Régis Clet, Carta 63: A Luis Lamiot, C.M., En Pekín

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Author: Francisco Régis Clet .
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Hacia marzo de 18191

Padre y muy querido superior,

Acabamos de soportar una terrible tempestad que a pesar de mi vejez me ha forzado a dejar Hu-Qang y a enviarle bien a pesar suyo y el mío al Padre Ho.

Nuestra primera cruz es la muerte del Padre Dumazel, en Chang­tsin-hien, quien se ha’ visto asistido en sus últimos momentos por el Padre Song. Pienso que el buen Dios ha querido ahorrar a su gran sen­sibilidad el dolor de ver la devastación espiritual y corporal de nues­tras cristiandades de Ku-tching.

Nuestra segunda cruz es la captura del Padre Chen: ha sido vendi­do por un nuevo Judas en 20.000 denarios a algunos pretorianos y gru­pos canallas que abundan en China, conocidos con el nombre de Hong­kuei.2 Ha sido conducido a Ku-tching, de allí a Utchang-fu con 15 ó 18 cristianos, apresados casi al mismo tiempo. Su suerte no está todavía definida.

Este es el origen de la persecución que acabamos de soportar, y que comenzó los primeros días de la primera luna del presente año.3

Un pagano, conocido de todos por ser un mal tipo, que me acusó hace de 7 u 8 arios y no recibió otra recompensa que veinte bofetadas, ha tomado este año un camino más eficaz; ha quemado su casa y ha acusado de ello a dos familias diciendo que yo las he instigado a ello; también lo ha hecho con el Padre Ho y el Padre Ngai.4 Este último huyó desde el primer momento sin decir palabra a Chang-tsing-hien.

Esta absurda calumnia ha recibido crédito en el pretorio; la captura del Padre Chen, que tuvo lugar pocos días después, ha envenenado el asunto. El mandarín mandó a más de 200 pretorianos a nuestra resi­dencia un domingo en el momento de la celebración de la fiesta. El Padre Ho se encontraba solo, le hicieron desalojar rápido. Devastaron la casa, quemaron maletas y armarios, se llevaron cuanto quisieron y se marcharon.

Esta persecución no habría tenido grandes consecuencias si sólo el mandarín civil se hubiera metido en este negocio; pero el mandarín militar quiso tomar parte en ella aunque no fuera de su competencia. Envió en diversas ocasiones a 200 ó 300 soldados para buscar a este Sy-yang-gin;5 puso precio a mi cabeza y prometió 5.000 taéls y el botón a quien me prendiera. La avidez de una bicoca tan grande puso en actividad a los pretorianos, a los soldados, a los Hong-qoei, a los paganos del vecindario y hasta a algunos malos cristianos, que se pusieron a registrar las casas, las chozas, las grutas, las cavernas y todos los subterráneos conocidos.

Este registro policial fue tan escrupuloso que duró casi un mes, pero non est sapientia, non est prudentia contra Dominum. El Padre Ho y yo recorrimos no sé cuántos antros y cavernas que no eran visitadas hasta que nosotros habíamos salido para ir a un lugar más seguro. No puedo dejar de reconocer y admirar la influencia de la divina Providencia que, sin milagros, nos advirtió de forma parecida, si no milagrosa, que salié­ramos lo antes posible de una caverna subterránea, de diez pies de pro­fundidad donde me creía seguro; hacía once días que vivía allí, cuan­do al ponerse el sol mi compañero de ermita trepó hasta un pequeño agujero por donde se veía el camino En ese instante oyó a un cami­nante que dijo en voz alta: «en esta caverna hay alguien escondido por­que la piedra que cierra la entrada está limpia». Consideramos estas palabras como un aviso del cielo; teníamos que quedarnos allí uno o dos días todavía, pero una vez llegada la noche cerrada, nos dimos prisa a emigrar, y al otro día por la mañana la caverna fue visitada por un Fouyé (oficial subalterno) en compañía de dos paganos.

Libres por la amable Providencia de un peligro tan inminente, se lo agradecí lo mejor que pude, y lleno de confianza en Dios empleé sin temor dos noches para salir de un país donde no podía estar por más tiempo sin temeridad y me embarqué para ir a Ho-nan, de donde tengo el honor de escribirle.

