Lorient, 2 de abril de 17911
Querida hermana,
Ya estoy en Lorient hace algunos días. Llegué aquí felizmente y nuestra partida está fijada para hoy a las 11 h., si los vientos son favorables. Apenas me queda tiempo para respirar, de manera que te escribiré con toda brevedad. Por suerte no tengo nada nuevo que contarte sino volver a agradecerte las bondades para conmigo; recibirás cada año noticias mías en las que no faltarán detalles de mi situación. Cuando quieras contestarme, dirige las cartas al Padre Daudet quien te dará su dirección. No te voy a repetir que estoy muy contento con mi destino. No es que la naturaleza no reclame en mí sus derechos y que mi expatriación no me haga experimentar cierta sensibilidad, sino que creo que la Providencia ha hablado, y yo creo un deber obedecer sus órdenes. Dios lo quiere, esta es mi consigna. Tu misma nunca tuviste otra. Así verás este hecho como los otros que están marcados con el sello de la voluntad divina.
¿No te sirve de consuelo pensar que un hermano tuyo está destinado al ministerio apostólico? Ahí reside para mí la certidumbre más fuerte de mi predestinación. Ruega al Señor que me ayude a llevar a cabo su obra con la mayor fidelidad.
Renueva mis recuerdos a mis queridas hermanas y luego a mis hermanos cuando tengas la ocasión de escribirles. como a mis sobrinos y sobrinas y a mi cuñado. Pienso que no te olvidarás de dárselos a nuestro amigo señor Gigard, al señor y señorita Durand a quienes yo tampoco olvido.
No entro en más detalles: suple mi silencio. Quiero que me recuerden todos aquellos que nos conocen y se interesan por nosotros. Encomiéndame a las oraciones de mi tía y de mi hermana la carmelita y de toda la comunidad. Puedes estar segura de que, por lejos de ti que me encuentre, siempre estarás presente en mi corazón.
Clet, S.d.l.M.