La Comunidad de las Hijas de la Caridad y su estilo eminentemente apostólico, no han sido creaciones espontáneas, que podrían estudiarse y profundizar independientemente de todo contexto. Antes de ser una Institución, fue una etapa en el recorrido de Vicente de Paúl. Pero, para hacernos una idea justa de la Compañía, es preciso comenzar por el hombre y por la historia de los orígenes de la Compañía. Es lo que les propongo iniciar en la primera parte de nuestro estudio.
Su Comunidad, puede que mucho más que la Congregación de los Sacerdotes de la Misión, me parece ser como el eco y el reflejo de la personalidad del Señor Vicente. Es, sin duda, la fundación que mejor lo revela, en su originalidad, en su valentía, en su equilibrio y en su eficacia.
Incluso, evocar rápidamente a Vicente de Paúl es seguramente la mejor manera de prepararles para comprender en profundidad su Comunidad, a la que transmitió lo mejor de su personalidad.
Desgraciadamente, y con frecuencia lo he subrayado, no conocemos demasiado al hombre, al Señor Vicente. Durante nuestra formación, se nos ha hecho descubrir demasiado rápido su santidad y sus virtudes. Hemos sabido que fue mortificado antes de descubrir que había sido sensible y cómo lo había sido; hemos aprendido cuál había sido su renuncia a los vínculos familiares, antes de preguntarnos si había amado a su familia y cómo la había amado…y así sin interrupción. Este método me parece ser decepcionante y peligroso para el estudio de cualquier santidad. Pero es particularmente nefasto, para los que deseen interesarse por san Vicente y su personalidad humana, tan determinante y tan rica.
¿Cómo delimitar semejante complejidad en tan poco tiempo? Tendremos que contentarnos con unas rápidas pinceladas que permitirán, así lo espero, una especie de esbozo suficientemente instructivo.
En primer lugar, por lo que se refiere a los orígenes sociales y familiares de Vicente de Paúl, factores siempre importantes para un hombre o una mujer, no olvidemos nunca que Vicente era campesino, gascón y pobre.
I. Los orígenes sociales y familiares de san Vicente
Campesino
¡Cuántas veces el Señor Vicente recuerda esta característica de sus orígenes! Con frecuencia, nos quedamos solamente con el aspecto humildad o humillación, porque como decía antes, se tiene mucha prisa por llegar a la santidad. Pero existe ahí una realidad psicológica de importancia y en los trece volúmenes de cartas y conferencias de san Vicente, encontramos frecuentemente una mentalidad y unos reflejos rurales. Por ejemplo, los encontramos, en lo que equivocadamente se ha llamado su lentitud, o también en su actitud, sus reacciones con respecto al dinero, a los grandes, o incluso en su manera de hablar de la Providencia y de sus fundaciones, como un campesino habla de sus campos o de sus cosechas.
Si insisto sobre este aspecto campesino o rural de Vicente de Paúl, es porque marcó profundamente a la Comunidad. Su fundador era un campesino y lo fue hasta su muerte en 1660. Como por casualidad, las dos experiencias más importantes de su vida, Gannes y Chátillon, tuvieron lugar en un contexto rural. Lo que para ustedes es más importante es que las primeras generaciones de Hermanas, después de Margarita Naseau, fueron casi exclusivamente campesinas.
Por consiguiente, no es de extrañar que en una de sus más bonitas conferencias, san Vicente les propusiera como ideal, el espíritu y las virtudes de las buenas aldeanas.
Gascón
Vicente de Paúl era también gascón y lo fue durante toda su vida. Era consciente y estaba orgulloso de ello, sabiendo perfectamente lo que esto quería decir. Veamos una prueba entre otras muchas, extraída de su correspondencia. Dirigiéndose a Fermin Get, Superior en Marsella, quien por un asunto que trataba no decía más que una parte de la verdad, Vicente asombrado le dice: «Le ruego, padre, que me permita preguntarle por qué motivos me ocultó usted lo que me decía en su última carta, que había pedido prestadas mil doscientas libras a los señores administradores del hospital… Le confieso, padre, que me he quedado sorprendido, porque se trataba de algo que no ocurría desde hacía tiempo. Si fuera usted gascón o normando, no me parecería extraño; pero que un picardo y una persona de las más sinceras que conozco en la compañía me haya ocultado esto, es algo que no puedo imaginarme» (SV- V, 181). De estas líneas, evidentemente no tenemos que sacar la conclusión de que el Señor Vicente, habitualmente, sólo decía la mitad de la verdad. Pero los veinticinco años de residencia en el sur-oeste de Francia me han permitido constatar que los gascones tienen una manera muy particular de comprender la realidad y de discernir lo esencial de lo relativo. En san Vicente hay muchos matices a tener en cuenta e incluso algunas aparentes contradicciones que pueden sorprender a los que no son gascones. Cuando hablaba, nadie duda de que el tono de su voz y sus gestos matizaban con frecuencia el rigor de lo que decía, o precisaban el contenido.
De vez en cuando parecía reírse de sí mismo y de lo que contaba. Así, el día en el que escribía al superior de Varsovia: «La señorita Le Gras ha traído a nuestro locutorio el perrito que envían a la reina. Quiere tanto a una de las hermanas de la Caridad que ni siquiera mira a las otras; apenas ella se sale de la habitación, se pone a quejarse y a mostrarse intranquilo». Admiremos ahora cómo no escatima esfuerzos cuando añade: «Esa pequeña criatura me ha llenado de confusión, al ver su único afecto por aquella que le da de comen mientras que yo me veo tan poco apegado a mi soberano bienhechor y tan poco desprendido de todas las demás cosas» (SV V, 340). A veces esto llega casi a la comedia, como cuando explicó a las Hijas de la Caridad que no hay que tomar como una tragedia cualquier tentación y que es preciso distinguir entre tentación y tentación: «Sin embargo, hijas mías, hay a veces tentaciones que pasan, como la que sufrió un buen capuchino que yo conozco. Siendo todavía novicio y estando una vez en vísperas, como había sido buen cazador se le vino toda su caza a la memoria. No hacía otra cosa más que pensar en los caballos, en los perros, en los pájaros; seguía a una liebre. Y así pasaron todas las vísperas. Cuando volvió dentro de sí, se extrañó de lo que le había pasado y se dijo: «¿Cómo? ¿Quieres tú ser capuchino y no haces más que pensar en la caza? Fue a buscar al padre prior: «Padre, devuélvame mi ropa, porque quiero marcharme» ¡Pero ¿cómo, hermano, qué es lo que le pasa?». «Padre, es que no valgo para capuchino; vengo de vísperas, y durante todas las vísperas no he hecho más que estar en la caza» «¡Cómo, hermano! ¿ha estado usted cazando durante las vísperas? ¡Pero si estaba usted en el coro!» «Sí, padre, pero no ponía atención más que en la caza. Por eso le ruego que me devuelva mi ropa de seglar porque no valgo para ser capuchino» «Pero, dígame hermano, le dijo el prior cuando estaba usted cazando durante vísperas y estaba persiguiendo a una liebre, ¿gritaba entonces: ¡el lebrero! ¡el lebrero!?». «No, padre, ni mucho menos; no decía una sola palabra». «Bien, hermano, entonces no se preocupe; no por eso deja usted de valer para capuchino». Y se quedó allí y ha vivido hasta su ancianidad con mucha perfección.» (SV X, 774-775).
Uno de los secretarios del Señor Vicente, casualmente también gascón, el hermano Bertrand DUCOURNAU nacido en Amou (Landes), introduce en la conferencia del 6 de diciembre de 1658 una nota significativa: «Notemos que, al decir esto, hacía ciertos gestos con las manos y con la cabeza, con cierta inflexión de la voz un poco despreciativa, de manera que con esos movimientos expresaba mejor que con sus palabras lo que quería decir.» (SV XI-3, 398).
Por generosidad, por preocupación de fidelidad y orden en las Comunidades, después de la muerte de san Vicente se cedió a una tendencia indiscutible de endurecer su pensamiento, absolutizar lo que para él sólo era relativo, a poner en el mismo nivel los secundario y lo esencial, y en tomar todo al pie de la letra. ¡Ah! ¡Si Bertrand Ducournau pudiera enseñarnos a leer a san Vicente como conviene! Sea lo que sea, en nuestro estudio vicenciano como en todo estudio vicenciano, es bueno e importante recordar el lado tan entrañable de la personalidad de Vicente de Paúl… gascón.
Pobre
Por último Vicente fue pobre, de una familia pobre. Es capital acordarse de ello y para darse cuenta mejor, sería interesante, por ejemplo, comparar la relación de Vicente de Paúl con los pobres, con la relación con los pobres de Luisa de Marillac. En efecto, las dos relaciones están animadas por una maravillosa caridad e incluso se debe añadir que en algunas circunstancias, Luisa parece haber visto claramente, más rápido que Vicente, especialmente con relación a su fundación. Ello no impide que la relación de Vicente de Paúl con los pobres tuviera la ventaja de ser natural, porque procedía del medio de los pobres. Tenía la mentalidad y las preocupaciones de los mismos; tenía en cuenta la jerarquía de valores y las urgencias. Por lo que no es suficiente decir y afirmar que han sido fundadas para los pobres, es preciso añadir que habéis sido fundadas por un pobre. Esto es de gran importancia para comprender bien la Comunidad y su espíritu. Y más teniendo en cuenta que las primeras generaciones de Hijas de la Caridad provenían casi exclusivamente de entre los pobres, y saben bien cómo su Fundador se lo recordaba a menudo.
Lo que digo aquí es importante. En nuestros días, la pobreza en la Comunidad se ha convertido en un deber apostólico, una virtud, un voto. Debemos recordar que en los orígenes, la pobreza era una situación normal, una mentalidad natural, una experiencia social corrientemente vivida, una serie de reflejos espontáneos, una visión del medio. Por ejemplo, las primeras Hijas de la Caridad vivían «en cuartos de alquiler»… «vestían como las aldeanas» (SV X, 692) no para integrarse mejor en un medio o un barrio, ni, incluso, para ser pobres entre los pobres, sino sencillamente porque eran pobres y siervas; porque al tener la mentalidad, los cálculos y los reflejos de los pobres, se situaban con naturalidad en las condiciones de vida de los pobres. Y Vicente de Paúl las alentaba a hacerlo. Todo esto tan cierto que dudaba antes de aceptar en la Comunidad a jóvenes de condición. Así, hay como una continuidad, una especie de solidaridad natural entre los pobres y la Comunidad, situados al mismo nivel de la escala social.
La Comunidad, pues, ha sido fundada por un pobre y en primer lugar con pobres. Estos orígenes, este contexto social marcaron profundamente las estructuras y el espíritu de la Comunidad de las Hijas de la Caridad.
