Presencia y actualidad de la Sociedad de San Vicente de Paúl

Francisco Javier Fernández ChentoSociedad de San Vicente de PaúlLeave a Comment

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Author: Amin A. de Tarrazi · Year of first publication: 1996.
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Una intuición profética:

«Lo que divide a los hombres de nuestros días no es ya una cuestión de formas políticas, es una cuestión social, es saber quién vencerá: el espíritu de egoísmo o el espíritu de sacrificio; y si la sociedad no será nada más que una gran explotación en beneficio de los más fuertes o una consagración de cada uno al bien de todos y sobre todo a la protección de los débiles. Hay muchos hombres que tienen demasiado y que quieren tener todavía más; hay muchos más que no tienen bastante, que no tienen nada y que quieren cogerlo si no se les da. Entre estas dos clases de hombres, se prepara una lucha, y esta lucha amenaza ser terrible: de un lado la potencia del oro; del otro la potencia de la desesperación. Entre estos ejércitos enemigos es necesario precipitarnos, si no se puede impedir, al menos para aminorar el choque. Y nuestra edad de jóvenes, nuestra condición mediocre nos hacen más fácil esta función de mediadores que nuestro título de cristiano hace obligatoria. He aquí la utilidad posible de nuestra Sociedad de San Vicente de Paúl».

Si no hubiéramos llegado hasta el final de esta cita, se podría preguntar qué pensador contemporáneo era el autor.

En realidad emana del corazón generoso y de la inteligencia intuitiva de un joven, Federico Ozanam, que, desde 1836, hace más de un siglo y medio, tuvo esta visión profética que hacía presagiar los grandes conflictos sociales y, pasando a la dimensión de todo el planeta, las tensiones entre el tercer mundo y el mundo industrializado.

Del sueño a la realidad:

Presintiendo que las relaciones humanas tenían el peligro de convertirse cada vez más en relaciones de fuerza, había románticamente soñado «que todos los jóvenes de corazón y de espíritu se unieran para alguna obra caritativa…«.

El 23 de Abril de 1833 el sueño se convirtió en realidad con la reunión de la primera «Conferencia de Caridad«, colocada bajo el patrocinio de San Vicente de Paúl y que agrupaba alrededor de Emmanuel Bailly, el mayor, seis estudiantes, entre ellos Ozanam, que acababa de cumplir 20 años.

Un auge continuo:

La Sociedad de la que este último se complacía en recordar los «humildes comienzos» iría conocer un auge fulgurante en Francia, Europa y en todo el mundo.

En 1860 contaba ya con 2.500 Conferencias y reunía a más de 50.000 miembros.

Inmediatamente después del conflicto franco-prusiano de 1870, después de un período particularmente difícil durante el Segundo Imperio, que veía en la Sociedad una asociación que a veces se escapaba a la autoridad (circular del 16 de Octubre de 1861 del Duque Victor Fialin de Persigny, Ministro del Interior, a los Prefectos de Francia), reanuda irresistiblemente la marcha hacia adelante. Así es como en vísperas de la primera guerra mundial el número de equipos se eleva a 8.000 y el de miembros a 133.000.

En 1933, año del centenario, 12.000 Conferencias reagrupaban a más de 200.000 miembros, mientras que en 1983, año del 150 aniversario de la fundación el número de Vicencianos era de 750.000 y el de Conferencias 38.500 y los países en que estaba implantada 107. En 1995 existen alrededor de 875.000 miembros repartidos en 46.000 equipos en 130 países de los cinco continentes.

Los grupos, la mayoría mixtos, están compuestos de hombres, de mujeres, de jóvenes; funcionan en las parroquias urbanas o rurales, en barrios, en grandes conjuntos, en establecimientos escolares o universidades, en asociaciones profesionales o culturales.

Una fraternidad universal:

Pero dejemos la historia y las cifras para abordar lo esencial, a saber, el espíritu, los objetivos y los métodos.

La Sociedad de San Vicente de Paúl, una de las más antiguas obras caritativas, sociales y humanitarias, se presenta hoy como un gran movimiento internacional de apostolado caritativo y de acción social. Gracias a la comunión espiritual y a la formación humana de sus miembros, quiere llevar el testimonio del amor fraterno de Cristo a los más pobres.

