Señor:
La señora de Saint Gervais me ha rogado haga a usted una humilde súplica, como vera en la contestación que ella da a mi pregunta sobre el nombre de su señor hermano, a quien me pide le recomiende a usted, como así lo hago con todo el respeto que le (debo).
Sabe usted muy bien, señor, la importancia que tiene el que los jóvenes se comprometan sin saber exactamente lo que hacen; por eso le he dado esperanzas de que usted se tomaría la molestia de ayudarle a conocer el espíritu con el que hay que abrazar la forma de vida que se ha propuesto. Me tomo, pues, la libertad de enviarle su carta, para excusarme así de repetirle todas las circunstancias que ella indica. No recuerdo bien si ha llegado a decirme la religión en que se encuentra ese joven; pero si hay alguna que ostente el nombre de San Albino, me parece tener idea de que es en esa. Si se ve usted en la imposibilidad de visitarle personalmente, le ruego, señor, le haga el honor de que otra persona de virtud ejerza con él esa caridad. Es de muy buena familia y emparentado con una persona por la que siento gran estima y afecto. Pero es sólo la caridad la que me ha movido a proponerle este nuevo trabajo, añadido a los muchos que ya desempeña usted cada día: al aumentar su número, quedará también aumentado el mérito de todas sus santas acciones, en las que le pido me haga participar para alcanzarme misericordia de nuestro buen Dios, en cuyo amor soy, señor, su muy humilde hija y obediente servidora1.
C. 725 Rc 4 It 436. Carta autógrafa.