los bachilleres de una capacidad reconocida quienes, con el título sea de bacccalarii biblici, sea de baccalarii sententiarii, habían explicado las santas Letras o al Maestro de las sentencias.

Pero no necesitamos de sus cartas de doctor para defenderle de las acusaciones de ignorancia que le han lanzado los escritores del jansenismo, con el propósito manifiesto de disminuir la autoridad de su fe y de su virtud. Pretendían tomarse en serio  la profesión de humildad de Vicente, que no se llamada más que un pobre escolar de cuarto. Pero dieciséis años de estudios, de los que siete de estudios  teológicos, debían colocarle, aún con capacidad mediocre, al menos al nivel de los  famosos solitarios, con las religiosas de Port-Royal, bastante hábiles sin embargo o bastante testarudas para disputar contra Bossuet y contra el papa. ¿Qué será de un hombre dotado de una capacidad más que ordinaria, se quien tantas obras maravillosas, apenas soñadas por los más hermosos genios, rinden un testimonio tan deslumbrador; de un hombre a quien la virtud hacía una ley imperiosa del trabajo y de la ciencia? Es este hombre sin embargo, venerado de todo lo que su siglo poseía de más grande y de más santo, de más ilustre y más esclarecido, a quien se presentía como a quien nunca había comprendido, como incapaz de comprender las disputas del tiempo y defensor de la fe de la Iglesia por la sencillez y la ignorancia! Es verdad que a los ojos de estos nuevos doctores, «no era suficiente para ser sabio, como decía Racine,2 haber estudiado toda su vida, haber leído a todos los autores; era preciso haber leído a Jansenio, -lo que probablemente Vicente no había hecho.- y no haber leído las proposiciones,» que se contentaba con leer los decretos de Roma. –Pero dejemos todas estas discusiones que deberemos retomar más tarde, y que sea suficiente haber colocado aquí una adaraja.

III. Sacerdocio y primera misa.

La ciencia hinche, y el estudio, incluso el estudio religioso, reseca. Contra la hinchazón, Vicente tuvo siempre un remedio en su humildad y en sus hábitos piadosos, su caridad innata, entretuvieron constantemente la unción de su corazón. No había aprovechado menos en la santidad que en la ciencia, cuando debió recibir las órdenes sagradas. El subdiaconado el 19 de setiembre de 1598, y el diaconado tres meses después, el 19 de noviembre, en la iglesia catedral de Tarbes, de las manos de Mons. Diharse, obispo de esta iglesia, con una divisoria otorgada, para la primera de estas dos órdenes, por Guillaume de Massiot, bachiller en derecho pontificio, canónigo de la iglesia catedral, y vicario general de Acqs, sede vacante en la fecha del 10 de setiembre de 1598, y otra divisoria para el diaconado, con fecha del 11 de diciembre del mismo año, entregada por el mismo de Massiot, en nombre del R. P, en Dios Jean-Jacques du Sault», obispo de Acqs. El mismo Jran-Jacques du Sault ,e había otorgado, el 13 de setiembre de 1599, una divisoria para el sacerdocio; pero quiso prepararse un año más y no la recibió hasta el 23 de setiembre de 1600: le fue conferido por Francisco de Boureille, obispo de Périgeux en la iglesia de su castillo episcopal3 de Saint-Julien. Muerto tan sólo el 27 de setiembre de 1660, Vicente comenzaba un largo periodo de sesenta años de sacerdocio, lleno de las obras que apenas se encontrarían en un espacio de varios siglos de los más fecundos de la historia de la Iglesia.

Su excelente padre había muerto a comienzos del año 1598, antes de ver realizadas sus esperanzas, y ni la elevación de su hijo querido al sacerdocio. Pero, al morir, no renunció ni a su ternura, ni tal vez a sus sueños, y en su testamento del 7 de febrero de 1598 ordenó que se hicieran toda clase de sacrificios para proveer a los estudios de Vicente. Por lo demás, él mismo proveía lo mejor posible dejando para el provecho de aquel hijo privilegiado todas las disposiciones testamentarias que le permitía la justicia. Creía sin duda colocar así a altos intereses que redundarían más tarde a su familia. Sólo la Iglesia y los pobres se beneficiaron de sus sacrificios, pero tuvo el mérito ante Dios de preparar por su parte al mejor sacerdote del siglo.¡Gracias a este buen anciano!