Busca con ellos y con los demás ayudarles a vencer su miseria bajo sus múltiples formas. Se dirige, en todas las naciones del mundo, a los hombres, mujeres, jóvenes, de todos los medios y de todas las condiciones, que quieren encarnar su fe en el don de sí, comunicando a su alrededor su esperanza y su alegría.

Desde los orígenes ha sido afirmada su aspiración a lo universal según el voto entusiasta de Ozanam: «Yo quisiera abarcar al mundo entero en una gran red de caridad». Cuando, el 17 de febrero de 1835, después de una discusión apasionada, quizás a veces demasiado viva, que tuvo lugar durante varias semanas, decidieron que la Conferencia inicial se escindiera en varias secciones, los miembros de la Sociedad naciente mostraron su voluntad de ver su movimiento extenderse fuera de los límites de su parroquia, de su ciudad, de su país, incluso de su continente, para implantarse en todas las latitudes.

A semejanza de la misma Iglesia, la riqueza de esta dinámica asociación de cristianos fervientes debía basarse en el porvenir en su diversidad. Su unidad debía forjarse en el pluralismo y la diferencia.

Una búsqueda espiritual:

Si Federico Ozanam y sus primeros compañeros tuvieron preocupaciones humanas y sociales marcadas al constituir la Sociedad de San Vicente de Paúl, si su preocupación permanente fue remediar los males de su tiempo, no sintieron menos la urgencia y la necesidad de una formación espiritual sólida como fundamento irremplazable de su vocación y de su misión.

El armonioso equilibrio entre oración y acción que Vicente de Paúl realizó de manera tan perfecta apareció inmediatamente como la constante del compromiso vicenciano. Dicho compromiso saca de una vida de fe su inspiración, su vigor y su fidelidad.

Algunos miembros de la Sociedad, profundizando su camino espiritual, llegan al don de sí mismos en una vocación religiosa, diaconal o sacerdotal.

Cada año hombres, mujeres y jóvenes de las Conferencias hacen esta elección más radical al servicio de la Iglesia.

Un compromiso por la justicia social:

«No hay caridad que no vaya acompañada de justicia«, proclamaba Vicente de Paúl en medio de ese «Gran siglo» cuya gloria no disimulaba, ni a sus ojos, ni a su corazón, los males de su tiempo.

En la misma línea de pensamiento, Ozanam, que deseaba «que la caridad haga lo que la justicia sola no sabría hacer«, subrayaba las insuficiencias de ésta que por su carácter impersonal necesita ser completada y humanizada por la gratuidad y la delicadeza del voluntariado: «el orden de la sociedad se apoya sobre dos virtudes: justicia y caridad. Pero la justicia supone ya gran amor, ya que es necesario amar mucho al hombre para respetar su derecho que limita el nuestro y su libertad que molesta a nuestra libertad. Sin embargo la justicia tiene límites, pero la caridad no los conoce«.

Esta exigencia es la que inspiró en los años 30 a un Emile Romanet, miembro de una Conferencia de Grenoble, la idea revolucionaria de los subsidios familiares. Fiel a su vocación vicenciana, como la definió Ozanam, había comprendido que no había caridad digna de ese nombre sin un auténtico paso hacia una mayor equidad. Esto es lo que nos ha recordado el Concilio cuando afirmaba en el Decreto sobre el Apostolado de los Seglares (capítulo II – nº 8): «hay que cumplir antes que nada las exigencias de la justicia, para no dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia….» La Sociedad de San Vicente de Paúl participa también, en la medida que se lo permiten sus medios humanos y materiales y en estrecha colaboración con los poderes públicos o colectividades locales, en el esfuerzo común con vistas a remediar las causas de los males sociales y a hacer evolucionar el cuadro institucional.

Un encuentro personal con los que sufren:

Pero si esta lucha por la justicia social parece primordial a un Vicenciano, no encuentra la plenitud de su vocación nada más que en el servicio personal, directo y permanente de los más desprovistos, a ejemplo del «Señor Vicente» al que los miembros de las Conferencias eligieron como Santo Patrón y que se esforzaban por «hacer real en su vida, como San Vicente lo había realizado, el modelo divino de Jesucristo«.

