Fue sobre todo con ocasión de la elección del nuevo Superior general cuando brilló de una manera indubitable a los ojos de todos la estima profunda que san Vicente tenía de la virtud y de la capacidad del Sr. Berthe. Tuvo en efecto el insigne privilegio ver su nombre figurar al lado del Sr. Alméras como uno de los más capaces de recibir en herencia la dirección de la Compañía. La asamblea lo comprendió y después de elegir, por señales nada equívocas de la voluntad divina, al Alméras como primer sucesor de san Vicente, designó al Sr. Berthe como su primer asistente.
No podremos ya en adelante seguir paso a paso al Sr. Berthe como lo hemos hecho hasta ahora, gracias a los documentos numerosos aún que nos ha facilitado lo poco que queda de la correspondencia de san Vicente. Asimismo parece que, aunque relativamente joven todavía, pues contaba sólo con treinta y ocho años, el Sr. Berthe necesitó de más calma y reposo de lo que había tenido durante la vida prodigiosamente activa que había llevado en vida de san Vicente, para ayudarle a fundar y a robustecer las primeras casas de la Compañía. Otros van a sucederle en este cargo en adelante menos importante sino menos penoso y él, aprovechando la gran experiencia que había adquirido, la va a poner al servicio del Sr. Alméras primero, luego del Sr. Jolly, al lado de los cuales pasará casi por completo la segunda mitad de su vida.
En 166l, se convierte en el más firme apoyo del Sr. Alméras durante los laboriosos trabajos de esta asamblea general, de la que fue secretario y que debía dejar por escrito las tradiciones todavía sin redactar, pero que san Vicente había creado poco a poco mediante su correspondencia y sus visitadores respecto de las diferentes obras de la Compañía. No queda duda de que él no haya tomado parte como consejero al menos, luego como primer asistente y secretario de la asamblea en las diversas memorias que publicó el Sr. Alméras sobre la celebración de las asambleas preparatorias a las asambleas generales, la observancia de ciertas reglas de la Compañía, los postulantes, la visita de los seminarios o de las iglesias de la Compañía por los obispos diocesanos, etc., y más tarde, en 1668, sobre los seminarios, las misiones y la conservación del espíritu primitivo.
«En 1661, dice el Sr. abate Maynard, 10 misioneros fueron establecidos por el rey en Fontainebleau, con permiso de Henri de Gondrin, arzobispo de Sens, con la parroquia que el príncipe acababa de erigir allí, para la comodidad de la corte y de los particulares, así como en agradecimiento por la paz general, la paz de los Pirineos y el nacimiento del Delfín. Fue el Sr. Berthe el delegado a asistir a su instalación. El Sr. Alméras, por miedo a que Luis XIV no quisiera aceptar al Sr Durand a causa de su juventud (sólo tenía treinta años), había decidido que si esta dificultad se superaba, el Sr. Berthe le reemplazaría. No se necesitó recurrir a esta constitución.
En 1668, el Sr. Berthe fue elegido secretario de la asamblea. Se sabe que fue la importancia de los puntos que se trataron y se puede juzgar por ahí que heredera del espíritu de san Vicente esta asamblea no lo fue menos por la estima que nuestro Bienaventurado Padre se dignó otorgar a sus principales colaboradores. Dos años después 1670, el Sr. Almerás anunciaba a la Compañía, en una circular especial, la fundación en Lyon de una nueva casa, a cuya cabeza era destinado el Sr. Berthe:
«De París, hoy 13 de marzo de 1670. Señor, me parece que de vez en cuando os he informado de nuestra fundación de Lyon; mas como no ha sido más que en parte y sólo de paso, he creído deber daros ahora una idea más particular del comienzo y continuación de esta obra. Dios, que es, es su primer autor y movió al Sr. Chomel, en otro tiempo consejero del Parlamento de París, sacerdote varios años más tarde, hombre de gran virtud y de piedad, y viejo amigo de nuestra Congregación, de fundarnos en esa ciudad como puesto que era muy propio para procurar el adelanto de su gloria en varias provincias, hizo que llegara su piadoso plan al Sr. Arzobispo de Lyon, que estuvo en París por ese tiempo, para saber si era de su agrado la ejecución, como así lo hizo por su gracia; de regreso a Lyon dicho señor deseó que alguien de los nuestros se acercara para varias formalidades que se habían de observar en este asunto y que le hacían más difícil de lo que lo hubiera sido en otro tiempo, a causa de un edicto que dio el rey los años anteriores relativo a las nuevas fundaciones de las comunidades. Allá enviamos al Sr. Bertthe para trabajar en ello y dar comienzo a este establecimiento, una vez llegado obtuvo el consentimiento por escrito del Mons. el arzobispo y el de la ciudad. Después hubo que conseguir las letras patentes