Presentación de las misiones populares vicencianas

Francisco Javier Fernández ChentoMisiones popularesLeave a Comment

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Author: Luis María Martínez Sanjuan, C.M. .
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PeralLas misiones son nuestra vocación: por eso nos llamamos Congregación de la Misión, una vocación que nos lleva a «corresponder a los designios eternos que Dios tiene sobre nosotros». San Vicente lo dice con claridad: «Lo más importante de nuestra vocación es trabajar por la salvación de las pobres gentes del campo, y todo lo demás no es más que accesorio; pues no hubiéramos nunca trabajado con los ordenandos ni en los seminarios de eclesiásticos, si no hubiésemos juzgado que esto era necesario para mantener al pueblo y conservar el fruto que producen las misiones cuando hay buenos eclesiásticos» (SV XI, 55).

Pero no hay que recurrir sólo a la autoridad de san Vicente. Desde el principio, la tarea misionera, tal como en este blog vamos a concretar, es una tarea complementaria del trabajo evangelizador ordinario. Sin quitarle toda su importancia a la celebración de los sacramentos, san Pablo lo expresó «haciendo y diciendo»: «Cristo no me envió a bautizar, sino a proclamar el mensaje de salvación».

En un mundo donde la fe en Jesucristo parece contar poco (por lo menos en el occidente mal llamado «desarrollado»), donde abunda el individualismo destructivo, por pura humanidad, es necesario ofrecer, con ocasión o sin ella, la fuerza liberadora y humanizadora del Evangelio. Y por fidelidad al Evangelio, es necesario no sólo el trabajo ordinario que realizan las parroquias, sino también el extraordinario, realizado en campañas especiales de animación misionera. «¿Quién manifiesta mejor la forma de vivir que Jesucristo tuvo en la tierra, sino los misioneros? No hablo solamente de nosotros…» (SV XI, 55) [El subrayado es mío].

1. Un poco de historia

Desde el siglo XVII hasta el Concilio se da entre nosotros una forma de misionar ligada, lógicamente, al tipo de trabajo pastoral que se realizaba en la Iglesia. Son las «casas misión», las binas y, al final de esta etapa, «las grandes misiones», la manifestación llamativa de esta necesidad perenne. Es en 1982 cuando se inicia en nuestras Provincias, por iniciativa del P. Lusarreta, la nueva etapa que hoy, con humildad y coraje, intentamos continuar.

Con nuestro estilo de misionar queremos recoger lo mejor de la tradición a la vez que responder a los retos y necesidades de la Iglesia, del mundo actual y, naturalmente, de los pobres. Desde ese momento (1982), además de salir como Jesús, de no quedarnos encerrados en rutinas paralizadoras, han sido básicamente dos los principios de san Vicente en que nos hemos inspirado, que considero necesarios y aplicables a cualquier lugar y circunstancia: 1. Acomodarnos a las circunstancias, al lugar y a las personas (III, 505); 2. Atender a las necesidades más apremiantes y más abandonadas (XI, 396).

Cuando cito la frase completa de san Vicente, no dejo de advertir la mutilación (a mi modo de entender) que ha sufrido en las Constituciones de la CM:

Emprenderemos, pues, la obra de las misiones, adaptándolas a las circunstancias de tiempo y lugar y buscando con esmero todas las posibilidades de darles nuevo impulso, bien para renovar y construir la verdadera comunidad cristiana, bien para suscitar la fe en los corazones de los que no creen (C 14). [El subrayado es mío].

Me parece que en fidelidad a Jesús y a su Evangelio, la atención a la persona es fundamental. Recordad cómo Jesús nunca pasa de los «necesidades personales» que percibe sin que el miedo al qué dirán le condicione.

No podemos, pues, contentarnos con adaptarnos a las circunstancias de tiempo y de lugar; a eso que algunos llaman «inculturación». Ya hemos comprobado con la cita de san Vicente que hay que buscar la adaptación a tres realidades: circunstancias de lugar, de tiempo y de las personas.

Y permitidme volver a insistir de nuevo en otra idea que venimos repitiendo una y otra vez: Estamos en una etapa de búsqueda y de experimentación. Por eso he comenzado diciendo que quien tenga y quiera aportar algo que pueda ayudarnos a vivir la vocación vicenciana (-el Señor me ha enviado a evangelizar a los pobres-) realizará un buen servicio a la Iglesia y al mundo.

2. Cómo, por qué y para qué del trabajo en misiones:

Las misiones al pueblo «hoy» son una mezcla del coraje evangelizador, primero, y de aportaciones que nos llegan de la realidad actual.

Como siempre, desde Jesús mismo, las misiones son un movimiento de salida. Es la Parroquia principalmente, (también podría ser el Colegio u otra institución católica), quien, a través de nosotros, rompe el enclaustramiento y sale, va al encuentro. Sale como salió Jesús, y los Apóstoles, y Pablo, y los Franciscos (de Asís y de Javier) y tantos que han dejado sus culturas y sus seguridades. Por eso, la visita a familias o a centros cívicos diversos y los encuentros ocasionales en la calle son la primera tarea «irrenunciable» en nuestra manera de hacer.

¿Nos apoyamos de nuevo en san Vicente? «Imaginémonos que nos dice [Jesucristo]: «Salid, misioneros, salid; ¿todavía estáis aquí, habiendo tantas almas que os esperan, y cuya salvación depende quizás de vuestras predicaciones y catecismos?»» (XI, 66).

En este movimiento de salida no es el afán de conquista lo que nos mueve. Es el ofrecimiento de algo que consideramos valioso, humanizador, y necesario para una fe que quiere renovarse. A veces también, -lo afirmó el Concilio Vaticano II-, llevaremos el reconocimiento humilde de nuestros fallos pues, el ateísmo, considerado en su total integridad, no es un fenómeno originario, sino un fenómeno derivado de varias causas, entre las que se debe contar también la reacción crítica contra las religiones, y, ciertamente en algunas zonas del mundo, sobre todo contra la religión cristiana (GS, 19).