Sor Rosalía Rendu, Hija de la Caridad, que ya se había distinguido por su acción, tan eficaz como preventiva, entre los pobres del barrio Mouffetard, comprendió el generoso y ardiente ideal de Ozanam y de sus amigos. Guiada por la inteligencia del corazón, fue ella quien les condujo por los caminos de la Caridad hacia los desheredados entre los que ellos hicieron el aprendizaje del verdadero amor a los pobres.

¿No fue Pablo VI, que había sido miembro de la Sociedad de San Vicente de Paúl cuando era estudiante, quien calificó a los «Vicencianos» de «amigos y servidores de los pobres

Actividades múltiples en constante adaptación:

Es en esta perspectiva, como se orienta toda la acción de la Sociedad de San Vicente de Paúl cerca de aquellos a quienes el mundo hiere, aplasta, aísla, rechaza, margina:

  • Obras en favor de la infancia y la juventud.
  • Escolarización. Formación profesional técnica y agrícola. Bolsas de estudio.
  • Iniciativas en favor de las víctimas del desempleo y de sus familias.
  • Creación y búsqueda de empleos.
  • Apoyo moral y material a los que se encuentran solos, a las familias en dificultad.
  • Iniciativas en favor de las madres solteras y mujeres abandonadas.
  • Actividades en favor de la tercera edad: visitas a domicilio, ayudas a domicilio, clubs, centros de vacaciones, residencias de pensionistas.
  • Acción sanitaria: visita de enfermos, de disminuidos físicos y psíquicos, ciegos. Asistencia sanitaria a domicilio. Creación de hospitales, dispensarios, centros médicos.
  • Asistencia a alcohólicos, drogodependientes, a personas afectadas por enfermedades graves.
  • Visita de prisiones. Asistencia post-penal.
  • Reinserción social de marginados.
  • Actividades en favor de las gentes del mar. Hogares de marinos.
  • Ayuda a ambulantes. Áreas de estacionamiento.
  • Acogida, orientación, alfabetización de emigrantes, en armonía con su identidad, su cultura y sus tradiciones.
  • Programas de alojamiento y mejora del habitat.
  • Ayuda a la alimentación.
  • Proyectos de desarrollo, sobre todo en los sectores agrícola, de ganadería y pesca.
  • Animación de más de 5.000 programas de hermandad entre equipos de países prósperos y desheredados.
  • Auxilios a refugiados, a apátridas.
  • Campañas de solidaridad.
  • Animación cultural. Bibliotecas. Hogares. Ocios. Deportes. Campos de vacaciones.
  • Consultorios jurídicos, administrativos y sociales.
  • Catequesis. Animación litúrgica. Preparación al matrimonio.

El denominador común de todas estas iniciativas, actividades y realizaciones es la preocupación de dar a los más desorientados, así como a los más desposeídos, la escucha, la amistad, el apoyo espiritual, moral y material; restablecerlos en su dignidad, asegurarles la promoción de su persona, devolverles su esperanza y si es posible la alegría de vivir.

Una asociación de naturaleza eclesial y de carácter seglar:

Esta es una de las originalidades de la Sociedad de San Vicente de Paúl. En efecto, la innovación, audaz para la época de Ozanam y sus compañeros, fue sin duda el haber reivindicado que los destinos de su querida Sociedad, de esencia eclesial, profundamente fiel a la autoridad religiosa, fueran asegurados por laicos que se sintieran plenamente adultos y responsables.

Ciento treinta años antes del Concilio Vaticano II, estos jóvenes presintieron la importancia, si no la necesidad, de un apostolado de los Seglares, dinámico e imaginativo, en el seno del «pueblo de Dios«.

Oficialmente reconocida en la Iglesia por los Breves de Gregorio XVI de 10 de Enero y 12 de Agosto de 1845 y confirmada por los Papas sucesivos, la Sociedad de San Vicente de Paúl siempre ha conservado fielmente su carácter seglar, constante esencial de su especificidad.