del rey, para las cuales el Sr. arzobispo escribió a la corte, y luego se registraron en el Parlamento; lo que llevó su tiempo. Después vino la cuestión de lograr una casa, de compra y de alquiler, y dada la dificultad de compra, nos contentamos con alquilar una mientras tanto, adonde enviamos operarios para comenzar allí una pequeña comunidad; a saber el Sr. Dubois que era superior en Annecy, el Sr. Grégoire que ha sido hasta entonces director de nuestro Seminario interno, y a un sacerdote del mismo seminario llamado Sr. Pézeran; y para formar según el espíritu de nuestra congregación este nuevo establecimiento, dejamos allí de superior al Sr. Berthe, necesitando esta casa un jefe, sobre todo en estos comienzos, que fuera inteligente y experimentado como él lo es para responder a las expectativas del prelado y de la cantidad de personas de autoridad y de piedad que hay en esa ciudad, como también a causa de la disposición que había de algo de lo que vamos a hablar que pedía una persona capaz de tratarlo y de poner luego las cosas en marcha. Así es como fue ideado y acabado este establecimiento por una vocación particular de Dios, y buena ocasión de fortalecerlo e incrementarlo, que él solo ha suscitado sin que hubiéramos pensado en ello de ninguna manera, y que constituye el principal objeto de esta carta.
» Hay que saber que, desde hace unos veinticinco años, se formaron en Lyon dos comunidades de sacerdotes dedicados a las misiones. Unos se llaman los misioneros de San José, de otro modo y más ordinariamente por el pueblo, los Cartenistas, por su autor que se llamaba el Sr. Cartenet, que era laico y cirujano de profesión, pero hombre de oración, muy piadoso y muy celoso, que asoció a unos eclesiásticos para ir a instruir a las pobres gentes del campo.
La segunda comunidad era propiamente los misioneros de Mons. el arzobispo, instituidos por su autoridad y confirmados por cartas patentes del rey, verificadas en el Parlamento, y llamados ordinariamente Misioneros de Saint-Michel, por una parroquia que llevaba este nombre, que se les había unido y cerca de la cual moraban. Éstos o algunos de ellos, al ver al Sr. Berthe en Lyon, con el fin de establecer allí nuestra Congregación, tuvieron, al poco tiempo de su llegada, el pensamiento de unir su Comunidad a la nuestra; hablaron de ello con su cohermanos y algunos externos, incluso al Sr. Berthe en varias ocasiones quien los escuchó con respeto y habiéndonos escrito, le rogamos que no se diera ningún paso sino dejarles actuar y someternos a la Providencia, como lo ha hecho para conformarnos a la santa práctica de nuestro difunto y Muy Honorable Padre, quien nunca se adelantaba a las fundaciones ni a las ventajas temporales. Una vez hecho nuestro establecimiento, estos Señores que deseaban unirse a nosotros se sintieron felices, antes de concluir esta unión, de asistir a una de nuestras misiones y unos dos de ellos después de trabajar en ellas regresaron tan satisfechos de los nuestros y de su manera de actuar que pidieron inmediatamente permiso al Sr. arzobispo para hacer pronto la unión, lo que habiéndoles concedido dicho señor, celebraron varias conferencias con el Sr. Berthe para tratar de ello, y habiendo convenido en las condiciones, pasaron el contrato ante notario, que fue homologado por Mons. el arzobispo con la desunión de la parroquia de Saint-Michel diciéndoles el Sr. Bertthe por nuestra parte que nosotros habíamos tomado la resolución desde hacía varios años de no aceptar ninguna parroquia y que además no podíamos en ninguna ciudad episcopal como Lyon, ejercer nuestras funciones al exterior respecto del prójimo; habiendo aceptado lo cual, todo ha concluido felizmente a gusto de todos. De lo cual he creído un deber, Señor, pasaros aviso como un bien bastante considerable que Dios ha hecho a esta casa que nace, que era muy débil por el número de súbditos y por la subsistencia, pues no contaba más que con mil libras al año, que sólo alcanzan para el mantenimiento de dos sacerdotes y un hermano, no habiendo podido hacer más por entonces el Sr. Chomel, aunque una ciudad como ésa pidiera algo más, pero decía que quería que nosotros tuviéramos un pie en Lyon y que si no hacía una fundación plena y completa, deseaba al menos hacer un comienzo por ahora esperando que un día haría más, y Dios podría también dar crecimiento por otro lado, lo que efectivamente sucedió, robusteciendo su divina Majestad esta fundación en hombres y en rentas por medio de esta unión de la que acabamos de hablar. Y no es que estos Señores se hayan incorporado a nuestra Congregación, no, siguen libres pero vivirán y trabajarán con nuestros misioneros, mientras les parezca bien, acomodándose a nuestras prácticas que es cuanto deseamos.