En cuanto a Vicente, al rechazar el legado paterno y dejando íntegramente a su madre y a sus hermanos su módica herencia, pagó su deuda filial con sus lágrimas y sus oraciones y, cuando le fue permitido, ofreció por el alma de su padre el santo sacrificio. Se ha discutido mucho sobre el día y el lugar de su primera misa. El día no se conocerá probablemente nunca; en cuanto al lugar, no se podría dudar ya que sea la capilla de Nuestra Señora de Gracia de Buzet, en la diócesis de Albi.

Situada a la orilla derecha del Tarn, esta capilla corona el puente más elevado de una larga serie de colinas cuyas últimas ondulaciones van a morir al borde del río. De allí se descubre el vasto horizonte de los valles del Tarn y del Agout. En tiempo de Vicente de Paúl la capilla sólo era un rectángulo con muros de adobe de doce metros de longitud por cinco de ancho y cuatro de elevación, coronado de un campanario en abanico destruido por la Revolución. En el exterior ninguna arquitectura; en el interior, ninguna decoración más que un sencillo altar dominado por la imagen de María. Su único encanto, encanto natural, era su sitio en esta elevación, en medio de espesos bosquecillos de madera restos de antiguos bosques, y regados, a derecha y a izquierda, por dos frescos riachuelos. Pero a pesar de su pobreza era una cita célebre de devoción. Fundada por los benedictinos de la abadía de Conques, probablemente como lugar de descanso y de oración en sus trabajos lejanos a través de los bosques, había sido conservada, después de la venta y de la transformación del monasterio para servir, como anejo de Conques, de iglesia parroquial al pueblecito vecino. A partir de entonces se había convertido en meta de numerosas peregrinaciones.

Durante su estancia en Buzet, Vicente no podía dejar de acudir a este lugar venerado, unido a la ciudad por un puente sobre el Tarn. No era ya entonces más que una capilla votiva. Pero era pobre, dedicada a María. Dos atractivos para su piedad. Por otra parte sus mismas ruinas le recordaban a nuestra Señora de Buglosse, cuyos restos había pisado tantas veces en las landas de Pouy. También le servía  de visita en los paseos con sus alumnos, y la tradición muestra todavía el sendero que llevaba allí.

Es igualmente una tradición de la ciudad de Buzet que señala como lugar de celebración de su primera misa, «una capilla de la Santísima Virgen, que se encuentra al otro lado del Tarn, en lo alto de una montaña, y en los bosques.» Así lo expresa Mollet. Se lee el mismo testimonio en una historia de san Vicente de Paúl publicada con ocasión de un proyecto de erección de su estatua en el Louvre, en 1787, por un canónigo de Nuestra Señora de París. El Sr. abate Maffre, historiador de la peregrinación a Nuestra Señora de Gracia, dice haber visto un grabado muy antiguo, que forma parte de una colección que representa los principales actos de la vida del santo. Pues bien, Vicente aparece en primer plano, ofreciendo el santo sacrificio en una humilde capilla rodeada de bosques. Una estatua de la <virgen domina el altar pobre y desprovisto; al pie hay un sacerdote asistente con un solo acólito. Debajo del garbado se lee: «San Vicente de Paúl dijo su primera misa en una capilla de la Santísima Virgen que está al otro lado del Tarn, en lo alto de una montaña y en los bosques; escogió este lugar solitario para tener el divino sacrificio con menos ruido y en el más profundo recogimiento, asistido tan sólo, según la costumbre,  por un sacerote y un clérigo para servirla. ¡Ojalá este ejemplo encontrara imitadores!»

Este grabado es evidentemente posterior a la obra de Collet, pues la leyenda, incluido el voto que la termina, está sacada casi textualmente de ella. Mollet mismo no hacía sino repetir las palabras de san Vicente de Paúl referidas ya por Abelly: «Se le oyó decir, escribe el viejo historiador, que sentía tal aprensión por la majestad de esta acción toda divina, que se ponía a temblar; y que, no teniendo el valor de celebrarla en público, escogió antes decirla  en una capilla retirada, asistido sólo de un sacerdote y de un sirviente.»