Los soldados enviados a nuestras montañas se han portado como verdaderos salteadores, devastando las casas, rompiendo muebles y robando gallinas, cerdos y cuanto no se había podido sustraer a su rapi­ña; deteniendo a cuantos hombres encontraban, los despojaban de sus ropas y los despachaban. Muchas familias, presas de no sé qué terror diabólico, fijaron el cartel de paganas. Otras muchas se vieron obliga­das por los paganos a enarbolarlo y no se atreven a romperlo por miedo a nuevas vejaciones.

Estos cristianos equivalentes a apóstatas han desembolsado canti­dad de dinero, mientras que la mayor parte de las familias que siguen fieles no han entregado ni un óbolo, excepto lo concertado que se iba a dar a los pretorianos para evitar su visita: lo que sin embargo no ha servido de nada, a causa de la cruel visita de los soldados.

Nosotros lo hemos perdido casi todo. Hemos huido con lo puesto. Se llevaron mi maleta de misa y la del Padre Chen, y nuestros libros chinos han sido llevados al pretorio, etc.

No puedo retener más al Padre Ho, que huyó antes que yo a Ho-nan. Su locura por ver al Emperador que, según él, le escuchará y permitirá la profesión pública de nuestra santa Religión, no se le quita de la cabe­za; habla de ello a todos los cristianos, y hasta me pide en una carta que apruebe su hermoso proyecto. Aparte de esta idea fija, todo está en orden. Es un hombre muy sensato, predica, confiesa, celebra la misa, pero se ha vuelto muy escrupuloso en la forma de los sacramento, lo que no puedo acabar de corregirle. Su carácter ha cambiado algo; antes era muy dulce; ahora se enfada de vez en cuando, se imagina que le des­precian, que no le tienen en consideración; conviene tratarle con dulzu­ra y bondad. Hay que apartarle de la puerta de Pé-tang para que, en un acceso de su locura, no se escape para ejecutar su proyecto, para reali­zar el cual, ha dicho alguna vez, sólo estaba obligado a obedecer a Dios.

Al recibir sus órdenes, yo había escrito al Padre Thin para que fuera a Kiang-sy, quien por suerte no recibió mi carta más que mucho des­pués. La muerte del Padre Dumazel me obligó a enviarle una contra­orden. Este suceso, la captura del Padre Chen, el regreso del Padre Ho, nos reduce a cuatro que no es demasiado para H. Q. Y yo, mientras espero regresar a nuestras montañas de Cu-tchin, asumo la administra­ción de Ho-nan. Mi salud aguanta a pesar de los reveses y de mi edad más que septuagenaria.

Sólo deseo de entre las cosas de aquí abajo un buen reloj como los que nos envió hace dos años; no había más que uno aceptable; los otros se adelantaban una hora al día, luego dos, después todos fueron presa de una fiebre intermitente que los llevó a la muerte.

Si tiene algo bueno en materia de relojes le ruego me lo mande, des­pués del dinero y de las píldoras rojas (ling-pao).

Mis diputados le darán cuenta de nuestras miserias, de las que están más al día que yo, y cuya fidelidad está a toda prueba: no ha sido poco lo que han pasado por nosotros, sobre todo Mo Francisco quien ha estado vigilando día y noche por mi conservación y la de nuestras cosas, que con todo han sido presa en su mayor parte de los soldados…

Contaba con enviarle a Liéu Martín con él, pero se ha visto obligado a ir a la metrópoli (a U-tchang-fu) para llevar auxilios al Padre Chen, que los pide con insistencia, como a nuestros demás encarcelados, para quie­nes quizá tengamos que pedir prestado. Por ello me he visto en la nece­sidad de enviarle a Kao-yang-tang que sólo ha consentido a condición de no dirigir la ruta; no entra en los gastos.

El mismo día de la partida yo y otros logramos convencer al Padre Ho de no ir por ahora a donde usted está, consintiendo en esperar su parecer. Espera sin embargo que consentirá en que vaya para el otoño.

Somos más que pobres, ya que vivimos de prestado. Y dirá: ¿cómo es eso? Hemos sido burlados por los jefes de los pretorianos. Desde un principio dimos 120 taéls esperando que así los cristianos gozarían de paz; pero la captura del padre Chen y la vejación del mandarín militar, la búsqueda escrupulosa del Europeo, lo ha echado todo a perder; desde entonces no he podido intervenir en nada. Pero mis consejeros dicen que, para el pretorio donde el Padre Chen y otros están encarce­lados, y para los que nos han ayudado con gran riesgo, el gasto extra­ordinario es al menos de 250 taéls.