«Y, por su buena voluntad, nos han cedido sus fundaciones, rentas, fondos y derechos temporales que tenían en común, de suerte que al morir o retirarse cada uno de ellos, en cuanto al oficio o empleo, nosotros ocuparíamos su lugar con cualquiera de nuestra Congregación, y así en algunos años disfrutaremos solos de la renta que les correspondía, la cual cubrirá el mantenimiento de cinco sacerdotes, aparte de los dos fundados del Sr. Chomel».
Hacia fines del año siguiente (1671), una grave cuestión se le impuso al Sr. Alméras:
¿Habría que abandonar, vistas las dificultades presentes, la misión de Madagascar, por la que san Vicente no había temido sacrificar a tantos misioneros? Dejémosle explicarse a sí mismo sobre el asunto: «Queriendo conocer la voluntad de Dios en el caso, escribe, lo mejor que podía hacer era someterlo a deliberación, para lo cual he reunido a los Srs. Berthe, Jolly, Fournier, Thollard, Watebled, Éveillard, Talec, como también al Sr. Durand que se hallaba en París por algunos asuntos, todos asistentes o visitadores (o miembros) de la última asamblea general, los cuales, después de ser informados, al menos en resumen, del pasado, y de leer las últimas cartas muy amplias que nos han escrito de aquellos países, así de los hermanos como de los sacerdotes, y después de pensarlo bien durante algunos días, de encomendárselo a Dios, y por último de examinar todas las razones en pro y en contra y estando seguros además de que no nos faltarán sacerdotes seculares y regulares que se sientan con ánimos para ir, han creído que habría que llamar a nuestros misioneros, si están con vida aún, de lo cual hay muchas dudas, vistos los peligros en que se hallan, según nos informan ellos, principalmente por parte de los negros que los amenazan con venir a matarlos, algo que podrían hacer fácilmente, junto con los pocos franceses que quedan en esta isla. En el mes de enero del año siguiente, (1672) el Sr. Alméras escribe otra vez con motivo de la fundación de Versalles, una circular en la que el Sr. Berthe juega el papel principal:
«Señor, éste es un asunto totalmente nuevo que podrá sorprenderlos como a nosotros, y es que el rey nos quiere establecer en Versalles y, habiéndonoslo hecho saber por el Sr. arzobispo, nos hemos visto confundidos ante esta propuesta, en particular por la parroquia que quiere que tengamos, ya que usted sabe, Señor, los grandes reparos
que ponemos en encargarnos de parroquias como ya lo hicimos para la de Fontainebleau, lo que nos ha obligado a pedirle un placet con el fin de exponerle nuestras razones, que él ha visto, pero ha habido respuesta y ha dicho al Sr. arzobispo que su voluntad era que recibiéramos la parroquia y que si se necesitaba mandamiento para ello, él lo mandaba, añadiendo que no pensaba que debiéramos hacer menos por él que por la difunta reina, su madre, en consideración de la cual habíamos aceptado la parroquia de Fontainebleau, a pesar de todas las razones que habíamos alegado para dispensarnos de ello. Tras lo cual, el Sr. Berthe se fue a asegurarle de nuestra sumisión, y que, después de todo lo que le hemos expresado, Su Majestad persiste en querer que aceptemos la parroquia, estimamos que la voluntad de Dios está significada por la suya, lo que le ha producido gran contento; y, entre otras cosas, dijo en propias palabras, que amaba nuestra Congregación, y manifestó después en presencia de varias personas que era muy de su agrado que estuviésemos de buenas maneras de acuerdo con su voluntad. Él ama este lugar y le quiere engrandecer y dotar de buen orden, tanto en lo espiritual como en lo material».