Campesino, gascón, pobre… otros tantos aspectos de la personalidad de Vicente de Paúl que es preciso conocer para abordar las riquezas y los matices de su Comunidad. Habría que profundizar y entrar antes más en su carácter. Sólo invocaré aquí dos ámbitos particulares: su sensibilidad y lo que a falta de algo mejor podríamos llamar su pragmatismo, o su respeto de la experiencia y del acontecimiento.
Su sensibilidad
La evoco aquí por dos razones. En primer lugar, porque con frecuencia es un aspecto de la personalidad de san Vicente que no se conoce demasiado, se tiene tanta prisa, ahora y siempre, por subrayar su dominio de sí, su prudencia, su mortificación, su modestia, etc. En segundo lugar, porque este aspecto de la personalidad de san Vicente ciertamente ha marcado fuertemente el estilo de relaciones, que quiso en sus Comunidades.
Saben ustedes que no tenemos dos corazones: uno para la sensibilidad, el afecto, la amistad y el otro para la caridad sobrenatural…, uno para la familia y los amigos, y el otro para los pobres. No tenemos más que un solo corazón y si Vicente de Paúl amó a los pobres con tanta ternura y tanta pasión, es porque tenía como todo el mundo un corazón humano capaz de amar y de apasionarse.
Sí, Vicente de Paul era un sensible, un gran sensible. Amó tiernamente a sus padres y a su familia, hasta el punto de que una simple visita a su región, lo perturbó durante tres meses: «… el día de mi partida sentí tanto dolor al dejar a mis pobres parientes que no hice más que llorar durante todo el camino, derramando lágrimas casi sin cesar. Tras estas lágrimas me entró el deseo de ayudarles a que mejorasen de situación, de darles a éste esto y aquello al otro. De este modo, mi espíritu enternecido les repartía lo que tenía y lo que no tenía; lo digo para confusión mía y porque quizás Dios permitió esto para darme a conocer mejor la importancia del consejo evangélico del que estamos hablando. Estuve tres meses con esta pasión importuna de mejorar la suerte de mis hermanos y hermanas; era un peso continuo en mi pobre espíritu». (SV XI-4, 517-518).
Este texto es del 2 de mayo de 1659 (el Señor Vicente tenía 78 años) y con frecuencia se le cita a propósito de los consejos que da después, con relación al desprendimiento de la familia. Antes de pensar en esto conviene darse cuenta, leyendo el relato de este recuerdo, de la gran sensibilidad que manifiesta el Señor Vicente; una sensibilidad que encontramos a lo largo de su correspondencia hasta las últimas horas de su vida. Algunos textos nos permitirán conocerlo mejor.
Hacia 1627, cuando la Congregación de la Misión estaba aun en sus comienzos y que Luisa de Marillac no estaba todavía definitivamente decidida en su vocación, Vicente le escribía: «… pasemos al pequeño hermano Miguel (el hijo de Luisa de Marillac). Cierto, querida hija, que esto me afecta; sus sufrimientos me son sensibles, y también los que usted tiene por amor a él. ¡Pues bien, todo será para un bien mayor! ¿Qué le diré ahora de aquél a quien su corazón quiere tanto en Nuestro Señor? (N.B. se trata del mismo Vicente). Va un poco mejor, al parecer, aunque siempre con alguna pequeña impresión de sus escalofríos… Animo; ya le he dicho bastante hija mía. He de acabar diciéndole que mi corazón guardará un tierno recuerdo del suyo en el de Nuestro Señor y por el de Nuestro Señor solamente…» (SV I, 126-127).
Hacia la misma época y siempre a Luisa de Marillac, Vicente escribía: «Le escribo cerca de la media noche, un poco aprisa. Perdone a mi corazón el que no se explaye un poco más en la presente». (SV 1, 100). Y un tiempo más tarde: «… No me siento capaz de expresarle cómo mi corazón desea ardientemente ver el suyo para saber cómo le han ido las cosas, pero deseo mortificarme por el amor de Dios, que es lo único en que deseo esté ocupado el de usted» (SV 1, 116).
No ocurría de otro modo con los Misioneros. Así, el 22 de marzo de 1652, después de la recepción de algunas palabras que le dirigió el Padre Lambert en Couteaux, le escribía: «Recibí su carta del 19 de febrero. Me he sentido un poco disgustado al abrirla, al no ver más que media página escrita; pero eso poco no .ha dejado de alegrarme, al saber que sigue usted bien, lo mismo que su pequeña compañía» (SV IV, 324). Y al mismo, el 3 de mayo siguiente: «Recibí la suya del día 1 de abril. Si usted se siente dichoso al ver cómo nuestro intercambio de cartas continúa cada ocho días, puedo asegurarle que a mí me ocurre lo mismo; para que lo vea, le pondré dos ejemplos: cuando se acerca el jueves, empiezo a ponerme inquieto por recibir las suyas, ya que suelen recibirse ese día; por otra parte, me sentí muy contrariado cuando no recibí su penúltima en el correo ordinario» (SV IV, 376-377).
A Jean Martin, un hermano joven de 25 años, el Señor Vicente escribía el 10 de mayo de 1647: «No puedo dejar de escribirle, a pesar de que no tengo nada muevo que decirle. Por la presente le encomiendo de veras el cuidado de su salud y la del padre Blatiron» (SV III, 171).
Delicada y tierna amistad tanto para Luisa de Marillac como para Juana de Chantal, ternura para sus cohermanos y sus amigos; he aquí Vicente de Paúl tal como es: un gran sensible, capaz de afecto, de ternura y de amistad. Descubrirlo así abre nuevos horizontes, horizontes verdaderos sobre su maravillosa caridad con los Pobres. Este carácter del Fundador ha marcado profundamente sus fundaciones. Sin embargo, se ha hablado mucho en nuestras comunidades de la modestia, de la prudencia, de la conducta, de las amistades particulares, del desprendimiento de la familia, etc., y ciertamente san Vicente habló de ello. Pero no se ha insistido y no se insiste aun bastante sobre lo que dice, por ejemplo, de la cordialidad.
«La cordialidad, propiamente hablando, es el efecto de la caridad que se tiene en el corazón, de forma que dos personas que tienen en su corazón esa caridad mutua, que ha puesto allí el amor, lo demuestra también entre sí… Cuando una hermana tiene amor a otra hermana, se lo demuestra en sus palabras. Esto se llama cordialidad, esto, una exultación del corazón por la que se demuestra que uno está muy contento de estar con otra persona… La cordialidad es una alegría que se siente en el corazón y que se refleja en el rostro… En tercer lugar, también se demuestra la cordialidad con palabras amistosas… Obrar de esta manera es un testimonio por el que se demuestra que se siente cordialidad en el corazón mediante cierto gozo que se experimenta en nuestro interior y que nos hace poner una cara amable y graciosa cuando se habla con una hermana o con otras personas… Eso se llama cordialidad, que es un efecto de la caridad; de forma que si la caridad fuera una manzana, la cordialidad sería su color. Veis a veces a algunas personas que tienen un aspecto sonrosado que las hace hermosas y agradables. Pues bien, si la manzana fuese la caridad, su color sería la cordialidad» (SV IX-2, 1037).
Sí, Vicente de Paúl fue muy sensible, y lo fue hasta su muerte. Es evidente que esto ha contribuido a modelar el estilo de relación y de vida de su Comunidad. Además es sintomático que para hablar de las Comunidades locales, el Señor Vicente emplea muy a menudo el término «familia», cuando por ejemplo, escribía a los superiores, les pedía noticias… de su «pequeña familia».
Su pragmatismo, o aún, su disponibilidad
En la creación y fundación de su Comunidad, evidentemente no debemos representar a Vicente de Paúl encerrado en su habitación, sentado ante una mesa, teniendo a su derecha los últimos documentos del Concilio de Trento, a su izquierda las Constituciones de algunas Órdenes religiosas femeninas existentes en la época y componiendo las reglas que tenía previsto presentar a Margarita Naseau, Bárbara Angiboust, Marie Joly o alguna otra Hermana. Para el Señor Vicente todo parte de la vida, del acontecimiento, de la experiencia, según una fórmula que utilizaba para concluir la carta del 5 de agosto de 1642 a Bernard Codoing, superior en Roma: «Tal es mi fé y tal es mi experiencia.» (SV II, 236).
Seguramente es esta una frase clave, es decir, un principio que nos permite entrar en lo más secreto de su personalidad y de sus fundaciones. Vicente de Paúl no fue un teórico. Más bien se parecería a estos profetas del Antiguo Testamento que leían los acontecimientos, que encontraban a Dios y su acción en la Historia. Dios habla y se manifiesta en el acontecimiento. Se manifestó en Gannes-Folleville, en Chátillon-les-Dombes, en el encuentro con Luisa de Marillac, con Margarita Naseau. Vicente ve el acontecimiento, lo contempla, lo analiza y da una respuesta.
Esto supone que siempre será muy dificil entrar en una fundación vicenciana, entrar por ejemplo en la comprensión de su Comunidad y de su espíritu, a partir de principios, reglamentos y estructuras, porque no es esta la ruta que tomó su fundador. Esto hubiera sido contrario a su psicología, a su tipo de hombre y de santo. Las formulaciones, las estructuraciones, los reglamentos han existido siempre en él, muy posteriores a la experiencia y a la vida. No porque no le diese ninguna importancia: Dios sabe cuántas veces recordará la regla. Pero para él, la vida, el acontecimiento, la experiencia eran las primeras y siempre prioritarias. Así escribe al Señor Portail el 14 de febrero de 1648: «Me parece que los señores administradores tienen el deseo de manejarlo todo. Cuando vuelvan a hablarle de las reglas del hospital, dígales, como si fuera idea suya, que es norma de los que Dios utiliza para la fundación de obras santas y nuevas ir retrasando todo lo que pueden el reglamento de las mismas, ya que la experiencia demuestra que lo que al principio es hacedero luego a veces es perjudicial o tropieza con inconvenientes desagradables; que por eso algunas comunidades sólo hicieron sus constituciones cien años más tarde, como los cartujos…» (SV III, 250).
Es preciso escuchar la vida, respetarla, interpretarla. Siguiendo la historia de sus orígenes, vamos a ver cómo san Vicente siguió este principio y cómo su Comunidad, su estilo, fueron sugeridos por los acontecimientos, sobre todo por las llamadas de los pobres. Así, constituida al ritmo de la experiencia y en el centro mismo de los acontecimientos, su Comunidad se encontró adaptada, con toda naturalidad, a las necesidades de los pobres de su tiempo.