Luego viene, el Anuncio; es fundamental en todo trabajo evangelizador la proclamación del Mensaje Salvador (el Kerigma). Este Anuncio procuramos adaptarlo en los contenidos y en las formas y dinámicas a los distintos grupos de edad: Niños, Jóvenes, Parejas, Adultos, Mayores… Y las necesidades a las que responde nos las hace ver el Estudio de la Realidad. Y este anuncio que naturalmente se centra en Jesucristo queremos hacerlo con modestia (que no es miedo paralizador). Somos conscientes de que estamos ante el misterio que Jon Sobrino concreta en dos direcciones: «Jesucristo» y la necesaria «liberación» («mysterium» iniquitatis, se decía -perdonad-).

En un último momento, dentro de la misma dinámica de salida y encuentro, estamos viviendo una experiencia sumamente gozosa los grupos en casas y ambientes que nosotros llamamos «Grupos de Encuentro«. Hay una razón inspirada en la práctica pastoral ordinaria que nos ha aconsejado colocar estos encuentros de grupo al final: desembocar de forma natural en la vida ordinaria de parroquias y lugares, evitando lo llamativo que provocó la crítica que se hacía de las misiones al considerarlas una lluvia de verano… Y hemos elegido la palabra «grupo» porque en un tiempo «fuerte» de misión no se suelen dar los milagros extraordinarios. Es un tiempo humilde de «siembra».

Pero la tarea evangelizadora, el esfuerzo de ser «parroquia evangelizadora» no se limita a este tiempo fuerte de misión. Ya lo dijo san Pablo: Uno es el que siembra y otro el que riega…y todos, con Dios, quienes buscamos el crecimiento. La tarea misionera la inicia con nuestra ayuda la comunidad parroquial que es la garante y responsable de toda la acción. Previamente a este tiempo fuerte que hemos descrito esquemáticamente hay un tiempo de preparación que tiene dos elementos claves: el anuncio a todo el territorio parroquial y el Estudio de la Realidad. Trabajos de los que se responsabiliza el párroco con el Consejo Pastoral. A ellos les corresponde igualmente indicarnos las grandes líneas (objetivos) de nuestro trabajo.

¿Y luego del tiempo fuerte? Hay una etapa de continuidad para la que también ofrecemos, sólo si la parroquia lo necesita, nuestra colaboración, que será diferente según las circunstancias. Otra vez queremos reconocer humildemente que la «misionera» es la Comunidad parroquial. Pero no dejamos de reconocer lo que a los paúles nos piden nuestras Constituciones, la necesidad de «ayudar a clérigos y laicos y llevarlos a una mayor evangelización de los pobres» (Cons 1, 3º). Servicio este que, por otra parte nos están pidiendo tanto los curas como los laicos.

Nuestro estilo misionero queda pues descrito como una aventura en tres etapas que se reclaman: preparación, tiempo fuerte y continuidad. Es a este todo, no sólo a nuestro trabajo, a lo que llamamos Misión al pueblo.

El para qué ya ha podido quedar apuntado. La Iglesia no puede quedarse encerrada. Con humildad necesitamos, como Jesús, salir e ir al encuentro. La Iglesia, lo definió con absoluta contundencia Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi, existe en parroquias y grupos concretos para eso: para evangelizar.

Mirando a las parroquias, la misión quiere ser un complemento, una ayuda a las parroquias que no se contentan con restaurar y conservar, sino que buscan una pastoral incisiva y de futuro.

Esto, lógicamente, nos «urge» a prepararnos continua y convenientemente para dar razón de nuestra esperanza a quienes nos lo pidan. El misionero, paúl, laico o Hija de la Caridad, tiene que vivir, como también diría san Pablo, este esfuerzo continuo en la esperanza. El misionero, en palabras de san Vicente, ha de ser apóstol en campiña y cartujo (para una formación continua para la misión) en casa.

El para qué de los seguidores de san Vicente es un propósito de fidelidad. A nosotros nos pone en alerta san Vicente: ¿qué será esta pequeña Compañía dentro de 300 años? A las Hijas de la Caridad y a los demás grupos vicencianos también. Y la pregunta de aquel sansimoniano a F. Ozanam creo que sigue viva: En el pasado se hizo, pero, ¿qué estáis haciendo hoy?

Epílogo

¿Se puede hacer un poco de poesía, al estilo de Pablo y de Juan? Pues voy a terminar haciéndolo: Curas que soñáis unas parroquias mejores, abriros a la fuerza renovadora y desestabilizadora de rutinas de una buena misión. Paúles e Hijas de la Caridad, que buscáis fidelidad y futuro, en vuestras manos está comprometeros sin miedo en algo a los que Cristo mismo os reclama. Jóvenes que soñáis un mundo nuevo, no os quedéis sin hacer nada o sólo participando en alguna ONG (no digáis que pasáis, y menos, de los pobres).

El mundo, la Iglesia y Dios nos necesitan. Necesitan de una evangelización actual más que de otros trabajos o de montar industrias, que al fin de cuantas se quedan en bienestar material… ¡Sí! Por encima de acomodos tentadores, por encima de acciones que se quedan en parcheos, más que una buena carrera para vivir satisfechos, Dios Vivo nos sigue retando: Ya es hora de despertar, seguidme, comprometeros anunciando con obras que el reino de los cielos está cerca

¡SE NECESITAN MISIONEROS!
¡SE NECESITAN PERSONAS LLENAS DE CELO APOSTÓLICO!

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