Entretanto, fallecido el Sr. Alméras, el 2 de septiembre de 1672, el Sr, Berthe tomó parte en la asamblea general que, en el mes de enero de 1673, le dio por sucesor al Sr. Jolly. Esta asamblea le mantuvo en las funciones de primer asistente (que cumplió a la vez con la de superior del seminario de San Carlos, en parís, fundado por san Vicente, en 1645, y llamado también Pequeño San Lázaro).
En 1682, el Sr. Berthe fue nombrado superior en Richelieu. En primer lugar cansado en San Lázaro, había logrado ir a San Carlos; pero no permitiéndole sus salud soportar más el aire de París, hizo digamos una permuta temporal con el Sr. Dupuich, quien de Richelieu vino a reemplazarle en París, en su cargo de asistente. Véase en qué términos anunciaba el Sr. Jolly a los superiores de las casas de los Superiores de la Compañía:
«De París, hoy 2 de enero de 1683.
Señor, le informé hace unas seis semanas que habiendo solicitado ardientemente el Sr. Berthe salir de París donde se había encontrado muy incómodo en su salud, le habíamos enviado a Richelieu, y como dicen nuestras constituciones que cuando alguno de nuestros asistentes del Superior general es alejado de él por un tiempo considerable debe sustituirle en su lugar por otro, que es admitido en ese oficio con el consentimiento de los asistentes y de los visitadores por mayoría de votos, y este sustituto en lugar del ausente debe ejercer el oficio hasta su regreso, el Sr. Dupuich, cuyo lugar ha ocupado el Sr. Berthe en Richelieu, habiendo venido aquí donde le hemos hecho superior de San Carlos, yo le he propuesto a estos señores los asistentes y visitadores, para ejercer el oficio de asistente en lugar de de dicho Sr. Berthe, durante su ausencia, y ellos todos universalmente han aprobado esta elección, reconociendo al Sr. Dupuich, como lo es, por una persona virtuosa, de buena conducta y afecto a la Compañía, a la que presta buenos servicio desde hace mucho tiempo».
En 1685, el Sr. Berthe vino a cumplir a la vez sus funciones de primer asistente y de superior de San Carlos, mientras que el Sr. Dupuich volvía a Richelieu. El 9 de febrero, tomaba parte en la asamblea doméstica que debía designar a los dos diputados de la provincia a la asamblea general. He aquí el proceso verbal a título de muestra y de documento:
«Anno Domini millesimo sexcentesimo octogesimo quinto, die vero nono mensis Februarii, in domo Sancti Lazari Parjsjensis Congregationis Missionis, convocati sunt ad pulsum compan domesticæ omnes sacerdotes ejusdem Congregationis et dormis jus suffragandi habentes, ut omnibus in loco destinato congregatis, procederetur ad electionem duorum sacerdotum dicta domus qui juxta Regulas et constitutiones præfatæ Congregationis tanquam deputati dicta domus intersint et jus suffragandi habeant in Conventu Provinciali provinciæ Franciæ convocato pro deputatione ad Conventum generalem habendum in dicta domo Sancti Lazari octava die mensis Maij anni prœsentis ad negotia tractanda juxta constitutiones ejusdem Congregationis pluribusque suffragiis légitime electi sunt Domini Petrus Cabel et Ludovicus Serre in deputatos dictas domus Sancti Lazari ad pnefatum Conventum Provincialem. In quorum fidem et testimonium, nos omnes convocati præsentibus actis subscripsimus anno mense et die prædictis.
«Edmondus JOLLY, RIVET, BERTHE, CABEL PETRUS, Ludovicus SERRE, MAILLARD, N. TALEC, DESMORTIERS, C. LA SALLE, A. L’ESCUYE R LAVALETTE, LESTOURMY, SAINT-PAUL, TRAVAILLIER, G. VAVOYE, J. BENOIST, Josephus LEFORT, HUCHON, LE DREULX, DUSSARAY, BESSYRE, DEMAUROY, L. DUPERENNA.
El Sr Berthe tomó también parte en la asamblea general de 1685 como primer asistente. De 1687 a 1689 le volvemos a ver superior de San Carlos. Por último, siempre en calidad de primer asistente, toma parte en la asamblea de 1692, y como a partir de este momento no podemos seguir sus pasos, todo lleva a creer que este digno hijo de san Vicente de Paúl no tardó en recibir la recompensa de sus trabajos.