Este ha sido un flash sobre el hombre Vicente de Paúl. Por desgracia un flash demasiado rápido. Créanme que me gustaría hablarles más ampliamente. ¿Qué sabemos del Señor Vicente? Y por lo tanto un conocimiento más profundo de su personalidad y su recorrido sería útil para que sus hijos e hijas se conocieran mejor a sí mismos, se identificaran y se situaran más exactamente en el mundo y en la Iglesia de hoy. Estudiar a san Vicente no como lo hace un historiador que se centra en el pasado, sino como un hijo o una hija que para identificarse quiere reflexionar con lucidez en su relación con el padre; una relación que no tiene nada de alienante, sino por el contrario, se revela profundamente liberadora.
II. Nacimiento de una comunidad
El estudio rápido de la personalidad de Vicente de Paúl nos ha abierto ya algunos horizontes sobre su Comunidad: el campesino, el gascón, el pobre, el gran sensible, el atento al acontecimiento… todas estas características, han influido en ustedes. Sobre todo la última, como vamos a ver, siguiendo las etapas de su fundación. Estoy casi seguro que después
de haber caminado un poco con Vicente de Paúl, de 1617 a 1633, llegarán a la misma conclusión que Vicente: «Puede decirse realmente que es Dios quien ha hecho vuestra Compañía. Yo pensaba hoy en ello y me decía:
«¿Eres tú el que ha pensado en hacer una Compañía de Hijas? ¡Ni mucho menos! ¿Es la señorita Le Gras? Tampoco». Yo no he pensado nunca en ello, os lo puedo decir de verdad. ¿Quién ha tenido entonces la idea de formar en la iglesia de Dios una Compañía de mujeres y de Hijas de la Caridad en traje seglar? Esto no hubiese parecido posible. Tampoco he pensado nunca en las de las parroquias. Os puedo decir que ha sido Dios, y no yo.» (SV IX-1, 201).
Sin embargo, con frecuencia no vemos en estos acentos de sinceridad más que un ejemplo de humildad. Es horrible esta manía de moralizarlo todo. No, no es humildad, es la fe. Es la evidencia de haber encontrado la acción de Dios en los acontecimientos. ¿Estos acontecimientos? Véanlos… y juzguen.
1. Chatillon-Les-Dombes (20 de agosto de 1617)
De ahí surgió su Comunidad, con su espíritu, su originalidad, su acción e incluso sus estructuras. Verán, en primer lugar, cómo el acontecimiento Vicente de Paúl lo vive intensamente, con su rica personalidad. Antes de ser concebida su Comunidad, Chátillon fue una etapa determinante en el camino personal de Vicente de Paúl; una respuesta y una luz para su alma angustiada.
Recuerden, de 1581 a 1595, Vicente está con su familia. En 1595 comienza sus estudios; es orientado hacia el sacerdocio, que entonces era la única «carrera» accesible a los pobres. Quien dude de ello, que lea de nuevo la carta de febrero de 1610, de Vicente a su madre. Su objetivo está expresado con claridad: «… me concederá pronto el medio de obtener un honesto retiro, para emplear el resto de mis días junto a usted» (SV I, 88). Vicente no tiene más que 29 años. Capellán en la Corte de la Reina Margot, adquiere una abadía, creyendo que era muy rentable pero todo se complica, las pruebas en todos los ámbitos se suceden y se acumulan.
En primer lugar, sueña con llegar a ser Oratoriano, luego es Párroco de Clichy y por último se convierta en preceptor en la familia de los Gondi. Por otra parte, tiene tremendas tentaciones contra la fe que le sumergen en la oscuridad. Es en estas circunstancias como el 25 de enero de 1617 un acontecimiento le revela a Dios: Gannes-Follevil le. Personalmente reacciona bastante poco; es la Señora de Gondi la que lo empuja. Luego, progresivamente, comprende y decide dejar el honesto retiro que conoce. Entonces se escapa a Chátillon-les-Dombes, para incorporarse a una parroquia rural, en la que tendrá el contacto diario con los pobres del campo.
Lleva allí solamente tres semanas cuando ocurre un segundo acontecimiento provocado por una familia enferma, aislada y abandonada. Esta vez, Vicente reacciona enseguida y por sí mismo. Desde el 25 de enero y el sermón de Folleville ha reflexionado: ahora está preparado para leer e interpretar el acontecimiento.
Esto ocurre el 20 de agosto de 1617. Tres días más tarde (¿quién dijo que Vicente era un hombre lento?), se funda la primera Cofradía para responder a la llamada de los pobres. Una Cofradía que ejercerá la caridad a domicilio; idea revolucionaria que impulsará el nacimiento de su Comunidad. Una Cofradía de ocho asociadas, que se dan a Dios para el servicio de los pobres, lo que es otro elemento, sobre el hablaremos más tarde. Una Cofradía que atenderá los servicios, corporal y espiritualmente; dos adverbios que, serán característicos para ustedes. Por último, una Cofradía de personas que encontrarán al mismo Jesucristo en los pobres, conforme a la afirmación evangélica de Mateo XXV, 40: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.»
Todos estos puntos son esenciales para ustedes, les definen y se encuentran ya en los dos primeros reglamentos de Chátillon: el del 23 de agosto de 1617 (SV XII, 146), y el de noviembre de 1617 (SV X, 574-588).
Así el 20 de agosto de 1617, el Señor Vicente leyendo el acontecimiento que Dios le envía, encuentra un sentido a su vida de sacerdote. Finalizan la oscuridad y las angustias: servir a los pobres y a Jesucristo en los pobres, es lo que en adelante será su vida.
El 20 de agosto de 1617, no piensa por nada del mundo en las Hijas de la Caridad y sin embargo todo lo esencial está ya presente. Ninguna idea preconcebida, ni plan de conjunto, sino sencillamente un acontecimiento leído e interpretado, una respuesta al interrogante propuesto por una situación de pobreza, una respuesta a una llamada de Dios.
2. Encuentro con Luisa de Marillac
A finales de 1617, cediendo a las presiones desconsoladas de la Señora de Gondi, el Señor Vicente vuelve a casa de los Gondi. Pero no vuelve como preceptor sino como misionero. Recorre los pueblos, predica misiones y constituye Cofradías de la Caridad. Hacia 1624 una dama le pide que sea su director de conciencia. Está angustiada, un poco complicada y centrada en sus problemas personales y familiares. Tampoco piensa para nada en las Hijas de la Caridad.
Es interesante leer la maravillosa correspondencia intercambiada entre Luisa de Marillac, perdida en sus problemas y su inquieto director de conciencia.
En las respuestas que le dirige, el Señor Vicente comienza por hablarle, ciertamente, de los problemas que ella afronta. Luego, poco a poco, le habla de las misiones que emprende y de sus encuentros con los pobres. A partir de 1627, le pide pequeños servicios: cuatro camisas (SV I, 101-102), dos pobres jóvenes (SV I, 106-107), doce camisas (SV I, 108)… Progresivamente Luisa de Marillac sale de sí misma interesándose por los pobres.
En mayo de 1629, sin que Vicente de Paúl ni Luisa de Marillac lo sospechen, toman un giro decisivo: Vicente pide a su dirigida que ella misma realice la visita a las Cofradías de la Caridad diseminadas en las tierras de los Gondi. Es el famoso primer sello azul, o carta de envío: «Vaya, pues, señorita, en nombre de Nuestro Señor. Ruego a su divina bondad que ella le acompañe, que sea ella su consuelo en el camino, su sombra contra el ardor del sol, el amparo de la lluvia y del frío, lecho blando en su cansancio, fuerza en su trabajo y que, finalmente, la devuelva con perfecta salud y llena de obras buenas» (SV I, 135).
Aunque sólo se lo diga a medias, en el pensamiento de Vicente, Luisa de Marillac se ha convertido completamente en la primera responsable, la Visitadora de las Cofradías: un paso importante hacia la fundación de la Compañía de las Hijas de la Caridad.
3. La cofradía de San Salvador (1629)
En provincia, se multiplican rápidamente las Cofradías y funcionan bien. (cf. SV X, 569-570). Luego, un nuevo paso interesante hacia la fundación de la Compañía: ¡París lo quiere! Se funda una primera Cofradía en la parroquia de San Salvador, una segunda en San Nicolás de Chardonnet, parroquia de Luisa de Marillac, que es elegida priora de la Cofradía. Es entonces cuando los acontecimientos se precipitan. Escuchemos al Señor Vicente contar esta etapa parisina:
«Las damas de San Salvador fundaron la Compañía de la Caridad en su parroquia; servían ellas mismas a los pobres, les llevaban el puchero, los remedios y todo lo demás; y como la mayor parten eran distinguidas y tenían marido y familia, muchas veces les resultaba molesto llevar aquella olla, de forma que esto les repugnaba y hablaban entre sí de buscar algunas criadas que lo hiciesen en su lugar» (SV IX-1, 416). Encontramos aquí la primera alusión a las futuras Hijas de la Caridad: «algunas criadas que lo hiciesen en su lugar». No proviene ni del Señor Vicente ni de Luisa de Marillac, sino de las damas de San Salvador que… ¡»les resultaba molesto llevar aquella olla»!
Como pueden constatar, ninguna idea preconcebida, ningún plan, sino los acontecimientos que se encadenan providencialmente desde Chátillon; la primera Cofradía, el encuentro con Luisa de Marillac, la multiplicación de las Cofradías, el envío de Luisa para visitarlas y finalmente, una reacción de desaliento por parte de las damas de San Salvador nos conducen al año 1630.
4. La iniciativa de Margarita Naseau
Respecto a Margarita Naseau, el Señor Vicente se expresa así: «Esta buena joven, al oír hablar de este proyecto, deseó que la ocupasen en él y fuera recibida por las damas» (SV IX-1, 416). La situación era clara: «las damas hablaban entre sí de buscar algunas criadas que lo hiciesen en su lugar»; fue el primer tiempo. Segundo tiempo: «y esta buena joven deseó que la ocupasen en este empleo».
Este testimonio del Señor Vicente devuelve la iniciativa a Margarita Naseau. Oye hablar del proyecto de las damas y expresa el deseo de responder al mismo.
Esta iniciativa es la pieza clave de la fundación: el acontecimiento mayor. No es sorprendente que el Señor Vicente haya considerado a Margarita Naseau como «la primera Hija de la Caridad,» (SV IX-1, 89), incluso aunque muriera antes de la fundación de la Compañía.