Nos vemos pues reducidos siempre a una tradición y a alguna confesiones escapadas a san Vicente de Paúl, al decir su primer historiador. Pero si acercamos estas dos manifestaciones al testimonio tradicional, resulta una demostración perentoria a favor de Nuestra Señora de Gracia; ya que esta capilla, a exclusión  de toda otra, reúne los caracteres tradicionales, como se puede juzgar comparando la descripción que hemos hecho con las palabras bien de la tradición bien de Vicente, referidas por Mollet y Abelly. Es en Buzet, evidentemente, donde Vicente de Paúl debió decir su primera misa, ya que le retenían allí todavía sus funciones de preceptor y por sus estudios de teología que se prolongaron otros cuatro años. Y como no puede ser ni en la iglesia parroquial, ni en alguna capilla de los alrededores otra que  Nuestra Señora de la Gracia, puesto que ésta, otro dato más, responde sola al las señalas de la tradición.

Esta tradición, que no se explicaría sin la realidad del hecho, no es solamente antigua, es constante y se prolonga hasta nosotros. Hoy todavía hay unanimidad de testimonio entre los habitantes de Buzet, unanimidad que estalla cada año, el 19 de julio, día de la fiesta de san Vicente de Paúl y que se relaciona con el tiempo de la canonización. El Sr. Arnaud Fauré, nacido en 1798, había vivido hasta la edad de trece años con su abuelo, nacido en 1729, año de la beatificación de Vicente de Paúl. En presencia del párroco de Grazac, declaró bajo juramento que su abuelo le decía, mostrándole a Nuestra Señora de Gracia: «Hijo mío, un gran santo dijo su primera misa en esta capilla.» En el mismo sentido habló, en 1815, un confesor de la fe, el abate de Boyer, predicando el panegírico de san Vicente de Paúl, en la capilla del hospicio de Albi: «Nuestra diócesis, dijo, será siempre feliz y orgullosa de poseer el humilde santuario en el que Vicente de Paúl celebró su primera misa.» Y otro confesor de la fe, el abate Roux, predicando en la capilla misma de Nuestra Señora de Gracia, exclamó: «Alzo mi voz, muy glorioso y muy confuso por haber celebrado el divino sacrificio en el mismo altar en el que san Vicente de Paúl lo ofreció por primera vez. El abate Roux hablaba así en 1825, el día de la inauguración del culto de san Vicente de Paul en Nuestra Señora de Gracia. el honor que había dado el santo al humilde santuario escogiéndole para su primer sacrificio había durado mucho tiempo, a pesar de la tradición perseverante, tan oscura como el santuario mismo. Este santuario, la Revolución iba a destruirlo, cuando fue comparado por el Sr. Arnaud Fauré, hijo de aquél cuyo testimonio oíamos hace un momento. Bajo la Restauración se hicieron algunas reparaciones urgentes, que prepararon la inauguración de 1825. desde entonces los honores y los bienes le llegaron de todas partes. En 1837, recibió del superior de los Lazaristas una reliquia de san Vicente de Paúl y, en 1835, la Santa Sede le enriqueció con indulgencias. El 2 de julio de 1851, vio desplegarse por la colina una solemne peregrinación, a la cabeza de la cual iba el Sr. Étienne, escoltado por su doble familia de Misioneros y de Hijas de la Caridad que le traían ricos presentes. Pronto fue restaurado y agrandado. No obstante se conservaron las viejas murallas y todo lo que podía tenerse en pie de la capilla primitiva. El mármol y el oro, en efecto, habrían hablado menos elocuentemente al corazón que estas viejas paredes cimentadas por dos siglos y medio de piadosos recuerdos, y sobre todo habrían recordado con menos verdad la memoria del pobre sacerdote y del sacerdote de los pobres.4

Así, salido de una aldea y de las ruinas de una capilla para comenzar sus primeros estudios, sucedía que de un pueblo y de una capilla en ruinas partía otra vez Vicente de Paúl para comenzar el ejercicio de su sacerdocio, dignos principios de quien debía caminar tan fielmente por las huellas del Dios salvador, salido de la más pequeña de las ciudades de Judá y de un establo!

  1. Pélerinage à NotreDame de Grâce en l`honneur de saint Vincent de Paul, por el Sr. Justin Maître, sacerdote de la diócesis de Albi. (In-18. Paris et Toulouse, 1856).
  2. Cartas del autor de las Hérésies imaginaires.
  3. Esta iglesia, entonces capilla episcopal, es ho la iglesia parroquial de Château l’Éveque, cerca de Périgeux.
  4. Pélérinage à Notre Dame de Grâce en honneur de Saint Vincent de Paul, por el Sr. Justin Maffre. (In-18. Paris et Toulouse, 1856.).

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