Al servicio de la Iglesia y de la Sociedad:

Nacida en el corazón de la Iglesia, la Sociedad de San Vicente de Paúl está al servicio de la Sociedad. Inspirada por el mensaje evangélico, atenta a las enseñanzas del Magisterio, actúa en el seno de la comunidad humana a la que quiere ayudar a aportar un «ser mejor» más allá de un «ser más«.

La fe sin las obras ¿no es una fe muerta? Es lo que nos recuerdan atinadamente los Padres conciliares en la «Gaudium et Spes» («La Iglesia en el mundo de hoy» – nº 43), al exhortar a «los cristianos, ciudadanos de la ciudad temporal y de la ciudad eterna, a cumplir sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente a los asuntos temporales, como si éstos fuesen ajenos del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época«.

Si la Iglesia espera de nosotros un auténtico testimonio de fe y de espiritualidad, ella nos invita igualmente a estar plenamente presentes en este mundo en profunda mutación que sufre, lucha y que se busca a sí mismo.

La vocación de la Sociedad de San Vicente de Paúl impone a cada uno de sus miembros el deber de insertarse en todos los estamentos humanos en donde se entablan las batallas por un mundo mejor y más justo.

Esto es lo que lleva a un gran número de entre ellos a comprometerse, como lo hizo personalmente Ozanam, por la defensa de la causa de los pobres. Uno de los ejemplos más notables fue el de Giorgio La Pira, un gran pensador de la Democracia Cristiana en Italia, antiguo Alcalde de Florencia, que militó apasionadamente en favor de los humildes.

Conscientes de los múltiples problemas que presentan las diversas formas de pobreza espiritual, moral, cultural, física, psíquica y material, los Vicencianos se dedican con lucidez a devolver la esperanza a quienes la han perdido, llevando a una humanidad que se interroga y que se busca este «suplemento de alma» por el que abogaba el gran filósofo espiritualista francés Henri Bergson.

Gracias a una administración ágil, poco costosa, reducida a lo esencial, constituida sobre todo de voluntarios, los medios humanos, técnicas y materiales pueden ser rápidamente movilizados, puestos en funcionamiento y adaptados a las circunstancias de tiempo y de lugar.

Además, la existencia de equipos autóctonos en la mayor parte de los países del mundo permite igualmente una gestión lo más racional, económica y rigurosa posibles, en función del contexto local.

Esta organización y estos métodos probaron su valor en el corazón de los dramas humanos y de las catástrofes naturales que hieren periódicamente nuestro mundo.

La vocación vicenciana: un esfuerzo de unidad de vida:

Así, la vocación vicenciana desea ser, en este siglo XX, siglo de la ciencia, de la tecnología y de la eficacia, un humilde pero auténtico testimonio de caridad fraterna y de apertura social.

Ella invita a sus miembros al servicio, a compartir y al don global de sí: tener – ser – saber, a fin de responder mejor a la angustiosa llamada de tantos hombres de nuestro tiempo, no tenidos en cuenta por un progreso que no beneficia a los más débiles.

Verdadera escuela social, en particular para los más jóvenes, sensibilisa, a partir de un contacto personal con los más pobres, en relación con los problemas enormes de nuestro tiempo. El gesto de amor individual, lejos de oscurecer la realidad, abre el corazón y el espíritu a las dimensiones mundiales del sufrimiento, a las exigencias de la justicia y a los imperativos de la dignidad humana.

La vocación vicenciana no es una etiqueta artificial. Plenamente asumida, conduce a una unidad de vida fundamental, poniendo de acuerdo pensamiento, palabras y obras. La armonía entre la fe y las obras al servicio del prójimo, tal es el ideal pacientemente seguido, más allá de sus debilidades o sus insuficiencias, por los herederos espirituales de San Vicente y de Federico Ozanam.

Lejos de las candilejas y de los artificios de los medios de comunicación, pero decididamente encaminados hacia el porvenir, mantienen en lo más profundo de sí mismos este pensamiento de su fundador:

«La caridad no debe jamás mirar atrás, sino siempre hacia adelante, porque el número de sus buenas acciones pasadas es siempre muy poco y las miserias presentes y futuras que debe aliviar son infinitas».

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