Las damas no hacían más que pedir la ayuda a algunas sirvientas que sin duda serían remuneradas por realizar un oficio y es así como nace una vocación desinteresada, porque allí donde no se pensaba más que en el ejercicio de una profesión, Margarita Naseau impuso la realidad mística de una vocación. Gracias a ella lo que hubiera podido ser un deteriora- miento de la Cofradía, llega a ser un progreso considerable. Margarita en definitiva, no es más que una sirvienta, pero ella se presenta como una sirvienta voluntaria que se entrega a Dios para el servicio de los pobres. Encarna el prototipo providencial de la Hija de la Caridad que progresivamente llevará a Vicente de Paúl y a Luisa de Marillac a la idea de una Comunidad específica.
5. La intuición de la señorita Le Gras
Para conocer la sucesión de los acontecimientos, nos basta con conocer tres textos que se completan y se esclarecen:
- SV IX-1, 541: «Resultó tan bien la experiencia de esta pobre joven, que pidieron otras que vinieran a presentarse e hicieron lo mismo.»
- SV IX-1, 416: «Las de las otras parroquias de Paris hicieron lo mismo y me pidieron que, si era posible, les .proporcionase algunas.»
- SV IX-1, 90: «Atrajo a otras jóvenes, a las que había ayudado a desprenderse de todas las vanidades y a abrazar la vida devota.»
Estos tres testimonios subrayan el papel determinante de Margarita Naseau. Las damas piden otras sirvientas, Margarita las atrae; se presentan, se las recibe y se las envía a las diferentes parroquias de París.
Durante este tiempo, Luisa de Marillac continúa sus visitas y rápidamente, acontecimiento que no se conoce demasiado, decide llevar con ella, a la Cofradía de San Nicolás, a Margarita Naseau (SV IX-1, 233). Sin ninguna duda, el tiempo que pasaron juntas en la misma parroquia, fue esencial para la continuidad de los acontecimientos. Vivir con Margarita Naseau y verla servir a los pobres, debió ayudar a Luisa de Marillac a reflexionar, a proyectar, a imaginar y tal vez ya, a desear.
Visitando las Cofradías, encuentra aquí o allá, algunas aldeanas dispersadas en las parroquias de Paris. Quién, Luisa o Margarita, dijo la primera: ¿por qué no reunirnos de vez en cuando? Probablemente de una idea lanzada así un día, es como nació la Compañía de las Hijas de la Caridad,
El mismo Señor Vicente lo cuenta: «Se fundó luego una Caridad en San-Nicolás de Chardonet, luego en San Benito, donde había algunas buenas mujeres, a las que Dios les dio tal bendición, que desde entonces comenzaron a unirse y a juntarse casi sin darse cuenta.»
Observen las expresiones:
- desde entonces, es decir, «desde 1630…»
- «comenzaron a unirse y a juntarse»: es esta una evocación a una gestión espontánea, que corresponde a un deseo muy natural…
- «casi sin darse cuenta»: parece ser que el mismo Señor Vicente no se apercibe, al menos al comienzo. (SV IX-1, 203).
Sea como sea, es este el primer indicio de Comunidad, refiriéndose a la historia de su Compañía: «comenzaron a unirse…». De una idea lanzada (¿por quién?), las aldeanas empleadas en las Cofradías parisinas, se reúnen de vez en cuando. Y ¿dónde? Probablemente en casa de la Señorita Le Gras.
Así pues su Comunidad no es el resultado de un proyecto. Surge de la espontaneidad de la vida, puesto que se trataba de algunas jóvenes que tenían el mismo compromiso y que sentían la necesidad de encontrarse para hablar de ello.
El grupo se reunía alrededor de una animadora. Luisa de Marillac aparece, en efecto, como el líder necesario para este tipo de experiencia comunitaria espontánea. Es esto tan cierto, que en 1631, después de varias reuniones de este tipo informal, el Señor Vicente escribe a Luisa de Marillac: «En cuanto a lo otro, le ruego de una vez para siempre que no piense en ello, hasta que Nuestro Señor haga ver lo que El quiere…Usted busca convertirse en sierva de esas pobres muchachas y Dios quiere que sea sierva suya …» (SV I, 175).
¡Texto significativo! La Visitadora de las Cofradías se siente cada vez más atraída por este grupo de jóvenes en las que se conserva el espíritu de Chátillon, y el Señor Vicente parece tener prisa. Sin duda es, sobre todo, porque está preocupado por la dirección general de las Cofradías, que se multiplican por todas partes y cuenta para esta dirección con Luisa de Marillac. Ella, más intuitiva, observa cómo vive Margarita Naseau; en varias ocasiones ha intercambiado con estas jóvenes y permanece persuadida de que es en ellas, en quien descansa el futuro de los pobres… Sin embargo continúa cumpliendo su rol de Visitadora de Cofradías y prosigue sus visitas durante dos años, manteniendo las reuniones… ¡imperceptiblemente!
En mayo de 1633, el Señor Vicente escribe a Luisa de Marillac: «…y en relación con el asunto que lleva entre manos, todavía no tengo el corazón bastante iluminado ante Dios por una dificultad que me impide ver si es ésa la voluntad de su divina Majestad…» (SV I, 251). Nos acercamos a una solución, pero hay aun un obstáculo.
Tres meses más tarde, otra carta: «Creo que su ángel bueno ha hecho lo que me indicaba en la que me escribió. Hace cuatro o cinco días que ha comunicado con el mío a propósito de la Caridad de sus hijas; pues es cierto que me ha sugerido con frecuencia el recuerdo y que he pensado seriamente en esa buena obra; ya hablaremos de ella, con la ayuda de Dios, el viernes o el sábado» (SV I, 265).
Y el 29 de noviembre de 1633, el Señor Vicente estima que ha llegado el momento: Luisa de Marillac se convierte por fin en «la sirviente de estas pobres jóvenes».
Esta es la magnífica historia de sus orígenes, repleta de espontaneidad. No crean que a partir de este 29 de noviembre de 1633 el ritmo cambia y que no se tratará más que de una Institución religiosa en la que todo estará previsto, dosificado, calculado. Este no era el estilo del Señor Vicente ni de su Comunidad. Para darse cuenta de ello, basta con volver a leer la hermosa conferencia del 31 de julio de 1634 (SV IX-1, 21-32) o el reglamento de 1645 (SV X, 689-221). El Señor Vicente permanece siempre en la línea y la lógica de sus orígenes: las Hijas de la Caridad son siervas y en primer lugar siervas de los pobres. Son, pues, ellos los que mandan y la Institución permanecerá siempre a su servicio, se adaptará a sus llamadas y a sus necesidades. De ahí, el estilo de vida, de vivienda, de vestido… que, según el Señor Vicente, eran inéditos e inconcebibles en la Iglesia.
Es tiempo de concluir. Debía hablarles de la comunidad en las Hijas de la Caridad, en definitiva de una Institución. Sin embargo, hasta aquí, no he hablado más que de un hombre y de una historia. ¿Habré dejado de lado el tema? No creo. Comenzar como lo hemos hecho, de Vicente de Paúl y de los acontecimientos, les ha permitido, me parece, entrar en el tema al estilo del Señor Vicente.
Antes de ser el origen de una fundación, Chátillon fue una etapa determinante de una vida, de una salida de sí mismo y de un equilibrio que se ha construido en un don total a los pobres. Era necesario, en primer lugar, comulgar con un hombre, con su descubrimiento y con su conversión. Después, no ha habido más que una maravillosa cadena de acontecimientos: la Cofradía de Chátillon, las Cofradías de las tierras de los Gondi, la progresiva entrada en escena de Luisa de Marillac, la primera Cofradía parisina, las dificultades de las damas, la iniciativa de Margarita Naseau, su ejemplo contagioso, la rápida y tenaz intuición de Luisa de Marillac, los dos años de reuniones informales casi imperceptibles y por último, el 29 de noviembre de 1633.
Nacieron así; su Comunidad salió de ahí, no de proyectos bien elaborados, de planes preconcebidos, sino de la vida, de la personalidad y del recorrido del Señor Vicente (Chátillon y las Cofradías), de la iniciativa de Margarita Naseau y de la intuición de Luisa de Marillac: lo que supone tres fundadores, sin que se pueda decir quién ha jugado la función más determinante Nacieron de estas reuniones informales y espontáneas; nacieron de los encuentros e intercambios entre Margarita, Bárbara y Marie Joly, independientemente de todas las estructuras y de todas las directivas. Lo que es seguro e iluminador para comprender su Comunidad es que sus tres fundadores coincidieron, en la causa y el entorno en un punto común: el servicio de Jesucristo en la persona de los pobres. Este fue el motivo de la fundación de las Cofradías desde Chátillon; este fue el motivo del compromiso de Luisa de Marillac en las Cofradías, este fue el motivo de la iniciativa de Margarita Naseau en la parroquia de San Salvador. Es este el punto común que vamos a profundizar, porque es el que ha dado a su Comunidad su característica naturaleza de Comunidad apostólica.
III. Una agrupación apostólica
Generalmente, para estudiar la calidad «apostólica» de un grupo o para juzgar su valor apostólico, hoy se empieza por interesarse en su inserción y por interrogarse sobre el en y el con. ¿Cómo se sitúa este grupo y hasta donde se integra en la Iglesia, en la única pastoral de la Iglesia o del sector? etc. Esta es la primera cuestión y el primer test.
Seguidamente viene la segunda pregunta y el segundo test. ¿Cómo y hasta donde –esta agrupación trabaja y vive con los demás, en el único proyecto pastoral? Con frecuencia nos quedamos aquí, y se piensa o se declara que tal comunidad es apostólica porque tiene su lugar en la pastoral de conjunto y porque trabaja y vive auténticamente con los demás; con los militantes, todos los militantes y todos los elementos activos de un sector por ejemplo. Es así como consideramos hoy sin dificultad, como necesariamente apostólica tal comunidad, por el mero hecho de que viva en una vivienda de protección oficial, de que participa en las reuniones de barrio o de militantes… de que está en armonía más o menos profunda con todos los demás; mientras que se cuestionará esta cualidad de Comunidad apostólica, a una comunidad que vive en un hospital o en una escuela.
En tales juicios hay mucho de verdad, pero también de falso, de ilusión; y hoy es necesario un cierto coraje para decirlo o recordarlo.
Ciertamente no se puede ser apostólico sin estar en, en la Iglesia. Sólo la Iglesia es apostólica; sólo ella ha recibido la misión de anunciar a Jesucristo, y es solo en la medida en que se está en la Iglesia, como se participa de su carácter apostólico.
No se puede ser apostólico sin estar con, con el Obispo y todos los que están comprometidos en la Iglesia local o en un sector. Todo esto es claro, y bastará para quien dude, con leer de nuevo los textos del Vaticano II. Pero lo que con frecuencia se escapa es que, para estar auténticamente en y con, para las Hijas de la Caridad es importante que, en primer lugar, sean ellas mismas, y lo sean juntas, para constituir una Comunidad/Comunión; sin olvidar, ciertamente, ser al mismo tiempo una Comunidad/Para. Solamente entonces merecerán verdaderamente la denominación «Agrupación Apostólica».
