Padres y muy queridos hermanos,2
La gracia de Nuestro Señor esté siempre con nosotros.
Cuando les escribí por primera vez, a usted y al Padre Ribeiro, sabía sólo de manera confusa que existía algún mal entendimiento entre las dos iglesias de Nan-tang y de Pet’ ang, y suponía que provenía de la diversidad en el carácter de dos naciones diferentes, más que de algún motivo lo bastante grave como para herir notablemente la caridad, la primera de las virtudes: por eso, en las cartas, he invocado mi edad, yo que soy mucho mayor que ustedes, para exhortarles a quitar, por ambas partes, aquellos obstáculos que impedirían el mantenimiento de la caridad entre ustedes. Desde entonces, el Padre Lamiot, para tranquilidad de su conciencia, me consultó sobre varios puntos que afligían su corazón y que le hacían temer por su salud. Su angustioso estado me impresionó y, aunque sólo sea en la víspera de mi muerte, he pensado que sería bueno emplear, por así decirlo, el último soplo de vida en restablecer, si puedo, sólidamente la paz entre ustedes.
El Padre Lamiot pensaba en recurrir a los superiores mayores. Pero al reflexionar que se trataba de lo mío y de lo tuyo, palabra fría que decía san Juan Cristóstomo, es decir, de bienes temporales a los que renunciaría con gusto el Padre Lamiot, si él fuera dueño y no simple depositario, pensé yo que valía mucho más intentar por mi mediación arreglarlo entre nosotros, en silencio, sin ruido, sin recurso a los superiores, por el temor de convertirnos en tema de burla o hasta de escándalo para los extraños y los laicos, si llegara a su conocimiento que unos sacerdotes andan en pleitos, a propósito de intereses que recomiendan a los demás despreciar, y aun abandonar, con objeto de adquirir las riquezas eternas. Como sólo la caridad, es decir el amor de Dios y del prójimo, me mueve a escribirles, les ruego que me lean con la misma caridad.
A punto de comparecer ante el temible Juez, ¿cómo podría yo obedecer a otro espíritu que no fuera el de caridad?
1° Ustedes creen, dice el Padre Lamiot, tener algún derecho de propiedad sobre la iglesia de Pet’ang: muestren, se lo ruego, su título a este derecho. Es en efecto de notoriedad pública que esta casa fue fundada a favor de los Jesuitas franceses, bajo el reinado de K’anghi; que fue dotada por las liberalidades de este emperador y de las del rey de Francia, con aprobación del Soberano Pontífice, sin que el rey de Portugal contribuyese en nada a esta fundación.
Más tarde, al faltar los Jesuitas, el Soberano Pontífice, en virtud del derecho que posee sobre los bienes vacantes de la Iglesia, transfirió los derechos de los Jesuitas a nuestra Congregación, de manera que otorgó los bienes y derechos de los Jesuitas portugueses a los Misioneros (Vicencianos) portugueses y los de los Jesuitas franceses a los Misioneros franceses.
Los derechos son, pues, iguales para unos y para otros: como la casa de Pet’ang no tiene ningún derecho ni pretensión alguna sobre la casa, los bienes y los derechos de la iglesia de Nant’ang, lo propio sucede con la casa de Nant’ang respecto a la de Pet’ang; así pues todo atentado contra los derechos de la casa de Pet’ang es una violación grave de los derechos ajenos… Por el bien de la paz, manifiesten ante el Padre Lamiot que no tienen ninguna pretensión sobre esa casa, confiada a su gobierno.
2° Tiempo atrás, a la hora de la muerte, el Padre Villa,3 hombre de buena fama, dispuso4 por escrito de sus bienes patrimoniales en favor de la casa de Pet’ang; ahora bien, todo miembro de la Congregación, según nuestras Reglas, tiene derecho a disponer de sus bienes personales. Este testamento o legado en favor de obras pías, según todos los teólogos, urge con preferencia a todos los legados gratuitos, y estos bienes, ya inmediatamente disponibles, no son de ligero valor. ¿Cómo pues no se ejecutó? ¿Cómo, al diferir sin cesar la ejecución de este testamento, la casa de Nant’ang, o la de Macao, puede estar con la conciencia tranquila? Cumplir pues lo antes posible con esta grave obligación, que grava la conciencia de los superiores actuales, y todo irá bien.
