I.—LISBOA: RILHAFOLLES
Como la casa de San Lázaro en París se hallaba en el siglo XVII fuera de la ciudad, y hoy se encuentra en medio de ella, así también la casa de Rilhafolles, que, cuando se estableció en ella la Congregación de la Misión de Portugal, estaba situada fuera de la ciudad de Lisboa, está hoy comprendida en ella,
Escribir la historia de la casa de Rilhafolles en Lisboa equivale a contar el origen de la Congregación de la Misión en Portugal, de la cual vamos a dar alguna noticia, resumiendo las memorias manuscritas que nos ha dejado el Sr. M.-J. Vieira, Lazarista portugués, fechadas en 1790, cuya copia se guarda en los Archivos de París.
Estableció la Congregación en Portugal, instalándola en la casa de Rilhafolles, el Sr. Gómez da Costa, Presbítero de la Misión. Este señor era natural de Torre de Moncervo, ciudad del Arzobispado de Braga, en Portugal, y pertenecía a una familia de noble condición. Sucedió, pues, hacia el año de 1687, cuando él tendría probablemente veintidós de edad, que, habiendo ido a bordo de una embarcación para despedirse de un amigo que se dirigía a Italia, se vio inopinadamente forzado a acompañarlo a dicho país, porque la nave levó anclas y se hizo a la vela mientras duraba su visita. Una vez en Italia, se ordenó allí de Sacerdote y entró en la Congregación de la Misión, llegando a ser Superior de la Casa de San Juan y San Pablo del monte Celio en Roma (1708). Entonces fue cuando multiplicó las diligencias para establecer la familia religiosa de San Vicente de Paúl en Portugal, su patria. A este fin consiguió una donación considerable de un generoso bienhechor, D. Juan María Cambiari, de Génova, y se presentó en Portugal, alentado por el Sumo Pontífice, con cartas de recomendación de muchos Cardenales.
Entre los muchos ofrecimientos que le hicieron para establecerse, le pareció más aceptable el que le hizo el Ilustrísimo Sr. Obispo de Guarda, quien le escribió en 1714 manifestándole sus deseos de ver establecidos los Misioneros, ya en su ciudad episcopal, ya en la ciudad de Castello Branco, que era más céntrica y de más importancia. Algunos amigos prudentes le hicieron observar que no le convenía, si trataba de trabajar para el porvenir, plantar el árbol que deseaba ver crecer y extender sus ramas en una ciudad apartada. «Debe establecerse usted en Lisboa»—le dijeron sus amigos.—Aprovechándose, pues del aviso, renunció a las ventajas que en la diócesis de Guarda le ofrecían, y vino a la capital, donde se estableció modestamente en una casa de alquiler. Muy pronto tuvo motivos para felicitarse por haber seguido el consejo que la habían dado, al verse favorecido por el Rey mismo.
Ocurría esto en el año 1717. El Sr. Costa fijó entonces su residencia en Lisboa, en el Seminario de la Catedral. Ya antes había habitado en el mismo Seminario, cuando estaba unido al convento da Boa ‘loa, de Agustinos Descalzos, que está cerca de la casa del Espíritu Santo, de la Congregación del Oratorio.
La casa del Misionero estaba situada en la calle das Ga votas, con vistas a la calle del Pozo dos Negros, era bastante grande y tenía un jardín, un horno y un pozo. Tal fue la cuna de la Congregación de la Misión en Portugal. El Sr. Costa quiso comprarla, pero su propietario, Antonio Pery de Linda, Secretario del gran Comité de Administración de la Aduana, no quiso venderla.
Estaba valuada en 7.00o cruzados, cerca de 16.000 francos, y pertenecía el censo a las Religiosas del convento de la Esperanza. Aquí fue donde, en 1718, recibió a los Misioneros que vinieron de Italia para ayudarle a la proyectada fundación. Estos fueron seis, a saber: Los Sres. José Joffreu, Antonio Vacareza, Juan-Bautista Roselli, José Cardilini, y los Hermanos Coadjutores Juan-Bautista Marchirio y Marcelo. El Sr. Gómez hizo de esta casa una verdadera casa religiosa, con una capilla dedicada a los Santos Juan y Pablo, para recuerdo, sin duda, de la que había tenido en Roma. El Rey Juan V la honraba frecuentemente con su presencia, asistiendo en ella a los divinos Oficios, especialmente los días de la fiesta de San Juan y San Pablo.
Pasaron muchos años sin que se presentase persona alguna a ofrecerá vender una propiedad que pudiera más cómodamente servir de residencia a los Misioneros que la casa alquilada en la calle das Gavotas; mas al fin, en 1720 vino a ofrecerles la quinta de Rilhafolles D. José Mello da Silva. Firmóse el contrato de venta en 25 de Junio del mismo año, y los Misioneros tomaron posesión de ella, con el título de Hospicio, el mismo día en que, por orden del Rey Juan V, la abandonó la Condesa de Taronca, que la habitaba.
La quinta de Rilhafolles comprendía vastos terrenos y estaba situada al Norte de Lisboa. Hoy se halla dentro de la ciudad (1905), y después de la revolución religiosa de Portugal en 1833 y 1834 ha sido destinada para Asilo de locos. Enfrente está la plaza ó patio de Rilhafolles y la calle del mismo nombre; y a la derecha, según se sale, la calle da Cruz da Carriera. Actualmente, a principios del siglo XX, quedan aún en esta casa recuerdos de la Congregación, pues se ven en el techo y paredes de la capilla algunas pinturas representando escenas de la vida de San Vicente de Paúl.
En ella se fueron desarrollando todas las obras de nuestro Instituto: ejercicios al clero, misiones, noviciado, estudiantado, y, más tarde, Seminario externo; pero todo esto costó muchas angustias a los primeros Misioneros.
Fue la causa principal de ellas la resistencia del Rey a reconocer la dependencia de los Sacerdotes de la Misión de Portugal del Superior general.
Los compañeros del Sr. Costa, deseando verse cuanto antes incorporados a la Congregación, le daban prisa para que obtuviera oficialmente dicho reconocimiento, mientras él lo difería por no romper, diciendo: «Esperemos que se presente una circunstancia favorable». Algunos de sus compañeros desconfiando, tal vez, de su sinceridad ó cansados de tantas dilaciones, que iban prolongando su situación anormal, no quisieron cooperar más a mantener semejante estado de cosas. En consecuencia, en 1721 tres de ellos abandonaron al Sr. Costa y se volvieron a Roma, quedándose con él únicamente el Sr. Joffreu y el hermano Marchisio.
La circunstancia favorable que el Sr. Costa esperaba no se presentó hasta después de su muerte, ocurrida en 1725. En 1738, con motivo de la canonización de San Vicente de Paúl, el Rey, como remate de fiestas celebradas en Lisboa, manifestó al Sr. Joffreu, que consentía que los Sacerdotes de la Misión de Lisboa dependiesen del Superior general.
La obra de los Misioneros de Rilhafolles duró hasta que fueron dispersadas las Comunidades religiosas en Portugal. El 9 de Agosto de 1833 un Real decreto prohibió los Prelados mayores, o la dependencia de los Superiores generales, y el 28 de Mayo de 1834 una ley abolió las Órdenes religiosas. Entonces los Misioneros de Rilhafolles se dispersaron. Los Sres. Henríquez y Gonzálvez, que sobrevinieron a esta época, se unieron, después de treinta años, a los Misioneros que volvieron a emprender los trabajos Apostólicos en Lisboa: ellos son los que nos han transmitido estos datos históricos, que sería de desear s e conservasen escritos.