A) Una comunidad «Comunión»
El recuerdo histórico de sus orígenes nos ha mostrado a Vicente de Paúl pasando de la idea de una Comunidad entre nosotras a la de una Comunidad para, y desplazando así el centro de la realidad comunitaria del interior hacia el exterior. Parafraseando una expresión ya conocida, podríamos decir que para Vicente de Paúl, en la comunidad no se contempla a hombres o mujeres, sino a hombres o mujeres que juntos miran en la misma dirección, hacia los pobres: «por eso os ha puesto juntas y os ha asociado Dios, que por eso Dios ha hecho vuestra Compañía». Lo que es esencial está expresado en SV IX-1, 497: «Si os pregunta qué sois, si sois religiosas, le diréis que no,… Decidle que sois unas pobres Hijas de la Caridad, que os habéis entregado a Dios para el servicio a los pobres».
Vamos a intentar profundizar esta característica esencial de la Comunidad de las Hijas de la Caridad pero reconociendo, en primer lugar, que muchos malentendidos y tensiones pueden proceder de discrepancias a este nivel; diferencias tanto más graves cuanto que tal vez sea ahí donde se sitúa lo esencial.
Como lo ha hecho su Fundador, para comprender y vivir en su Comunidad es indispensable ir del entre nosotros al para. Es necesario pasar de la dicotomía (Comunidad por un lado…Actividad por el otro) a la unidad, es decir a una Comunidad para el servicio, en el que todo se concibe y se vive para este fin. Está ahí el fundamento profundo de la calidad apostólica de una comunidad de Hijas de la Caridad.
Hoy se habla mucho de una crisis de identidad y demasiado a menudo se piensa que para ser auténticamente con, hay que llegar a ser o ser como. Para un sacerdote, por ejemplo, estar con los hombres en profundidad, sería convertirse como ellos (trabajo, vivienda, hogar, etc…). Sé que las motivaciones son complejas y matizadas, y no evoco aquí más que una tendencia bastante extendida para situar bien nuestro problema. Igualmente, para una Hija de la Caridad, estar auténticamente con los militantes de un sector o el personal de un hospital, exigiría que se llegue a ser, cada vez más, como ellos.
Así, después de un largo período en el que los estados de vida, las escalas jerárquicas, los Institutos y las funciones disfrutaban insistiendo en lo que las diversificaba y les distinguía, se ha llegado a otro, en el que es todo lo contrario, se tiende a atenuar y a relativizar las diferencias, al beneficio de la acción común. En nombre de una misma pastoral para los unos o de un mismo combate para los otros, se llegará bastante fácilmente a confundir, como en los buenos viejos tiempos, unidad y uniformidad.
La uniformidad, al menos cuando es mal comprendida y con frecuencia ha sido este el caso, es ser como: con las menos diferencias posibles; parecerse al máximo en el modo de vivir, vestirse, alimentarse, rezar, etc.
Por el contrario la unidad es SER UNO MISMO y ESTAR CON. Es evidentemente mucho más difícil, pero mucho más rico.
Es con su personalidad de Hijas de la Caridad como hay que entrar en la pastoral de la Iglesia, con los sacerdotes, los laicos, los militantes, las religiosas y todos los que se comprometen en la salvación del mundo y la liberación de los hombres. Colaborar, es darse por entero al servicio de los demás, al servicio de los pobres. Digo bien: por entero, su personalidad, su vocación, su carisma…
Lo que acabo de decir para las personas, vale también para toda comunidad. Una comunidad de Hijas de la Caridad para ser apostólica, deber estar con todos, y particularmente con los que se comprometen por los pobres. Debe estar en la Iglesia y en su pastoral. Pero, para estar auténticamente con y en, debe SER ELLA MISMA y SER ELLA MISMA JUNTAS.
Esto quiere decir que su Comunidad está constituida, en primer lugar, por la comunión consciente en lo que es esencial para su vocación de Hijas de la Caridad. Vamos a ver de nuevo bajo el aspecto comunitario, lo que se ha recordado referente al individuo. La Comunidad es una comunión a una misma consagración…a una misma relación a los pobres…a una misma mística de servicio.
1. Comunión a una misma consagración
Y digo bien: a una misma consagración. Puede ocurrir, en efecto, que haya dos modos de concebir y vivir la consagración en las Hijas de la Caridad. Esta discrepancia fundamental puede tener graves repercusiones, no sólo a nivel de la armonía fraterna, sino también sobre la imagen que la Comunidad da de ella misma y la manera como ella se sitúa en el mundo.
¿Consagración o Servicio? frecuentemente, es así como se aborda el problema. Decir, por ejemplo, que conviene dar un lugar prioritario al servicio, se percibe a veces como un rechazo, o al menos como una atenuación y un poner en tela de juicio la consagración, los votos, la vida espiritual, la oración… Es, digamos con una cierta exageración, hacer pasar al activismo antes que la oración y al hombre antes que a Dios.
¿Qué encontramos de esto en los escritos y en la conducta de san Vicente? En primer lugar es indiscutible que desde la época de Margarita Naseau, las Hijas de la Caridad siempre se han entregada totalmente a Dios. Entendámonos bien: no digo que las Hijas de la Caridad siempre han pronunciado los votos. Estos los hacen las religiosas y no son los que hacen las Hijas de la Caridad.
No tenemos tiempo para insistir en este punto. Pero lo que no puede ignorarse, es que desde los orígenes, para ser Hija de la Caridad era necesario darse totalmente a Dios: «ser Hija de la Caridad es amar a nuestro Señor con ternura y constancia» (SV IX-1, 534). Su identidad se inscribe, en primer lugar, en esta relación a Jesucristo; su Comunidad es, en principio, una fe compartida y un don total vividos conjuntamente. Esto debe ser para los que les rodean, testimonio y anuncio de Jesucristo. Dentro de un instante diremos que, en la lógica de su consagración y de su vocación, las comunidades no deberían, de ningún modo, parecerse a conventos. Al contrario, deben aparecer como agrupaciones de creyentes, células de fe en Jesucristo. Es necesario que aquellos entre los que viven les vean y sepan que son Hijas de la Caridad por amor de Dios: «Hijas de la Caridad, es decir Hijas de Dios».
Por lo que constatan que la relación a Dios y el don total a Jesucristo son esenciales en su vocación como fundamentos de su Comunidad, y es evidente que esta relación debe profundizarse y expresarse en la oración. Pero según san Vicente, la consagración de la Hija de la Caridad a Dios tiene esta particularidad: que es para el servicio de los pobres. Y este para cambia todo, orienta y unifica todo. Es este el enlace entre consagración y servicio. Recuerden su carta de identidad: «pobres jóvenes entregadas a Dios para el servicio de los pobres».
San Vicente no dice: jóvenes que se entregan a Dios y que sirven a los pobres…como si hubiera distinguido la consagración del servicio, no, une los dos porque en su pensamiento y en su voluntad se trata de un mismo impulso y de un mismo movimiento. Ciertamente que nos damos a Dios, pero nos damos a Dios para servir a los pobres. Se trata de una consagración orientada, con un fin, apostólica. Observen que todo esto lo viven incluso sin formularlo. Basta con preguntar a una Hija de la Caridad si entró en Comunidad por Dios o por los pobres…. para ponerla en un compromiso; lo que para mí es el signo de que están siempre en la línea de su carta de identidad.
Sin embargo una tentación ha amenazado y amenazará siempre su Comunidad: la de sustituir inconscientemente el «para» por el «y». El «para» pone deliberadamente el centro de la Comunidad en el exterior, en medio de los pobres, mientras que el «y» hace de la Comunidad una realidad en sí misma, un absoluto, un entre nosotros exterior a la vida apostólica.
Créanme, no se trata de un juego de palabras. Se trata de dos ópticas totalmente diferentes, de las que una, la del Y, si se impusiera, no tardaría en amenazar la unidad de las Hijas de la Caridad. En efecto, existiría la tendencia a hacer de la Comunidad, un lugar de repliegue, celosamente preservado; otro mundo muy distinto y separado del lugar del servicio; separado a veces hasta tal punto, que pasando del servicio a la Comunidad, se siente una especie de desdoblamiento de la personalidad que da la impresión de llegar a ser religiosa.
Y sin embargo, la Comunidad no puede considerarse corno el lugar de la consagración, mientras que el servicio se encontraría en otra parte. Para ustedes la Comunidad es el lugar de la consagración para el servicio. El servicio y los pobres deben permanecer en el centro de la Comunidad; ellos son la razón de ser de la Comunidad: «por eso os ha puesto juntas y os ha asociado Dios, por eso Dios ha hecho vuestra Compañía» (SV IX-1, 125).
Están juntas, son una Comunidad para el servicio de los pobres. Cierto, entregadas totalmente a Dios y consagradas…pero para. Este es un primer fundamento de toda Comunidad de Hijas de la Caridad. Y, cuando digo, comunión en una misma consagración, quiere decir comunión al para, unanimidad en esta óptica típicamente vicenciana. Esta unanimidad debe, evidentemente, traslucirse incluso en el estilo de sus Comunidades; debe ser visible de todos y sobre todo de los pobres. Estos últimos deben darse cuenta de que la Comunidad no es una ciudadela, un mundo secreto e inaccesible, sino el lugar de encuentro de sus siervas. No puedo entrar en detalles, pero ustedes saben bien que el para que les caracteriza, debe manifestarse y expresarse de mil maneras; en sus actitudes, sus reflejos, sus mentalidades e incluso a un nivel más material, en la disposición y el acondicionamiento de sus locales. Aquí podríamos reflexionar sobre un acontecimiento de apariencia insignificante evocado en el Consejo del 28 de junio de 1646, el primero de la Compañía. ¡Se trataba del acondicionamiento de un recibidor en la Casa Madre! (SV X 731-742).
2. Comunión en una misma relación con los pobres
Toda Comunidad de Hijas de la Caridad debe caracterizarse por una misma relación con los pobres. Cuando el Señor Vicente habla de los pobres a las Hijas de la Caridad, regularmente están presentes en su dis curso tres palabras, un adjetivo y dos adverbios: todos, por todas partes y verdaderamente. Quiere hablar de todos los pobres, por todas partes donde estén, pero sólo de los verdaderamente pobres. Vamos a tomar de nuevo cada una de estas palabras y subrayar la repercusión que deben tener en el servicio de sus Comunidades y hasta en su estilo de vida.