3° El Padre Ly, según relación del Padre Lamiot, por propia autoridad y sin pedir el parecer a los superiores, se lleva de la casa de Pet’ang libros y varios objetos de un precio considerable, y los transporta a la casa de Nant’ang, como prestados o donados, no lo sé. Reprendido con razón por su superior, se va sin permiso a vivir con ustedes. Con ello cometió ciertamente una falta contra nuestros hermanos de comunidad y, lo que es peor y lo saben bien, faltó a la justicia. Faltó a la sumisión debida al superior, que exige, si ha caído en falta, que pida humildemente perdón, y si es inocente que sufra pacientemente la humillación, como, según la enseñanza unánime de los teólogos, el que es injustamente excomulgado debe guardarse de caer en la arrogancia, que le merecería el ser castigado con una justa excomunión. De inmediato, obraron bien recibiéndole con bondad: pero pasado algún tiempo, habría entrado dentro del buen orden que el Padre Ly, acompañado de un Padre de Nant’ang, fuera enviado, con todos los objetos sustraídos, a la casa de Pet’ang, para reconciliarse con su superior, como un hijo fugitivo es devuelto a casa de su padre, para reconciliarse con él. Porque el Padre Ly es un hermano de la casa de Pet’ ang, donde emitió los santos votos, que le crean la grave obligación de obedecer a su superior legítimo. Sustraerse a la autoridad de éste para ir a otro lugar es, dicen los teólogos, cometer un robo, el robo de su propia persona.
4° El Padre Richenet,5 Procurador francés para los franceses, envió un buen número de objetos para la iglesia de Pet’ang, como está expresamente indicado en una carta que me dirigió. Si ustedes hubieran querido algún objeto de estos, el Padre Lamiot habría accedido sin duda con gusto a sus deseos. Pero de ninguna manera adivino con qué título se quedan ustedes con casi todo contra la voluntad y el parecer del legítimo propietario. Cierto que no será en virtud del derecho del Patronato, que, si se lo apura hasta este punto, dejaría desiertas las misiones de China.
Pet’ang, con igual derecho la casa de Pet’ang tiene la propiedad de los objetos de Nant’ang. Si niegan una cosa, por necesidad hay que negar la otra. Piénsenlo y juzguen delante de Dios.
Con ocasión del proceso que tuvo lugar ante el tribunal de Sing-pu,6 el Padre Lamiot se ofreció a pagar todos los gastos que ustedes juzgaran necesarios, a condición de que se le entregaran las cuentas exactas del legítimo empleo de estos desembolsos. Al cabo de prolongado retraso, llegaron por fin estas cuentas, pero, redactadas para deslumbrar, parecieron absurdas y, según el rumor general, gravando a la casa de Pet’ang más allá de lo debido. No obstante, Pet’ang lo pagó todo, no sin repugnancia en cuanto a los intereses, que juzgaba eran reclamados injustamente. Y en efecto, aun en el foro externo, sólo está obligado a pagar intereses aquel que se retrasa en el pago, pero son ustedes quienes se retrasaron en exigirlo; si hubieran ustedes entregado las cuentas antes, él habría pagado antes. Hay que imputar pues este retraso no a él, sino a ustedes: pues quien no se retrasa no es culpable, y eliminado el título del retraso, examinen ahora si, según los principios de los juristas, que en esta materia son los mismos que los de los teólogos, tienen algún otro título justo para exigir el pago de estos intereses. (Si es así), como mediador pacífico, haré justicia a su demanda. En caso contrario, el Padre Lamiot queda lesionado en su derecho a reclamar la restitución de estos intereses. En cuanto a los gastos, abstracción hecha de los intereses, no le queda al Padre Lamiot otra cosa que hacer más que remitirse a la conciencia de ustedes; y a ustedes meditar estas palabras del Espíritu Santo: El hombre ve las apariencias, Dios penetra el corazón.
6° El Padre Lamiot, privado de libertad por mi culpa, no ha sido por ello despojado de la dignidad de superior. Yo mismo, aunque cargado de cadenas desde hace cuatro meses, ejerzo todavía mi cargo de superior y de pro-administrador, pero si llego a faltar, por mi muerte o salida de China, he designado al Padre Song, con el asentimiento del Padre Lamiot, lo mismo que, en el ínterim el Padre Lamiot ha designado al Padre Hue7 director de la casa de Pet’ang. Si fuera necesario retirar de la casa dinero, papeles, o ciertos objetos (que pudieran poner esa casa en peligro), se habría podido avisar y consultar al Padre Lamiot. Pero ustedes, sin consultarle, han actuado en la casa de Pet’ang como si se les hubiera conferido el superiorato ipso facto, y después e haber recibido o cogido las llaves, lo han rebuscado todo, y sustraído el dinero y todo lo que les ha parecido bien, según dicen. Pero como la caridad no es mal pensada, prefiero presumir que no se han llevado estas cosas más que para salvarlas de un incendio inminente y restituirlas más tarde a su dueño. Acepten, se lo ruego, de mi parte este excelente consejo, por el cual luego de apagada toda querella, volverá a ustedes una paz sólida. Cuando el Padre Lamiot esté de regreso, ríndanle, como es de justicia, cuentas exactas de todo lo hecho en Pet’ang durante su ausencia. Si se trata de dinero, muéstrenle cómo lo han gastado todo por él en usos legítimos, y si queda una suma sin gastar, devuélvansela. Sobre los objetos, muebles o inmuebles, como los contratos, restitúyanselos de igual modo, sin duda no como al propietario, sino al dispensador legítimo, único a quien pertenece la administración, así como el gobierno de las personas que componen su casa.