Si el Padre Chen es exiliado lejos, necesitaremos darle 100 taéls de viático y también socorros para los otros encarcelados que tendrán lo más probable la misma suerte, sobre todo a 7 u 8, quienes sufren a causa de nosotros.

Hasta la fecha incierta de su partida para el destierro, hay que ayu­darlos en la prisión. Los 100 taéls empleados por el correo de Chen-sy corren peligro de perderse, ya que el correo murió el año pasado en Ho-nan. Envío dos palabras de mi carta a Monseñor, nuestro adminis­trador apostólico.

Vea si y cómo puede socorrernos.

En medio de este bandidaje, no sé qué ha sido del agua bautismal, así que suplico a Monseñor de Nan-king6 por medio de usted que nos envíe Santos Óleos y que me renueve las facultades ordinarias y extra­ordinarias, a saber: la de confirmar y de dispensar in dispari cultu, pre­cisando el tiempó que estos poderes deben durar, porque todos nues­tros papeles corren el riego de perderse.

Como nuestras cartas no están nada seguras, no me atrevo a multi­plicarlas.

Espero que me supla ante Monseñor de Nan-king7 para asegurarle, en mi nombre, mis homenajes más respetuosos, mi sumisión y mi afec­to sin reservas.

No se puede añadir nada a los sentimientos de sumisión, de respe­to y de afecto en los cuales tengo el honor de estar, Padre y muy que­rido superior…

Caso:

¿Se puede absolver a un cristiano en cuya casa han fijado los paga­nos, bien a su pesar, la tableta pagana y que no se atreve a romperla bajo la amenaza de acusarle?

Objetos deseados:

1°. Santos Óleos,

2°. Papel de aluminio blanco,

3°. Relojes, dos al menos,

4°. Varias onzas de píldoras rojas ling-pao, etc.

Además hay en caracteres chinos algunos objetos para algunos cris­tianos que han suministrado el viático del Padre Ho en su huida.

Necesito lunaciones chinas para el calendario de 3 ó 4 años y tam­bién del de la Pascua.

  1. CARTA 63. Casa Madre, original (Bazos n. 54).
  2. Para Hong-kuei, granujas, Mons. Demimuid (p. 310) y Mongesty (p. 163) escriben Houo­Hoei, bomberos. Esta identificación no es correcta. Es mejor conservar el sentido que el Padre Clet da a esta palabra. Se trata de Hon-hoei, una secta secreta, que en efecto se movía bastante en aquel tiempo. (Nota de R.P. Hermés Peeters, O. F.M.).
  3. La primera luna comenzó en 1819 el 26 de enero.
  4. Ngai Estanilao, C.M. nació en 1785 en Chang-tsin-pu (el Chang-tsin hsien de las cartas del Padre Clet), Yuen-yang fu (Hu-pé); fue recibido en el Seminario Interno en Pekín en 1810 e hizo los votos el 17 de febrero de 1812, y fue ordenado sacerdote en 1817 y enviado a Hu-pé. Cuando los Padres Paúles abandonaron Hu-pé en 1839 fue destinado a Ho-nan, desde donde fue a misionar varias veces a ICiang-nan. Murió en Wan-kia-hokeu (Koang-tcheu), Ho-nan, el 3 noviembre de 1849.
  5. Sy-yang-gin: este europeo, el Padre Clet.
  6. La administración eclesiástica de Ho-nan dependía del obispo de Nankín (cfr. nota si­guiente).
  7. Pires Pereda (Gaetano),, C.M., obispo, nacido en Cerdeira, cerca de Carvoero (Portugal) en 1763; fue recibido en el Seminario Interno de Lisboa. Llegó a Macao el 12 de agosto de 1804; y a Pekín en octubre del mismo año; consagrado obispo por Mons. Gouvéa en 1806. Nunca pudo tomar posesión de su diócesis, la que hizo administrar por medio de vicarios generales. Miembro del tribunal de matemáticas en enero de 1822. Administrador de la diócesis de Pekín en 1827. Murió el 2 de noviembre de 1838.

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