Una Comunidad en relación a TODOS los pobres
Ya conocen el texto de base, que se encuentra en SV X-2, 740: «… Las hermanas del Hotel-Dieu trabajan primero en su propia perfección y luego asisten a los enfermos, lo cual en cierto modo es hacer lo mismo que vosotras. Pero ellas no tienen regla que les obligue a asistir en general a todo el mundo, esto es, a todos los pobres, mientras que vosotras debéis, sin excepción alguna de personas ni lugares, estar siempre dispuestas a ejercer la caridad. Dios os ha escogido para esto…».
El texto es claro y san Vicente les recuerda muy a menudo esta primera característica de su relación con los pobres. Una Comunidad de Hijas de la Caridad es una Comunidad para todos los pobres, sin excepción. Esta universalidad de mirada, de preocupación, de proyecto y de la acogida es esencial a toda Comunidad de Hijas de la Caridad. Es cierto que, desde la época de Vicente de Paúl, cada comunidad local ha tenido su rostro propio, su especialización profesional o pastoral (hospitales, escuelas, dispensarios, etc…). Mucho más, las Comunidades están con frecuencia marcadas por el medio de vida en el que están insertas: mundo obrero, mundo rural, barrio. Además hemos visto cómo las primeras Hijas de la Caridad estaban también insertadas en San Salvador o en San Benito, veintinueve días sobre treinta. Pero no sería bueno que una especialización llegase a perjudicar el universalismo de la mirada y la acogida para todos los pobres. Ya sea campesino, obrero, marginado, discapacitado, anciano, preso o niño…cualquier pobre debe sentirse atendido por una Comunidad de Hijas de la Caridad, cualquiera que sea la especialización. La sociedad en la que vivimos es a menudo cerrada, dura e intolerante. Sin ser neutra y desvinculada, una Comunidad de Hijas de la Caridad debe, sin embargo, salvaguardar celosamente su disponibilidad universal para todos los pobres: «… vosotras debéis, sin excepción alguna de personas ni lugares, estar siempre dispuestas a ejercer la caridad. Dios os ha escogido para esto…». Es al nivel de este universalismo como deberán reconocerse «Comunidades / hermanas», una que está muy comprometida en el mundo obrero y una Comunidad de hospital o de escuela, por ejemplo. Qué importa el servicio, con tal que se trate de pobres y de verdaderamente pobres.
Una Comunidad en relación con los pobres POR TODAS PARTES
«Las de la plaza Real tienen como fin principal asistir a las pobres mujeres enfermas que reciben, no a los hombres; y como son ésas sus reglas, creen que consiguen su salvación observándolas. Pero vosotras, mis queridas hermanas, os habéis entregado principalmente a Dios para vivir como buenas cristianas, para ser buenas hijas de la Caridad, para trabajar en las virtudes propias de vuestro fin, para asistir a los pobres enfermos, no en una casa solamente, como las del Hótel-Dieu, sino en todas partes como Nuestro Señor, que no hacía distinción alguna, pues asistía a todos los que recurrían a él» (SV IX-2, 749).
¡Por todas partes! En este adverbio, tan frecuentemente empleado por el Señor Vicente, está incluida la idea de movimiento, el eco de la experiencia de Chátillon y de una caridad llevada al domicilio…Nacieron ustedes de esta caridad en movimiento, que no espera que los pobres vengan, sino que van a sus casas: son las siervas la que tienen que desplazarse.
Podría hacerse un estudio interesante en los escritos de san Vicente sobre un tema como este referente a las Hijas de la Caridad: la Hija de la Caridad y los verbos IR y VENIR. Es curioso señalar que cuando el Señor Vicente imagina o describe a una Hija de la Caridad en la calle, lleva siempre algo a la espalda o a pulso: «Una Hija de la Caridad está siempre en medio del mundo… la mayor parte del tiempo fuera de casa y en medio del mundo» (SV IX-2, 1010, 1175). «Pero no hay nadie que se mueva entre el mundo como las Hijas de la Caridad… Hermanas que van y vienen…»
Comprenderán bien que al ser concebida así su vida, debe influir en sus Comunidades: unas Comunidades inventadas para el movimiento, para el «desorden», para los imprevistos y las urgencias. No una Comunidad en la que uno se instala, sino una Comunidad de la que se parte hacia los pobres: una base de salida, un trampolín, una colmena, la pista de despegue del servicio. ¡Por supuesto, tampoco un vestíbulo de estación! Pues, más que otras, la Hija de la Caridad necesita un lugar para recuperar fuerzas físicas, morales y espirituales. Sienten que se trata, sobre todo, de una mentalidad, de una óptica y digámoslo, de una espiritualidad; pero de una espiritualidad que debe traducirse en un estilo de vida, en una jerarquía de valores y casi también en la organización material. Una Comunidad concebida para el movimiento…
Una Comunidad en relación con los VERDADERAMENTE pobres
¿Recuerdan la respuesta de Sor Margarita MOREAU a la reina de Polonia que la quería para su servicio?: «Señora, ¿qué es lo que decís? Las tres estamos para servir a los pobres, pero en vuestro reino tenéis otras muchas personas más capaces que nosotras para servir a Vuestra Majestad. Permítanos, señora, que hagamos aquí lo que Dios quiere de nosotras… Dios nos ha llamado para servir a los pobres» (SV IX-1, 530). Esta respuesta, que fue la admiración del Señor Vicente, las Comunidades de Hijas de la Caridad de hoy tienen y tendrán que decirla cada vez más: Permítanos Monseñor, o Señor Vicario episcopal, o Señor Capellán de sector…., hacer aquí lo que Dios pide de nosotras: «servir a los pobres». Universalismo, he dicho anteriormente, pero un universalismo en una exclusividad. Universalismo: todos los pobres. Y el Señor Vicente precisaba: solamente los verdaderamente pobres. Sobre este criterio, es necesario que haya comunión y unanimidad para que exista una verdadera Comunidad de Hijas de la Caridad. Que tal Comunidad esté comprometida en el mundo obrero, en el mundo rural, en un hospital y en una escuela, esto no deberá disminuir la unidad. En tiempos de san Vicente y desde los orígenes, hubo así en la Comunidad, un pluralismo cada vez más amplio en las opciones. Por el contrario, las tensiones y los desequilibrios amenazarán la unidad en cuanto nos alejemos de los verdaderamente pobres. Esta predilección y esta exclusividad constituirán entre ustedes un signo natural de agradecimiento, y es así como dos Hijas de la Caridad se reconocerán entre ellas; es así también, como el mundo las reconocerá.
Cierto que existen las exigencias de la pastoral de conjunto, las urgencias del sector, las prioridades o las suplencias que hay que asegurar. Sin embargo, no se puede aceptar, incluso provisionalmente, renegarse a sí mismo ni disminuir lo que es esencial a la vocación.
El gran riesgo de la inserción pastoral, es la nivelación. Lo que quiere decir que en un sector, cada uno puede ser indiferentemente llamado a tal responsabilidad o a tal compromiso cualquiera que sea su carisma, en función solamente de las urgencias y prioridades del sector o de la diócesis. Es entonces cuando las comunidades necesitan el coraje de Margarita Moreau o de Bárbara Angiboust: «Permítanos, señora, que hagamos aquí lo que Dios quiere de nosotras».
Esta valentía debe cuidarse incluso en el seno de cada Comunidad en una revisión constante de los compromisos y de las actividades de cada miembro, en una atmósfera de lucidez y sinceridad, que apartará la tentación demasiado fácil de justificar el statu quo. El pensamiento y la preocupación de los verdaderamente pobres deben ser una obsesión comunitaria, una preocupación compartida y en permanencia; así será rápidamente una gracia de conversión.
Acabamos de analizar la relación específica, identificadora y unificadora de la Hija de la Caridad con los pobres: todos, por todas partes, verdaderamente. Más que por los usos y estructuras, es por la comunión en estas convicciones fundamentales como se construye, se sitúa y se desarrolla plenamente una Comunidad de Hijas de la Caridad al estilo de san Vicente.
3. Comunión en una misma mística de servicio
Es este el tercer nivel de comunión: una misma mística de servicio. No es necesario subrayar la insistencia del Señor Vicente sobre este punto. Para él, la palabra sirvienta era el sinónimo más fiel y más completo de Hija de la Caridad. Margarita Naseau se comprometió como sirvienta en la Cofradía de San Salvador, con las condiciones de vida y de servicio, de todas las sirvientas de la época.
Igualmente lo fue para todas las que siguieron a Margarita Naseau. Las primeras Hijas de la Caridad no eran más que auténticas sirvientas, y esta situación, naturalmente, las situaba entre los pobres. No tuvieron que plantearse el problema de la inserción social o un modo de presencia entre los pobres: lo eran.
Dicho esto, el Señor Vicente dio a las Hijas de la Caridad una mística de servicio, que debe realizar también en profundidad la unidad de sus Comunidades.
Si procedemos como hemos hecho con el estudio de su relación específica con los pobres, igualmente podemos profundizar en esta mística del servicio, refiriéndonos a tres expresiones habituales en boca de Vicente de Paúl: «En la persona de…» «Sin embargo…» «corporal y espiritualmente». Cada uno de estos términos permite entrar en el centro mismo de su vocación.
«En la persona de…»
«Servís a Jesucristo en la persona de los pobres»: desde Chátillon, es la base de la gestión del señor Vicente. Es la convicción que anima a Margarita Naseau y es en torno a esta convicción como se edificó la primera Comunidad de Hijas de la Caridad.
El acontecimiento de Chátillon se vive e interpreta a la luz de Mateo 25, 31. Encontramos aquí el texto evangélico de base de la Comunidad; lo que caracteriza su espíritu, su espiritualidad. «Una hermana irá diez veces cada día a ver a los enfermos, y diez veces cada día encontrará en ellos a Dios». Vicente de Paúl está de tal modo convencido que se atreve a afirmar que al dejar la oración o la misa para ir a servir a los pobres, no se pierde nada…de tal modo pone realismo y verdad en la presencia de Jesucristo en el pobre.
La revisión de vida se convierte como en una cumbre del intercambio comunitario. Sería interesante mostrar cómo, coincide hoy con lo que quiso san Vicente y lo que vivieron las primeras comunidades de Hijas de la Caridad. Desgraciadamente, nuestros intercambios son, con demasiada frecuencia, superficiales. Ciertamente hemos aprendido a mirar lo real y no ha sido un lujo: ¿a qué pobres he encontrado? ¿Cuál es su situación familiar, profesional, social? ¿Qué valores viven? ¿Cuál es su combate? Así aprendimos a mirar y a recibir. Pero entre las Hijas de la Caridad una revisión de vida debe ir más lejos para alcanzar la mística vicenciana que debe animar a la Comunidad. ¿He sabido encontrar a Jesucristo en ellos? ¿Cómo? Es a este nivel de pregunta y de búsqueda como deben unirse en profundidad todos los miembros de una Comunidad. Los compromisos pueden ser diferentes entre una asistente social, una enfermera, una educadora, una Hermana mayor ocupándose del servicio de la puerta o de la cocina: pero la búsqueda y el encuentro de Jesucristo en el pobre son comunes a todas. Es a este nivel como la comunión será posible y eficaz entre ustedes.