Proclamo por fin, en nombre del Padre Lamiot, que si él les ha perjudicado en algo, está dispuesto a devolvérselo todo hasta el último céntimo. Por lo demás, pase lo que pase al Padre Lamiot, ya muera o ya regrese a su patria, no olviden que los bienes de la iglesia de Pet’ang no están abandonados, y que por lo tanto no les es lícito disponer de ellos a su gusto, sino que pertenecen a pesar de todo a la misión francesa, a la que el Soberano Pontífice confió los bienes de los Jesuitas de Pet’ang. Y mientras el Soberano Pontífice no disponga otra cosa sobre estos bienes, nuestro Superior General tiene el derecho, con la ayuda de Dios, de nombrar (en Pet’ang) un superior legítimo.
Mientras tanto, es decir, mientras esta casa de Pet’ang está como vacante, es caridad de ustedes, por no decir su deber, llevar esa casa como buenos padres de familia, no disponiendo de ninguno de sus bienes en propio provecho, (prestos a) dar al César lo que pertenece al César, como dan fielmente a Dios lo que pertenece a Dios.
Abrahán dijo una vez a su sobrino: «Que no haya disputa entre nosotros, porque somos hermanos». Yo diré a mi vez a sus iglesias: Sois hermanas, que la paz esté en medio de vosotras. Hace largos años vuestro patrimonio se repartió equitativamente entre vosotras. Que la iglesia menor de Pet’ ang no apetezca la parte de su hermana mayor, la iglesia de Nant’ang; que de la misma forma la hermana mayor no ambicione la porción de su hermana menor, sino que la hermana mayor sostenga a la más joven a causa de su debilidad; así lo mismo que hay un solo Dios, una fe, un bautismo, las dos iglesias no serán más que una en el intercambio de benevolencia, atenciones y caridad recíproca. Si no escuchan mis ruegos, sus casas no tendrán fundamento en nuestro Señor Jesucristo, caerán una sobre otra y las dos serán destruidas, con gran daño de nuestra santa religión. Concluyo esta carta demasiado larga con las palabras de san Juan: «Dios es caridad y el que permanece en la caridad permanece en Dios, y Dios en él».
El Señor me es testigo de que lo que acabo de escribirles, con el corazón lleno de tristeza, no disminuye en nada el profundo respeto y la completa entrega en los que soy,
Padres,
Su muy humilde y muy obediente servidor Clet
P.S. Ya viva, o bien muera, me encomiendo a sus sacrificios y oraciones.8
- Monseñor Demimuid (p. 360) y el Padre Baros escriben que esta carta es del 31 de enero de 1820.
- CARTA 72. Casa Madre, copia (latín) (Baros n. 63).
- Cfr. Carta 9, nota 3.
- El Padre Baros mismo reconoce que esta línea de la copia es casi ilegible; que ha intentado restablecer el texto de modo comprensible. El Padre Baros no observó que, sin lugar a duda, es necesario D. antes de la palabra Villa, como acontece con los nombres propios de todos los misioneros que la carta menciona; aun así, y con el poco espacio disponible (en la copia de que nos servimos) para el comienzo de la línea, pensamos que el texto podría restablecerse como sigue: 2° Pero el Padre Villa, varón de buen recuerdo, dispuso, digo, por escrito… Poco importa la lectura que se adopte: el sentido del párrafo es lo bastante claro como para no dejar dudas sobre lo tratado.
- Cfr Carta 52, nota 1.
- El Ministerio de Justicia.
- Hue o Sué, Mateo, C.M., nació en la provincia de Chan-si en 1789. Entró en el Seminario Interno de Pekín el 8 de marzo de 1805, e hizo allí los votos el 9 de marzo de 1807; se ordenó sacerdote en 1809. Expulsado el Padre Lamiot de Pekín en 1819, le nombró superior de esa casa. Cuando Pet’ang fue cerrado en 1827, él se retiró a Nan-t’ang, de donde, no hallando seguridad, salió hacia Suen-hao-fu en 1829; desde aquí fue a Si-wan-tze, en Mongolia. En 1848 le fue encomendado el distrito de Suen-hao-fu, puesto que ocupó diez años. Murió en Mong-kia-fen el 29 de noviembre de 1860.
- Los Vicencianos de Nan-tang escribieron largas Explicaciones sobre todo este asunto; no se ve en ellas la menor inculpación de, o amargura contra el Padre Clet, al cual nombran sólo con el respeto más afectuoso; en ningún momento presumen hacerle el reproche de haber creído a las imputaciones del Padre Lamiot, que él no tenía medio de controlar. En estas Explicaciones se ve asimismo cómo habían llegado a los portugueses las dos primeras cartas del Bienaventurado, cartas repletas de agradecimiento hacia ellos (Demimuid, o. c., p. 365).