11 de junio de 18101
Padre y muy querido hermano,
¡La gracia de N. S. esté siempre con nosotros!
Era sin duda conveniente que yo contribuyera al regocijo de su corazón, dándole la muy grata nueva de la llegada de nuestro querido hermano el Padre Dumazel; pero la falta de ocasión propicia, la esperanza de su próximo regreso, una cierta dosis de pereza, todo ello ha concurrido a hacerme guardar silencio. Por lo demás, se le ha informado antes de que lo hiciera mi epístola, y de la manera más auténtica posible, y con tantas de circunstancias, que no las habría podido incluir una carta; así que ya no le diré más sobre este querido hermano, sino que le saluda con todo el afecto, a la espera impaciente de que tengamos el placer de verle en nuestra residencia, donde nos proponíamos vernos todos reunidos para pasar el tiempo de los grandes calores.
El Padre Chen está de vuelta; el Padre Ho llegará de Fang-hien dentro de diez días lo más tarde; yo me recogeré una vez acabada la visita de Chang-pe-yu-keú. ¡Cuánto no aumentaría usted nuestro gozo, si pudiese ser el 5° en nuestra comunidad! Pero nadie está obligado a lo imposible; si el cuidado que debe a su salud y a la administración de la cristiandad de He-tan-keú le retienen hasta después de los calores del verano, no tengo nada que objetar a esas razones.
Sí me he enterado de que estuvo usted indispuesto, pero ignoraba que su enfermedad fuera peligrosa y de larga duración. Sabiendo ahora el estado enfermizo o convaleciente en que está, me limito a rogarle que vuelva, cuando pueda hacerlo sin daño de su salud.
Si, donde usted está, los cristianos quieren comprar instrumentos de música, ruego no se mezcle en ello, como tampoco aquí queremos mezclarnos. En eso sólo vemos, mis hermanos de comunidad y yo, muchos inconvenientes y ninguna utilidad.
Me encargo de decir o hacer decir las misas de las que habla en la carta.
No me queda lugar sino para asegurarle de mi continuo afecto, respeto y saludos con que soy…