En la expresión «en la persona de», se encuentra también subrayada la dimensión personal del pobre. No tenemos tiempo para desarrollar este aspecto. Sin embargo, quiero decirles que en nuestro mundo cada vez más socializado, en el que la justicia y la caridad toman cada vez más un aspecto administrativo, toda Comunidad de Hijas de la Caridad cualesquiera que sean sus compromisos, debería recordar sus orígenes. Porque en San Salvador y en las Caridades parisinas, la caridad de Jesucristo había perdido el contacto con las persona de los pobres, es por lo que Margarita Naseau y sus compañeras intervinieron y por lo que su Compañía nació. Cierto que no consiste en volver a los métodos pastorales y sociales del siglo XVII, ni incluso a los de hace 15 o 20 años. Pero la primera reivindicación de los pobres hoy (por ejemplo de los marginados), ¿no es, justamente, sentirse reconocidos como personas humanas? No olviden que deben figurar entre las más sensibles a la llamada de los pobres hoy.
«Sin embargo…»
«El servicio de los pobres tiene que preferirse siempre a todo lo demás». (SV IX-1, 208). Es esta una declaración típicamente vicenciana con relación al servicio. Este principio debe, también, evidentemente tener profundas repercusiones en sus Comunidades y en su estilo de vida. En primer lugar es conveniente que en la Comunidad, todas estén de acuerdo sobre esta prioridad y comulguen con la misma jerarquía de valores, bajo pena de tensiones endémicas y de conflictos frecuentes. Volvemos una vez más a lo que ya he dicho con relación a su Consagración. Si en una Comunidad hay Hijas de la Caridad que se han consagrado a Dios y sirven a los pobres, y hay otras que se han consagrado a Dios pero para el servicio de los pobres, no se llegará a la unanimidad sobre la jerarquía de valores. Unas situarán el servicio ante todo, mientras que las otras darán prioridad a la regularidad o las formas. Unas desearán un modo de vida concebido en función de los pobres y del servicio, mientras que las otras reclamaran un estilo más religioso o más conventual. Es cierto que san Vicente no perdía ocasión para recordar la observancia de la regla y con frecuencia, denunció el capricho, el egoísmo y la independencia. Pero no es menos cierto que para ustedes, puso a la cabeza de la jerarquía de valores, el servicio de los pobres, en función del que concibió y organizó sus Comunidades. Cuanto más tiempo les cueste adherirse a esta jerarquía de deberes, tanto más dificil les será llegar a una verdadera unidad y ofrecer el rostro vicenciano que hable a los pobres.
«Corporal y espiritualmente»
Estos dos adverbios designan un último nivel de comunión y de unanimidad para las Hijas de la Caridad, como también un último aspecto esencial de su mística de servicio. Continúa siendo un eco de Chátillon. Encontramos ya estos adverbios en la introducción del reglamento de la Cofradía en noviembre de 1617 (SV X, 574-588).
Nos hacemos hoy muchas preguntas sobre el servicio y sobre todo sobre el servicio corporal. Evidentemente, muchas cosas han evolucionado desde san Vicente y es cierto que algunos siglos de beneficencia un poco paternalista han afectado a las expresiones «servicio, servicio corporal» con un matiz peyorativo y anacrónico. Pero lo que es importante en Vicente de Paúl y continúa siendo hoy un deber para cada Comunidad de Hijas de la Caridad, es la síntesis de las dos preocupaciones: la corporal y la espiritual, o para decirlo con el lenguajes de sus Constituciones, la promoción humana y cristiana de los pobres, de todos los pobres y de todo el pobre.
Una Hija de la Caridad, cualquiera que sea su compromiso, su profesión y su inserción social o profesional, sigue siendo una obrera del Evangelio, una Hija de la Iglesia. Toda Comunidad de Hijas de la Caridad deber ser una célula de evangelización, el lugar en el que se hace cargo de la promoción del pobre en su totalidad, como una persona humana y como un hijo de Dios, preferido de Jesucristo. En la Comunidad, habrá sin duda quienes por su compromiso y su óptica estarán más preocupadas por la promoción humana y por el combate por el hombre; otras por su formación y sus convicciones, estarán más preocupadas por la salvación y la evangelización. Pero la implantación en su conjunto debería ser el lugar en el que gracias al intercambio y a la revisión, se rehace cada día la síntesis de Chátillon; una síntesis que es particularmente necesaria en la Iglesia de hoy.
Es preciso concluir. Para hablar de la Comunidad de las Hijas de la Caridad, no hemos comenzado ni de las estructuras ni de los principios, sino de un hombre: Vicente de Paúl, su personalidad, su recorrido y sus orígenes. Así hemos encontrado una Comunidad que imperceptiblemente ha surgido de la vida y del servicio de los pobres y se ha constituido en la vida y en función de los pobres y de su servicio. Nada sorprendente desde que su agrupación también se haya dirigido hacia el exterior y esté centrada también en los pobres. Para ustedes, la Comunidad no es, en primer lugar, el entre nosotras sino «el juntas PARA». Y para profundizar un poco este tipo particular de comunidad, nos hemos referido a la carta de identidad que les dio san Vicente: «Si os pregunta qué sois decid que sois unas pobres Hijas, que os habéis entregado a Dios para el servicio a los pobres.» Ciertamente, hablando de su Comunidad, no hay otra cuestión que los pobres. Estudiaremos ahora el aspecto del entre nosotras, es decir las relaciones, los intercambios en el interior de sus Comunidades, tal como los veía san Vicente; encontraremos cosas muy interesantes, a veces sorprendentes.
Sin embargo no lamento haber insistido tanto sobre su Comunidad considerada en relación al servicio de los pobres y para los pobres. Después de todo hay que comenzar siempre del centro y para ustedes el centro se encuentra en la persona de los pobres, es decir en Jesucristo en la persona de los pobres porque: «por eso os ha puesto juntas y os ha asociado Dios» (SV IX-1, 125).
B) Una comunidad «para»
Cuando se habla de Comunidad, de manera espontánea se piensa en primer lugar en una realidad de uso interno; tan interno que esto confina al misterio…Es todo lo que pasa detrás de la puerta «Comunidad»; puerta que, ciertamente, permanece cerrada.
Existen momentos de trabajo con los demás… de vida «entre nosotros»… existen los lugares reservados… más o menos accesibles a los «cristianos»… Hay pasos, responsabilidades, iniciativas, relaciones, reacciones de la Hija de la Caridad que sirve en el exterior…Y, las de la Hermana que sirve en la casa.
Es así como abordando la Comunidad se tiene frecuentemente la impresión de entrar en otro mundo, en otra vida y un poco junto a la vida… porque la Comunidad es un mundo, que no estará compuesto más que por Hijas de la Caridad. La comunidad: ¡es entre nosotras!
Ciertamente, El entre nosotros existe y debe existir. Ved la familia, la casa del obrero…tendremos ocasión de hablar de ello.
Pero para el Señor Vicente, esto no era lo primero. Además, abordar la Comunidad de este modo, es inevitablemente desnaturalizarla y no comprender nada.
Para san Vicente, la Comunidad no es nunca un absoluto: es un medio, privilegiado y necesario, para un mejor servicio de los pobres. No existe el «entre nosotros» más que porque están los pobres y su servicio: «Tenéis que pensar con frecuencia que vuestro principal negocio y lo que Dios os pide particularmente es que tengáis mucho cuidado en servir a los pobres, que son vuestros señores. Sí, hermanas mías, son nuestros amos. Por eso tenéis que tratarlos con mansedumbre y cordialidad, pensando que por eso os ha puesto juntas y os ha asociado Dios, que por eso Dios ha hecho vuestra Compañía» (SV IX-1, 125).
No se puede ser más claro: están juntas para servir a los pobres. Esta es la base vicenciana de su Comunidad y que debe encontrarse en su espíritu, sus reflejos, su mentalidad; en su comportamiento en Comunidad y hasta el acondicionamiento material de su implantación.
Vamos a tratar de ver rápidamente las exigencias y el estilo de tal Comunidad, así como la manera como deberían verse y percibirse del exterior teniendo en cuenta este «para».
Por supuesto, no se trata de transformar sus viviendas en asilos para los pobres, en centros de acogida o en una especie de casa del pueblo. No se encuentran en la vida de Vicente de Paúl este tipo de situaciones, más que en los momentos de grandes calamidades nacionales. Añadamos que esto se hacía sobre todo en la Comunidad de los Sacerdotes de la misión, ya que: entonces las Hijas de la Caridad ocupaban solamente cuartos de alquiler y una única casa. Además, reconozcamos que en el contexto social de hoy, tales iniciativas correrían el riesgo de ser juzgadas equívocas.
1.- Sus Comunidades son lugares en los que se encuentran Hermanas entregadas a Dios para el servicio de los pobres
Según el Señor Vicente, no podía haber una Hija de la Caridad que no hubiera hecho el don total. Fue una constancia desde la época de Margarita Naseau
2.- Su Comunidad es una realidad de fe, visible porque se vive, sin ser sin embargo un convento.
No porque haya que despreciar los conventos: son muy necesarios pero no son para ustedes. ¿Consagración? Si. ¿Consagración a Dios? evidentemente. Pero consagración «para». Y si la consagración debe vivirse y ser visible, el «para» también, debe vivirse y ser visible.
Ahora bien, una especie de dicotomía tiene siempre tendencia a operarse. El «para» no sería más que para las horas y los lugares de servicio; sería exterior a la Comunidad, convirtiéndose en el lugar y el tiempo de la consagración, el «convento» concebido para la perfección religiosa de sus miembros.
Desde este punto de vista, ustedes nacieron de una especie de reacción al comportamiento de las Damas. Desde entonces toda Comunidad de Hijas de la Caridad debe ser y aparecer como un signo de fe en Jesucristo, como el signo de un don total a Jesucristo, en el barrio donde está implantada. Lo que hace suponer que la Comunidad es un encuentro de creyentes, «de buenas cristianas», como decía Vicente: realidad de fe y realidad visible, sin ser ostentatoria ni zelota. «Hijas de la Caridad, es decir Hijas de Dios».
Que no se diga, sobre todo, que pongo en tela de juicio la consagración, salvo si se quiere hablar de consagración religiosa. Esta podría cambiar todo en una Comunidad de Hijas de la Caridad y hacerla irreconocible. Así tendería a hacer de la Comunidad un lugar de repliegue celosamente guardado, un mundo bien distinto, separado de los lugares de trabajo y de vida, donde verdaderamente a veces muy pocas cosas evocan el servicio de los pobres fuera, por ejemplo de la sala de Comunidad en la que destacan las fotos del Muy Honorable Padre y de la Muy Honorable Madre, y donde reina un orden, un vacío impresionantes. Ciertamente no hay que sacar conclusiones demasiado precipitadas de esta apariencia y encontrar sencillamente que es muy religiosa y un poco conventual. Sin embargo, este marco material puede influir en las mentalidades y los reflejos. Recuerden la historia del recibidor…
Sus Comunidades son lugares de encuentro, de Hermanas totalmente entregadas a Dios «para»; y este «para» debería ser lo que se siente ante todo cuando se entra en su casa.
3. Sus Comunidades están al servicio de los verdaderamente pobres; deben ser Comunidades de un universalismo en una exclusividad
«… Las Hermanas del Hótel-Dieu trabajan primero en su propia perfección y luego asisten a los enfermos, lo cual en cierto modo es hacer lo mismo que vosotras. Pero ellas no tienen regla que les obligue a asistir en general a todo el mundo, esto es, a todos los pobres, mientras que vosotras debéis, sin excepción alguna de personas ni lugares, estar siempre dispuestas a ejercer la caridad. Dios os ha escogido para esto…» (SV X-2, 740)
En tiempo de Vicente de Paúl esto era una evidencia. No se escogían sus pobres, se les servía a todos como eran: enfermos a domicilio o en hospital, niños expósitos o ancianos, soldados heridos o galeotes, etc… y esta extraordinaria polivalencia le encantaba a Vicente, que la contemplaba como la gracia de la Compañía: «…Así es como tenéis que estar dispuestas a servir a los pobres en todos los sitios adonde os envíen» (SV X-1, 749). Y a nivel local, deseaba por todas partes Comunidades polivalentes.
Las realidades sociales y pastorales ciertamente han cambiado y la especialización se ha convertido en una necesidad, tanto como la competencia. Los medios de vida se han tipificado y hay que tener en cuenta las leyes de inserción y sus exigencias en los barrios. Pero toda Comunidad de Hijas de la Caridad deberá siempre ser y parecer un signo para los pobres; ya sean minusválidos, presos, inmigrantes, campesinos, obreros, niños o ancianos. Este es un punto de revisión sobre el que cada una de sus Comunidades debería, de vez en cuando, interrogar e interrogarse, bajo pena de perder un aspecto esencial de su rostro vicenciano: el universalismo de la mirada y del corazón.
Pero universalismo en una exclusividad; lo que corresponde a la experiencia del Señor Vicente y a sus pasos solo hacia los verdaderamente pobres. Esto fue objeto de constantes llamadas al orden. En una carta a Sor Margarita Moreau, le aconsejaba incluso recordarlo a las damas: «Permítanos, señora, que hagamos aquí lo que Dios quiere de nosotras … Dios nos ha llamado para servir a los pobres» (SV IX-1, 530).
Hay en toda planificación y en toda inserción pastoral existe un riesgo de estandarización. ¿Qué es lo que primero debe contar para una Hija de la Caridad: las urgencias y las prioridades de una diócesis, de un sector, O BIEN las exigencias de un carisma?
Grande y dificil cuestión hoy, pero felizmente bastante sencillo en lo que les concierne. Para la Iglesia de Vaticano II: prioridad a los pobres. En tal contexto sería un poco fuerte que, una Comunidad de Hijas de la Caridad estuviese alejada pastoralmente de los pobres. Podría recoger siempre, si no los términos, por lo menos la observación hecha a Sor Margarita Moreau: «Dios nos ha llamado para servir a los pobres.»
4. Sus Comunidades deben ser igualmente Comunidades intermediarias
La originalidad de la Hija de la Caridad sobre la que puede que Vicente de Paúl haya insistido más ha sido su movilidad. Al salir del domicilio de Chátillon, han sido concebidas para el movimiento: «… cuando vais por la calle, así como también en la casa adonde se os envía a cuidar a los enfermos… Una hija de la Caridad está siempre en medio del mundo… (SV IX-2, 1009-1010)… «Tendrán presente que, como sus empleos les obligan a estar la mayor parte del tiempo fuera de casa y en medio del mundo, y aun a menudo solas, necesitan mayor perfección …» (SV IX-2, 1175)… «Que su compañía no es una congregación religiosa y que su casa no es un hospital de donde no haya que moverse, sino una asociación de mujeres que van y vienen continuamente para asistir a los pobres enfermos» (SV VII, 48)… «Las Hijas de la Caridad no son religiosas, sino hermanas que van y vienen como seglares…» (SV VIII, 226). Algunos lo han llamado: el tema de las calles o el cisma de la Hija de la Caridad.
Pueden comprender bien que con semejantes consignas queridas por el Fundador y con una vocación tan dinámica, la Comunidad de Hijas de la Caridad será más bien otra cosa que un convento instalado y en el que uno se refugia. Sería el momento de volver a tomar la conocida descripción: «… no tendrán por monasterio más que las casas de los enfermos, por capilla la iglesia de la parroquia, por claustro las calles de la ciudad o las salas de los hospitales…» Este es su convento y su claustro.
Su Comunidad debe concebirse mucho más como un intermediario, un alto entre dos carreras o dos salidas, que como un lugar y un tiempo de estabilidad, de instalación, de residencia. Su implantación debe ser una colmena, en la que entrarán y saldrán continuamente. Esta característica de la Comunidad-debe también influir en su mentalidad, en su ambiente, en sus reflejos y hasta en la organización y el acondicionamiento de los lugares.
5. Sus Comunidades deben salvaguardar lo prioritario
Un elemento esencial de la unidad de una Comunidad, es la unanimidad alrededor de una misma jerarquía de valores, un acuerdo profundo sobre este punto. Es igualmente lo que le da su rostro. Una Comunidad contemplativa por ejemplo, da prioridad a la alabanza y a la adoración, y esto debe verse, resentirse cuando se la conoce, mediante la percepción de una cierta calidad de recogimiento, silencio, de la ropa y los gestos litúrgicos.
En lo que se refiere a las Comunidades de Hijas de la Caridad, san Vicente en numerosas ocasiones ha especificado: «El servicio de los pobres tiene que preferirse siempre a todo lo demás» (cf. SV IX-1, 208) Y para que se comprendiera bien, bajaba con frecuencia al detalle de los ejemplos, recreándose en confrontar el deber de la oración y el servicio, el precepto dominical y el servicio, la necesidad del retiro anual y el servicio. Al hacer esto inculcaba a sus Comunidades la jerarquía de valores propia de las Hijas de la Caridad; la que absolutamente debe hacer la unanimidad en el interior de la Comunidad y darle el rostro que se verá desde fuera. La desdicha y el riesgo en la materia, está siempre en considerar no como un cuestionamiento sino como una falta de fe, el hecho de no poner en primera línea los valores clásicos.
Sin embargo, decir que el servicio es «primero», no quiere decir que la oración, la misa, la regularidad y el silencio son accesorios, secundarios o facultativos. Una Hija de la Caridad puede y debe ser mujer de oración, afirmando que el servicio debe ser siempre preferido a la oración. Esta elección, esta jerarquía de valores, no es sólo un principio o una teoría. Esto debe sentirse en una mentalidad y un ambiente de grupo; traicionarse a lo largo de los días por los reflejos, y manifestarse hasta en los diversos aspectos de la implantación. Tal vez es a este nivel como se forma sobre todo el rostro apostólico de sus Comunidades.
6.- Comunidades para la evangelización
Es esto todavía un punto de insistencia de san Vicente: el corporal y espiritualmente. Es la síntesis pastoral de Gannes y de Chátillon. Es una aproximación de todo el pobre. Pablo VI y Vaticano II han atraido la atención sobre todos los hombres y todo hombre. Vicente de Paúl, quería servir a todos los pobres y a todo el pobre.
En el siglo XVII, era una presentación bastante inédita y revolucionaria. Vicente era consciente de ello y lo hizo observar: «Por consiguiente tenéis que llevar a los pobres enfermos dos clases de comida: la corporal y la espiritual, esto es, decirles para su instrucción alguna buena palabra de vuestra oración, como serían cinco o seis palabras, para inducirles a que cumplan con sus deberes de cristianos y a practicar la paciencia. Dios os ha reservado para esto. Las historias eclesiásticas y prófanas no dicen que se haya hecho nunca nada de lo que vosotras hacéis; hay que exceptuar a nuestro Señor; por eso tenéis muchos motivos para humillaron» (SV IX-1, 534).
Y en otra parte: «En efecto, no sería hacer lo bastante por Dios y por el prójimo darles alimento y remedio a los pobres enfermos, si no se les ayudase según los designios de Dios en el servicio espiritual que les debemos. Cuando sirváis a los pobres de esta forma, seréis verdaderas Hijas de la Caridad, esto es, hijas de Dios, e imitaréis a Jesucristo» (SV IX-1, 73).
Una Comunidad que se oriente únicamente ya sea a la promoción, ya sea a la evangelización, correría el riesgo de deformar peligrosamente su rostro y comprometer su espíritu y su identidad. Lo que es importante y específico, es la manera como se une promoción y evangelización en el proyecto, en la preocupación y en el compromiso. Es así como debe situarse el objetivo de una búsqueda y de una revisión permanente: «Cuando sirváis a los pobres de esta firma, seréis verdaderas Hijas de la Caridad».
7.- Una Comunidad de sirvientas
Inútil recordar la cantidad de textos sobre este punto. «Sirvienta» lo hemos visto antes, era sinónimo de Hija de la Caridad. Hoy, la palabra ha perdido mucho de su primer significado e incluso podría ser ambiguo. En tiempo de Vicente de Paúl, ponía a la persona afectada en un lugar preciso de la escala social y creaba entre ellas y sus semejantes una verdadera solidaridad. Por el contrario con la palabra «damas», implicaba una relación estrecha con el pobre. La sirvienta no estaba por encima de los pobres; no sabía ni más ni mejor que ellos lo que les hacía falta; no era educadora, ni sobre todo bienhechora. Al contrario en relación a los pobres, de cualquier modo, la sirvienta se encontraba en un estado de dependencia.
Hoy igualmente, la Hija de la Caridad no está CON los pobres ni COMO los pobres. Está PARA ellos, lo que quiere decir sencillamente: a su servicio.
En san Vicente, existía una actitud dictada por el Reino y por la nueva concepción del hombre y del mundo, enseñada por Jesús en la montaña, en el sermón de las Bienaventuranzas (SV XI-4, 852-853).